Este sistema llegó a su fin, murió. Ahora, si quieren, mantengan el cadáver armado hasta los dientes, un Frankenstein con metralleta… eso sería lo que la derecha quiere para el Perú. Que lo hagan, pero vamos a tener una guerra civil, porque la gente no lo va aceptar. Esa es la situación, y así como están las cosas es difícil imaginar una salida posible. .
Apenas iniciado el gobierno de Pedro Castillo en Perú, publicamos una nota de quien fue -muy brevemente- su Canciller, el abogado, sociólogo, y ex-guerrillero Héctor Béjar. En el momento que vive hoy su país, su forma de analizar la realidad sigue siendo imprescindible para tratar de comprenderla. Las siguientes son algunas de las respuestas a una larga entrevista –El enigma peruano– que le realizaron a principios de enero Pablo Toro y Jorge Ayala para la revita Jacobin.
¿Cómo evalúa el accionar de los grandes poderes fácticos, como los grupos empresariales y las Fuerzas Armadas?
Pues nunca lo aceptaron [a Castillo] ni lo aceptarán, porque son racistas, como lo sabemos. Yo siempre lo he dicho: el Perú es gobernado por una casta racista desde el comienzo de la República, desde unos antiguos apellidos que figuran en el acta de la independencia y que todavía continúan gobernando directamente. Esta casta, que fue hispanista, fascista y que ahora es pro Estados Unidos, no puede aceptar a un hombre como Castillo. Eso va más allá de lo que yo he dicho de Castillo; no soy ningún entusiasta suyo pero también creo que las personas que lograron destituirlo son peores que él, mil veces peores.
Esa es la desgracia del Perú. Estamos en un proceso muy complejo: el país fue destruido por los neoliberales en los años 90, lo dejaron sin ninguna empresa, sin un solo barco y sin un solo avión. Y eso se vio por ejemplo para la pandemia, cuando se hizo más evidente que nunca que no disponíamos de un solo avión de transporte capaz de llegar a Europa para traer vacunas. Los aviones de la Fuerza Aérea tienen un alcance limitado, tienen que hacer escalas, y resulta que el Estado peruano no tiene ni un solo barco y ni una sola maquinaria pesada.
Entonces por un lado hay una enorme destrucción material, porque en los diez años de Fujimori los bienes del Estado peruano fueron rematados a un precio vil. Pero eso no es lo más importante, eso tú lo puedes restituir y comprar. Lo más grave es que el Perú fue agravado moralmente: todo el sistema que fue implantado por la fuerza, desde el modo en que el Estado contrata hasta cómo se eligen los parlamentarios, los funcionarios públicos, es corrupto; eso ha traído como consecuencia que tengamos un sistema corrupto estructuralmente. Y no es solamente una cuestión —como dice la prensa— de que fulanito de tal, un ministro o un funcionario sean corruptos. Seguramente lo son, pero ahí el problema se soluciona encontrando al corrupto, separándolo y metiéndolo preso. El problema es que en Perú es el sistema el que es corrupto. Y para cambiar el sistema, como ya sabemos, se tienen que hacer cambios profundos, a los cuales se va a oponer la misma gente que vive de ese sistema corrupto.
Esto trae consecuencias. El Perú es un país sin derechos, donde es normal trabajar 12 o 14 horas diarias, donde no se tiene seguridad social ni jubilación, etcétera. A cambio de eso, haces lo que se te da la gana: ahí puedes formar una empresa, dedicarte al contrabando, te conviertes en lo que los liberales llaman autoemprendedor o microempresario, y entonces vulneras todas las leyes. Lima y todas las grandes ciudades son un caos, porque no existen leyes; nosotros tenemos 30 mil leyes, casi vamos a llegar a las 40 000, pero muy pocas se cumplen y la gente no está habituada a cumplirlas.
¿Por qué protestan ahora? Porque ahora la prensa de la derecha, que además es concentrada y ultrarreaccionaria, dice que hay vandalismo en el Perú. Pero, ¡por favor!, ¡siempre hubo vandalismo! El vandalismo ha comenzado con los bancos, con los grandes. Cuando la gente toma los aeropuertos, se mete a las pistas de aterrizaje, quema las fiscalías, los juzgados, las comisarias y «no respeta nada»… ¿De qué nos quejamos cuando «no se respeta nada»? ¿Qué leyes quieres que se cumplan si estas no se cumplen en el Perú? Las protestas son pacíficas, siempre empiezan siendo pacíficas; es la forma en que son reprimidas por la Policía y ahora también por el Ejército lo que provoca la violencia.
Y los medios agudizan la cuestión empleando un lenguaje violento. Hace poco, por ejemplo, en un canal muy popular, convocaron al abogado de Castillo, pero la entrevista terminó a los gritos, con la entrevistadora pidiendo a los guardias de la televisora que sacaran a la fuerza al entrevistado del canal y todo… Ese es el estilo que manejan actualmente los grandes medios en el país. Así estamos, y ese es el tipo de periodismo que tenemos. Entonces, ¿qué país quieres? ¿De qué te quejas?
Usted hablaba antes sobre cómo el movimiento popular ha salido a las calles, y ahí le queremos preguntar qué rol está jugando el pueblo y el movimiento popular. ¿Cuáles son las principales exigencias de los sectores movilizados?
Lo interesante es que ese movimiento popular que tú has mencionado ya no es «movimiento popular», pues es mucho más que eso en este momento. ¿Qué quiero decir con esto? En la época en que yo he participado, tu salías a la calle, protestabas, te perseguía la policía, te tiraban lacrimógenas e ibas preso. Podías ser un estudiante, un trabajador, un obrero, una mujer o un adolescente. Ahora ya no es así. Ahora en el Perú existen redes sociales muy populares, que tienen poder económico… por ejemplo, en Bolivia tienes a los cocaleros; acá tienes a los mineros informales y los pequeños, medianos y grandes comerciantes populares, que van desde el hombre o la mujer que te vende unas cuantas botellas en una calle de Lima hasta los que te transportan mucha mercadería desde China. Se trata de una «burguesía popular» peruana que está en ascenso, y las fronteras entre esa gente y los pobres que no tienen nada no existen.
Ya no es como en la época de Carlos Marx cuando se veía la diferencia entre quienes tenían los medios de producción y quienes no. Acá la presencia de la familia peruana, que es muy extensa, hace que esas fronteras sean muy tenues: esos camioneros que tienen mucha plata, o sus mujeres aymaras que bajo su falda guardan fajos de dólares, tienen sus sobrinos, compadres y una extensa red familiar. Cuando esa gente se subleva ya no es como en mi época, cuando los campesinos se sublevaban y nosotros —incluyéndome—participábamos en la guerrilla; aquellos campesinos tenían su tierra, eran comuneros, gente exclusivamente de la tierra. Esta gente de ahora no es así: esta es gente del comercio, gente que aprendió del capitalismo no en los libros, sino en la práctica, pues muchos son analfabetos. Las señoras del mercadillo de Tacna, por ejemplo, no saben leer ni escribir, pero la calculadora la manejan a la perfección: saben cuánto es tantos dólares por tantos soles, y esa gente llega hasta Iquique o la plaza de la catedral de Santiago.
La derecha cavernaria que tenemos, que no ha estudiado sociología, cree que está tratando con los campesinos de antes, a quienes cree que puede matar o balear. Pero ahora es distinto, pues la gente se les está enfrentando y esta historia no ha terminado. Aun si lograsen su objetivo e implantasen una suerte de pax peruana… ¿cuánto duraría? No más que algunos meses. El país no puede estar así eternamente, en Estado de Emergencia como estamos ahora. Ahora mismo un policía puede derribarme la puerta, mientras estoy hablando, y quitarme este micrófono: no tengo ningún derecho. Pero esto no puede ser eterno, pues el Perú no es un país aislado, sino que está conectado globalmente. Han circulado videos de lo sucedido aquí en todo el mundo en cuestión de minutos. Pero parece que los actuales gobernantes piensan que estamos como hace 50 años atrás.
¿Y la izquierda?
Yo diría que en el Perú hay varias izquierdas. A grandes rasgos, a brochazos y pinceladas, podríamos distinguir una izquierda política y otra social. Hay una izquierda social que se mueve en un sinfín de organizaciones: las mujeres, los jóvenes (en las universidades públicas, en los barrios), son miles y miles. Eso es lo que podríamos llamar una izquierda social, que no es una izquierda con conciencia política, sino con conciencia social, que tiene muy claro la diferencia entre el pueblo y la casta. Otra es la izquierda política, que también reúne a varias organizaciones, y también varias generaciones de izquierda: desde el viejo Partido Comunista, que todavía existe, el viejo partido maoísta, que todavía existe, lo que se llamó la «nueva izquierda» (que ya no es nueva, porque lleva un montón de años, surgió después de la caída del muro y la desaparición de la Unión Soviética) y todas las modalidades que ustedes se pueden imaginar. Esta izquierda política entró al sistema político y ha tenido una intensa participación, a tal punto que ha decidido muchos gobiernos, porque aquí el voto de la izquierda define las elecciones.
Por ejemplo, en los 90, el voto de la izquierda fue decisivo para el triunfo de Fujimori, y la izquierda participó en sus primeros gabinetes; la caída de Fujimori es inexplicable sin la participación de la izquierda; Toledo es inexplicable sin el apoyo de la izquierda… Tal vez solo Alan García sería explicable sin la izquierda, porque hasta Kuczynski llega al poder con el apoyo de la izquierda. Lo que pasa es que este «éxito» de la izquierda es un éxito perverso, porque acarrea el desprestigio a ojos de las redes y organizaciones sociales y populares, que en mayor o menor medida identifican a esa izquierda política con el sistema en su conjunto. Y la situación es hoy aún más compleja para este tipo de izquierda, ya que ha perdido casi todas sus inscripciones legales, solamente le quedan dos: la de Perú Libre y la de Juntos por el Perú.
Ahora, dentro de esta izquierda política, para complicar las cosas, podríamos diferenciar entre una izquierda capitalina, más o menos de clase media, y la izquierda provincial, más popular (la izquierda provinciana fue la que llevó al gobierno a Castillo). La izquierda capitalina tiende a discriminar a la izquierda provincial, mientras que la izquierda provinciana aborrece a la izquierda capitalina. Ahí entran en juego cuestiones culturales e incluso raciales que no vienen al caso en este momento, pero son importantes.
¿Hay alguna salida a esta situación? Se ha hablado de una Asamblea Constituyente, ¿cree que es factible?
El gran objetivo de este movimiento popular (e incluyamos también aquí a aquella burguesía popular de la que hablábamos) es el siguiente: cese inmediato del parlamento, elecciones ahora, no en 2024, y asamblea constituyente. Como ustedes verán, es un salto cualitativo inmenso, porque gente muy popular está planteando por primera vez una plataforma política. Ya no está planteando alzas de salarios, por ejemplo. Está planteando una agenda claramente política, y eso me parece históricamente importante.
Ahora eso es imposible, ¿por qué? Primero, porque así se hicieren unas elecciones inmediatas, aún si se hacen en 2023 o 2024, incluso si se eligiera una asamblea constituyente, el poder económico, el poder mediático, el poder judicial, el poder congresal y el poder armado que tiene la derecha se muestra imbatible. Es como si pusieras a dos boxeadores: uno con las manos atadas —el pueblo—, y el otro libre de movimientos: así serían unas elecciones en 2023 o 2024. En otras palabras, incluso si se aceptara el gran programa de esta izquierda popular, la convocatoria a elecciones o la asamblea constituyente, no sería una solución. Sino más bien podría incluso reafirmar y consolidar la dominación imperial (porque es imperial, está enlazada a los EE.UU.) y de la derecha cavernaria. Sinceramente, ahora mismo no encuentro una salida realista.
Yo les digo a los compañeros: no hablen de una asamblea constituyente, hablen de un proceso constituyente. La Constitución hay que discutirla ahora, al calor de las protestas, no esperen que 100 tipos supuestamente «sabios» le den al Perú una nueva Constitución que merezca ese nombre… no lo van hacer, y el riesgo es que tengamos un gobierno peor que el actual.
Para mí la única salida posible —que legamente no es posible en estos momentos— es que por propia voluntad el parlamento renuncie, dado el repudio que tienen por parte del pueblo. Que la señora Boluarte renuncie, que haya en el Perú una especie de gobierno provisional que de alguna manera refleje cierta honestidad… tenemos algunos personajes honestos, de izquierda e incluso de derecha… Podrían organizarse unas elecciones con tiempo y en calma, en las cuales se les ate las manos a los medios, se abran los medios al pueblo, se prohíba y castigue invertir en los candidatos, y que haya elecciones realmente democráticas, lo cual es una utopía.
Lo único que nos puede sacar de esta situación es la utopía, en otras palabras. ¿Qué quiere decir esto? Que este sistema llegó a su fin, murió. Ahora, si quieren, mantengan al cadáver, si quieren un cadáver armado hasta los dientes, una especie de Frankenstein con metralleta… ese sería el nuevo sistema que la derecha quiere para el Perú. Bueno, que lo hagan, pero vamos a tener una guerra civil, porque la gente no lo va aceptar. Esa es la situación, y así como están las cosas es difícil imaginar una salida posible. Los que están arriba no pueden gobernar y los que están abajo no toleran al gobierno.