Uno de los grandes temas de la filosofía es la pregunta por nosotros mismos. A la cuestión “¿qué nos hace humanos?”, una preocupación constante de la tradición filosófica occidental, el erudito Isidoro de Sevilla, en el siglo VII, respondía con su teoría del homo risu capax, según la cual lo propio y más exclusivo del ser humano es su capacidad para reír. .
Así lo expone en Etimologías, su obra cumbre, donde afirma que “el hombre es un animal racional, mortal, terreno, bípedo”, a lo que añade:
“Incorporamos en último lugar lo que le es exclusivo: su capacidad de reír, dado que la risa solo es propia del hombre”.
La teoría del homo risu capax en la Antigüedad
Esta teoría tiene su origen filosófico en Pitágoras de Samos. Según el filósofo griego Jámblico, para Pitágoras la risa es, “frente a los demás seres vivos, propia del hombre –algunos lo definen como un ser propenso a la risa–”, dado que es la capacidad para reír la que marca la “distinción y diferenciación”.
En idéntico sentido, Aristóteles afirma en Partes de los animales que “la causa de que solo el ser humano tenga cosquillas no es solo la finura de su piel, sino también que el hombre es el único animal capaz de reír”.
Por su parte, el teólogo Clemente de Alejandría dice en El pedagogo: “No porque el hombre sea un animal que ríe debe uno reírse de todo”, aceptando al ser humano como risv capax. Y afirma el filósofo sirio Porfirio en Isagoge: “Ser capaz de reír se predica solo del hombre”. Según él, lo propio “es aquello en lo que se reúnen convenir a una sola [especie], a toda y siempre, como al hombre ser capaz de reír, pues, aunque no ría siempre, se dice, sin embargo, que tiene esta capacidad (…) de manera innata”.
Igualmente, Agustín de Hipona, en Del libre albedrío, sostiene que bromear y reír son “actos propios del hombre”, aunque sean dos de “sus más ínfimas perfecciones”.
Censura filosófica de la risa
La capacidad para la risa también fue pensada en la Antigüedad desde un punto de vista ético.
Entre los censores, destacan los propios pitagóricos, según esgrime el historiador Diógenes Laercio en Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres cuando dice que una de las prescripciones pitagóricas era “no dejarse dominar por la risa”. También el ya mencionado Jámblico afirma que entre los más arcanos mandatos pitagóricos uno reza “no te entregues a una risa irresistible”, dado que la risa, para Pitágoras, es la “representante de todas las pasiones”.
Platón, en La República, sentencia: “Es inaceptable que se presente a hombres de valía dominados por la risa”. Y Aristóteles, en Problemas, defiende que “la risa es una especie de trastorno y de engaño”.
La filosofía desarrollada por los Padres de la Iglesia también se posicionó contra la risa. Autores como Basilio de Cesárea, Ambrosio de Milán o Juan Crisóstomo, además de Leandro de Sevilla y Agustín de Hipona, así lo atestiguan. Este último, en Contra los Académicos, dice que “no hay cosa más humillante que la risa”, y el anterior, Leandro, habla en De la instrucción de las vírgenes y desprecio del mundo del “denigrante espectáculo de la risa”.
En un punto intermedio encontramos al filósofo judío Filón de Alejandría, quien sostiene que “Dios, sin duda, es el creador de la risa virtuosa” y que “la finalidad de la sabiduría es la diversión y la risa, pero no la que practican imprudentemente los necios, sino la de quienes ya se han vuelto canos, no solamente por su edad, sino también por sus buenas reflexiones”.
En defensa de la carcajada
En el tercer grupo encontramos a los filósofos que defienden la risa. Epicuro, en Sentencias vaticanas, afirma que “hay que reír al mismo tiempo que hay que filosofar”. Es decir, que la risa no solo no debe ser censurada, sino que es necesaria como la racionalidad. ¿Puede escribirse filosofía desde el humor, buscando la risa del lector? Desde un punto de vista epicúreo, sí. Eso he intentado hacer yo también en El filósofo hispalense. Biografía hiperbólica de San Isidoro de Sevilla.
Cicerón, por su parte, en Sobre el orador, afirma que la risa propicia la buena disposición del auditorio. Por un lado, provoca la admiración de la agudeza del orador, haciendo ver que es una persona culta, educada y de mundo, y, por otro, gracias a las chanzas y risas se disuelven situaciones desagradables o difíciles de diluir con argumentos.
Pero si hay un defensor de la risa en la filosofía de la Antigüedad ese es Séneca, quien sostiene en Epístolas morales a Lucilio que es fuerte y capaz de triunfar ante el dolor aquel que “no dejó de reír, aun cuando sus verdugos, irritados por este mismo hecho, desplegaban contra él todos los recursos de su crueldad”.
De modo que la risa es tan eficaz para superar el dolor como la razón: “¿No será vencido por la razón el dolor que lo fue por la risa?”, se pregunta. Así, Séneca recomienda en De la tranquilidad del alma seguir más el ejemplo de Demócrito que el de Heráclito, ya que, si este era conocido por llorar, aquel lo era por reír, por su actitud risueña en el hacer y en el pensar. Para el autor, es más humano reírse de la vida que lamentarse, y merecen mayor gratitud de los demás quienes se ríen de la vida que quienes lloran por ella.
¿Hay otros animales capaces de reír?
Aunque en las últimas décadas se han realizado investigaciones que tratan de demostrar que la risa no es exclusiva humana, sino también propia de otros animales, solo se han evidenciado hasta el momento comportamientos semejantes a la risa, sin afirmarse definitivamente que tengan idéntica naturaleza e implicaciones.
En todo caso, la historia de la filosofía nos demuestra que, sea o no la capacidad más propia y exclusiva de nuestra especie y la que nos define, la risa nos hace humanos. Demasiado humanos.
Nolo Ruiz, Profesor en Departamento de Estética e Historia de la Filosofía, Universidad de Sevilla
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.