Ubiquémonos cerca. No perdamos detalle porque no se asiste a un espectáculo como éste todos los días. Entre el bullicio de un público exultante y las primeras estrofas de Freedom, de Beyoncé, Kamala la Roja (para usar el apodo intimidante aunque inmerecido con que la distingue Donald Trump) entra al escenario y comienza a cautivar al auditorio con sus pasos largos, los brazos en alto, y una amplia sonrisa -que posiblemente le dará la presidencia-.
A partir de ahora y por 41 minutos, tendremos todo lo que Biden no nos dio y Trump jamás podría darnos.
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El combo de mujer educada y culta, joven y eficiente, de color/asiática, capaz de entrar a escena con un disfrute creíble y contagioso propio de una estrella, hace pensar en qué oscuros demonios anidaba en su mente el viejo Joe cuando la escondió y anuló debajo de su sombra hasta que no tuvo otra salida que morder el polvo de su edad y dejarla asomar. Pero como esa pregunta es difícil de responder, volvamos a Kamala mientras en el United Center de Chicago, se adueña de la escena.
Freedom. Freedom. I can’t move.
Freedom, cut me loose.
Singin’, freedom.
Freedom. Where are you?
Cause I need freedom, too.
Todo parece real
Todo parece real porque lo es. Y en eso radica lo maravilloso del momento. La serpiente está siendo encantada delante de nuestros ojos.
En la pantalla vibra un público en que todas las edades y las etnicidades habidas y por haber están representadas. Suben y bajan los carteles con su nombre, y lo inundan todo, como una marea a un tiempo incontenible y domesticada.
Jóvenes que votarán por primera vez sienten visiblemente, con razón o sin ella, que están contribuyendo a cambiar el destino del mundo.
Niñas pequeñas levantan sus mensajes de amor garabateados en hojas de cuaderno y sus padres las alzan, orgullosos, seguramente convencidos de que ellas recordarán ese instante por el resto de sus vidas.
Los rostros arrobados de mujeres y hombres blancos módicamente progresistas se levantan hacia ella y en algunos se perciben lágrimas emocionadas.
Y Kamala, la encantadora, repite Good evening!, Good evening!, como dándole a todos la bienvenida a su fiesta inolvidable.
Estamos delante de lo que un cronista de The Guardian definió como ¡Make America Fun Again! Y es algo que les estaba haciendo falta.
Todos gritan al unísono USA, USA, USA, pero no con ese tono arrogante y agresivo con que lo hacen cuando reclaman la superioridad imaginada o perdida, sino como cuando Simone Biles salta en el aire como una gama y compite por una medalla olímpica. America la eterna -parecen soñar todos mientras se disponen, emocionados, a seguir sus palabras- nunca se ha ido.
Kamala Harris repitió una y otra vez a lo largo de estos últimos años su latiguillo de: «What can be, unburdened by what has been» y todo hace pensar que ese buen augurio dejará de ser un meme, porque está dispuesta a hacerlo realidad.
Si todo sigue 57 días más como hasta ahora, la presidencia de los EEUU será de esa mujer que en instantes y durante 40 minutos, como una predicadora desde el púlpito, nos llevará de la mano desde su historia personal de hija de inmigrantes progresistas, pasando por el valor de la bondad, la buena vecindad y la política, para desembocar finalmente, casi sin que nos demos cuenta, en una amenaza. Que el mundo haría bien en no echar en saco roto.
Lo que teme o debe temer Trump
Donald Trump ha dicho de ella que es una izquierdista peligrosa, «far more liberal than crazy Bernie Sanders«. Le ha colgado el mote de “Comrade Kamala” y ha asegurado que es comunista. La ha definido como una «lightweight «, stupid,” y “dumb”. Ha puesto en duda que tenga ascendencia negra “so I don’t know if she’s Indian or if she’s Black?” Y ha tenido incluso la pésima idea de mofarse de su risa: «What happened to her laugh?…That’s the laugh of a crazy person”.
Por el momento y cuando ya hemos entrado de lleno en la última fase de la campaña, sus diatribas no le han servido de mucho. El tiro en la oreja no parece haber tenido el impacto deseado y sus últimas apariciones públicas detrás de un gigantesco vidrio blindado no tienen hasta ahora el rédito que sus escenógrafos esperan. Pronto deberá enfrentarla cara a cara, y es muy posible que apenas ella se ría, el pobre desgraciado nos de una alegría y se derrumbe.
Sin embargo y mientras la escuchamos desgranar su historia personal delante del auditorio embelesado, vale recordar que Kamala Harris no es alguien a quien podamos ubicar en el lado izquierdo del espectro político. Y que no es eso lo que Donald Trump teme o debería temer.
Teme, ante todo, su capacidad para ordenar un discurso en el que ella (no en vano ex-fiscal) se ubica con facilidad por sobre su oponente y lo juzga, moral e intelectualmente. Es la misma mujer que en la campaña por las primarias de 2019 le recordó a Joe Biden «yo era una de las usuarias de vehículos escolares para niños pobres de raza negra que usted intentó prohibir desde el Senado». Se nota que hay detalles que Kamala no olvida. No es un hueso fácil de roer.
Pero debería temer más aún la naturalidad con la que Kamala Harris hilvana su historia personal con el sueño colectivo. Con el mito fundacional vertebrado en la idea de que «in America everything is possible». En sus propias palabras, esa historia, la suya, sólo era posible en la «greatest nation of earth». Más que un mérito personal, es un mérito de la grandeza de la nación. Una grandeza que no hay que recuperar de entre las cenizas como Trump ha hecho que sus seguidores crean, sino que ha estado y estará siempre ahí.
Ee precisamente en ese tránsito de la realidad individual al mito compartido -en el que no se notan las costuras- en donde radica la potencia del mensaje. Mientras el público conmovido la escucha y caen desde lo alto estrellas blancas azules y rojas, nada le advierte «hasta aquí llega lo interesante y novedoso de Kamala Harris y a partir de ahora todo lo que sigue será el mismo autobombo exepcionalista y aburridor al que los encantadores de serpientes nos tiene acostumbrados». En ella se puede creer festivamente, y es allí donde acecha el peligro que deberán enfrentar Donald Trump y los suyos.
Lo que él encarna (la frustración por la grandeza perdida, el enojo permanente, la glorificación del dinero y de los que lo tienen a manos llenas, el placer por el desprecio, la venganza y el maltrato) tiene una fuerza indudable, que nos lo trajo hasta aquí como la resaca que llega hasta la playa, pero no tiene la potencia contagiosa de los grandes relatos que ella lleva debajo de la piel. I we fight, we win.
Es en ese reconocimiento -real o simulado- de la política como elemento vertebrador de lo social, como motor de la justicia y la igualdad necesarias y posibles, como sostén de nuevos derechos, como tarea eminentemente colectiva, como auxilio de las y los vulnerables en donde el discurso de Kamala Harris adquiere un encanto que el de las nuevas derechas, por más que se esmeren en exudar malhumor, no tiene. En ese reconocimiento está lo «rojo» de Kamala y lo que debería preocupar a Donald Trump.
«No one should be made to fight alone. We are all in these together» es, más allá del grado de sinceridad o hipocresía con que una mujer que tiene sus dos pies bien sujetos al establishment lo diga, la antítesis de lo que el trumpismo 2.0, JD Vance, el Proyecto 2025, y los magnates de Silicon Valley tienen para ofrecerle al mundo. Es un «hay futuro» que reconforta y alienta a no abandonarse, no resignarse, y seguir.
Sin embargo…
Last but not least
Como en la vieja fábula del escorpión, que hundió el aguijon en la tortuga que lo salvaba porque hacerlo estaba en su naturaleza, hubo sobre el final del discurso de Kamala Harris algo que está en la naturaleza de su país pero por alguna razón no había estado presente en los dos discursos que concitaron mayor atención en la jornada previa: el de Barak Obama y el de su esposa Michelle (que vale la pena escuchar dos veces).
Barak Obama reconoció que el mundo los mira y se pregunta de qué modo saldrán del atolladero en que se encuentran. Admitió que su país no debería verse a si mismo como el policía del mundo y advirtió que debería respetar los límites que enfrenta. Y eligió no poner sobre el tapete de modo demasiado evvidente las guerras en las que los EEUU están directamente involucrados o los conflictos que se avizoran en el futuro cercano. Y pareció marcarle a Kamala Harris algo así como un camino a seguir.
«The world is watching if we can pull this off. (…) We should not be the world’s policeman, and wecannot erradicate every cruelty and injustice in the world but America can be and must be a force for good. Discouranging conflicts, fighting desease, promoting human rights, protecting the planet from climate change, defending freedom, brokering peace. That Kamala Harris believes and so most of Americans.»
El enfoque que eligió Kamala 24 horas después, por el contrario, fue menos elusivo. Quizás más franco. Seguramente augura para el mundo más peligros.
Admitió casi a regañadientes que en Gaza se impone un alto al fuego y mencionó el derecho de los palestinos a la autoadministración de su territorio, seguramente como concesión a quienes desde los márgenes de su propio partido y en las afueras de la Convención intentaban -con muy poco éxito- hacerse oir. Pero se mostró dispuesta a seguir siendo cómplice -y, vale admitirlo, muy pocos en el público esperarían lo contrario-.
Vale la pena seguirla en ese tramo de su presentación en el que da las líneas de lo que será su política exterior, y ver como de pronto demuda el rostro y realiza con las manos el gesto de golpear reptidamente sobre algo. Ocurre a partir del minuto 31.
«I know we can live up to our proud heritage as a nation of immigrants— And
reform our broken immigration system. We can create an earned pathway to
citizenship— And secure our border. America, we must also be steadfast in
advancing our security and our values abroad.»
Kamala Harris ha pasado en ese momento, con naturalidad, como lo hace siempre, con la velocidad de un prestidigitador y un tahur, de los temas de ciudadanía, inmigración y seguridad en las fronteras, a la defensa de la seguridad y los valores americanos, «abroad«. Y vale la pena detenernos en esa palabra, que según el Cambridge Dictionary significa ‘in/to a foreign country.
Es decir que ha dejado planteadas, como posibles y deseables, «intervenciones preventivas», injerenciaa e intervenciones en defensa de la «rule of law» y toda esa panoplia de herramientos con las que los EEUU complementan su diplomacia y su poderío económico desde siempre. ¡Lo novedoso en su caso es que lo anuncia! E involucra en esta nueve edición de la Doctrina Monroe, a todo el globo.
«As vice president», recordó a continuación, “I have confronted threats to our security, negotiated with foreign leaders, strengthened our alliances and engaged with our brave troops overseas,” (…) “As commander in chief, I will ensure America always has the strongest, most lethal fighting force in the world.”
No cambian. Se fue el viejo entusiasta de la generación de nuevos conflictos y el agravamiento de los ya existentes, y nos legó una heredera que amenaza -ya desde el discurso de aceptación de candidatura y sin temor de arruinar la fiesta-, con superarlo.
Kamala pudo heber dicho algo así como «the strongest fighting force in the world» y haber evitado la palabra lethal al menos para no empañar un discurso que, si se lo miraba con cierta inocencia en el alma, casi llegó a ser bonito.
No sólo no cambian sino que por lo visto, como el escorpión de la fábula, no pueden cambiar.