Ecuador: elecciones insospechadas, geopolítica incierta y democracias cringe

En el futuro será conveniente habituarnos a utilizar términos que han estado hasta ahora alejados del vocabulario de las ciencias políticas, porque podrían ser de ayuda para definir situaciones que siendo al parecer anómalas, debemos, por alguna razón, aceptar como normales. .

 

Del resultado de la segunda vuelta de las elecciones en Ecuador, se puede decir que fue inesperado, imprevisible, impensado, inimaginable o sorprendente.Todas ellas palabras corrientes y de fácil comprensión que, como veremos enseguida, aplican perfectamente a lo sucedido.

Sin embargo, si hemos utilizado en el título de esta nota la palabra insospechado, es porque tiene una doble virtud. Por un lado, es un sinónimo de todas las anteriores y expresa exactamente lo mismo: nadie podría haber sospechado que Rafael Noboa fuera a ser electo con casi un 11% de ventaja sobre su rival, la tan sorprendida como nosotros Luisa González

Pero la palabra que hemos elegido tiene un segundo significado que también nos ayuda a dimensionar el resultado obtenido. Es insospechado porque parece ser insospechable. No se puede sospechar que ese resultado haya sido espúreo. No se puede o, para expresarlo de mejor forma, no se debe.

Porque ese resultado, por asombroso que nos parezca, ha sido aceptado ampliamente y ¿quiénes somos nosotros para dudar de la veracidad de aquello en lo que cree tanta gente?

La otra palabra cuyo empleo podría ayudarnos a la hora de referirnos a las democracias que comienzan a surgir aquí o allá a partir de ese tipo de elecciones que siendo insospechadas, nos dejan una sensación de incomodidad manifiesta o de cierta vergüenza ajena que no podemos definir bien, es cringe.

Lo excepcional, lo dudoso y lo malsano

Lo excepcional llama la atención independientemente de que sea o no cierto y lo primero que pudo habernos dejado perplejos o al menos en estado de sana duda es que el resultado de primera y el de segunda vuelta de Luisa González, hayan sido prácticamente idénticos.

La candidata de Revolución Ciudadana había alcanzado un 44% el 9 de febrero y obtuvo un 44.35 este 13 de abril. Ese 0.35 de diferencia entre ambas elecciones es algo que no había sucedido nunca en la ya larga historia de las segundas vueltas. Es estadísticamente no imposible pero sí altamente improbable. Y si bien todo sucede alguna vez por primera vez, a nadie se la había ocurrido -por razones que veremos a continuación- que fuera posible que sucediera precisamente ahora tamaña casualidad.

El Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik, el ala política de la Confederación de Nacionalidades Indígenas, que había logrado en la primera vuelta del 9 de febrero un modesto pero vital 5%. Pachakutik, que por sus propias características tiene votantes nada volátiles y muy disciplinados había acordado con Revolución Ciudadana una plataforma conjunta y había llamado a sus votantes a respaldar a Luisa González, por lo que se descontaba un triunfo suyo -quizás ajustado, pero razonablemente seguro- en la segunda vuelta.

Eso es precisamente lo que auguraban nueve de diez encuestas, un dato adicional nada menor. Sin embargo, sabemos que Daniel Noboa finalmente triunfó con un contundente 11% de diferencia, por lo que aunque sea sólo como curiosidad vale que nos preguntemos ¿qué es lo que normalmente sucede en estos casos?

El sociólogo y periodista argentino Atilio Borón en Página 12 respondió esa pregunta con números que parecen incontrastables:

Si analizamos la experiencia latinoamericana en la materia veremos como, invariablemente, los dos contendientes en cualquier balotaje aumentan su caudal electoral. En Argentina, la segunda vuelta de la elección presidencial del 2023 muestra que Javier Milei, que en la primera había obtenido un 29.9 % de los votos saltó hasta un 55.6 % en el balotaje, mientras que Sergio Massa pasó del 36.6 al 44.3 %. En Chile, en 2021, Gabriel Boric que en la primera vuelta había sido derrotado por José A. Kast (27.9 contra 25.8 % de los votos) logra “dar vuelta” ese resultado y triunfa en el balotaje con 55.9 contra 44.1 % de Kast. Lo mismo ocurrió en las presidenciales colombianas del 2022: Gustavo Petro se impuso en la primera vuelta con 40.3 % de los votos, mientras que el ultraderechista Rodolfo Hernández terminaba lejos, con 28.1 %. Pero en el balotaje Petro subió hasta llegar al 50.4 y su rival creció casi veinte puntos hasta llegar al 47.3 %. En Uruguay, a finales de 2024 el frenteamplista Yamandú Orsi se impuso en la primera vuelta con 43.8 %, contra 26.8 de Álvaro Delgado, del Partido Nacional, pero en el balotaje éste sumó veinte puntos porcentuales más y llegó al 48 %, insuficientes para derrotar a Orsi que se empinó hasta el 52 %. Y volviendo en Ecuador, en la elección de agosto del 2023 Luisa González obtuvo la primera mayoría relativa con 33.6 % contra 23.4 % de Daniel Noboa. En el balotaje Noboa sumó casi treinta puntos más y finalizó ganador con 51.8 % prevaleciendo sobre Luisa González, que creció, pero no lo suficiente, alcanzando el 48.1 %.

Los antecedentes nos dicen que la aceptación acrítica del resultado electoral del 13 de abril podría ser poco inteligente, pero no nos explican el por qué la realidad final ha sido tan diferente a la esperada.

Todo tiene -o debería tener- una explicación

Si atendemos a las cifras que recoge Atilio Borón y nos quedáramos sólo con ellas podríamos llegar a afirmar que en Ecuador ha habido un fraude. Pero que siempre las cosas sucedan de un modo razonable no implica que alguna vez lo increíble no pueda abrirse paso y transformarse en realidad.

Pudo haber sucedido que los seguidores de Pachakutik, en un súbito arranque de independencia programática colectiva casi unánime, hayan decidido votar a Daniel Noboa a pesar del rechazoque habitualmente sienten por él y desconociendo el acuerdo alcanzado entre su organizacióna y la candidata de Revolución Ciudadana.

O también pudo haber sucedido que mientras ese 5% de votantes de Pachakutik votaba a Luisa González, tal como se esperaba, un número casi idéntico de seguidores de Revolución Ciudadana decidiera abandonarla, Dios sabrá por qué razones.

Incluso podríamos especular con que se hayan efectivizado ambas situaciones, y que el número de unos y otros haya estado absolutamente equilibrado… Aunque justo es reconocer que sólo un milagro estadístico podría determinar esa coincidencia

Por último, también podríamos hacer foco en el cúmulo de irregularidades verificadas antes, durante y después de los comicios. Hubo una candidatura dudosamente ajustada al marco legal, hubo dinero del Estado utilizado para promover al candidato oficial con una largueza y una generodidad inusuales, se suspendieron las garantías constitucionales y se conoció el arribo de mercenarios estadounidenses diz que para combatir el narcotráfico pocas horas antes del inicio del acto electoral, etc. etc. etc.)

Si hiciéramos demasiado hincapié en esas anomalías podríamos llegar a la conclusión de que aunque no hubiera existido un fraude, sí cabe cuestionar la legalidad de todo el proceso. Después de todo, no se puede hacer cualquier cosa en una república; no todo vale en una democracia. Hay parámetros éticos que marcan lo que puede y lo que no debe hacerse.

Sin embargo, es sintomático que una vez conocidas las cifras finales, por absurdas que puedan parecernos, por «inesperado, imprevisible, impensado, inimaginable o sorprendente» que nos resulte el triunfo de Daniel Noboa, hubo muy pocas voces, dentro o fuera de Ecuador, que expresaran dudas. Al menos en público.

Gustavo Petro, es cierto, se mostró renuente a aceptar el resultado en un primer momento y Luisa González pidió un recuento de los votos, sin que el organismo electoral se lo concediera. Pachakutik, contrariamente a lo esperable, reconoció el resultado casi de inmediato. Y no hubo prensa mainstream o presidentes regionales del signo político que fueran que se rasgaran las vestiduras o revivieran algunos de los argumentos o las amenazas que esgrimieron a diestra y siniestra cuando el resultado de las elecciones en Venezuela no resultó convincente.

Democracias cringe

Lo que sucedió tiene una explicación -todo la tiene- aunque se nos escape o demoremos en encontrarla. Daniel Noboa (nacido en Miami, para más inri) gobernará los 4 años que debe hacerlo a no ser que ocurra algo que le impida terminar su mandato, cosa que en el país ocurre con no poco frecuencia. No comienza bien, pero eso no quiere decir nada y no necesariamente augura lo peor.

Como decíamos, el resultado del 13 de abril es insospechado, en el doble sentido de esa palabra que propusimos al principio de estas reflexiones. Porque nadie pudo haberlo sospechado y porque no parece haber mucha gente interesada en expresar sospechas de fraude. Porque no lo hubo o porque resulta conveniente -por la razón que fuere- que todos aceptemos que todo ha sido normal.

Observando Ecuador desde lejos, ignorando muchos de los infinitos detalles de la urdimbre de su política interna y el modo en que ésta se entreteje con un reordenamiento geopolítico en crisis profunada, hay algunas preguntas que quedan en el aire: ¿Hubo en este caso un quid pro quo regional conducente a realinear países latinoamericanos con los EEUU con vistas a un conflicto a gran escala con China? ¿Resultaba viable que un país que tiene por moneda oficial el dolar estadounidense se alejara unos pocos centímetros de su órbita de influencia? ¿La proyectada base militar estadounidense en Galápagos -que penderá como una espada de Damocles sobre el puerto de Chankay y sobre la nueva ruta comercial Chankay-Shangai, pudo haber sido lo que en última instancia definió el resultado?

Las respuestas, por supuesto, no están a nuestro alcance, y nos las dará el tiempo.

Pero lo que sí parece claro tras lo ocurrido, es que la democracia en Ecuador ha entrado a formar parte de esa categoría de «democracias cringe», que también integran Argentina, los EEUU o El Salvador (como casos extremos).

No por casualidad la edición latinoamericana de El País del 20 de abril que titulaba su nota central «Milei, Bukele y Noboa: el acorazado de Trump en América Latina», hacía notar que la administración Trump ha colocado ya una pica en América Central, en el Cono Sur y en la región andina.

Deberemos habituarnos a esto. Regímenes originados en apoyos populares más o menos ciertos pero que tienden al abuso del poder que se les otorga. Regímenes que entran en relación simbiótica y obscena con el tecnofeudalismo en alza. Regímenes que sin ser dictaduras y cumpliendo en apariencia -y sin esforzarse demasiado- con las formalidades de rigor, «nos hacen cringe».

 

 

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