Argentina, aparta de mí este cáliz – Las crías serpenteantes de Ayn Rand.

Si queremos comprender en toda su hondura el drama que hoy enfrenta la Argentina -y del que nadie está libre-, es necesario incorporar al análisis la memoria de una mujer tosca, desalmada e insufrible, pero que parece hoy más viva e influyente que nunca. Una serpiente: Ayn Rand.  .

 

El amargo contenido del cáliz que el gobierno de Javier Milei le ofrece a su país -y en su egolatría al mundo- no es otra cosa que un destilado de resentimiento, egoísmo y vacuidad que una mujer, muerta hace ya 35 años pero aún reverenciada en los pliegues y en el submundo del poder, nos legó. Ella, que ensució su tiempo con un hálito necrosado y mortuorio, sigue presente en el nuestro.

Volvamos brevemente al presidente argentino aunque ya lo conocemos, porque de él se habla día y noche. A la mujer que podríamos considerar su «madre de leche», su nodriza espiritual, llegaremos, inevitablemente.

Lo que es y lo que no es Javier Milei

Javier Milei no es solamente un maleducado verborrágico. No es un idiota aunque en ocasiones lo parezca. No es un economista liberal -porque los liberales son más circunspectos y menos ordinarios.

Decir de él que es un populista de derechas no lo define bien ya que las derechas clásicas pueden ser conservadoras o reaccionarias pero nunca se plantean ser disruptivas. No es ese su negocio.

Verlo simplemete como el producto del abuso del que fue objeto cuando niño equivale a reducirlo a un fenómeno psicopatológico -que lo es, seguramente, aunque esa no sea su característica esencial-. Y aceptar que algo más de la mitad del electorado de su país votó por él sin conocerlo porque habían sido defraudados por los gobiernos anteriores es, si bien estrictamente cierto, insuficiente.

Hay en Milei y en su potencial perverso y destructor todo eso. Pero hay además algo más.

Hay en quienes lo rodean -que siendo pocos son ciertamente más que su hermana y los cuatro o cinco perros clonados que tiene por hijos-, hay en muchas de las personas que viéndolo hacer acrobacias sobre el escenario, en lugar de apartarse prudentemente, se le arriman, y hay en muchos de quienes votaron por él con un brillo de resentimiento o codicia en los ojos, algo en común.

Hay un cuerpo de ideas. Una visión estructurada del mundo. Un cierto talante emocional ligado a la malicia y el desprecio. Pero sobre todo hay una madre en común. Que pensó por todos ellos. Y que aún los nutre.

En esa madre cruel y despiadada se reconocen hoy desde las cabezas de las starts-up de Silicon Valley hasta lo más obcecado del republicanismo trumpeano. Vanity Fair advertía ese revival no sin cierta inocencia en la nota de 2016 Silicon Valley’s Most Disturbing Obssesion y The Guardian alertaba sobre sus consecuencias ya en 2017 en The new age of Ayn Rand: how she won over Trump and Silicon Valley.

Esa musa impiadosa que los emparenta, fue Alisa Zinóvievna Rosenbaum, novelista, guionista cinematográfica y filósofa, nacida en 1905 en San Petersburgo, educada en la Unión Soviética de los primeros años, y emigrada a los EEUU en 1926.

En su nueva patria dedicó su vida a promover, con la conmovedora fe en el capitalismo de una conversa, una doctrina filosófica suya y solamente suya, el Objetivismo, basada en la razón pura, liberada de sentimientos y emociones, orientada a la defensa del egoísmo individual.

La originalidad de esa doctrina fue haber elevado la falta de apego y empatía a la categoría de valores. Haber propuesto un combate encarnizado contra todo tipo de altruísmo. Haber sabido enfrentar el heroísmo de los fuertes a la mera idea de justicia, solidaridad, o bienestar social.

La serpiente egoísta

En sus dos novelas, La Rebelión de Atlas y El Manantial (que fue llevada al cine con la actuación de Gary Cooper) late todo lo que Rand tuvo para decir y que luego repitió durante décadas en entrevistas y conferencias tan olvidables como desagradables para algunos, pero inspiradoras y deslumbrantes para otros.

De ellas se han vendido desde su aparición 37.000.000 de ejemplares que hasta no hace demasiado tiempo las personas que se considerban a si mismas moderadamente decentes leían casi en secreto -o para evacuar una curiosidad intelectual cuasi malsana. Como si de pornografía político-social se tratara. Porque no son otra cosa.

En esas novelas y en el legado ideológico de Ayn Rand, están los cuatro conceptos elementales que Javier Milei desparramó en Davos, en el CPAC organizado por Donald Trump, en VIVA 24 -el festival de dislates neofascistas oganizado por VOX en España hace apenas un mes-, y en la propia Conferencia Anual del Ayn Rand Institute que este año lo tuvo como invitado. Cada detalle de su doctrina es una cosecha torpe de lo que Ayn sembró.

Los héroes de La Rebelión de Atlas y El Manantial están entre sus semejantes para señalar el camino a seguir, dar las órdenes y ponerle freno a la plebe. Son quienes con su tesón y su creatividad conforman «la clase empresarial».

Y son además las víctimas del sistema, dado que pudiendo ser todo lo exitosos y ricos que quisieran, deben entregar buena parte de sus fortunas para que el Estado -socialista siempre- alimente a toda una caterva de loosers subsidiados y «pague la fiesta» de esas mujeres y hombres grises venidos de la periferia, sin educación, mal entrazados, de mirada torva, e incapaces de hacer nada por si mismos.

Ninguno de esos héroes (un brillante y seductor arquitecto que en The Fountainhead destruye su obra y viola a su novia porque le asiste un derecho de propiedad sobre ambas que nadie puede negarle, y un genial, misterioso y también sexy industrial que en Atlas Shrugged organiza una huelga empresarial devastadora para terminar con la sociedad que lo ahoga con reglamentaciones e impuestos) siente simpatía o amor genuino por nadie.

Como la autora que les dio la vida, no tienen ni necesitan familias o hijos. Ninguno de ellos cree por un momento que debería entender o comprender a los demás. No ya para aceptar sus puntos de vista, algo que jamás harían, sino ni siquiera para conocerlos. Les basta con su propio convecimiento de ser mejores y con creer ciegamente en su propia superioridad.

Pregonan interminablemente su propia capacidad, aburren y fastidian; y fracasan, por supuesto, como fracasarán Javier Milei y su troupe más temprano que tarde, porque no sirven para nada. Pero desestructuran. Dejan una desolación irrecuperable a su paso.

Y quizás eso explica el revival casi autoerótico de las obras de Rand entre los economistas neocons, los magnates tecnológicos, o quienes se extasían ante la posibilidad de regresar al siglo XIX y disfrutar de la derrota de los pobres. La serpiente egoísta les legó una nueva moral, a la que ni siquiera deben adscribir totalmente.

Pueden dejar de lado que Ayn Rand era atea o que defendía el aborto y practicaba abiertamente el sexo extramatrimonal. Pueden dejar de lado que escribió su última novela atosigada de benzedrina y que luego cayó en una depresión de la que sólo salía ocasionalmente para repetir las mismas sandeces de siempre. No les importa que haya muerto amargada, en soledad y con los pulmones destrozados después de haber defendido el derecho de la industria tabacalera de hacer todo el daño que quisieran.

Gracias a ella, creen tener las manos libres. Pueden mentir o desdecirse. Les es lícito traicionar o comprar voluntades sin avergonzarse ni pedir perdón. Les basta con el cerno de su prédica: se puede -e incluso se debe- ser tan insensible a las penurias ajenas como sea posible. Se puede ser tan desamorado/a y despreciable como sea necesario.

La cultura de la crueldad

Lisa Duggan, en su libro, Mean Girl: Ayn Rand and the Culture of Greed, cuenta que durante mucho tiempo creyó que el atractivo de las ideas de Rand para sus seguidores tenía que ver con un cierto «optimismo de la crueldad». La idea de que todo el dolor que proponía, tendría finalmente algún resultado beneficioso. Sin embargo, nos advierte:

«I would use the term “optimistic cruelty” to talk about the twentieth-century layering in of Ayn Rand’s feelings as they applied to the rise and triumph of a certain kind of capitalism. But at this point I’m not sure I would call it optimistic anymore. It’s a much grimmer and darker vision that advocates of Ayn Rand have today, whether they’re in the Trump administration or in Silicon Valley. They are no longer investing in a vision of ultimate good and triumph, but rather openly taking everything while it burns to the ground».

«Tomando para sí todo lo que pueden mientras alrededor suyo todo arde hasta los cimientos». Esa es la tónica.

Si a las formaciones políticas progresistas y/o de izquierda les está resultando tan difícil oponerse con éxito al avance de estas nuevas políticas de crueldad, rapacidad y falta de sensibilidad y de decoro, es posiblemente porque se enfrentan a una amoralidad hasta hoy escondida. Las pujas entre derechas e izquierdas se dieron tradicionalmente en el terreno de una moralidad en disputa pero de bases compartidas. Esto es otra cosa. Este es el huevo de otra serpiente.

Gore Vidal nos avisó en 1961:

«Ayn Rand’s ‘philosophy’ is nearly perfect in its immorality, which makes the size of her audience all the more ominous and symptomatic as we enter a curious new phase in our society. Moral values are in flux. The muddy depths are being stirred by new monsters and witches from the deep. Trolls walk the American night. Caesars are stirring in the Forum. There are storm warnings ahead.”

El tiempo dirá si aquella mujer desagradable es sólo un fantasma ominoso que aúlla desde el pasado o fue alguien que se adelantó a su época y hoy renace desperdigando sus crias serpenteantes en la nuestra.

Aparta de mi este cáliz

Se cuenta que estaba Jesus la noche antes de su martirio en el monte de Getsemaní con sus discípulos, y apartándose de ellos a un tiro de piedra, rezó y le pidió a Dios: «Padre, si fuera tu voluntad, aparta de mi este cáliz».

El dolor que presentía, podemos imaginar, estuvo a punto de hacerlo flaquear y a un paso estuvimos de perder una de las grandes historias de la humanidad.

En esa Argentina posible (justa, libre y soberana) que su gente todavía sueña pero comienza a parecer improbable, se puede presentir que el verdadero dolor quizás aún no ha comenzado… Se adivina que la desolación, la entrega y el infortunio serán mayores a lo que hoy es dable imaginar.

No necesariamente por todo lo que «las fuerzas del cielo» desharán a partir de ahora, sino fundamentalmente por la resaca anti-igualitaria y antidemocrática que dejarán en un país que, si tiene lo que «supo conseguir», padecerá lo que no merecía.

Quienes no somos creyentes y nos sentimos de algún modo o por alguna razón atados a su suerte, debemos hacer algo más que sólo pedir que el destino aparte ese cáliz de ellos -y nosotros.

Posdata

Si alguien sintiera la tentación de sacrificar algo de su tiempo a la arqueología del pensamiento profundo y el resentimiento doctrinario y hueco de personas como Javier Milei y sus amig@s, podría comenzar por esta conferencia de Ayn Rand en la Atlas Society, en 1981, pocos meses antes de su muerte.

 

 

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador, activista por los derechos humanos,y el desarrollo sostenible, y diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online