El belicismo que esconde en sus entrañas su propia destrucción

La industria bélica estadounidense, un Estado dentro del Estado, eviscera la nación, va dando tumbos de un fracaso militar a otro, despoja a su población de libertades civiles básicas, y está empujando al país hacia guerras suicidas. .

.

Estados Unidos es una estratocracia, una forma de gobierno dominada por una elite militar. En los dos partidos gobernantes es un axioma que debe haber una preparación constante para la guerra. Así, los enormes presupuestos de la maquinaria bélica son sacrosantos. No se auditan los miles de millones de dólares que se van en despilfarro y fraude. Sus fiascos militares en el Sudeste Asiático, Asia Central y Oriente Medio desaparecen en la vasta caverna de la amnesia histórica.

Esta amnesia, que implica que jamás hay rendición de cuentas, autoriza a la maquinaria bélica a destripar económicamente al país y a llevar al Imperio a un conflicto autodestructivo tras otro. Los belicistas triunfan, de un modo u otro, en todas las elecciones. El Estado de la Guerra es un Götterdämmerung (Crepúsculo de los dioses), como escribe Dwight Macdonald, «sin los dioses».

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno federal ha gastado más de la mitad de los impuestos que recauda en operaciones militares pasadas, presentes y futuras. Es la mayor actividad de sostenimiento del gobierno. Los sistemas militares se venden antes de ser producidos, con la garantía de que se cubrirán los enormes sobrecostes.

La ayuda exterior está supeditada a la compra de armamento estadounidense. Egipto, que recibe unos 1.300 millones de dólares de financiación militar, está obligado a dedicarlos a comprar y mantener sistemas de armamento estadounidenses. Israel ha recibido 158.000 billones de dólares en ayuda bilateral de Estados Unidos desde 1949, casi toda ella desde 1971 en forma de ayuda militar, y la mayor parte der esos fondos se destina a la compra de armas a fabricantes estadounidenses.

La población estadounidense financia la investigación, el desarrollo y la construcción de sistemas de armamento y luego compra esos mismos sistemas de armamento en nombre de gobiernos extranjeros. Es un sistema circular de bienestar corporativo. En un año, entre octubre de 2021 y septiembre de 2022, Estados Unidos gastó 877.000 millones de dólares en el ejército, es decir, más que los 10 países que le siguen en la lista reunidos, los que incluyen a China, Rusia, Alemania, Francia y el Reino Unido.

Estos enormes gastos militares, junto con los costos crecientes de un sistema sanitario que tiene como eje el lucro, han llevado la deuda nacional estadounidense a más de 31 billones de dólares, casi 5 billones más que todo el Producto Interior Bruto (PIB) de los Estados Unidos.

Este desequilibrio no es sostenible, especialmente cuando el dólar deje de ser la moneda de reserva mundial. En enero de 2023, Estados Unidos gastó la cifra récord de 213.000 millones de dólares en el servicio de los intereses de su deuda nacional.

Engañar al público

El público, bombardeado con propaganda de guerra, aplaude su propia destrucción. Se deleita con la despreciable belleza de la capacidad y el poderío militar. Repite los clichés de la cultura de masas difundidos a través de los medios de comunicación, que desarticulan todo pensamiento crítico. Se le inculca la ilusión de omnipotencia y se lo hunde en un regodeo autosatisfactorio.

El veneno de la guerra opera como una intoxicación. Acarrea consigo un estado de alteración emocional impermeable a la lógica, a la razón, o a los hechos. Ninguna nación es inmune.

El error más grave cometido por los socialistas europeos en vísperas de la Primera Guerra Mundial fue confiar en que las clases trabajadoras de Francia, Alemania, Italia, el Imperio Austrohúngaro, Rusia o Gran Bretaña no cometerían el error de separarse en tribus antagónicas que corrían a inmolarse en las disputas entre gobiernos que las despreciaban. Los socialistas se aseguraban a sí mismos que no respaldarían jamás la matanza suicida de millones de trabajadores en las trincheras. Sin embargo, casi todos los líderes socialistas abandonaron su plataforma antibelicista para apoyar la entrada de su nación en la guerra. Los pocos que no lo hicieron, como Rosa Luxemburgo, fueron enviados a prisión o asesinados.

Distorsión de la sociedad

Una sociedad dominada por belicistas y por los estamentos militares, distorsiona sus instituciones sociales, culturales, económicas y políticas para servir a los intereses de la industria bélica.

La esencia de las fuerzas armadas se enmascara con subterfugios: se utiliza a los militares para llevar a cabo misiones de ayuda humanitaria, evacuar a civiles en peligro -como vemos en Sudán en estos mismos días-, se define la agresión militar como «intervención humanitaria» o como una forma de proteger la democracia y la libertad, o se alaba a los militares por llevar a cabo una función cívica vital enseñando liderazgo, responsabilidad, ética y habilidades a los jóvenes reclutas.

La verdadera cara del ejército queda oculta: la matanza a escala sobrehumana.

Dividir el mundo

El mantra del Estado militarista es la Seguridad Nacional. Si todo debate comienza con una cuestión de Seguridad Nacional, toda respuesta incluye la fuerza o la amenaza de la fuerza. La preocupación por las amenazas internas y externas divide el mundo en amigos y enemigos, buenos y malos. Nuestros aliados y los ejes del mal.

Las sociedades militarizadas son terreno fértil para los demagogos. Los militaristas, al igual que los demagogos, ven a otras naciones y culturas a su propia imagen: amenazantes y agresivas. Desean reemplazarnos y por ello deberán ser reemplazadas por alguien que nos favorezca. Sólo buscan la dominación y por esa razón merecen ser dominadas.

No era de nuestro interés nacional hacer la guerra durante dos décadas en Oriente Medio. No está en nuestro interés nacional entrar en guerra con Rusia o China. Pero los militaristas necesitan la guerra como un vampiro necesita sangre.

Un buen modelo de negocios

Tras el colapso de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov y más tarde Vladímir Putin solicitaron integrarse en las alianzas económicas y militares occidentales. Una alianza que incluyera a Rusia habría anulado las peticiones de ampliación de la OTAN -que Estados Unidos había prometido que no llevaría más allá de las fronteras de una Alemania unificada- y habría hecho imposible convencer a los países de Europa oriental y central de que gastaran miles de millones en material militar estadounidense.

Las solicitudes de Moscú fueron rechazadas. Rusia se convirtió en el enemigo, lo quisiera o no. Nada de esto dio más seguridad a Estados Unidos. La decisión de Washington de interferir en los asuntos internos de Ucrania, respaldando un golpe de Estado en 2014, desencadenó una guerra civil y la posterior invasión de Rusia.

Pero para quienes se benefician de la guerra, enemistarse con Rusia, como con China, es un buen modelo de negocios. Northrop Grumman y Lockheed Martin vieron aumentar el precio de sus acciones un 40% y un 37%, respectivamente, como consecuencia del conflicto de Ucrania.

Lo que traería la guerra con China

Una guerra con China, ahora un gigante industrial, interrumpiría la cadena de suministros mundial con efectos devastadores para la economía estadounidense y mundial. Apple fabrica el 90% de sus productos en China. El comercio de EEUU con China fue de 690.600 millones de dólares el año pasado.

En 2004, la producción manufacturera estadounidense era más del doble de la China. La producción de China es ahora casi el doble de la de Estados Unidos. China produce el mayor número de barcos, acero y teléfonos inteligentes del mundo. Domina la producción mundial de productos químicos, metales, equipos industriales pesados y electrónica. Es el mayor exportador mundial de minerales de tierras raras, posee las mayores reservas y es responsable del 80% de su refinado en todo el mundo. Los minerales de tierras raras son esenciales para la fabricación de chips informáticos, teléfonos inteligentes, pantallas de televisión, equipos médicos, bombillas fluorescentes, automóviles, turbinas eólicas, bombas inteligentes, aviones de combate y comunicaciones por satélite.

La guerra con China, por lo tanto, provocaría una escasez masiva de diversos bienes y recursos, algunos vitales para la industria bélica, paralizando las empresas estadounidenses. La inflación y el desempleo se dispararían. Se aplicaría el racionamiento. Las bolsas mundiales, al menos a corto plazo, se cerrarían. Se desencadenaría una depresión mundial.

Si Estados Uniddos consiguiera bloquear los envíos de petróleo a China y su marina lograra interrumpir sus rutas marítimas, el conflicto podría llegar a ser nuclear.

En «OTAN 2030: Unificada para una nueva era», la alianza militar ve el futuro como una batalla por la hegemonía con Estados rivales, especialmente China. Llama a la preparación de un conflicto global prolongado.

En octubre de 2022, el general de la Fuerza Aérea Mike Minihan, jefe del Mando de Movilidad Aérea, presentó su «Manifiesto de Movilidad» en una conferencia militar abarrotada. Durante su desquiciada diatriba alarmista, Minihan argumentó que si Estados Unidos no intensifica drásticamente sus preparativos para una guerra con China, los hijos de los estadounidenses se encontrarán «supeditados a un orden basado en reglas que beneficiarán a un solo país [China]».

Según The New York Times, el Cuerpo de Marines está entrenando unidades para asaltos a playas, donde el Pentágono cree que pueden producirse las primeras batallas con China, a lo largo de «la primera cadena de islas» que incluyen «Okinawa y Taiwán hasta Malasia, así como el Mar de China Meridional y las islas en disputa de las Spratlys y las Paracels».

Los belicistas recortan fondos de los programas sociales y de infraestructuras, que a continuación derrochan en investigación y desarrollo de sistemas de armamento, descuidando el desarrollo de las tecnologías de energías renovables. Se derrumban puentes, carreteras, redes eléctricas y diques. Las escuelas se deterioran. La producción local declina. La población se empobrece.

Las duras formas de control que los militaristas prueban y perfeccionan en el extranjero regresan al país. Policía militarizada. Drones militarizados. Vigilancia a través de tecnologías más y más sofisticadas. Inmensos complejos penitenciarios. Suspensión de las libertades civiles básicas. Censura. Aquellos que, como Julian Assange, desafían a la estratocracia, que exponen sus crímenes y su locura suicida, son perseguidos sin piedad.

Pero el Estado estructurado para la guerra alberga en su interior las semillas de su propia destrucción. Canibalizará a la nación hasta que se derrumbe.

Antes de eso, arremeterá, como un cíclope cegado, tratando de restaurar su menguante poder mediante una matanza indiscriminada a escala nunca antes vista. La tragedia no es que el estado belicista estadounidense se autodestruya. La tragedia es la cantidad innumerable de inocentes que se llevará con él.


Chris Hedges es un periodista estadounidense, ganador del Premio Pulitzer. Fue corresponsal internacional durante 15 años para el New York Times y dirigió las oficinas de Oriente Medio y los Balcanes de ese periódico. Acutalmente, conduce el programa semanal de televisión en internet The Chris Hedges Report.
Este artículo se publica gracias a la edición en español de Globalter – Otro mundo es posible, y en colaboración con el medio independiente estadounidense Scheerpost, donde se publicó originalmente.
 
CHRIS HEDGES
CHRIS HEDGES
Chris Hedges es un periodista estadounidense, ganador del Premio Pulitzer EEN 2003. Fue corresponsal internacional durante 15 años para el New York Times y dirigió las oficinas de Oriente Medio y los Balcanes de ese periódico. Acutalmente, conduce el programa semanal de televisión en internet The Chris Hedges Report.