Están allí. Son un misterio a develar. Insondables, pero visibles para quien los busque y quiera verlos. Son, al día de hoy, más de 8.000.000 de personas que en 2020 votaron al Partido Demócrata y le dieron el triunfo pero esta vez decidieron, por alguna misteriosa razón que intentaremos desentrañar, no votarlo. .
Nota: las cifras y los porcentajes que se manejan en esta nota correspondel al día de su publicación (7 de noviembre). Han variado a medida que se iba avanzando en el escritinio, pero esa variación no invalida ni el razonamiento ni las concluisiones.
En el marasmo de noticias no siempre creíbles, encuestas y pronósticos minuciosamente desacertados, pormenorizados análisis de la anécdota más trivial, asesinatos fallidos, relativa paridad de los porcentajes y contundente disparidad de votos electorales, megamillonarios que desean hacer historia y saltan sobre un escenario, votos latinos que saltan de un lugar a otro, votos de negros desilusionados, o votos de mujeres que temen perder sus derechos reproductivos, hay datos que pudiendo ser cruciales; se pierden.
Y envueltas en ese fárrago informativo con el que EEUU transforma cada 4 años sus elecciones en un espectáculo a la vez formidable y penoso, hay cifras que se suelen pasar por alto, aparentemente poco importantes, pero que podrían ser la punta de un hilo a partir del cual desmadejar el entuerto.
Por esa razón y dado que en todas partes se pone la atención en los porcentajes de votos obtenidos por cada candidato (algo fundamental, por supuesto), en Diálogos intentaremos ver el mismo fenómeno, pero desde otra perspectiva: la de los votos ganados o perdidos por los candidatos y por cada partido respecto a la elección anterior.
En las elecciones celebradas en los EEUU el 5 de noviembre, Donald Trump se alzó con un triunfo que según nos cuentan fue resonante. Obtuvo al día de hoy (8 de noviembre) el 51% de los votos (lo que no parece demasiado), y una holgada mayoría -295- del Colegio Electoral. Ese porcentaje representa aproximadamente 76.000.000 votos, vale decir un 2% más que en 2020. Anotemos en nuestra mente este dato, que no es menor y pasemos a otro, que lo es menos.
De acuerdo a los datos registrados a la fecha, Kamala Harris logró el apoyo de algo más de 73.000.000 de personas. Eso corresponde, aproximadamente, al 48% del total de votos emitidos y a sólo 226 votos en el Colegio Electoral. Votaron a Kamala Harris un 13% menos de personas. 8.000.000 menos que las que habían acompañado en 2020 a Joe Biden -81.000.000. Una cifra muy similar a la de los votantes de Hillary Clinton en 2016.
La derrota del Partido Demócrata y de su candidata, por lo que podemos ver, no se debe a que haya habido un trasvase de votos hacia Trump, sino que se trató de un drenaje desde filas demócratas hacia la nada.
Idas y venidas de los votos insondables
A sólo dos días de finalizado el ciclo electoral las cifras que se manejan son aún provisoras y podrían cambiar -aunque no significativamente-, pero para analizar la pérdida neta de más de 8.000.000 de votos experimentada por el Partido Demócrata -pérdida que de no haberse producido podría haberle permitido alcanzar un triunfo amplio y rotundo sobre los republicanos-, deberemos retroceder hasta 2016. El año en que Hillary Clinton se enfrentó a un Donald Trump en cuyas posibilidades de éxito electoral nadie creía.
En 2016 el Partido Demócrata, en cierto modo aletargado por la aparente ventaja que su candidata tenía sobre Trump, pero también desmotivado por la poca empatía que ella misma generaba, alcanzó una votación de 66.000.000 y aunque resultó mayortitario por poco margen en el llamado voto popular, no alcanzó los votos electorales necesarios.
Cuatro años después, en 2020, tras una administarción republicana plagada de autoritarismo, racismo, balandronadas, xenofobia, desaciertos en el manejo de la pandemia y violencia, y aunque Trump tuvo un aumento en su votación de un 18% (pasando a 74.000.000), el Partido Demócrata, intensamente movilizado en su contra y con una fuerte participación juvenil, tuvo un aumento aún mayor. Ese aumento, del 23%, le dio a Joe Biden no sólo el mayor voto popular de la historia estadounidense (81.000.000), sino la presidencia que hasta entonces siempre le había sido esquiva.
Han pasado otros cuatro años desde entonces y nos encontramos con que el primer presidente de la historia de los EEUU que enfrenta procesos criminales en su contra, que ha llevado adelante una campaña basada en el odio, el resentimiento y el negacionismo, que sostiene una agenda de políticas que podrían colocar a su país en una senda reaccionaria de difícil retorno, y que ha elegido como vicepresidente y probable sucesor a alguien como JD Vance, que quizás sea peor que él, aumenta apenas un 2% de sus votantes respecto a 2020, pero aún así alcanza un triunfo resonate.
¿La razón? Que 8.000.000 de personas prefirieron no votar a nadie (o votar a minúsculos terceros partidos como el Verde, de Jill Stein, que no ha llegado al 0.4 de la votación total) antes que volver a darle el triunfo al partido Demócrata -que perdió el voto popular por primera vez en dos décadas y que, como aquella «mujer al borde de un ataque de nervios» de Almodovar, deberá preguntarse con seriedad qué es lo que ha hecho tan mal para merecer ésto.
Scapegoats y razones de fondo
Como decíamos antes, la pérdida neta y brutal de votos del Partido Demócrata es un dato al que la prensa le ha prestado hasta ahora muy poca -casi nula- atención. Y falta de mejores explicaciones, quienes deseamos comprender lo que pasó, deberemos ensayar las nuestras.
En America, en su cultura popular y en su prensa mainstream -que alimenta con el mismo tipo de razonamiento a la prensa seria y razonable urbi et orbi- siempre hay un modo de explicar todo lo que haya salido mal. Encontrar al culpable. El scapegoat. El cabeza de turco que cargue con las responsabilidades.
En este caso, los culpables son múltiples y variados.
Hemos seleccionado dos párrafos de la columna de Político Trump Got Away With It — Because of the Biden Administration’s Massive Missteps porque por un lado admite que existió una instisfacción de los electores con la administración Biden-Harris (sin detenerse en cuáles pueden haber sido sus yerros), pero concluye en que el triunfo de Trump no se debe tanto a esa insatisfacción, como al hecho de que el sistema de justicia, por no haberlo puesto entre rejas a tiempo, permitió que pudiera postularse.
«If that seems incongruous, it is not. The most obvious explanation for Trump’s win despite his considerable legal problems is that a critical mass of voters were willing to set aside their concerns about Trump’s alleged misconduct because of their dissatisfaction with the Biden-Harris administration. Fair or not, this was absolutely their right as voters.
But if the system had worked the way it should have, voters would never have faced such a choice. If Trump had actually faced accountability for his alleged crimes, he may not have even appeared on the ballot.»
Otros «culpables» por la caída de Kamala Harris en desgracia, a los ojos de los analistas, han sido los puertorriqueños que no se sintieron debidamente ofendidos cuando un cómico fascistoide se rió de su «floating island of garbage», los jóvenes negros que quizás no quisieron votar a una mujer de su misma raza por una especie de misoginia cultural que arrastran junto al color de su piel, o la gente blanca y pobre de los Apalaches que, como es sabido, no sabe lo que es bueno y votan engañados.
Los esfuerzos por explicar la derrota como fruto de las malas decisiones de grupos minoritarios son variados, y hasta se han prestado para el humor en el canal satírico The Onion.
No faltan tampoco, por supuesto, quienes desde la proximidad de Joe Biden culpan a Kamala Harris por el fracaso, o quienes se sitúan en la situación inversa. Siempre hay gente así. El columnista de Politico Jonathan Martin coloca esas desavenencias sobre la mesa en: Team Biden vs. Team Harris: Who Lost 2024?:
«The Biden sympathizers want to pin her loss on, well, her. And the Harris defenders believe Biden’s undeniably at fault for creating the forbidding political environment she proved unable to overcome.
The early-hours recriminations, though, only highlight the denialism of both factions in the wake of what will be the first GOP popular vote victory in two decades. This failure has many fathers.»
Y concluye:
Perhaps she could have emerged as a stronger candidate with more time, perhaps after a second term as vice president and in a better political environment. Or maybe her lack of any considered ideology or conviction, would have doomed her whenever she ran.
Como se ve, todo vale a la hora de explicar la derrota. Y posiblemente la ineficacia del sistema judicial que fue incapaz de retirar a Trump a tiempo de la escena, la instisfacción profunda y la credulidad de algunos votantes, la renuencia del entorno de Joe Biden a reconocer la entidad de su demencia antes de que en aquel debate inolvidable se hiciera inocultable, o la imposibilidad de Kamala Harris por sostener un discurso coherente, sean todas razones válidas.
Pero hay una razón posible que al menos hasta ahora, brilla por su ausencia.
Gaza y el desasosiego
Para resumir lo dicho hasta aquí, todo hace pensar que hubo en 2020 alrededor de 10.000.000 de votantes que salieron del abstensionismo en el que por alguna razón se sentían cómodos, con el decidido propósito de detener a Donald Trump y frustrar la posibilidad de que continuara hundiendo a su país en el caos interno y el descrédito internacional durante otros 4 eternos años.
Y todo indica que en esta oportunidad -y a pesar de las encuestas que insistían un día sí y otro también en que la contienda estaba virtualmente empatada y se necesitababn todos los votos posibles para impedir que un fascista se hiciera con el poder-, una cantidad casi idéntica decidió hacer caso omiso de lo que se le pedía y se le rogaba.
No sabemos por ahora si son las mismas personas o no, aunque todo indicaría que muchas o casi todas ellas lo son. Lo innegable es que 8.000.000 de personas que habían votado al Partido Demócrata en la elección anterior, esta vez parecen haber pensado: «cualquier cosa menos volver a cometer este error».
Muchos factores podrían explicar lo sucedido con esas personas pero esos factores no parecen coincidir con los que motivan a los votantes de Trump, porque de ser así, podrían haberse corrido hacia sus filas.
Los factores han de ser necesariamente otros. Y entre esos factores, pensamos, podrían estar la amargura, el sentimiento de impotencia y el desasosiego producido por la guerra.
No sólo el desasosiego de quienes vieron cada vez con mayor disgusto cómo desde 2022 la administración Biden-Harris lideraba la provisión de armas y dinero sin ningún límite a un país -Ucrania- que se autoinmolaba sin objeto, sino sobre todo la amargura y la impotencia de quienes ven día tras día cómo el más firme aliado de los EEUU, Israel, perpetra el genocido más inhumano y cruel de la historia moderna sin que su gobierno se digne ponerle algún freno.
Sin embargo, entre las razones para la debacle de Kamala Harris que hasta hoy se leen en la prensa, no está la guerra. Y quizás demore en estarlo, porque al fondo de las cosas sólo se llega después de mucho empeño.
Pero esa ausencia de la guerra entre las razones que se esgrimen para explicar la derrota, podría ser una razón adicional para sospechar que sí. Que el miltarismo, la muerte y el desprecio por el sufrimento ajeno, junto al vaciamiento de la democracia cuando sólo se la invoca para amenazar a otros, deben haber tenido que ver -y mucho- en la derrota.
En pleno auge del «efecto Kamala», la seguridad que da el dinero que le llegaba a manos llenas y el tener a la prensa a su favor llevaron a la candidata demócrata a responder las preguntas relacionadas con la necesidad de un alto al fuego en Gaza asegurando «que al votante le preocupan más los altos precios de la gasolina y los alimentos».
Con ese tipo de desplantes apartaba de su lado a los votantes capaces de angustiarse por las imágenes intolerables que llegan día a día desde el infierno, y han sido ellos, finalmente, quienes se encargaron de cavar su fosa. Y cuando faltaban pocas semanas para el final y Kamala Harris se abrazaba a Liz Chiney y a toda la troupe de warmongers neoconservadores, o prometía como un mantra construir «the most lethal military in the world», estaba cayendo dentro. Pocos llorarán por ella.
Responsible Statecraft, la publicación especializada en temáticas geopolíticas lo anunciaba ya en octubre:
«Liberalism has entered a new wave of internal strife regarding America’s role in the world. In a new era of great power competition, the progressive base of the Democratic Party has come out hard against unconditional U.S. support for Israel’s war in Gaza and Lebanon. It has also shown varying degrees of opposition to U.S. involvement in the Ukraine crisis. Yet, unlike the Vietnam era, this grassroots opposition has been unable to substantively influence Democratic politics, where a party elite clings to old views about upholding international norms and alliances, no matter how inconsistent or counterproductive those views in practice may be.»
Parece haber sucedido exactamente eso. Sectores minoritarios pero sustanciales de las bases demócratas comprobaron que el esfuerzo por influir en la elite dirigente tenía menos sentido que arar en el mar. Y la abandonaron.
El video que a continuación presentamos, de la agencia Break Through News, que recoge dudas y opiniones de personas jóvenes de origen árabe vinculadas a la Universidad de Michigan, nos puede dar algunas pistas para seguir analizando este tema.