El alto al fuego en Gaza: ¿apenas un prólogo miserable a más dolor?

Sería inhumano no emocionarse con los cánticos y las lágrimas de alegría y alivio de quienes en la Franja de Gaza, el 15 de enero por la noche, celebraban el acuerdo de alto al fuego entre Israel y Hamas. Sin embargo vale que nos preguntemos si ese alivio a la situación de genocidio, horror y odio que padece Palestina, puede ser duradero. Los hechos anuncian que no. .

 

Hagamos un repaso breve a la situación que se vive en la región para preguntarnos luego por qué este acuerdo, idéntico al que Israel viene rechazando desde hace meses, fue posible precisamente ahora, en las vísperas de un cambio de gobierno en los EEUU, y no antes.

Cuando no quede nada

El asalto militar israelí a la Franja de Gaza posterior a la incursión de Hamás de octubre de 2023 en suelo de Israel, ha causado hasta el momento más de 46.600 muertes, aunque posiblemente esa cifra sea apenas un 40% del total de fallecidos, la mayoría de las cuales son mujeres y niños. De acuerdo a cifras que se manejan en organismos internacionales, habrían sido asesinadas unas 250 personas cada día desde el inicio de la entrada del ejército de Israel en la Franja.

A ese saldo deberá sumarse, una vez que sea posible contabilizarlas y evaluarlas, las más de 120.000 personas heridas, muchas de ellas con lesiones que las incapacitarán por el resto de sus vidas. Y habrá que añadir a esas víctimas a quienes padezcan, en el cuerpo, la mente y el alma, los daños que sobrevendrán a la destrucción casi total del sistema de salud, el alcantarillado, las calles por las que transitan, los depósitos de agua, los hogares, las escuelas, el ya casi inexistente aparato productivo, el paisaje, los lazos familiares…

Prácticamente todo lo material está reducido a escombros y cenizas. Y buena parte de lo inmaterial les ha sido robado a gentes a las que sólo les resta saber si cuando ya no quede nada serán abandonadas definitivamente.

La infamia y el acuerdo

Todo ese desaforado andamiaje colonial de exterminio y sustitución poblacional sustentado en una mezcla retorcida de fanatismo religioso, supremacismo, grupos de presión y chantaje, ha ocurrido a vista y paciencia de quienes estaban en condiciones de hacer algo para detenerlo pero habían elegido hasta hoy, por acción u omisión, avivar el fuego. Y de quienes aquí, allá y en todas partes, sabiendo lo que ocurre, callan. Por conveniencia, complicidad o miedo.

Y si bien es cierto que el genocidio que ya casi nadie niega ha generado indignación a escala global y con la indignación resistencias, cabe preguntarse si el acuerdo alcanzado es fruto de las presiones internacionales (hasta ahora más simbólicas que reales) o si se trata de apenas una pausa del régimen israelí para tomar aliento, lavar su imagen, recomponer alianzas y provocar situaciones que den lugar, más temprano que tarde, a un reinicio de la matanza.

No es habitual -ni demuestra buena fe- que quien negocia un acuerdo de alto al fuego se reserve el derecho a seguir bombardeando población civil durante y después de la firma del acuerdo. Y como muestra Chris Hedges en una nota del 16 de enero, The Ceasefire Charade, el Estado de Israel se ha caracterizado por haber irrespetado todos y cada uno de los acuerdos que ha firmado a lo largo de décadas, por lo que cabe dudar que ahora, en el paroxismo de su poder y su locura, se producirá el milagro.

Como nos recuerda el propio Hedges en su nota:

«Israel, going back decades, has played a duplicitous game. It signs a deal with the Palestinians that is to be implemented in phases. The first phase gives Israel what it wants — in this case the release of the Israeli hostages in Gaza — but Israel habitually fails to implement subsequent phases that would lead to a just and equitable peace. It eventually provokes the Palestinians with indiscriminate armed assaults to retaliate, defines a Palestinian response as a provocation and abrogates the ceasefire deal to reignite the slaughter.»

El acuerdo a ejecutarse en 3 fases a partir del domingo 19, en esencia, compromete a Israel a permitir la entrada de ayuda humanitaria (alimentos, agua potable, abrigo), implica la liberación de algunos cientos de rehenes palestinos (que existen y por miles, en especial adolescentes) a cambio de la liberación de una treintena de rehenes israelíes que aún permanecen en poder de Hamas, y supone la retirada paulatina del ejército de Israel de los centros poblados y de las rutas principales de la Franja (no de todo el territorio) para permitir el retorno a sus hogares (es decir a las ruinas y los escombros de lo que de ellos queda) de los miles de familias desplazadas y diezmadas.

Más allá de esas medidas positivas, el acuerdo no implica avances significativos encaminados a la paz y la estabilidad en ese páramo que se ha tornado inhabitable y nada garantiza que una vez superada la primera fase, se avance hacia la segunda.

El alto el fuego es por seis semanas, y cualquier prórroga depende del éxito de futuras negociaciones. Se prevé una segunda fase en la que habría avances respecto a la primera pero no queda bien establecido en qué consistirían esos avances. Pero aún cuando durante esas dos primeras fases todo transcurriera sin tropiezos, lo concerniente a la reconstrucción de la infraestructura edilicia, la recuperación del tejido social, o las formas de gobierno de «eso» a lo que ha sido reducida Palestina después de una usurpación continuada de décadas sumada a la saña genocida de los últimos 15 meses, se abordarán en la tercera fase, que no tiene fecha prevista de iniciación.

Y Hamas, vale recordarlo y volveremos a ello, firmó eso en nombre del pueblo que no sabemos si todavía lo apoya.

Un genocidio en pausa

El 20 de enero, el equipo de fieles creyentes en la guerra como solución a todos los males conformado hace 4 años por Joe Biden para hacer realidad aquello de America is Back -un equipo que hoy apenas consigue mantenerlo erguido para que siga haciendo daño hasta el último día-, le entregará el mando a Donald Trump y a sus amigos del Make America Great Again.

Entre americans se entienden y ellos verán por donde empiezan. Podrían comenzar por la prometida guerra comercial con China, Canadá y México y eso nos mantendrá ocupados por varios años. O quizás decidan dar el primer paso anexando Groenlandia -lo que no les costará mucho-, invadiendo el Canal de Panamá nuevamente, o enviándole a Claudia Sheinbaum todos los inmigrantes ilegales que atrapen cuando se abra la temporada de caza y las denuncias de los buenos ciudadanos lluevan. El espectáculo puede llegar a ser dantesco

De Zelensky muy pronto nadie conservará el recuerdo. Starmer quedará a cargo de seguir de algún modo con esa guerra hasta que él mismo caiga en desgracia, y Ucrania deberá comenzar a pagar, como Dios manda, todo lo que debe.

Pero unos y otros se han evitado un traspaso de mando con un genocidio en marcha pausándolo -o eso dicen- veinticuatro horas antes de la fiesta. Parecería una broma -macabra- si no hubiera por delante y por detrás tanto horror.

¿Y Hamas?

¿Qué decir de Hamas como contracara de los negociadores israelíes en este «alto al fuego» inestable y a todas luces precario?

Es posible que en este momento su único poder negociador sean los rehenes, y si así fuera, les queda poco por negociar. Porque dejando de lado la dudosa moralidad de negociar sobre esas bases, la pregunta es ¿y después de agotar el stock de rehenes qué? Israel tiene dos millones de rehenes con los cuales negociar.

Decíamos en Diálogos el 9 de octubre de 2023, cuarenta y ocho horas después de la incursión de Hamás en el kibutz Be’eri, en una nota que titulamos Israel y Palestina. Ganar nada y perder todo sobre las ruinas de las ruinas:

«Hamas, el grupo (terrorista) que acaba de sorprender al mundo con un ataque fulminante que los infalibles servicios de inteligencia israelíes fueron incapaces de anticipar, puede llegar a obtener -en el hipotético caso de que algo consiga o algo busque- un canje de prisioneros. Un «yo te devuelvo a éstos y tú dame aquellos» escenificado como un trueque de mafiosos vulgares sobre las ruinas de las ruinas y sobre cientos de cadáveres todavía tibios».

Y agregábamos:

«No se puede esperar otra cosa que eso de esta guerra, porque las fuerzas en juego son inconmensurablemente dispares y porque una vez producida la sorpresa -que quizás no fue tal-, el conflicto -si no intervienen otros que seguramente estarán calculando qué perderán o ganarán interviniendo- sólo puede tener un final. Horrible. Despiadado.»

En aquella nota en la que nos equivocamos porque todo fue peor a lo peor que imaginábamos, intentábamos especular acerca de quiénes ganarían más y se nos ocurría que:

«Gana entonces Benjamín Netanyahu la excusa ideal para emprender una guerra relámpago y «justa» en la que sólo su país podría triunfar y de la que sólo él y los suyos podrían extraer un beneficio.

Gana poder arrasar hasta los cimientos -como ya ha anunciado- la Franja de Gaza con sus más de dos millones de miserables habitantes, que se irán Dios sabe a dónde para que los asentamientos -ilegales, como año tras año denuncia la casi unanimidad de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas- avancen sin misericordia y devoren todo.»

Hoy

Siempre es una buena política cruzar los dedos. Hacer de cuenta que la historia no nos enseña nada. Creer que todos pueden ser mejores que lo que hasta ahora han demostrado ser. Creer, para ser breves, que esto que se ha firmado en Doha no es necesariamente un prólgo infame a más crueldad y más dolor.

Y si no lo fuera, este acuerdo de paz que hoy nace, podría tener un final feliz, que alejara del abismo a dos millones de personas dignas, sufridas, inocentes y merecedoras de futuro. ¿Por qué no confiar en que por una vez pudiera ser cierto?

Lo merecen las y los palestinos de todas las edades y lo merece la humanidad toda. Habrá que cruzar los dedos entonces y seguir apoyándolos del modo que nos sea posible. Con los ojos bien abiertos, para verlo.

 

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador, activista por los derechos humanos,y el desarrollo sostenible, y diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online