La odisea de un hombre condenado a la muerte moral y al ridículo

Todos recordamos a un Julian Assange encerrado en una jaula de vidrio a prueba de balas. Y a otro Julian Assange acusado de violar a dos mujeres que negaban haber sido violadas. Y a otro que, se nos dijo, jugaba con su skate y ensuciaba con caca los pasillos de la embajada de Ecuador en donde se le había concedido asilo. A partir del 4 de enero de este Año II de la Pandemia, quizás la prensa deje de demonizarlo y ridiculizarlo. Es hora de conocer al verdadero… si no es ya demasiado tarde. .

Ls filtraciones de Wikileaks revelando espionaje ilegal a líderes de la Unión Europea, y violaciones a los derechos humanos en Irak y Afganistán por parte del gobierno de los EEUU, fueron publicadas en asociación con los principales medios de prensa del mundo desarrollado (The Guardian, NYT, Le Monde, El País), y aunque la documentación era auténtica y esas informaciones jamás fueron desmentidas, en algún momento cayó entre ellos y quien de pronto pasó a ser un réprobo y un maldito, una espesísima cortina de silencio. Sólo se hablaba de él para mostrar a un hombre desagradablemente narcisista, notablemente desagradecido, y bastante desquiciado. Y para colmo, amigo de presidentes peligrosamente “populistas”.

Ahora la jueza británica Vanessa Baraister ha rechazado todos los argumentos de la defensa, y ha aceptado la validez del pedido de extradición que podría llevar a Assange a pasar los próximos 140 años encerrado en una cárcel de los EEUU, pero ha resuelto que el Reino Unido no lo extradite justificando su fallo en razón de la precaria salud mental del acusado.

Se trata, como dijo su compañera Stella Moris, de un primer paso hacia la justicia, pero deja abierta de par en par la puerta para las apelaciones, por lo que esta tragedia personal y esta vergüenza para el mundo, todavía nos dará mucho de si.

Por el momento, nos pareció pertinente volver sobre una nota periodística de Nils Melzer, Relator Especial de la ONU sobre la Tortura, que hace un año y medio mostró la impenetrabilidad de ese muro de silencio que aislaba a un hombre condenado a morir moralmente en vida.

Una carta y su no-publicación

Nils Melzer no es un ilustre desconocido. Es Relator Especial de la Organización de las Naciones Unidas sobre la Tortura y escribió este artículo el Día en Apoyo de las Víctimas de la Tortura, el 26 de junio de 2019.
Esta nota fue enviada para su publicación a varios periódicos muchos de los cuales habían publicado las filtraciones de wikileaks: The Guardian, The Times, Financial Times, The Sydney Morning Herald, The Australian, The Canberra Times, The Telegraph, The New York Times, The Washington Post, Thomson Reuters Foundation y Newsweek.

Ninguno de esos medios consideró pertinente publicar la carta en defensa de Assange. Eran los tiempos en que una segunda presidencia de Donald Trump parecía asegurada. Los tiempos en los que la oprensa del mundo, incluída la más crítica con el ahora próximo ex-presidente, cuidaba muy bien lo que decía y a quiénes defendía.

 

Ya sé, muchos pueden pensar que estoy equivocado. ¿Cómo es que la vida en una embajada con un gato y una tabla de skate puede equipararse a la tortura? ¿Qué tiene que ver ésto con mi función?

Eso es exactamente lo que yo también pensé cuando Assange apeló por primera vez a la Relatoría Especial de la Organización de las Naciones Unidas sobre la Tortura pidiendo protección. Como la mayor parte del público, yo había sido intoxicado  por la incesante campaña de difamación difundida a lo largo de los años.

Por esa razón tuvo que llamar una segunda vez a mi puerta para conseguir mi reacia atención. Pero lo que descubrí cuando examiné los hechos de su caso me llenó de repulsión e incredulidad.

Yo había aceptado que Assange era un violador. Pero lo que hallé es que jamás ha sido imputado de un delito sexual.

Es cierto que, poco después de que EEUU animase a sus aliados para que encontraran motivos para procesar a Assange, la fiscalía sueca informó a la prensa sensacionalista que estaba acusado de haber violado a dos mujeres. Curiosamente, sin embargo, las propias mujeres nunca dijeron haber sido violadas, ni que pretendieran denunciar un acto delictivo.

Pero además, el examen forense de un condón presentado como prueba, que supuestamente llevaba puesto Assange y se rompió durante el acto sexual, no contenía ADN ninguno; ni de él, ni de ellas, ni de nadie en absoluto.

Una de las mujeres incluso puso por escrito que ella sólo quería que Assange se hiciera una prueba de sida, pero que la Policía estaba “deseosa de ponerle las manos encima”.

Desde entonces, tanto Suecia como Gran Bretaña hicieron todo lo posible para impedir que Assange fuera juzgado por esa acusación porque eso podría interferir en el pedido de extradición a los EEUU donde habría un juicio cuyo resultado era ya conocido seguido de una vida en prisión. Su último refugio fue entonces la Embajada de Ecuador.

De acuerdo, pensé, Assange no será un violador ¡pero es innegable que un hacker!

Sin embargo, lo que descubrí es que todas sus revelaciones le habían sido libremente filtradas y que nadie le acusa de haber hackeado un solo ordenador. De hecho, la única posible imputación de hackeo contra él tiene que ver con su presunto intento infructuoso de ayudar a forzar un password que, de haber tenido éxito, podría haber ayudado a su fuente a ocultar su rastro. En síntesis: una cadena de hechos aislados, especulativa y sin consecuencias; algo así como tratar de procesar a un conductor que intentase sin éxito superar el límite de velocidad, pero no lo lograse porque su coche no tenía bastante potencia.

Bien, pero entonces, pensé, al menos tendremos la seguridad que Assange es un espía de Rusia, que ha interferido en las elecciones de EEUU y quizás ¡sus actividades han provocado muertes!

Pero todo lo que encontré es que ha publicado sistemáticamente información auténtica de interés público sin haber quebrado confianza, obligación ni lealtad ningunas.

Sí, sacó a la luz crímenes de guerra, corrupción y abusos, pero no confundamos la seguridad nacional con la impunidad gubernamental. No son lo mismo.

Sí, los hechos que desveló podían empoderar a los votantes estadounidenses para que tomaran decisiones mejor informadas, pero ¿no es eso simplemente democracia?

Sí, hay que mantener debates éticos sobre la legitimidad de las revelaciones o la necesidad de que exista información reservada. Pero, si se hubiera causado algún daño concreto, ¿cómo es que ni Assange ni Wikileaks han sido judicialmente imputados ni sometidos a demandas civiles reclamando compensación? ¿Cuáles fueron los daños por los cuales no se pide reparo?

Pero seguramente, continué mi razonamiento casi con desesperación, Assange debe ser un narcisista egocéntrico que corre con su tabla de skate por la Embajada de Ecuador y va manchando las paredes con sus heces, porque eso es lo que la prensa dice…

Bueno, pues todo lo que relató el personal de la embajada fue que los inevitables inconvenientes de su instalación en sus oficinas se habían resuelto con respeto y consideración mutuas. Y que eso sólo había cambiado después de la elección del presidente Moreno cuando, de pronto, recibieron instrucciones de encontrar aspectos de la personalidad de Assange que pudiera ser censurables. Y que quienes no los encontraron fueron rápidamente reemplazados. El presidente incluso asumió personalmente la tarea de innundar al mundo con chismes sobre él y de privarle de asilo y ciudadanía sin que mediara procedimiento legal alguno.

En definitiva, finalmente me apercibí de que había sido cegado por la propaganda y que Assange había sido sistemáticamente calumniado para distraer la atención de los crímenes que desvelaba.

Después de haber sido deshumanizado mediante el aislamiento, el ridículo y la vergüenza, como se hacía con las brujas a las que luego se quemaba en la hoguera, resultaba fácil privarlo de sus derechos más fundamentales sin provocar indignación pública mundial.

Y como consecuencia, se sentaba un precedente legal, por la puerta de atrás de nuestra complacencia, que en el futuro podría ser aplicado también a las revelaciones del Guardian, el New York Times o ABC News.

Muy bien, pueden responder ustedes, pero ¿qué tiene que ver la calumnia con la tortura? ¿Cual es la razón que permite vincular una con la otra? Bueno, esto es terreno resbaladizo. Lo que puede parecer mera “difamación política” en un debate público, muy pronto se convierte en “acoso” cuando se hace contra alguien indefenso, e incluso “persecución” cuando lo comete un Estado. A esto, agreguémosle intencionalidad y grave sufrimiento, y tendremos tortura psicológica de pleno derecho.

Sí, vivir en una embajada con un gato y una tabla de skate puede parecer una solución agradable si estamos dispuestos a creer el resto de las falsedades. Pero cuando nadie recuerda el motivo para el odio que has de soportar, cuando nadie quiere ni siquiera escuchar la verdad, cuando ni los tribunales ni los medios de comunicación les piden cuentas a los poderosos, entonces tu refugio se convierte en una balsa de goma en un estanque de tiburones, y ni tu gato ni tu tabla de skate te salvarán la vida.

Incluso así, pueden aducir ustedes, ¿por qué dedicar tantas palabras a Assange cuando son incontables los que están siendo torturados en todo el mundo?

Pues porque no se trata aquí sólo de proteger a Assange, sino de evitar un precedente que probablemente marcará el destino de la democracia occidental.

Porque cuando decir la verdad se haya convertido en un delito será demasiado tarde para corregir el rumbo. Habremos rendido nuestra voz a la censura y nuestro destino a la tiranía incontrolada.


 

Casi un año y medio después de esta carta, el 4 de enero de 2021, el Reino Unido ha denegado el pedido de extradición de Assange a los EEUU. Un hecho que sin duda no es ajeno a los cambios que la futura administración deberá asumir en lo que tiene que ver con sus políticas internacionales.

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