Canadá debe enfrentar la amenaza existencial que representa para el país la segunda presidencia de Donald Trump y la «guerra de aranceles» planteada desde USA en condiciones que no podían ser más inciertas. Con un gobierno federal a la deriva, una oposición titubeante cuando no complaciente, y gobiernos provinciales que tironean hacia lugares diferentes. Cabe pensar que no han entendido la gravedad de la situación que enfrentan. .
Un resumen apresurado
Apresurado tiene más de una ascepción en nuestro idioma, pero todas están relacionadas con urgencia o con estar bajo presión, y es ésta última la que nos cabe. Apresurémonos entonces… y miremos a nuestro alrededor.
Liberales en búsqueda de una idea
Del primer Primer Ministro no se puede esperar demasiado. La decadencia lenta pero sostenida de su imagen lleva ya diez años procesándose, pero a él parece haberlo tomado por sorpresa en el momento menos indicado. Se va y eso es casi lo único que hoy sabemos de él.
Al partido de gobierno le restan pocos meses para entregar el poder pero aún debe definir su liderazgo.
En la presentación de su candidatura, Mark Joseph Carney mostró que los banqueros famosos también pueden carecer de ideas -aunque sin ellas también se triunfa si las condiciones son las adecuadas. Christia Freeland es la mas preparada para dar el zarpazo, aunque esta vez quizás le toque arañar sólo el aire. Karina Gould se ha asomado a la contienda sin que se pueda preveer a cual de los otros candidatos pretende dañar.
Conservadores en búsqueda de subalternidad
El candidato del Partido Conservador, al que todas las encuestas presentan como seguro vencedor en la próximas elecciones -que cada día están más próximas aunque aún no sabemos cuándo tendrán lugar- se propone enfrentar una guerra arancelaria que podría llevarse puesta la economía del país repitiendo el sonsonete de «axe the tax».
Que ni Pierre Poilievre ni su equipo de campaña asuman que ante la nueva realidad deberían al menos cambiar de slogan, demuestra una incapacidad que no por conocida deja de ser sorprendente.
Y no deberíamos olvidar que a un sector nada despreciable de ese partido, la idea de ser un anexo de los EEUU no le genera mayor reechazo. Históricamente, el orgullo de ser subalternos de un imperio forma parte de su ADN identitario. Pasar de sentirse pajes de la reina a ser gobernadores de un «Estado Libre Asociado», como Puerto Rico, no les caería mal.
La izquierda en búsqueda de una identificación
Jagmeet Singh, no ha coseguido -desde que en 2017 asumió el rol de lider del NDP-, hacer que su partido capitalice, en términos de electorado, el sostenido declive liberal. Han sido 8 años de intentos tan tímidos como infructuosos. No se entiende bien por qué, pero parece ser eterno.
Ni oponiéndose ni cogobernando han podido los suyos despegarse de la idea -acertada pero poco feliz- de que flotar sea el mejor modo de no hundirse.
El no hacer olas con ideas demasiado arriesgadas o pecaminosamente «left wing», se les ha hecho costumbre y aunque éste podría ser el momento para que el NDP planteara una posición firme frente a Trump, al menos desde el punto de vista discursivo -que siempre es algo- no se nota que algo los urja.
Pasada esta próxima campaña, quizás dejen de mirarse en el espejo del Partido Demócrata y se decidan a buscar en las viejas alforjas una identidad de izquierda con los pies en la tierra.
Premiers en búsqueda de un país
Desde Alberta llega el aroma denso a tar sands que bajan desde el norte y a dólares que fluyen desde el sur y Danielle Smith ya imagina lo hermoso que sería ser el 51º Estado de la Unión, mientras en las reuniones del Team Canada, los intereses de cada una de las otras provincias no parecen ser del todo compatibles con los intereses de las otras y la búsqueda de un denominador común, que sería el rol del gobierno fededral, está supendida a la espera de que exista un gobierno.
Mientras tanto, más allá de una tibieza estratégica que podría ser razonable en otro contexto pero puede ser totalmente insuficiente en éste, no se percibe gran cosa.
A partir de mañana
Cantaba Alberto Cortez hace muchos años: «A partir de mañana debería aceptar que no soy el más fuerte. Que no tengo valor ni pudor de ocultar mis más hondas heridas.» y quizás, para Canadá, de eso se trata.
Saber qué le falta, qué nunca tuvo. Por qué ha confiado tanto en ser la excepción.
Estamos redactando este Editorial, apresuradamente, el 19 de enero mientras en Gaza liberan a las 3 primeras rehenes y 90 prisoneras de Israel salen de una prisión y vuelven a otra, en ruinas pero digna. El mundo es por ese sólo hecho levemente mejor.
Sin embargo, que el día de mañana, 20 de enero, un Joe Biden agotado y no muy en sus cabales le entregue el mando a un Donald Trump que llega al poder acompañado por billonarios ávidos y por incompetentes notororios, no augura lo mejor. Ni para el mundo ni, por cierto, para Canadá.
Como apunta James Magnus-Johnston, investigador de McGill University en nota que publixamos en esta misma edición:
«The stakes are clear. Canada retains considerable strengths — stable institutions, abundant resources and an educated population — but these assets alone are insufficient to overcome a deeper crisis of purpose.
The country must either forge a renewed identity that acknowledges contemporary realities or capitulate as its southern neighbour rises to the occasion instead».Ubiquémonos entonces en el mañana que tanto dará qué hablar.
Por supuesto, nadie espera que lo que Donald Trump ha asegurado que hará desde el primer día de su mandato, se cumpla a rajatabla. No se caerá el cielo sobre nuestras cabezas de una vez y para siempre.
El arancel del 25% a todas las importaciones que llegan a los EEUU desde Canadá y México no entrará en vigencia de inmediato. Posiblemente se implemente de forma escalonada y en no todos los productos. Y por lo tanto las respuestas podrán estudiarse e implementase a medida que se consumen -o no- los hechos.
Pero no es la demora o la tibieza en las respuestas todo lo que debería preocuparnos. Eso importa, pero es algo comprensible si se tiene en cuenta el momento político de país, su oscura historia de colonia afortunada, y el carácter inestable y nada predecible de quien -guste o no- estará al mando de esta parte del mundo mientras se lo permitan.
Lo realmente decepcionante es el tono plañidero y autosacrificial con el que se pretende reponder. Y el hecho de que todo parezca circunscribirse a «si ellos nos hicieran esto o aquello nosotros les deberíamos responder de tal o cual manera para apaciguarlos, para demostrarles que están equivocados y que deberían amarnos más.».
Como si no hubiera vías de escape al encierro en una relación abusiva y tóxica. Como si todo debiera empezara y terminar en el vínculo exclusivo con un amante que aprieta los puños y amenaza con ser brutal.
Como si no fuera más promisorio unir esfuerzos con un socio más confiable y que padece los mismos problemas, como México, que esperar a que a nosotros se nos trate mejor porque nos parecemos más al golpeador y hablamos su idioma.
Como si no se pudiera mirar hacia América Latina, Asia y Africa con otra mirada diferente a la del colonizador blanco que todo lo sabe y todo lo extrae.
Como si Europa no existiera para algo mejor que para auspiciar guerras ajenas, enviar dinero y armas para que otros maten y mueran, o imaginar tontamente que somos Emily in Paris.
No hace falta dar el portazo ya, pero afuera está el mundo.