Nazi-trumpismo, audacia y complejidad: cómo mirar el caos del mundo desde aquí

«Caldera en ebullición» podría ser una buena descripción de las tres primeras semanas del gobierno de Donald Trump. Pero la imagen del caldero -y el personaje mismo- nos harían pensar equivocadamente en un burbujeo de novedades disparatadas sin arte ni concierto. Pero no es así. . Vale la pena intentar ver lo que sucede no como novedad sino como continuación. No como caos, desquicio o colección desaforada de caprichos (que también lo son), sino como deseo oscuro, fascismo, y complejidad a develar. .

 

Prólogo a lo que vendrá

El saludo nazi de un miserable, producto él -y consecuencia- del apartheid sudafricano, el mismo día en que asumía el gobierno de los EEUU un sujeto del que no se conoce una sola muestra de humanidad o empatía pero que, además, utilizó su primer discurso para anuciar anexiones y agresiones dentro y fuera de fronteras, fue el punto de arraque para lo que presenciamos de inmediato.

Declaraciones intimidantes, desplantes y ocurrencias crueles e inmorales propias de un necio que no es conciente de que algún día, si la suerte le diera vida suficiente, se lo podría juzgar como criminal de guerra (a él, que no se ha atrevido jamás a pelear en ninguna).

La sóla enumeración de las medidas, las declaraciones o la gestualidad de Donald Trump y del entorno de personajes tan megalómanos y desagradables como él mismo, aturde y desconcierta. Y posiblemente ese sea, en parte, el objetivo de tantos exabruptos, desplantes, amenazas y desprecios: dejar al mundo -o a la parte del mundo que sufrirá los principales embates de un imperio decadente pero aún altivo-, sin resuello.

Convencer a la futuras víctimas de que la fuerza que tienen delante es arrolladora y todopoderosa. Que está dispuesta a todo y que esta vez será mejor no resistir y dejarse conducir al matadero o, en su defecto, ir mansamente hacia donde America nos diga.

Hacia donde America nos diga

Ese «hacia donde America nos diga» puede ser algún lugar innominado, seco y miserable de Egipto o de Jordania del que no habremos de volver jamás, si hemos tenido la desgracia de nacer en Gaza, en las orillas de un mar demasiado bello para ser cierto. Demasiado iluminado para ser nuestro.

Ese «hacia donde America nos diga» puede ser, si hablamos en español con acentos latinos, ser devueltos, esposados o esposadas como criminales, a nuestros países de origen, -nuestros ass hole- si hemos tenido la pésima ocurrencia de desear que el american dream fuera también el nuestro, sin permiso-. Puede ser también ¿por qué no? Guantánamo.

El «hacia donde America nos diga» podría ser, para los panameños, volver a ser siervos (y no están lejos). Podría ser para los lejanos e ignotos groenlandeses un olvido de las sagas de libertad y mar abierto, y un rápido adios a la independencia (si la independencia todavía les importara, -que es algo que no sabemos).

Podría ser para los proud canadians no la maldición humillante de acabar siendo el Estado 51º de la Unión (en ese sentido la sangre difícilmente llegue al río), sino la aceptación de un destino aciago que en algún momento del Siglo XX pareció superado: ser, for ever and ever, pour toujours et à jamais, poco más que una colonia de súbditos leales, bien comidos, bien bebidos y obedientes.

Podría ser, para Europa, desangrarse o conformarse con decaer aún más. Ya los empujaron a una guerra (que es algo para lo que siempre han estado bien dispuestos) y habiendo llegado el momento de rapiñar en las ruinas de Ucrania, es posible que America les diga que no toquen nada. Que están en deuda. Que las tierras raras, el hierro, el carbón y el gas que quede «de este lado» de la nueva frontera, no son para ellos, como habían creído.

El «hacia donde America nos diga» podría ser, para los que viven sus vidas como si ser americans los dejara al amparo de futuras desgracias, un aprendizaje. Los aranceles los pagarán ellos, como mejor puedan. Es decir con sudor, para decir lo menos. Y también con sangre y lágrimas si todo se va de madre.

Que la industria automotriz vuelva a sentar sus bases al norte de la frontera con México podría llevar más de una década. Poder prescindir del aluminio canadiense los obligará a comprarlo a mayor precio en Brasil. DeepSeek ha sido, apenas comenzado el nuevo gobierno al que Silicon Valley planeaba manejar a su antojo, una muestra de que para hacer America Great Again hace falta algo más que una erótica de la dominación enfundada en tecnopornografía blanca y malos modos.

Nada debería sorprendernos

Nada de todo esto es nuevo y en eso está la gracia.

En la imagen que hemos elegido para ilustrar este editorial (Judge Magazine, June, 1901), el tio Sam, todavía con uniforme de la Unión, parado sobre Texas -que se extiende hasta la mitad de lo que es México-, con un oportuno cañón debajo del brazo, se pregunta si le será más conveniente construir un canal en Nicaragua o si será más fácil expulsar a los franceses que intentan construir el suyo en lo que aún era territorio de Colombia.

Todavía no se le ha ocurrido la genialidad de «independizar» a Panamá, para no tener que pagarle a nadie. Eso ocurrirá apenas dos años después, en 1903, un año antes de que comenzaran, en 1904, las obras del Canal.

Nuestro personaje ya ha colocado sus banderitas de barras y estrellas en los territorios que le ha robado décadas atrás a México. Ondea la bandera también allá lejos, en Hawai. Y más cerca nuestro, en Puerto Rico, que ha sido invadido y anexado tres años antes, en 1898.

En medio del Caribe, si nos fijamos bien, alcanzamos a ver la humareda de la explosión del Maine y de la guerra posterior, que dejó a Cuba sin independencia real hasta 1959. También en La Habana ondea la bandera.

Y saliendo del cuadro, desde Europa, unos iracundos personajes protestan agitando inutilmente viejas actas porque se les quitan vidas y haciendas que daban por suyas.

Un Trump original y de su tiempo

En junio de 1901, fecha de publicación de la magnífica ilustración que nos ocupa, gobernaba todavía los EEUU William McKinley, que el 5 de septiembre de ese mismo año morirá a manos del anarquista (por entonces los había) León Frank Czolgosz, hijo de un inmigrante polaco, que le disparó dos balazos, uno de ellos en el bajo vientre, cuando se disponía a dar una conferencia sobre comercio exterior en la Exposición Panamericana que se celebraba en Búfalo.

William McKinley tuvo el honor de que la montaña más alta de los EEUU llevara su nombre hasta 2015. Vio (es un decir) cómo durante la presidencia de Obama esa montaña recuperaba su nombre inuit de siempre, Denali. Y tuvo la fortuna de que el mismo día de su asunción, Donald Trump, al tiempo que renombraba el Golfo de México como Golfo de América, le devolviera a la inocente montaña el suyo.

La admiración de Donald Trump por aquella primera versión de sí mismo tiene aristas que no dejan de ser conmovedoras. Los une el proteccionismo y el amor por los aranceles, ambos se hicieron convencidos cristianos a medida que envejecían y ganaban poder, y ambos estuvieron obsesionados con comprar Groenlandia.

La «conquista» de Hawaii, incorporada como 50º Estado de la Unión bajo el gobierno de McKinley, tuvo por objeto que el azúcar proveniente de las islas entrara a los EEUU sin aranceles, pero fue, si bien se la mira, un anuncio de lo que su émulo desearía hacer en Gaza. Un fabuloso proyecto geoestratégico, turístico e inmobiliario.

Ambos imaginaron -y en eso no han sido los únicos- una America que compita con ventaja, que asalte por detrás, que se involucre en grandes conflictos sólo cuando esté garantizado el resultado, que se inmiscuya en los temas ajenos y reclame lo que no es suyo, y que extienda sus garras sin medida, en lo posible y siempre, a costa de pueblos en desgracia a los que les resulte imposible defenderse.

Contaba el bueno de McKinley en sus memorias:

Yo caminaba por la Casa Blanca, noche tras noche, hasta medianoche; y no siento vergüenza al reconocer que más de una noche he caído de rodillas y he suplicado luz y guía al Dios Todopoderoso. Y una noche, tarde, recibí Su orientación. No sé cómo, pero la recibí: primero, que no debemos devolver las Filipinas a España, lo que sería cobarde y deshonroso; segundo, que no debemos entregarlas a Francia ni a Alemania, nuestros rivales comerciales en el oriente, lo que sería indigno y mal negocio; tercero, que no debemos dejárselas a los filipinos, que no están preparados para autogobernarse y pronto sufrirían peor desorden y anarquía que en tiempos de España; y cuarto, que no tenemos más alternativa que recoger a todos los filipinos y educarlos y elevarlos y civilizarlos y cristianizarlos, y por la gracia de Dios hacer todo lo que podamos por ellos, como prójimos por quienes Cristo también murió. Y entonces, volví a la cama y dormí profundamente, y a la mañana siguiente mandé llamar al ingeniero jefe del Departamento de Guerra (nuestro creador de mapas) y le dije que pusiera a las Filipinas en el mapa de los Estados Unidos, ¡y allí están, y allí quedarán mientras yo sea presidente!

En el Libro de los sucesos, de Isaac Asimov, se recoge la anécdota de que, cuando le fue anunciada la toma de Manila, la capital filipina, el presidente McKinley tuvo que buscar esas islas -que Dios le había confiado antes de mandarlo a dormir- en un globo terráqueo. No sabía dónde diablos estaban.

En Filipinas, los insurgentes que habían peleado contra el colonialismo español pronto empezaron a luchar contra las tropas de Estados Unidos en una guerra que duró tres años y provocó la muerte de más de un millón de personas. El 10% de la población total de las islas.

Nada es nuevo

Nada debería sorprendernos. Esta gentuza no ha inventado nada.

Hay hilos conductores que atraviesan toda la historia reciente de los EEUU y nos traen hasta hoy y aquí como de la mano. Y si podemos ver esos hilos podremos calibrar mejor las fortalezas y también las debilidades de ese oscuro deseo de sojuzgar y someter del nazi-trumpismo que hoy comienza a sacudir y a incordiar al mundo.

En nuestras próximas ediciones, trataremos de ver otros de esos hilos que llegan hasta hoy intactos. Uno de ellos, el desplazamiento y el despojo de las poblaciones originarias como destino manifiesto y «motor del desarrollo inmobiliario». Otro, la desconfianza histérica frente a lo hispano y lo mestizo que la America anglosajona arrastra desde El Álamo. Y que se traduce en desesperación frente a la imposibilidad de blindar la frontera.

Por el momento dejamos por acá, sabiendo que día a día el rosario de viejas novedades se irá desarrollando ante nuestros ojos y que siempre, inevitablemente, nos quedará algo en el tintero. Pero convencidos además de que esta vez el mundo no puede esperar a que sean los propios estadounidenses quienes solucionen el problema por ellos creado.

Deberemos ser nosotros, desde fuera, desde el aquí en el que estemos (cualquiera sea), quienes pongamos, como podamos, los límites a la barbarie. Porque golpea a nuestra puerta.

Bonus Track

Como confirmación casi banal de que nada de lo que ocurre es nuevo, sirvan como postdata estas palabras de 2016, llenas de entusiasmo patriótico, de una de las mujeres más escuchadas de los EEUU, la abogada y periodista de Fox News Laura Ingraham.

Vale la pena, para apreciar la intencionalidad del gesto, atender al movimiento nervioso de los ojos de Laura durante los primeros segundos, cuando sabe que ha llegado el momento. El orgullo con el que lanza el brazo hacia adelante sincronizando el saludo de la mano alzada con la pronunciación de la palabra America. La felicidad que le ilumina el rostro cuando se ha demostrado a sí misma que fue capaz de hacerlo. Finalmente, le obsequia al público su audacia.

Es recomendable detener la imagen en el segundo 14 y ver esta guarrería más de una vez.

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador, activista por los derechos humanos,y el desarrollo sostenible, y diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online