Elecciones sin substancia, votos estratégicos y soberanía nacional en entredicho

Cuando en Diálogos nos propusimos, hace ya varios meses, abrir una sección que hiciera foco en las elecciones de 2025, lejos estábamos de pensar que, apenas comenzado el año, el panorama sería tan diferente al previsto. O que la existencia misma de Canadá como nación soberana e independiente estaría en tela de juicio. .

 

En aquel momento no sabíamos que sobre fin de 2024 Christia Freeland (que por entonces parecía ser quien heredaría el maltrecho legado de Justin Trudeau), le clavaría un puñal por la espalda (metafórico, of course) a su amigo. Y tampoco podíamos prever que Mark Carney, un banquero internacional notable sólo por serlo, que no residió en el país por décadas y que no ha tenido una actividad política conocida o remarcable, resultaría a la postre el más beneficiado de toda aquella turbia y feroz desavenencia.

No sospechábamos que Pierre Poilievre -por quien nuestros columnistas habituales sentían ya desde hace muchos años y todavía sienten un profundísimo fastidio- vería disminuídas casi hasta la nada sus seguras posibilidades de acceder al poder, como consecuencia de las brutalidades de Donald Trump que, habíamos pensado, constituiría su definitiva carta de triunfo.

Es conocida la capacidad del nuevo presidente de los EEUU para cambiar intempestivamente de lugar las fichas del tablero, pero las consecuencias que sus nuevas pretensiones imperiales tendrían sobre la carrera política de uno de sus mejores imitadores, se le habían escapado a los más renombrados analistas.

En el último tramo de 2024 y a pesar de que el NDP había anunciado ya en septiembre el retiro de su confianza al gobierno de Justin Trudeau, Jagmeet Singh seguía sin despegar en las encuestas. Que no superara el techo del 18% al que parece condenado no era una sorpresa para nadie porque su candidatura, desde que en 2017 conquistó el liderazgo de su partido, parece diseñada para no sorprender. Los conservadores aparecían como los únicos beneficiarios netos de lo que se anunciaba como un desplome liberal y hasta ahí todo era «bussines as usual».

Pero ¿quién podía imaginar que cuando las amenazas a la soberanía y a la independencia que llegan desde el sur generaran cierta efervescencia crítica y anunciaran en el país aires de cambio, la izquierda canadiense, lejos de aparecer como una alternativa a lo que nos trajo hasta aquí, vería descender sus expectativas a guarismos que, a juzgar por las encuestas, rondan el 10%?

Se sabe que las encuestas electorales en Canadá son, más que una medición de la opinión pública, un mecanismo para condicionarla, pero aún así lo que muestra el mapa que ilustra esta nota, no es normal.

El miedo y la conservación como única estrategia

El 26 de enero publicábamos en Diálogos una nota de Karl Neremberg titulada Voting strategically means voting against your own interest en la que su autor analizaba ese viejo truco del sistema político canadiense que una y otra vez lleva a que los electores voten por candidatos en los que no confían para evitar el triunfo de otros a quienes rechazan más.

Como establecía Neremberg en el primer párrafo de aquella nota: «Strategic voting is not effective voting. In fact, it holds back the very progress that those who advocate for it are claiming they seek to protect. The monster called strategic voting has reared its ugly head yet again in Canada.»

En Diálogos hemos insitido, elección a elección, en los efectos nocivos para la democracia que tiene esa antigualla llamada First past the post y en cómo su asociación con el llamado «voto estratégico» contribuye a evitar que la izquierda tenga una votación acorde a su real peso electoral, al mismo tiempo que facilita que el Partido Liberal, una vez en el poder -y si tiene mayorías parlamentarias propias-, lleve adelante políticas que están siempre más a la derecha de lo que su propio electorado desearía.

Esta vez, el rechazo que genera el simplismo reaccionario y maleducado de Pierre Poilievre, asociado al temor a lo que pueda ocurrir con la política arancelaria de Donald Trump en la economía y el empleo, han hecho el milagro que la debacle del Partido Liberal de los últimos meses de 2024 mostraba como imposible.

Casi con seguridad, tras los malabarismos que animaron Parliamet Hill todo este invierno y han determinado un llamado a snap elections para el 28 de abril, Mark Carney, la versión más conservadora y pro-mercado del establishment liberal, de quien el común de los votantes no conocía siquiera el nombre tres meses atrás, será el nuevo Primer Ministro. ¡Lo hicieron otra vez!!

En esta misma edición publicamos un análisis de su libro de 2021, Values: Building a Better World for All, que nos permite acercarnos un poco más a Carney de lo que estaremos cuando lo veamos por TV. Vale la pena leerla -o acercarse al libro en cuestión-, porque la llegada al gobierno de un economista sin trayectoria política podría marcar un antes y un después en el modo en que se elaboran políticas públicas en Canadá.

¿De qué hablar entonces?

No habrá mucho de qué hablar en estas elecciones en las que el temor y la sensatez definirán un voto «estratégico» sin substancia ni sueños. Se anuncia que habrá sólo un debate entre los dos principales contendientes, uno en inglés y el otro en francés, con veinticuatro horas de diferencia, a mediados de abril, y eso, que minimiza el riesgo de que los candidatos cometan errores y muestren cartas que no debamos ver, no hará sino mostrarlos como la única alternativa posible.

No podría extrañarnos si esta vez se alcanzaran niveles mínimos de participación aunque la disputa parezca encarnizada. No lo es. Y habrá muy poco en juego.

Sucederá, en realidad, lo contrario de lo que el país necesita en el momento crucial que vive. Se necesita un debate en profundidad acerca de qué significa Canadá como nación y cuáles deberían ser los pasos que nos encaminen a modernizar y democratizar sus instituciones, pero quizás sólo tendremos declaraciones sin sustancia, recortes adicionales al presupuesto, una significativa baja de impuestos a las grandes empresas con la excusa de capear el temporal… Y más y más dinero malgastado en armas -por supuesto.

Porque si Donald Trump se permite negar la viavilidad de Canadá como entidad política independiente, no es sólo porque esté trastornado (que también), sino porque las elites gobernantes del país -a las que Carney pertenece aunque no haya incursionado en política hasta fecha reciente- no se han preocupado demasiado por la vigencia de cuestiones esenciales:

– la independencia real y la soberanía efectiva,

– la integración transversal de las economías de las provincias,

– la integración a la comunidad de las naciones con un talante respetuoso y sin aparecer una y otra vez como obediente furgón de cola de los EEUU,

– la promoción de la memoria colectiva y el sentido de pertenencia no en base a simbologías coloridas y realezas impostadas, sino sobre pilares de cohesión comunitaria, orgullo de ser, cultura compartida y justicia social.

Sobre eso sí, en Diálogos, seguiremos dialogando.

 

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