Venezuela, nosotros y el Patio Trasero en el Nuevo Orden Multipolar (1)

Muchas veces una vieja imagen ofrece un buen punto de partida para analizar un suceso de la actualidad. Y en este caso, la que hemos elegido, nos será de ayuda. Atenderemos algunos detalles, la ubicaremos en contexto, y en la segunda parte de esta nota le pediremos a sus personajes que nos devuelvan al presente. .

Las cañoneras y sus enseñanzas

Venezuela, siguiendo la tónica en este tipo de caricatura política estadounidense de principios del Siglo XX, está representada por un niño: por definición, alguien incapaz de valerse por si mismo o hacerse responsable de sus actos. Alguien que debe ser encausado, si es preciso con rigor, porque sólo así estas gentes -latinoamericanos en general- entienden. La letra con sangre entra, se decía por entonces.

Y eso -encausar en el camino debido- es lo que hace el Tio Sam, con gesto adusto e índice admonitorio, cuando ese niño lloroso -que coincide con todos los estereotipos de lo «latino»-, le señala que se aproxima a su playa un amenazante acorazado alemán.

El texto que acompañaba a esta imagen de portada de la revista Puck del 22 de enero de 1902, nos ofrece más pistas de lo que sucede:

DEFINING THE DOCTRINE

Venezuela: Better mind your Monroe Doctrine. That German is making trouble.

Uncle Sam: The Monroe Doctrine will keep you from being kidnapped, Sonny. But it won’t help you get out of your honest debts.

Una doctrina y sus limitaciones

Once meses después de que apareciera esa premonitoria caricatura, en diciembre de ese mismo año, las flotas de guerra del Imperio británico, el Imperio alemán y el Reino de Italia, bloquearon las costas y puertos de Venezuela -que carecía de una marina en condiciones de resistir- exigiendo el pago inmediato de deudas contraídas por los anteriores gobiernos del país con empresas y firmas bancarias de sus connacionales.

Como solía suceder por entonces, los préstamos habían sido concedidos en condiciones abusivas. Las obras contratadas no siempre habían sido finalizadas. Parte del dinero se había malgastado financiando alzamientos de caudillos destinados a favorecer los intereses de tal banco o tal empresa. Las autoridades que habían gestionado los acuerdos y recibido el dinero no lo habían administrado honradamente. Y para colmo, el gobierno de turno no sólo carecía de legitimidad porque era el producto de un Golpe de Estado más, sino que no estaba en condiciones de pagar lo que los acreedores exigían.

El presidente del momento, un general de apellido Castro, había intentado un año antes convencer a los EEUU de que alemanes e ingleses pretendían tomar el control de parte del territorio venezolano, lo que era cierto y EEUU lo sabía. Y por consiguiente le solicitó al gobierno de Theodore Roosvelt que hiciera valer la Doctrina Monroe, lo que obviamente no sucedió.

La guerra hispano-norteamericana de 1898, había determinado la ocupación de Puerto Rico, Cuba y Filipinas, y en 1902 la marina de los EEUU, dedicada sofocar revueltas y tomar el control en los territorios recién incorporados al incipiente imperio, no estaba todavía en condiciones de abrir un nuevo frente.

Pagarás lo que debes y el resto (todo) será mío

La ineficaz y en algunos casos heroica resistencia que ofreció Venezuela al bloqueo al que fue sometida por Alemania, el Reino Unido e Italia (al que luego se sumaron contingentes de otras naciones europeas) determinó, en el breve lapso de tres meses, la destrucción casi total de los pocos buques con los que contaba, inutilizó sus puertos, paralizó su economía, y arruinó al país -más de lo que ya estaba-.

Pero el bloqueo tuvo una «virtud». En un escenario global en el que estaban cambiando de posición las principales piezas del ajedrez geopolítico, el gobierno de los EEUU decidió finalmente tomar cartas en el asunto. No para detener la agresión -como bien le indicaba el Tío Sam a la Venezuela llorosa de nuestra ilustración- sino ofreciéndose a mediar en el conflicto.

Gracias a esa mediación -celebrada y firmada en Washington en febrero de 1903-, Venezuela se comprometió a dedicar al pago de sus deudas el 30% de sus ingresos por exportaciones por un plazo indefinido. Eso colocó su existencia como nación independiente y soberana al borde del colapso… lo que tuvo dos consecuencias adicionales que marcaron su futuro… y también el nuestro.

La primera consecuencia fue de carácter económico. Poco antes habían sido descubiertos en Táchira los primeros yacimientos de petróleo, se anticipaba ya que ese sería el «oro negro» del nuevo siglo, y precisamente ese había sido el motivo que había llevado a alemanes e ingleses a poner sus ojos en Venezuela.

Como muestra de buena voluntad hacia el mediador, el gobierno venezolano, en los años siguientes, debió concesionar la exploración y explotación petrolera favoreciendo a las empresas estadounidenses, que mantuvieron desde entonces una virtual hegemonía en ese rubro  hasta el 1º de enero de 1976, cuando el gobierno de Carlos Andrés Pérez promulgó la Ley de Nacionalización Petrolera. Más de medio siglo de una sangría permanente. 

La segunda de esas consecuencias adicionales y de largo plazo, fue la promulgación, en 1904, del Corolario Roosevelt: una sustancial enmienda a la Doctrina Monroe. El corolario establecía que los Estados Unidos debían y podían intervenir en los asuntos internos de países latinoamericanos si éstos cometían «faltas flagrantes y crónicas» a los ojos de la administración norteamericana.

Fue ese Corolario Roosevelt el que le dio forma definitiva a una idea -la de «patio trasero» como forma de concebir y tratar a todo lo que está al Sur del Río Bravo-.

Las ideas-fuerza de largo aliento

La idea de «patio trasero» no era nueva. Había estado presente desde la formación misma de la Unión y había permeado toda su concepción acerca del papel que los EEUU jugarían -por voluntad de Dios- en la Historia.

En una de las primeras notas de Diálogos, de julio de 2021, Las niñas pobres invitadas al picnic del Tío Sam, recogíamos una extensa cita de Our Country, del pastor anglicano Josiah Strong, con el que se formaron generaciones de docentes, políticos, militares y clérigos estadounidenses.

No es ocioso recordarla, porque cuando en el presente se dice Make America Great Again, la aspiración no está sólo referida a la America poderosa, próspera y culturalmente holywoodense de la segunda post-guerra, sino también y sobre todo a aquella America ávida, autocomplacida, racista y prepotente, concebida por la divinidad como rectora del mundo.

«Creo que Dios, con maestría e infinita sabiduría, está preparando a la raza anglosajona para un momento que seguramente llegará en el futuro del mundo. (…)

El mundo entrará en una nueva etapa de su historia: la competencia final entre las razas, para la cual los anglosajones estamos siendo educados. (…)

Entonces, esta raza de energía inigualable, con toda la majestad de los números y el poder de la riqueza detrás suyo, la representante de la libertad más amplia, el cristianismo más puro, la civilización más alta, que ha desarrollado rasgos peculiarmente agresivos calculados para imponer a la humanidad sus instituciones, se extenderá sobre la tierra. Cuando eso suceda, esta poderosa raza se moverá hacia México, hacia Centro y Sudamérica, hacia las islas del mar, hacia África y más allá. ¿Y puede alguien dudar de que el resultado de esta competición de razas será la supervivencia del más apto?»

Por extemporáneo que nos resulte hoy el lenguaje de My Country, hay algo que sabemos: los EEUU, de un modo u otro, han conservado hasta hoy intacta si no aumentada la voluntad supremacista y la voracidad por el territorio o los recursos ajenos que manifestaron desde su conformación.

Y es imposible no escuchar, en este mismo instante, en la parnafernalia militar que han desplegado frente a Venezuela, el eco todavía ensordecedor de toda aquella liturgia neo-imperial que los (y nos) envenenó durante un siglo y medio. La idea de «patio trasero» no se ha diluido con el tiempo.

A eso le dedicaremos la seguna parte de esta nota.

 

 

 

 

 

 

 

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador preocupado por los derechos humanos, la justicia social y el desarrollo sostenible. Diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online