Con el revival del sueño de Isaías como un desafío al mundo, Benjamín Netanyahu nos anunció lo que sería, de acuerdo a las cifras que un año después recogen los organismos internacionales y medios especializados como The Intercept, una matanza sin precedentes en la historia moderna. . Lo que Abby Zimet, editorialista de Common Dreams ha llamado con acierto Monumento Infame a la Crueldad. .
En la primera parte de esta nota, recordamos al viejo profeta Isaías en su papel de inspirador de la idea que Israel tiene de si mismo y el modo en que sus sueños de destrucción y muerte moldearon una ideología supremacista y perversa que el paso de los siglos parece haber renovado.
En esta segunda parte, nos acercaremos a la doctrina militar que vertebra la conducta del ejército israelí. Una doctrina basada en la desproporción y el aniquilamiento, que quizás llevará a ese país a una agonía en soledad y sin remedio.
El Monumento a la Crueldad y Dahiya revisitada
Ese Monumento a la Crueldad, en que las fuerzas israelíes han transformado a Gaza y que ahora amenaza con extenderse a toda la región, se reconoce en aquella cultura profética del escarmiento y la impiedad, pero se asienta en una doctrina militar que Israel adoptó tras la fallida incursión en el Líbano de 2006. Y que lleva por nombre el de una localidad de las afueras de Beirut, Dahiya, que resultó especialmente castigada.
Aquel año, el ejército israelí invadió a sus vecinos del norte en un nuevo intento de desarticular a la organización chií Hezbolá después de que ésta capturase a varios soldados israelíes. Sin embargo, la ilusión de que aquella sería una operación rápida y limpia se desvaneció pronto.
Fueron 34 días en los que las fuerzas israelíes se empantanaron, sufrieron demasiadas bajas, vieron dañado su orgullo de «potencia subregional» y tuvieron que retirarse después de haber matado, sólo en el suburbio de Dahiya, a más de mil personas, un tercio de ellas, niños.
En aquel momento, como explica el cientista político español Ángel Marrades para el portal Descifrando la Guerra, se afianzó la idea de que Israel no podía aspirar a contrarrestar al enemigo descansando sólo en su superioridad técnológica, sino que debería reforzarla mediante la desproporción de la respuesta y el daño causado a la población civil.
El entonces comandante Gadi Eisenkot, que fuera luego Comandante en Jefe del Ejército Israelí sintetizó así la nueva doctrina para el periódico Yedioth Ahronoth “Lo que ocurrió en el barrio de Dahiya en Beirut en 2006 sucederá en cada pueblo desde el que se nos dispare. Aplicaremos sobre cada aldea una fuerza desproporcionada y causaremos enormes daños y destrucción (…) Desde nuestro punto de vista, no existen asentamientos civiles, sólo hay bases militares. (…) Esta no es una recomendación. Se trata de un plan de operaciones aprobado y en funcionamiento.”
La doctrina y la agonía
Esa es entonces la doctrina. Que bien leída, no es otra cosa que la traducción de las profecías de Isaías al mundo de hoy, adaptadas al triste papel que Israel desempeña en él.
Giora Eiland, exjefe del Consejo de Seguridad Nacional israelí, asesor del ministro de Defensa y uno de los creadores de la Doctrina Dahiya, había declarado el 7 de octubre de 2023 que cortar el suministro de alimentos, agua, electricidad y medicinas a la población de Gaza no sería suficiente sino que se debía impedir que otros lo hicieran. Y había admitido que la intención de su país era transformar Gaza en un lugar en el que fuera imposible vivir. Algo que, con la aquiescencia cómplice de buena parte de «occidente» y con la ayuda confesa de los EEUU, están consiguiendo.
Las epidemias a las que la población palestina estaría expuesta tras los bombardeos, la destrucción de la infraestructura hospitalaria, la descomposición de los cadáveres debajo de los escombros, la carencia de agua, gasas, o vacunas, acelerarían el final de la guerra y el retorno de los rehenes a sus hogares, adujo, frente a la indiferencia casi total de una «comunidad internacional» que ha demorado demasiado en reaccionar y que aún le debe a toda la humanidad una respuesta.
De todos modos, el Medio Oriente no es Gaza. Lo que se le puede hacer a una población de poco más de dos millones de personas confinadas en una franja territorial de la que se ha dicho que es «una cárcel a cielo abierto», no es extensible a los millones de personas que rodean a Israel y podrían en cualquier momento impulsar a sus gobiernos a decir ¡basta!
A medida que se amplía el escenario de las operaciones a una escala regional, en la que el ataque al Líbano no puede ser más que una etapa, y si la «blitzkrieg» israelita se estancara en una guerra de desgaste, como ya sucedió en 2006, Israel difícilmente podrá resistir el esfuerzo bélico el tiempo suficiente.
Hoy parece claro que más les hubiera valido buscar acuerdos, desarrollar relaciones conducentes a la paz, condescender, en una palabra. Pero quizás aquella malhadada idea de ser el pueblo elegido de Dios que han arrastrado a lo largo de la historia, no les dio la cordura y la humanidad suficiente. Denasiada hubris para un país tan pequeño.
Sus frentes abiertos, en este momento son: Gaza, Cisjordania, el sur del Líbano, y los Hutíes que desde Yemen cierran el Estrecho de Ormuz. Ha comenzado a desplegar ataques aéreos sobre Irak y Siria, bombardeando una planta de extracción de petróleo francesa, como advertencia a un Emmanuel Macrón que oscila entre un humanitarismo tardío y la abyección de siempre. Amenaza a España e Irlanda y los acusa de ser refugio de terroristas antisemitas. Ha atacado con tanques puestos de los Cascos Azules de la ONU y ha declarado al Secretario General del organismo, «persona no grata». Reclama que Jordania sea su aliado a cualquier costo, y pretende que Egipto reciba más de un millón de desplazados palestinos y los aloje en el desierto. Y a estar por lo que se anuncia, estaría dispuesta a destruir yacimientos de petróleo y centrales nucleares en Irán a pesar de que los EEUU, Rusia y Arabia Saudita, por muy diferentes razones, le advierten que ese podría ser el final.
No alcanza con tener una doctrina militar inhumana y canalla para enfrentarse al mundo y si Israel continúa confiando en «las fuerzas del cielo» y esperando que se haga cierta la profecía de Isaís que anunciaba «El país o el reino que no quiera obedecerte, perecerá, y las naciones serán destruidas totalmente», el choque del militarismo sionista con la realidad podría sumirla, a mediano plazo, en una lenta desintegración social, política y económica.
No es inevitable. Ningún destino lo es. Pero parecen decididos a que lo sea.
La otra opción es que en la desesperación por demostrar un poderío que no tienen y creyéndose por encima de toda moral, se decidan a protagonizar un Armagedón nuclear del que nadie que esté cerca quedará libre, pero en el que su población será, seguramente, la más perjudicada.