La flotilla Global Sumud, los Pueblos del Mar, y el aleteo incontenible de las mariposas

Faltaban 1200 años para que naciera Cristo. En las playas de Oriente Medio, desde Troya hasta lo que hoy es la Franja de Gaza, comenzaron a fondear pequeñas naves tripuladas por gente que llegaba no se sabía de dónde. Muy poco tiempo después, misteriosamente, el mundo conocido hasta entonces llegaba a su fin. .

 

La palabra «misterio» define bien lo que hoy conocemos como Invasiones de los Pueblos del Mar, que provocaron -a finales de la Edad del Bronce- la caída de tres de los cuatro grandes imperios de la época y enclaustraron al cuarto, el Egipto de Ramsés III, dentro de sus propias fronteras para siempre.

Fue un misterio de dónde habían surgido aquellos terribles guerreros. Las crónicas de la época les dan diversos nombres, Shardana, Eqwesh, Tjekker-Shekelesh, Peleset-Philistines, y se dice que eran «vagabundos que llegan desde el norte» o «piratas que surgen entre las olas del mar», pero no hay datos más precisos.

Son pocos los testimonios directos que han llegado hasta nuestros días. Por ejemplo, cuatro cartas escritas en tablillas de barro halladas en las ruinas de Ugarit, en las que el gobernador de la ciudad le pide ayuda al Rey: «Padre, he aquí que los barcos del enemigo llegaron. Mis ciudades fueron quemadas y todo el país ha quedado abandonado a su suerte».

Ha sido un misterio qué empujaba a aquellos feroces saqueadores que quemaron y destruyeron todas las ciudades de las costas del Este del Mediterráneo, desde Anatolia hasta el Delta del Nilo. Y qué les dio la fuerza y la organización necesarias para hacerlo.

Y también ha sido hasta hace muy poco un misterio por qué algunas representaciones de batallas nos muestran a aquellos piratas desalmados acompañados por pesados carros empujados por bueyes, en los que llevan enseres de labranza, y a sus mujeres, y a sus niños.

Lo que sí sabemos es que dejaron tras de si un colapso civilizatorio que sumió toda la región en lo que hoy conocemos como los «siglos oscuros», cuatrocientos años acerca de los cuales no existe información alguna, porque hasta la escritura desapareció junto con las ciudades, las castas sacerdotales, el lujo, y los escribas.

Mucho después, aquel vacío informativo se fue poblando con relatos que intentaban explicar lo que había sucedido, y algunos de ellos han llegado a ser mojones esenciales de nuestra propia cultura. Aunque nos han llegado tan atravesados por la leyenda, el heroísmo, la religión, la intriga, o la belleza, que nos ha sido difícil relacionarlos con aquellos enigmáticos «Pueblos del Mar».

Por esa razón recién ahora, tres milenios después, podemos identificar a los aqueos que en la saga homérica sitiaron Troya durante 9 años para rescatar a la hermosa Helena, con los Eqwesh que asolaron en el 1200 A.C. las costas de Anatolia.

Por esa razón, también nos ha costado entender que aquellos Peleset-philistins, llegados a Canaán posiblemente desde Micenas, que se enfrentaron hace 3200 años a los ejércitos de Ramsés III y fueron derrotados luego milagrosamente por la honda de David, son los mismos que conocemos como palestinos.

Los dolores de parto de nuestra cultura, la literatura, los mitos, la guerra, y la actualidad más acuciante se mezclan en las arenas del Este del Mediterráneo de un modo inextricable.

Propaganda, sequía y migraciones

Hoy, el cruzamiento de los pocos testimonios escritos que han sobrevivido el paso de los siglos, sumados a hallazgos arqueológicos y al aporte de ciencias que permiten conocer las condiciones climáticas de aquel período, nos muestran una historia menos misteriosa, más verosímil… más «actual».

Todo apunta a que, a partir de una prolongada sequía que durante años deterioró las condiciones de vida de los pueblos asentados en las tierras que circundan el Mar Negro, el norte de Grecia y la actual Turquía, se produjeron levantamientos campesinos en contra de las aristocracias locales y movimientos migratorios masivos en busca de nuevas tierras de cultivo.

Los aristócratas (Canta, ¡oh diosa!, la cólera de Aquiles, hijo de Peleo), a quienes ya nadie pagaba impuestos ni rendía tributos, junto con la soldadesca mal acostumbrada a la que ya no podían pagar para que protegieran sus palacios, dejaron todo y se dedicaron al pillaje de los poblados costeros. Robando, matando y violando todo lo que encontraban, conciezudamente. El resto se lo llevaban los marinos y mercaderes, que ya sin posibilidad de comerciar, se dedicaban a la piratería menor. Que es lo que hacen los aristócratas y los mercaderes desde que el mundo es mundo.

Los campesinos, y los artesanos, por su lado, ya sin nada que los atara a sus señores y a sus costumbres o a sus pocas posesiones, cargaban con lo que podían llevar en barcas de pesca y en sus carros, e invadían el espacio que hasta ese momento había sido de otros. Provocando que esos otros, a su vez, emprendieran también un lento y desolador viaje hacia el sur. Hacia un futuro mejor, como hacen los pobres y los migrantes desde que el mundo es mundo.

Las crónicas y los bajorelieves egipcios que nos muestran batallas épicas, con decenas o centenares de navíos enfrentándose en el Delta, a las puertas del Nilo, o los textos bíblicos en los que las Fuerzas de Cielo derrotan de una pedrada a los ejércitos filisteos, no fueron más que propaganda destinada a justificar y engrandecer la memoria de los faraones o los reyezuelos tribales del desierto. Que es para lo que ha servido la propaganda, desde entonces a hoy.

Lo que hubo, en realidad, fue el aleteo de una mariposa en las orillas del Mar Negro, que se trasladó en forma de tempestad migratoria en busca de pan, de peces, y de pastizales en donde apacentar cabras. Mestizaje, en el profundamente fecundo sentido del término.

Hoy: la Global Sumud y nosotros

Que Sumud signifique perseverancia en árabe, y que delante del nombre de la flotilla que navegó hacia Gaza hace pocos días aparezca la palabra Global, nos convoca. No son sólo ellos los que perseveran, los que se mantienen firmes, los que expresan determinación en querer que la ocupación ilegal israelí y el genocidio brutal lleguen a su fin.

Somos -o deberíamos ser- nosotros. Si en Barcelona, Nápoles, la ciudad de México o Sydney la indignación crece es porque la perseverancia, la sumud, intenta nevegar, del modo que sea, hacia las almas rotas y el territorio destruido. Porque en ese navegar -y en la posibilidad de reconstruir ciudades y mundos nuevos- nos va la vida.

Que Muhammad Kuchuktigin, el capitán turco de un pequeño velero con nombre griego, haya tenido la habilidad y el coraje suficiente como para haber evadido el cerco israelí y haber llegado a nueve millas de la costa de Gaza con su cargamento inútil pero poderosamente simbólico de leche para bebes y medicinas, pudo haber provocado una sonrisa de satisfacción en el rostro de aquellos hombre y mujeres que 3200 años atrás llegaron a las mismas playas en busca de tierra, de felicidad, de paz.

Pero esa sonrisa antigua de los que llegan a destino a pesar de todo, debe además ser nuestra, porque en navegar y en sonreir y en reconstruir nos va la vida.

Y aunque a primera vista, aquella historia terrible y aleccionadora de los Pueblos del Mar no tiene con la de hoy más que coincidencias geográficas, si rasguñamos en las piedras del tiempo, podemos encontrar coincidencias y advertencias.

Coinciden los pueblos, los anhelos, las crisis alimentarias y el hambre, el oleaje, las playas, las migraciones, los saqueos, la soldadesca, el miedo, la propaganda y la guerra que se expande como una mancha de aceite nauseabundo sobre el agua.

Tras el aleteo de una mariposa y en pocos lustros cayó transformado en polvo el entonces poderoso imperio Hitita de Hatti, desaparecieron la cultura Minoica y la civilización Micénica, y Egipto debió encerrarse en si mismo y renunciar a toda expansión futura simplemente porque los cultivos se secaban y los pueblos migraban, incontenibles, hacia el sur

Y así, lo que hoy nos están haciendo los que aspiran a congelar el futuro y detener la historia protegiendo y engrandeciendo lo suyo a costa del sufrimiento ajeno, -sea a través de la expulsión de sus hogares de más de dos millones de gazatíes aterrorizados, sea lanzando las jaurías fascistoides y de rostro cubierto de ICE sobre todo aquel que no hable inglés o no tenga la blancura suficiente, sea empeñándose en continuar el saqueo colonial de África, pude -y debería- terminar de la peor manera.

Están en las raíces de nuestra cultura el movimiento, la búsqueda, la perseverancia, la hibridación, el mestizaje… y el conflicto. Ya ha sucedido antes. Y fue tremendo.

 

 

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador preocupado por los derechos humanos, la justicia social y el desarrollo sostenible. Diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online