Para quienes seguimos de cerca la peculiar y en ocasiones letárgica política canadiense, el triunfo por un 42% de los conservadores en las by-elections de St.Paul-Toronto marca un parteaguas previsible pero aún así sorprendente. La suerte del Partido Liberal y de su lider para las elecciones generales de 2025 ¿ya está echada? .
St.Paul-Toronto es un distrito cuyas características demográficas y socioeconómicas lo transformaron, a lo largo de las tres últimas décadas, en una «plaza fuerte» liberal, al punto de que había resistido con suerte la marea naranja del NDP en 2011, con un 41% de la votación total.
A partir de 2015, con la festiva y celebradísima llegada de Justin Trudeu al gobierno federal, cuando su partido obtuvo en St. Paul el 55% de los votos, el porcentaje de adhesión había descendido elección a elección, pero se mantuvo siempre en términos más que aceptables: 54% en 2019 y 49% en 2021.
El Partido Conservador, en tanto, se resignaba a un lejano segundo lugar con resultados que en ningún caso superaron el 27% que había conseguido en aquel 2015. Obtuvo un magro 22% en 2019 y debió conformarse con un pobre 25% en 2021.
El NDP y el Partido Verde, mientras tanto, mantuvieron durante los últimos años cifras que, sumadas, estaban levemente por encima o algo por debajo de la votación conservadora (16% + 7% en 2019 y 17% + 6% en 2021) pero se desplomaron en esta oportunidad a un 11% y 3% respectivamente.
En síntesis, el Partido Conservador aumentó sus caudal de votos en el distrito de 25% a 42% en poco más de 3 años y en el mismo período la suma de Liberales, NDP y Verdes, disminuyó del 72% al 55%.
Si bien es muy común que cuando el Partido Liberal corre el peligro de perder una elección frente al Partido Conservador, gane votos a expensas de los partidos que se encuentran a su izquierda, esta vez parece haber ocurrido algo muy diferente: los apoyos que perdieron esos dos partidos no parecen haber ido a la canasta liberal o, si fueron, han sido muchos los votos liberales que esta vez se trasladaron hacia su derecha.
Existe otra posibilidad y es que hayan concurrido menos votantes a las urnas y que los más desmotivados hayan sido los más próximos a la izquierda. Cada una de estas posibilidades es más preocupante que la otra.
Sea como sea (y esa duda la aclararán pronto los especialistas) lo que ha ocurrido en St. Paul-Toronto es un claro viraje hacia el conservadurismo -y quizás más allá- de un electorado que tanto por su edad como por su ubicación socioeconómica, parecía bastante inmune a propuestas de ese tipo. Ya no lo son.
Este ascenso de las derechas clásicas en alianza explícita o implícita con las alt-rights de nuevo cuño es un fenómeno que se vive en Europa con particular intensidad, que ya vimos en los EEUU, que está haciendo estragos en algunos países de América Latina, y que habrá que mirar con la debida atención porque Canadá, pese a lo que piensan muchos, no es una isla.
Como anotaba Sam Routley, de la Western University en The Conversation apenas conocidos los resultados:
The byelection’s results can be effectively interpreted as a referendum on Trudeau’s leadership and the effectiveness of the Liberal administration he manages.
Both the Liberals and Conservatives framed the vote this way, positioning themselves as the representatives of either continuity or change. As such, they demonstrated the scope of Canadian’s growing discontent, pervading sense of malaise and desire for change.
The result suggests that even the Liberal party’s most reliable base of voters — urban, wealthy, educated and socially progressive — were themselves prepared to signal the need for something new.
The reality is the Liberals have struggled to inspire public confidence when it comes to a range of economic and social problems that affect the day-to-day lives of Canadians, including those in cities: stagnating economic growth, unaffordable homes, inflation, a difficult cost-of-living environment, growing unemployment, open drug use and an increase in violent crime.
Trudeau’s unpopularity pertains not only to the government’s actual management of these issues, but the fact that the Liberals have been unable to articulate convincing reasons about why they should stay in power for the foreseeable future.
Many of their recent policy initiatives — including a national pharmacare program, increased capital gains tax and a Renter’s Bill of Rights — have failed to capture public attention.
Similarly, the government’s cascading range of attacks on the Conservative opposition — its own limited policy solutions, inevitable austerity, problematic stances on women’s rights and associations with the alt-right, to name a few examples — have failed to slow the Conservative Party’s momentum.
(….)
All indicators suggest the Liberals are headed towards a generational seismic defeat, repeating their performances of 1958, 1984 and 2011. Canadian political history indicates that this isn’t the end of the line for the Liberal party itself but, rather, the low point of a cycle.