Elecciones en Argentina. La irrefrenable pulsión por ser colonia (2)

Veíamos en la primera parte de esta nota que a la avidez por la moneda norteamericana y la tilinguería colonizada que marcó a fuego la vida de los argentinos «de bien» por décadas, se le ha sumado ahora la obsesión de un presidente que cree cumplir un mandato divino: colocar el último clavo en el ataud del peronismo. .

 

Se comprende entonces que frente a una Cruzada de tal santidad, muchas cosas que para el antiperonismo tradicional pueden haber parecido alguna vez estúpidas o de mal gusto, como la afirmación de que la economía «se irá para arriba como pedo de buzo», la promesa de que si aceptan seguir sacrificándose, a los argentinos pronto «les saldrán dólares por las orejas», o los aullidos destemplados de un clown desencajado cantando «Dame fuego», estén normalizadas.

Un presidente de espaldas en el Salón Oval

Fueron necesarias dos visitas fugaces de Javier Milei a los Estados Unidos en el lapso de 40 días, casi dos semanas en las que todo su equipo económico se trasladó a Washington sin que pudiera saberse qué hacían allí, seis o siete mensajes de Scott Besset en las redes sociales ofreciéndolo todo, algunas decenas de titulares de prensa anunciando anuncios que no se producían, el intercambio protocolar de dos o tres baratijas de colores, y un almuerzo de trabajo en el que ni se trabajó ni se comió nada, para dar el marco requerido.

El acuerdo no se selló en el Salón Oval como se esperaba, sino alrededor de una larguísma mesa en la que el presidente  argentino sólo fue tomado por las cámaras de espaldas, pero es necesario destacar que si al anfitrión se le había olvidado su nombre y hasta la razón precisa de la vista, lo llamó su amigo. Y no sólo eso sino que prometió ayudarlo con todo lo que fuera necesario si salía vencedor en unas elecciones de medio término que, por momentos, parecía confundir con las presidenciales.

Justo es decir que Donald Trump acababa de regalarle al mundo el simulacro de un alto al fuego en Gaza y hacía menos de 24 horas que, en Egipto, había reunido y humillado a varios presidentes y primeros ministros europeos como sólo él sabe hacerlo, pero aún así habló casi dos horas de bueyes perdidos y hasta tuvo la lucidez suficiente como para advertirle a su amigo argentino -quizás confundiéndolo con Zelensky-, que si pierde las elecciones «we are out».

Hubo, por supuesto -y las imágenes de ese bochorno recorrieron el mundo-, pulgares regordetes para arriba, sonrisas serviles, ojitos de felicidad y declaraciones torpes e infelices, pero tras un par de minutos en los que a Javier Milei se le permitió hablar sin que nadie se preocupara por traducir al inglés sus niñerías, quedó claro que aunque todavía no podemos saber qué se compra ni a qué precio se vende, el trato estaba cerrado.

Lo que EEUU dará y el gobierno de Javier recibirá es y no es un rescate. Es sólo para solucionar una situación de iliquidez meramente circunstancial, pero al mismo tiempo es para salvar a la Argentina del peronismo y el hambre, y es para evitar que el comunismo chino se apodere de todo el patio trasero del imperio. Es un swap de monedas entre gobiernos, pero por momentos no es eso sino que será compra de bonos. O inversión privada en no se sabe bien qué sectores. Son 20.000 millones de dólares un día y 40.000 al siguiente. O podrían ser más si fuera necesario. «Whatever it takes» como le juraraban hasta hace muy poco a Ucrania.

Y todo eso es, vale aclararlo, a cambio de nada. Las tierras raras si las hubiere, el litio, el petróleo, el gas, un precio de la soja que falicilite que granjeros estadounidenses vendan la suya, quiénes formarán la coalición que EEUU quiere que gobierne a la Argentina a partir del 27 de octubre, el desacople comercial con China y el divorcio diplomático con los BRICS, la participación de las fuerzas armadas argentinas en las furzas internacionales que garantizarán los negocios inmobiliarios del yerno de Trump en Gaza, la posibilidad de instalar bases estadounidenses en la zona del Canal de Magallanes, o el papel de la República Argentina como gendarme y punta de lanza en una América Latina recuperada para America, son cosas que podrían estar sobre la mesa, pero ¿quién pensará que estén vinculadas de algún modo con el dinero en juego?

Bessent no pudo ser más explícito. No se trata de respaldar a un país sino a las políticas que un gobierno implementa y sobre todo a las que implementará:

“A win would entail keeping a blocking level on any bad policy, for the president to be able to veto the policies. And so it is not election-specific, it is policy-specific. So as long as Argentina continues enacting good policy, they will have U.S. support.” 

Y para que no quedarn dudas de lo importante que será que la ciudadanía elija lo que debe, añadió:

“We’re having to intervene militarily with the narco traffic coming out of Venezuela,” (…) Much better to use the heft of the U.S. economic power, rather than have to use military power.”

Colonia, Potencia y Vaudeville

La vocación argentina -o mejor dicho- la pulsión de buena parte de sus clases medias y sus clases altas por mantener un status colonial no es muy diferente ni mucho mayor a la que se puede observar en el resto de nuestros países. Estamos hechos de lo mismo.

Lo que quizás marca la diferencia con el resto es que esa vocación convive con una inmodesta aspiración a ser potencia, y con una forma chabacana de hacer política que progresivamente se confunde con el vaudeville.

Esa conviencia de lo servil y lo jactancioso, lo patronal y lo payasesco hace eclosión periódicamente y el resultado no es muy diferente a la pus.

Lo vimos con Mauricio Macri, que compartió con Javier Milei buena parte de su elenco de gobierno, su aspiración por resignar soberanía y sus fracasos. Lo vimos también durante aquel menemismo de las «relaciones carnales» y la grotesca participación de la armada y la aviación argentina bajo comando estadounidense en los ataques de 1990 a Irak. Y fue el leit motif de toda la política económica de la dictadura que asoló el país entre 1976 y 1983 hasta que el delirio de grandeza de un general alcohólico se dio de bruces con el interés de los verdaderos imperios.

Pero ninguna de esas situaciones de alineamiento geopolítico e intervencionismo colonial era novedosa. Podemos rastrear la misma pulsión en la subordinación geopolítica a los EEUU durante toda la Guerra Fría en cada golpe militar desde 1955 en adelante. Y había sido la inspiración de la Unión Democrática con la que el embajador de los EEUU y magnate petrolero de triste memoria Spruille Braden enfrentó a Juan Domingo Perón en 1949.

Y si retrocedemos a la Década Infame, la encontramos en el Pacto Roca-Runseman al que ya nos habíamos referido en la primera parte de esta nota. Aquel acuerdo (porque de algún modo hay que llamarlo), firmado en Londres en 1932, liberó de impuestos a todas las importaciones británicas, estableció para ellas un tipo de cambio diferencial, colocó al recién creado Banco Central bajo control de funcionarios ingleses, entregó el monopolio de los transportes en la provincia de Buenos Aires y el tendido de vías férreas en todo el país a empresas de ese origen, y tomó el compromiso de no habilitar frigoríficos de capitales nacionales, favoreciendo a los británicos – que ya constituían el 85% del total. Y todo a cambio de que Inglaterra continuara comprando una cuota mínima de carnes argentinas.

Y ni siquiera aquella descomunal entrega fue nueva, porque en 1824, Bernardino de la Trinidad González de Rivadavia y Rodríguez de Rivadavia, quien dos años después sería el primer presidente de la República Argentina, firmó con la Banca Baring Brothers, de Londres, un empréstito por 1 millón de libras destinado a realizar obras públicas. Que no llegaron a ejecutarse porque de la suma inicial, una vez deducidas las comisiones y los descuentos estipulados en el contrato, sólo llegaron a la Argentina poco más de 600.000 libras que nunca se supo bien en qué se gastaron.

Fue una estafa. Una más en el collar de la Britania victoriana, pero la primera ¡y dos años antes de su nacimiento! en un país que demoró 80 años en devolver el total de aquel empréstito. El puntapié inicial de una historia interminable de endudamiento cíclico y eclosión de pus que llega hasta hoy.

¿Suéltame, pasado?

Todo lo anterior puede parecer lo suficientemente absurdo como para que un lector desprevenido se pregunte si Javier Milei tendrá el 26 de octubre quién lo vote. Y la respuesta es sí.

Otra vez millones de personas de todas los sectores sociales depositarán su confianza en un fantoche insufrible y vociferante que se viste con cuatro camperas y hace photoshopear sus fotografías para parecer un león.

Estarán sus votantes entre el 30% y el 40% del total. No tantos como para que Javier Milei desgobierne sólo, que es lo que hasta agosto soñaban él, su equipo y los mercados, pero los suficientes como para que, acompañado por una oposición amigable, religiosamente antiperonista y servicial, respaldado por el Tesoro estadounidense para que el precio que pagan por él les reditúe lo que quieren, y convenientemente medicado, continúe la labor.

Y sucederá eso no sólo porque habrá infelices que confíen en que pronto verán cómo de las orejas les brotan dólares, porque de esos no han de quedar muchos. Y no sólo porque los gobiernos anteriores, en especial el de Alberto Fernández, hayan defraudado las expectativas que se puso en ellos.

Sucederá porque la vieja y oscura pulsión por ser una colonia, unida al deseo de colocar los últimos clavos en el ataúd de todo lo que molesta, todo lo que es pobre o débil, todo lo que reclama algún tipo de igualdad o de justicia o de empatía fraterna, alcanza hoy una fuerza inusitada. En Argentina y en cualquier lugar de occidente en el que fijemos la mirada.

Marcos Mundstock, en un recordado sketch de Les Luthiers, simulaba ser un presentador de televisión que promocionaba un film: La Indomable, como la historia de «una mujer atrapada por su pasado». Mientras lo hacía, se escuchaba en off la voz de la protagonista, que gritaba: «¡Suéltame, pasado!» y aquel reclamo se transformó en una de esas frases que vienen a la memoria de los argentinos cada vez que atravisan momentos como éste.

Sin embargo esta vez quizás no les alcance con liberarse del pasado. Deberán también liberarse del futuro que los acorrala.

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