El sorpresivo desencuentro que acaban de protagonizar la Ministra de Economía de Canadá, Chrystia Freeland, y Justin Trudeau, deja heridas que no cicatrizarán fácilmente. Y probablemente el hasta ahora Primer Ministro será el que resulte más dañado.
Sin embargo, como ocurre con toda buena historia, ésta no comenzó ayer. .
La podríamos rastrear, y eso intentaremos hacer, hasta aquellos olvidados tiempos en los que el gobierno de la entonces Unión Soviética, en 1988, debió expulsar de su territorio a una veinteañera estudiante canadiense de origen ucraniano que no podía explicar muy bien qué estaba haciendo allí.
Pero no nos adelantemos, porque esto es muy complejo, y demorar los desenlaces tiene su encanto.
La saga del gobernador y la mujer tóxica
La imposición de aranceles con la que Donald Trump ha amenazado a Canadá y a México ha tenido incidencia tanto en la repentina renuncia de Freeland el lunes 14, cuatro horas antes de la presentación pública del presupuesto para 2025, como en lo que parecen haber sido sus razones.
Freeland supo ser los ojos y las manos -y quizás también buena parte del cerebro- de Justin Trudeau por casi 10 años. «Chrystia Freeland is a serious woman. She spent a decade at the right hand of an unserious man, Justin Trudeau» se podía leer en estos días en el portal estadounidense Politico, uno de los medios más respetados de la política norteamericana.
Pero la ex-Ministra no se limitaba a ser seria. Después de haber sido Encargada de Negocios con el Exterior desde 2015 hasta 2018 y haber tenido a su cargo al equipo que discutió los términos del T-MEC, fue Ministra de Relaciones Exteriores hasta 2021, y Ministra de Economía y vice Primer Ministra desde entonces.
Que esa mujer que durante casi una década ocupó lugares clave en áreas que abarcaban desde la OTAN al G7, desde las finanzas a la guerra, haya recibido vía Zoom la noticia de que su ciclo había finalizado debe haber tenido, al menos en su ánimo, los efectos de una cuchillada.
Por cierto, no es esa una forma elegante de echar a nadie y menos aún a quien ya se veía como jefa del Team Canada. El equipo que a partir de enero habrá de encontrar formas de neutralizar los nuevos aranceles, para luego comenzar a negociar un nuevo y previsiblemente desventajoso tratado comercial con los EEUU.
Los intereses que estarán en juego, algunos de los cuales la propia Freeland representa, son enormes. Y a nadie se le quita ese hueso de entre los dientes sin que reaccione.
Sin embargo, razones para quitárselo había. Porque a pesar de los apretadísimos lazos que Freeland ha mantenido desde siempre con quienes están a cargo del diseño de la política exterior de la Norteamérica anglosajona (nos excusamos de hacer la lista porque es interminable), el pésimo recuerdo que Donald Trump guarda de ella, debe haber sido decisivo en la urgencia con la que Justin Trudeau quiso hacerla un lado.
«Mas vale sólo -pudo haber pensado el Primer Ministro- que mal acompañado«. O quizás la idea le haya sido sugerida por el propio Trump en aquella cena de la que hablaremos luego.
Sea como sea, lo que importa y alarma es la poca madurez demostrada por quienes hasta hace 48 horas parecían estar gobernando juntos el país. Como anota Rick Salutin en nota que publicamos en esta misma edición: «Both Trudeau and Freeland have the same problem in their public role, I’d say: their personalities. Trudeau in his drama-teachery way and Freeland in a hedging, calculating quality. They’re both at ease in normal human contacts but that vanishes when a screen is involved.»
Tiempos difíciles
Los analistas pronostican que la guerra de aranceles dentro del T-MEC podría tener resultados poco menos que devastadores. Y aunque exageren cuando comparan lo que nos espera con un cataclismo, nadie en Canadá se atreve a ensayar una propuesta coherente.
Por fuera de la vaga y oscura esperanza de que si México se perjudicara, Canadá recibiría como compensación algún beneficio, no parece haber ningún plan.
Desde aquel malhadado vuelo del Primer Ministro a Mar-a-Lago, que tuvo como único resultado una cena en la que el anfitrión se encargó de humillar a su huesped, todo ha sido, cuando no guarango, vergonzoso.
Los integrantes del gobierno y una buena parte de la prensa han asumido que Donald Trunp bromea y que es mejor no contrariarlo. «Trump mocks ‘Governor Trudeau’ of ‘Great State of Canada’ titulaba el Globe and Mail al día siguiente, y agregaba: President-elect posts joke on Truth Social platform following Mar-a-Lago dinner, in which he suggested Canada should be the ‘51st state’«.
La broma se ha repetido desde entonces al menos 4 veces, por lo que no pudo sorprender que una vez conocida la renuncia de la Ministra de Economía, el futuro presidente expresara su satisfacción definiéndola como «esa mujer tóxica a la que nadie extrañará».
Una joven notable
La carta de renuncia de Chrystia Freeland no deja lugar a dudas acerca de sus intenciones. En la misma nota de Politico ya citada, se dice, con razón:
«Immediately following her announcement, there were rumors flying around that Trudeau, deeply unpopular as he is, might resign. He is done — whether in the coming days or by the next election. Freeland is too smart to not know that this chaos is how her move would play out. As for the letter itself, you don’t have to know anything about Canadian politics to appreciate the sight of a rhetorical rapier plunged straight in in the bright light of day«.
La ahora ex-ministra de Economía, desliza en su carta que ya no cuenta con la confianza del Primer Ministro, pero deja en claro que es ella la que no confía en él. Se burla de sus últimas decisiones en materia económica. Le reprocha no estar preparado para enfrentar el desafío que representa el nuevo escenario. Afirma que ella sí lo está. Y anuncia, sobre el final, que seguirá su carrera hacia lo que todos saben que ambiciona. El lugar que Justin Trudeau deberá dejar vacante.
La KGB, la central de inteligencia soviética, no se equivocaba cuando en 1988 definía a la por entonces joven de 20 años a quien estaban a punto de expulsar del país-, como «una personalidad notable, erudita, sociable, persistente y con una gran inventiva a la hora de alcanzar sus propósitos».
Por su educación (estudios de historia y literatura rusa en la Universidad de Harvard y una maestría en Estudios Eslavos en la Universidad de Oxford tras haber obtenido una Rhodes Scholarship), por su temprano desempeño como «activista» mientras proseguía sus estudios en la Universidad Taras Shevchenko en Kyev, por su desempeño como periodista primero en Ucrania e inmediatamente después en calidad de editorialista en el Financial Times, el Globe and Mail y la agencia Reuters, por haber incursionado en el ensayo con libros como Sale of the Century: Russia’s Wild Ride from Communism to Capitalism (2000) y Plutocrats: The Rise of the New Global Super Rich and the Fall of Everyone Else (2012), y por lo que fueron sus actividades de gobierno a partir de 2015, entre las que se cuentan la jefatura de las negociaciones del T-MEC con los EEUU y con México y el Comprehensive Economic and Trade Agreement con la Unión Europea, se puede decir que la preparación de Chrystia Freeland, su empuje, su experiencia y sus contactos a nivel internacional la ubican muy, muy por delante de quien hasta hace pocos días era -o creía ser- su jefe.
Y eso nos da una pauta de quién podría salir triunfadora de esto que por momentos adquiere la emocionalidad y la vulgaridad de las riñas callejeras.
No todo lo que reluce…
Se ha dicho que Chrystia Freeland es una Victoria Nulan en pequeño y podría haber en eso algo de cierto. Ambas comparten un aura de dura peligrosidad que las destaca, ambas están reconocidas en sus repectivos países como «hawkishs» alineadas con la industria militar y con sus intereses, ambas son declaradamente intervencionistas, y ambas, como es lógico, despiertan recelos y suspicacias de todo tipo.
Quienes hacen foco en los vínculos familiares de Freeland con colaboradores del nazismo durante la ocupación alemana de Ucrania, podrían estar siendo injustos, pero el hecho de que ella misma haya tratado de que esos vínculos pasaran desapercibidos, no la ayuda.
Episodios como el vivido hace pocos meses en Parlamient Hill, con parlamentarios de todos los partidos, el Primer Ministro y todo su equipo de gobierno, homenajeando y aplaudiendo de pie a un ex-combatiente ucraniano «antisoviético» que resultó ser un criminal de guerra nazi, la colocan inevitablemente bajo un manto de sospecha.
Sin embargo, no es eso lo que le ha valido las mayores críticas, sino su propensión, antes, durante y después de su pasaje por el Ministerio de Relaciones Exteriores, para embarcarse en cruzadas democratizadoras que tarde o temprano han resultado ser Golpes de Estado o conflictos armados cruentos y desgraciados.
En ese terreno, en realidad, Chrystia Freeland, a diferencia de Victoria Nulan, ha cosechado éxitos menguados. De Juan Guaidó no se tienen noticias; ninguno de aquellos presidentes latinoamericaanos a los que nucleó en el Grupo de Lima pudo permaneceer en su puesto más de un año; Jeanine Arias está todavía presa en una carcel de La Paz; en Ucrania todo hace pensar que aquello de «todo el tiempo que sea necesario» ha devenido letra muerta y derrota inevitable; cada día son más en el mundo quienes reconocen como genocida al régimen israelí que ella ha defendido con ardor.
Y para colmo de males, Donald Trump, que lidió con ella en 2017 y 2018 cuando se discutía el T-MEC, no quiere que se la pongan delante. No por haber sido buena negociadora, sino por lo que a juicio de quienes siguieron el proceso, fue manifiesta incompetencia.
Fue notorio que en aquella oportunidad Chrystia estuvo a punto de hacer naufragar el acuerdo y que si Canadá no quedó fuera se debió a las gestiones que Manuel López Obrador, apenas comenzado su mandato, realizó en su favor.
La ahora ex-ministra es brillante y parece incansable, pero como se dice habitualmentee, «no todo lo que reluce es oro».
Breve epílogo
Es muy posible que la renuncia de Chrystia Freeland, el momento elegido para presentarla, y los términos en los que fue redactada, sumada a la situación que Canadá enfrentará a partir del 20 de enero, provoquen la caída del gobierno de Justin Trudeau -que se sostiene a duras penas porque a nadie le conviene que caiga ya. Habrá probablemente un adelantamiento de las elecciones previstas para 2025.
Y si el gobierno del Partido Liberal no encuentra una llave mágica que lo saque del estado de postración intelectual en que se encuentra, o el NDP no encuentra una llave aún más mágica que lo rescate de una inexplicable vocación por la intrascendencia, deberemos resignarnos a un gobierno conservador (con todo lo que eso implica) y a un Partido Liberal que, ya sin cabeza, caerá en el regazo de Chrystia Freeland como caen las manzanas del árbol: porque no pueden hacer otra cosa.