Violencia, cultura, y justicia desquiciada. La ejecución de un gerente

La ejecución en plena calle de un hasta entonces ignoto CEO de una de las empresas de seguros de salud más crueles del ya cruel sistema de salud estadounidense, tiene una importancia minúscula si se la compara con las tragedias reales que enlutan al mundo. Cualquier niño de los muchos asesinados o mutilados en Gaza, por ejemplo, importa más. Vale más. Sin embargo… .

 

Sin embargo, muchas de las aristas de lo sucedido en New York cuando Luigi Mangione descerrajó tres balazos sobre uno de los responsables de la aseguradora UnitedHealthcare, concitan no sólo la curiosidad y el morbo que todo hecho de violencia suscita socialmente, sino que nos abren una ventana a paisajes temáticos más interesantes.

La personalidad y las características familiares del autor del homicidio, lo odioso y cuestionable de las actividades de la víctima, el momento y el modo elegido para el crimen, el manifiesto de apenas 260 palabras con el que Luigi Mangione justificó lo que hizo, sería suficiente para despertar una razonable curiosidad. Pero no mucho más.

En resumidas cuentas, un joven de 26 años, heredero de una familia de enorme fortuna, educado en una de las universidades más prestigiosas de esa America que tanto valora esas cosas, y cuya vida transcurre entre San Francisco y Honolulu, asesina fríamente, a plena luz del día, a uno de los principales responsables de una de las instituciones privadas en las que se toman las decisiones que impiden que millones de personas de todas las edades accedan a la atención médica que necesitan y merecen, encareciendo los servicios médicos al punto de hacerlos un privilegio para pocos, mientras se enriquecen -las instituciones a las que pertenecen y ellos mismos- del modo más obsceno. Punto. De eso se trata. Un ajusticiamiento.

El manifiesto que apareció en la mochila del sospechoso -y del que durante días sólo se dieron a conocer frases sueltas- sumado a las tres palabras escritas en las balas que ocasionaron la muerte de la víctima: Delay, Deny, Depose, relacionadas con las argucias que utilizan las empresas de seguros médicos para negar el pago de los servicios (en el caso de UnitedHealthcare, son rechazadas el 32% de las solicitudes presentadas), no dejaron lugar a dudas.

La intención del asesintato, a diferencia de otros que suceden en los EEUU prácticamente a diario, tenía un componente de indignación y de búsqueda de justicia social indisimulable.

Lo que ha marcado la diferencia con otros hechos de violencia a los que la sociedad estadounidense debería estar más que acostumbrada, es el apoyo expresado por cientos de miles de personas que no sólo justificaron la ejecución, sino que incluso la celebraron, adjudicándole a Mangione, durante tres o cuetro días, la calidad de héroe.

Renunciarás a toda justicia

El británico Eric Hobsbawm, uno de los historiadores más respetados del siglo XX, dedicó su libro Bandits a analizar el rol histórico de la figura de lo que él llamó «bandidos sociales» a lo largo de los últimos 500 años, en todo el mundo.

Hobsbawm basó su análisis principalmente en baladas, poesías, viejas narraciones orales devenidas con el correr del tiempo en ficción literaria, que daban cuenta de las vidas y las hazañas de personajes que, en entornos rurales y alejados de los centros urbanos de poder, habían hecho justicia por propia mano en algún momento de sus vidas.

A partir de entonces, obligados por las circunstancias a llevar una existencia al margen de la ley, y asociados a otros que vivían circunstancias similares, llegaban a ser, en ocasiones, protagonistas de levantamientos populares, revoluciones y revueltas.

No porque sí la primera edición de Bandits, de 1969, lucía en su tapa una de las pocas fotografías conocidas de Pancho Villa, que dejó su hogar en la adolescencia tras haber matado al hijo de un terrateniente que había violado a su hermana, devino por imperio de la necesidad en salteador de caminos, y terminó comandando el glorioso Ejército del Norte durante la Revolución Mexicana.

Una de las principales conclusiones a las que arriba Hobsbawm en su estudio, es que esos personajes en parte reales en parte míticos, eran necesarios y fueron posibles en territorios rurales en los que el Estado estaba ausente. No llegaba en su función de proveedor de justicia (cuando mal o bien estaba dispuesto a cumplirla) ni en su calidad de represor de aquellos que, sobrepasados por las injusticias, intentaban hacer justicia por sí mismos.

(Un esclarecedor ejemplo de situaciones de ese tipo, lo podemos apreciar en Cien Años de Soledad cuando en el capítulo 7 de la versión recién estrenada en Netflix, Aureliano Buendía deja la seguridad de su hogar, su vida de viudo doliente, y su vocación de orfebre, para adentrarse en el torbellino de acaudillar una revolución que restaure en Macondo el paraíso pre-estatal perdido -y que, llegado el momento, lo llevará a enfrentar el pelotón de fusilamiento).

A finales del siglo XIX y principios del XX, nos dice Hobsbawm, como consecuencia de innovaciones técnicas como el telégrafo o los ferrocarriles, que extendieron el brazo del Estado a todos los confines de un territorio dado, y en el marco de la colonización europea de aquellos territorios todavía «salvajes», la existencia de aquellos bandidos, se hizo en todas partes insostenible.

Luigi Mangione, un no-bandido fuera de tiempo

La simpatía en las redes sociales que provocaron durante los primeros días Luigi Mangione y su decidido intento de hacer justicia, podemos estar casi seguros, no durarán mucho.  Difícilmente generen precedentes. No serán motivo de cambios significativos en el modo en que se gestiona la salud en los EEUU.

Y no hacen ni harán de él uno de aquellos bandidos que inspiraron narraciones que se trasmitían en voz baja alrededor del fuego, o baladas que los trovadores llevaban de pueblo en pueblo, inspirando la revuelta.

“The visceral response from people across the country who feel cheated, ripped off, and threatened by the vile practices of their insurance companies should be a warning to everyone in the healthcare system,” le dijo la senadora demócrata por Massachusetts Elizabeth Warren al cronista del Huffington Post que la entrevistaba, y por si hacía falta agregó: “Violence is never the answer, but people can only be pushed so far,”.

La reacción no se hizo esperar, por supuesto, porque los tiempos han cambiado y la prensa dejó de ser aquella que encontraba su razón de ser ahondando en las causas de lo que sucedía.

Vivimos tiempos en que un periódico como el New York Times le indica a sus columnistas que no incluyan más imágenes de Mangione en sus notas, porque ya no es necesario y porque resultan inconvenientes.

Es blanco. bien parecido, educado y rico. Se le nota en la cara que se formó en la confianza en si mismo. No tiene el tipo acorde a la imagen que se espera ver de un criminall. Y para que desaparezca rápidamente en el fárrago noticioso que nos inunda, y para que no corramos el riesgo de que se transforme en mal ejemplo o en mito, será mejor dejar de verlo.

Pero además… quizás no es precisamente esa transformación -improbable- en mito inspirador lo que Luigi Mangione buscaba cuando ejecutó a un gerente desprevenido. Quizás sólo aspiraba a reencarnar otra figura central de la cultura norteamericana.

Del triunfo del self-made man al fracaso del lone ranger

En 1945, a su retorno del Pacífico Sur en donde había servido durante la guerra, Nicholas Mangione, el abuelo de Luigi, nacido en la pobreza, hijo de inmigrantes italianos y huérfano desde sus 11 años, decidió dedicarse a los negocios. Y tan bien le fue que cuando en la década de los ’70 se sintió discriminado en el club de golf de Baltimore al que pertenecía, se compró uno. Y otro más pocos años después.

Por supuesto, no fue con sus clubs de golf con los que Nicholas hizo su fortuna. Las inversiones que lo sacaron de la pobreza y lo transformaron en un potentado en tan poco tiempo abarcaron desde los emprendimientos inmobiliarios, a los medios de información o las residencias para ancianos. Y cuando en algún momento las malas lenguas lo vincularon con la mafia, un viejo amigo suyo, de la estirpe de los Pelosi -y primo de Nancy-, lo defendió con palabras que no despejaron del todo las sospechas.

«Nick Mangione is foremost identified as a family man. That’s his calling card even before he became a successful businessman. He is maybe a little rough around the edges and maybe with an aggressive personality, but a man with a big heart (…) He earned his success the hard way.»

Existen dos mitos fundantes de la cultura sociopolítica norteamericana y de lo que se conoce habitualmente como «american dream». Uno es el que Nicholas encarnó hasta su muerte en 2008 y que su amigo resumía bien: el del self-made man, los hombres que se ganan el éxito por sí mismos, aunque para ello deban en ocasiones ser un poco rudos. Tener un gran corazón y haber alcanzado la cumbre, los disculpa y los transforma en los ejes ejemplares del sistema.

El otro mito, es el que de algún modo ha sido encarnado por su nieto Luigi: el del Lone Ranger.

La idea del hombre que, a contrapelo de las leyes que lo constriñen y no le permiten hacer la justicia en la que con o sin razón cree, descarta lo colectivo porque se siente por encima de los demás, se aisla de quienes padecen las injusticias porque cree que sólo así es posible combatirlas, se enmascara, se sube a un caballo blanco y actúa -y si debe matar, mata- por su cuenta. Con la gloria de las grandes producciones.

El Lone Ranger es también, y a su modo, un self-made man y la contracara necesaria del American Dream. El personaje que cabalga en soledad para desfacer los entuertos del sistema.

Ese personaje es lo opuesto al bandido de las viejas historias. No busca ayuda ni cobijo entre las gentes del vulgo ni convoca alrededor suyo a los desvalidos, como el arquero de Sherwood. No está llamado a incorporarse a la Historia colectiva, como Villa, por haber llevado la necesidad de justicia a la categoría de política liberadora.

No mejora el mundo porque su justicia está desquiciada en el sentido etimológico del término. Está fuera de quicio. No se sustenta en nada y, en el caso de Luigi, termina siendo víctima del sonambulismo americano cuando por caminar solo, cae en su propia trampa.

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador, activista por los derechos humanos,y el desarrollo sostenible, y diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online