Quienes no sigan con cierta pasión -y algo de morbo- los vaivenes de la política argentina, se encogerán de hombros. Lo acontecido durante las últimas semanas es lisa y llanamente abrumador. Pero lo insólito, lo que irá más allá de lo imaginable, sucederá -siempre- mañana. Y el resultado de tanta locura y tanta ruindad, obviamente, podría ser la ruina. .
Hace casi dos años, desde «el lugar de los hechos», comenzamos a publicar en DIÁLOGOS una serie de notas tratando de entender la mezcla de frustración, degradación institucional y anomia generalizada que estaba llevando a que una parte importante de la ciudadanía argentina eligiera a un personaje a todas luces perverso y desquiciado para desempeñar la presidencia de su país.
Y terminamos esa serie en el mes de junio de 2024, analizando la influencia que una filósofa ruso-estadounidense -tan desconocida como detestable-, tenía no sólo en el marasmo mental de quienes habían llegado al poder en Argentina con el deseo confeso de retornarla al Siglo XIX, sino también en el pensamiento sociopático de las nuevas elites tecno-feudales de los EEUU.
En los párrafos finales de aquella última nota que terminamos de escribir en la sala de espera del Aeropuerto de Ezeiza, Aparta de mí este cáliz – Las crías serpenteantes de Ayn Rand, describíamos con dolor lo que ya se avizoraba:
«En esa Argentina mítica (justa, libre y soberana) que su gente todavía sueña pero comienza a parecer improbable, se puede presentir que el verdadero dolor quizás aún no ha comenzado… Se adivina que la desolación, la entrega y el infortunio serán mayores a lo que hoy es dable imaginar.
No necesariamente por todo lo que «las fuerzas del cielo» desharán a partir de ahora, sino fundamentalmente por la resaca anti-igualitaria, antidemocrática y colonial que dejarán en un país que, si hoy tiene lo que «supo conseguir», padecerá mañana lo que quizás merece.»
Dieciocho meses después…
Han pasado sólo dieciocho meses desde aquel día y diez desde la llegada de Donald Trump al poder en los EEUU. Y aunque todo sucede a una velocidad de vértigo, es evidente que el rumbo que ambos gobiernos le imprimen a sus países, salvando las obvias diferencias, tiene aristas en común.
Al mismo ritmo desquiciado con el que America auspicia guerras comerciales, colonialismo arancelario, genocidio despiadado y simulacros de paz (en síntesis, turbulencia y caos), la Argentina, para no ser menos, y en su loco afán por ser simultáneamente colonia, potencia y vaudeville, ofrece también lo peor de sí. Obscenamente. Como si no hubiera otro futuro que la sumisión y el vasallaje.
La crueldad de una doctrina económica concebida como herramienta de fomento de la desigualdad y del saqueo, la ineptitud rampante de unos y la voracidad cuasi ponográfica de otros, la prepotencia, los insultos, o la mímica de personajes que han llegado desde los márgenes y sólo destacan por sus adicciones, su desparpajo o sus siluetas, los escándalos de corrupción sumados a los vínculos con el narcotráfico en el círculo presidencial más íntimo, y la complicidad abierta o apenas disimulada de buena parte de sus clases dirigentes, fueron abriendo en la Argentina las puertas al desastre… y al mismo tiempo han provocado el resquebrajamiento del hechizo.
Lo que ocurre exuda bochorno pero a la vez es histórico. Y aunque tiene características propias de un país en el cual lo dramático se confunde fácilmente con la farsa y el escándalo, se da en un marco geopolítico crucial, y repercutirá inevitablemente en toda la región. Para bien y sobre todo para mal, nos concierne a todos.
Últimos clavos en un ataud imaginado
Para mantener una estabilidad cambiaria ilusoria que le permitiera al gobierno llegar con tasas de inflación moderadas a las elecciones de septiembre en la provincia de Buenos Aires, y a las nacionales de medio término que se celebrarán el 26 de octubre, el equipo económico de Javier Milei dilapidó entre abril y la primera semana de octubre la totalidad de un préstamo extraordinario del FMI de 20 mil millones de dólares, que en principio estaba destinado a cubrir vencimientos de deudas y a la acumulación de reservas. No les quedó nada.
La idea central era que un triunfo de Javier Milei en septiembre le colocaría el último clavo al ataud del peronismo y que esa vieja aspiración a la que la derecha argentina nunca ha renunciado, justificaba con creces el despilfarro.
Sin embargo, tras una inesperada derrota electoral del gobierno por más de 14 puntos en la provincia que concentra el 40% de la población del país, la preocupación se adueñó de «los mercados», que vieron atónitos cómo renacían y revoloteaban los fantasmas de quienes daban por muertos.
Una vez que se hizo evidente que al ritmo al que se vendían los pocos dólares que quedaban, el país caería en default no mucho más allá de enero , y a medida que se iban apagando las ilusiones de un resultado electoral en octubre que habilitara a Javier Milei a seguir dos años más destrozándolo todo y colocando clavos en los ataudes equivocados, la preocupación en las altas esferas se volvió pánico. Los gritos de auxilio se escucharon en la Casa Blanca, y a partir de ese momento el caos y el apetito por rescatar lo que se pudiera del naufragio alcanzaron un nivel inusitado.
Scott Besset, el Secretario del Tesoro norteamericano, llegado desde las entrañas mismas del sistema financiero internacional, decidió intervenir directamente en el mercado de valores argentino a travás de la compra de bonos, la compra de cientos de millones de pesos diarios, la promesa de un swap de monedas por valor inicial de 20.000 millones de dólares que podría llegar, según otras versiones a 40.000, y nuevas sorpresas que ha ido agregándole al paquete de ofertas a medida que las acciones de su protegido caen.
Barry Bennett, una estrella semiapagada del firmamento MAGA, llegó en un jet privado, se instaló en la capital argentina, y fue inmediatamente agraciado con un contrato para organizar el nuevo gobierno de coalición que surgirá a partir del 27 de octubre. Ya saca y pone ministros con la misma liberalidad con la que el Virrey Cisneros, en 1810 ponía y sacaba cabildantes. Pero no está claro que lo haga en nombre de alguien.
Donald Trump -por ahora más ocupado en florearse como pacificador universal que en saber a ciencia cierta lo que hace- se encargó de aclarar que todo quedará sin efecto en caso de que los votantes no hagan lo que deben y Javer Milei no obtenga el triunfo deseado. Una colonización del Siglo XXI en toda regla -lo que no es nuevo.
La vocación por ser colonia
La vocación -aunque pulsión, sería en este caso la palabra adecuada- por ser colonia no es un sentimiento novedoso en la República Argentina. Julio Argentino Roca (h), siendo vicepresidente en 1933, en ocasión de firmar en Londres un escandaloso acuerdo comercial con Inglaterra al que volveremos más adelante, se vanaglorió de que su país fuera «una parte integrante del Imperio británico». Y sesenta años después Guido Di Tella, el canciller de Carlos Saúl Menem, en una reunión a puertas cerradas en el Banco Interamericano de Desarrollo definió los lazos de su país con los EEUU como «relaciones carnales».
No ha importado tanto cuál fuera la metrópoli, sino el oscuro atractivo de la pertenencia y el sex appeal del sometimiento. Pero esos dos hitos, entre muchos otros, nos recuerdan que lo que está pasando no es nuevo y no debería sorprender. Lo inusitado esta vez es la escala. El grado de la incertidumbre, el tamaño de la humillación, y la entidad del riesgo que el país y la región toda correrán de ahora en adelante.
En la segunda parte de esta nota repasaremos los sucesos de estas últimas jornadas, trataremos de justipreciar el valor mágico de anuncios como «a los argentinos nos saldrán los dólares por las orejas» y veremos qué podemos esperar cuando se conozcan los resultados de las elecciones del 26 de octubre. Porque entre tanta ruina y tanta ruindad puede esperarse lo peor.
