En notas anteriores hemos abordado el caso omiso que Israel hace de los más mínimos mandatos éticos y morales admitidos universalmente. Y hemos señalado los vínculos entre las conductas coloniales y genocidas que se despliegan en Gaza o el Líbano con lecturas literales y supremacistas de sobrecogedores textos bíblicos. En esta nota se nos ofrece un punto de vista diferente. Y complementario. .
El Doctor Yakov M. Rabkin, profesor emérito del Departamento de Historia la Universidad de Montreal y especialista en el tema, destaca otros aspectos de la relación entre el judaísmo como cultura asociada al diálogo, la misericordia y el entendimiento, y ese «Estado canalla», enfocado en la destrucción, la rapacidad, y el odio.
Aunque en este momento el Israel moderno concite la atención de los analistas y del público, nuestra capacidad para comprender la verdadera naturaleza este estado fundado tras la Segunda Guerra Mundial, se ve obstaculizada por la ideología, los prejuicios y los mitos, y la mayor parte de quienes se refieren al tema extreman su cautela para no ser acusados de antisemitismo.
En un artículo anterior, expliqué lo que distingue al antisionismo del antisemitismo. Sin embargo, estimo que la dificultad fundamental para comprender la realidad que hoy nos lastima reside en la habitual y hasta cierto punto comprensible asociación entre el Estado de Israel con «los judíos».
¿Debemos considerar a quienes habitan y gobiernan Israel como judíos o se han convertido en otra cosa, es decir, en israelíes?
El debate “nature versus nurture” sobre la influencia mayor o menor de los rasgos heredados frente a la educación en los seres humanos es más antiguo de lo que muchos creen y puede rastrearse a través de diferentes etapas de la narrativa bíblica.
Enfadado por la adoración de los israelitas al becerro de oro, Dios estaba dispuesto a destruirlos a todos y comenzar de nuevo a partir de Moisés. La naturaleza, es decir los razgos heredados, parecía ser la culpable de las desviaciones del «pueblo elegido», y Dios desesperaba de que esa “gente de dura cerviz” pudiera ser reeducada.
Sin embargo, de acuerdo al relato bíblico, el ruego de Moisés logró conmoverlo y los israelitas fueron enviados a vagar por el desierto durante cuarenta años para ser reformateados antes de que se les permitiera entrar en la Tierra de Canaán. En este caso, la decisión fue una apuesta a que la educación supondría una superación de los razgos heredados, con la esperanza de que la experiencia de beneficiarse de una generosidad ilimitada, alimentados con el maná que descendía de las nubes de gloria, los haría entrar en razón. Este puede haber sido el primer intento conocido de ingeniería social, aunque el éxito no fue absoluto.
La historia contemporánea de los judíos presenta un caso más audaz de reeducación. Durante siglos, los ideales judíos han hecho hincapié en la misericordia, la modestia y la caridad. El aborrecimiento de la violencia ha llegado a estar tan arraigado que en muchas comunidades judías, los cuchillos, que podrían ser herramientas de asesinato, deben retirarse de la mesa antes de recitar la bendición después de una comida. La bendición y la violencia se consideran incompatibles.
Después de siglos de ser educados para luchar por la perfección moral, algunos judíos, inicialmente una pequeña minoría, hicieron suyo en Palestina un rol como colonos, un papel asociado históricamente con la civilización cristiana europea.
Los pioneros sionistas en Palestina, muchos de ellos ateos o agnósticos, concluyeron que “Dios no existe, pero nos prometió esta tierra”.
De ese modo, instrumentalizaron a su conveniencia antiguos mandamientos bíblicos, como “limpiaréis la tierra y os estableceréis en ella, porque os he dado la tierra para que la ocupéis”, adoptando una lectura literal y maniquea de la Biblia, y abandonando la tradición interpretativa desarrollada en el judaísmo rabínico.
La tradición judía leía los versículos bíblicos que mencionan la violencia de manera alegórica: la espada y el arco utilizados por el patriarca Jacob contra sus enemigos eran, de acuerdo a esa línea interpretativa, símbolos de obediencia a los mandamientos divinos y de buenas acciones. La tradición situaba el heroísmo judío en la casa de estudio, no en el campo de batalla. Pero los sionistas rechazaron esta tradición asimilándola a la de “débiles exiliados”.
Naturalmente, como sucedió en otros lugares como la India, Estados Unidos o Argelia, la mayoría de los habitantes originarios de Palestina (judíos, cristianos y musulmanes por igual) se opusieron a la colonización sionista de Palestina iniciada fines del siglo XIX y para contrarrestar esa resistencia legítima, generaciones de israelíes fueron educados en la idea obsesiva de estar viviendo una guerra permanente.
Los palestinos han sido vistos desde entonces como una fuente constante de peligro, y educados en el espíritu del coraje militar, la superioridad moral y la autocomplacencia, los israelíes despreciaron primero y reemplazaron después lo que había sido característico de la cultura judía.
El asesinato en 1924 de Jacob De Haan, un abogado judío opuesto a la colonización, a manos de una milicia sionista, marcó no solo el inicio del terrorismo político organizado en Palestina, sino también la afirmación de una nueva identidad nacional.
Los ideales de valor marcial se inculcaron a través del sistema educativo, que se estructuró con un eje central: suprimir la resistencia de los colonizados. Generación tras generación de israelíes han participado en la violenta “pacificación de los nativos”, obligándolos a someterse a la discriminación, el despojo y la limpieza étnica.
Las noticias diarias sobre las brutalidades perpetradas por el ejército israelí en Gaza subrayan el éxito de la transformación sionista de la cultura judía. El apoyo masivo que estos actos reciben de la sociedad israelí en general lo confirma firmemente. El reciente debate en el parlamento israelí, donde algunos miembros de la Knesset justificaron la legitimidad de las violaciones en grupo de detenidos palestinos por parte de soldados israelíes, revela una profunda deshumanización, es decir, la negación de la plena humanidad de los otros, junto con la crueldad y el sufrimiento que la acompañan.
Pero esto también amenaza la humanidad del propio del soldado.
Para mitigar esa tensión entre la deshumanización del otro y la inhumanidad propia, el soldado debe mantenerse distanciado de su víctima. Esto se logra mediante la industrialización del asesinato, y para ello científicos e ingenieros israelíes de renombre mundial, asistidos por grandes corporaciones estadounidenses, han realizado avances cualitativos en la racionalización de la violencia a distancia. En Medio Oriente, la inteligencia artificial (IA) determina ahora los objetivos y los destruye, lo que indica una abdicación no sólo de los valores morales de la tradición judía, sino de la humanidad en su conjunto.
La guerra de los israelíes contra Gaza confirma el triunfo de la nurture sobre la nature, al tiempo que demuestra que el progreso tecnológico no equivale al progreso de la humanidad. De hecho, se están normalizando el genocidio, la limpieza étnica y las ejecuciones en masa, y la mayoría de los gobiernos occidentales las toleran -cuando no las alientan- porque aceptan el supuesto de que los judíos son por naturaleza pacíficos y son además los perseguidos por antonomasia.
Se niegan así a aceptar que un siglo de vivir y ocupar una tierra ajena por la espada han metamorfoseado al judío piadoso en el israelí despiadado.
Se podrá entender mejor a Israel como Estado cuando ya no se lo considere “el Estado judío”, un concepto nebuloso que sólo empaña nuestra visión y oscurece la realidad. Sólo a partir de esta distinción será capaz Occidente de lo que ya hace el resto de la humanidad: juzgar a Israel por sus actos, como se hace con cualquier otro Estado.