Si en la primera parte de esta nota nos demoramos apreciando los detalles de School Begins, una recordada ilustración de la revista Puck aparecida en enero de 1899, es obviamente por la semejanza formal que guarda con la fotografía que la Casa Blanca difundió el 18 de agosto en oportunidad del encuentro entre Donald Trump y los 9 líderes europeos que lo visitaron ese día. .
Como veremos enseguida, ese encuentro se dio en varias etapas. En la primera, en horas de la mañana, el asesor del presidente estadounidense Joseph Keith Kellogg Jr. discutió con un Zelensky todavía disfrazado con ropas de fajina algunos temas relacionados con la posible cesión de territorios como condición para que se pueda alcanzar, no un alto el fuego como pretendía, sino un acuerdo de paz que conforme a Rusia.
A continuación, el presidente ucraniano -no sin antes cambiarse juiciosamente de ropa- se reunió con el propio Donald Trump mientras fuera iban llegando los líderes europeos para ser recibidos amablemente por una funcionaria de tercera categoría.
Una vez que Donald Trump habló con su par ucraniano, pasaron todos al Salón Oval y fueron ubicados en sillas frente a su escritorio, tal como lo podemos en las dos fotografías difundidas por la Casa Blanca. Como se advierte en las posturas de los personajes, ambas fueron tomadas casi sumultáneamente. Con apenas segundos de diferencia entre una y otra.
Y es llamativa la diferencia entre los cómodos sillones que ocupan los asesores y Secretarios de Estado que observan a pocos metros de distancia, y las sillas que se han reservado para los visitantes
Estamos, todo parece indicarlo, frente al montaje de una escenografía, una «ilustración» con personajes reales, destinada a trasmitir un mensaje… ya que a continuación, todos pasaron a otra sala.
Signos, tonterías y palabras
Volodimir Zelensky y quienes decidieron el domingo 17, entre gallos y medianoche acompañarlo en su comparecencia ante Donald Trump -el primer ministro británico, Keir Starmer; el presidente de Francia, Emmanuel Macron; el canciller de Alemania, Friedrich Merz; la primera ministra de Italia, Georgia Meloni; el presidente finlandés, Alexander Stubb; la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; y el secretario general de la OTAN, Mark Rutte- se reunieron e intercambiaron algunas palabras (no demasiadas) con el presidente de los EEUU, algunos minutos después de tomadas esas fotografías.
Lo hicieron alrededor de una mesa, como es de estilo. Y de esa reunión un poco más normal, también existe registro, obviamente. Y sabemos qué se dijo.
En esa oportunidad -según consignó luego el Washington Post- Zelensky agradeció el apoyo del presidente Trump 11 veces en los cuatro minutos que duró su alocución, seguramente aleccionado por la dura recriminación que le hiciera el vicepresidente HD Vance en el mes de febrero: «Offer some words of appreciation for the United States of America and the president who’s trying to save your country.”
Alexander Stubb, especialmente apreciado por Trump porque juega al golf, no tuvo mejor ocurrencia que recordar, aparentemente sin aquilatar lo que decía: “Finland has an extensive border with Russia and has its own experience of interacting with this country during World War II. We found a solution in 1944, and I am confident that we can find a solution in 2025.”
La experience, el interacting, y la solution a que aludía Stubb implicó que Finlandia, aliada al régimen nazi desde 1941, tras haber invadido la URSS y participado activamente en el sitio a Leningrado -considerado el más mortífero de la historia, con más de un millón y medio de víctimas, lo que incluyó 300.000 niños- se rindiera en 1944 ante las tropas soviéticas, le declarara la guerra a Alemania (su aliada hasta el día anterior y ya a punto rendirse ella misma) y admitiera la pérdida de territorios con población mayoritaria de origen ruso.
Afortunadamente a ninguno de sus colegas se le ocurrió una tontería semajante.
Von der Leyen intervino brevemente para afirmar que está muy preocupada por los niños, Starmer, Merz, Macrón y Rutte intentaron que se volviera a considerar la posibilidad de un alto al fuego que saben perfectamente que Rusia no acepta y que el propio Trump había ya desestimado.
Todos, con la sola excepción de Georgia Meloni, quizás la única adulta en la sala, que ponía los ojos en blanco cuando lo que escuchaba se iba de los límites de una mínima cordura, se dedicaron a darle mil vueltas a las garantías de seguridad que le ofrecerán a Ucrania una vez que haya admitido una derrota… que afirman que no debe admitir.
Pero eso -y las casi nulas perspectivas de que la paz se formalice en los términos que plantean- será el motivo para una próxima nota.
En ésta sólo nos interesaba hurgar en qué significado, que sentido tuvo que esos 9 líderes europeos que se presentaron en la Casa Blanca sin haber sido invitados, se hayan prestado a que se los exhibiera sentados como alumnos de colegio frente a un Trump rodeado de todos los símbolos de su poder: el lugar de preeminencia tras su escritorio, los sellos sobre la mesa, las banderas de todas las armas y las agencias de seguridad detrás suyo, el globo que anticipa la conquista del espacio, los retratos en sus marcos dorados y los bustos de quienes hicieron posible y expandieron esa America que se ha propuesto engrandecer otra vez, el retrato enorme y sonriente de Ronald Regan y, delante de su figura, a modo de pizarrón -y para recordarles la razón última por la que estaban allí- el mapa de la Ucrania que todos ellos se niegan a ver.
Porque es inevitable reparar en la presencia ominosa de ese mapa. El escenario de una guerra proxy absurda e innecesaria, que será recordada en el futuro como una catástrofe militar, demográfica y poblacional. Un mapa en el que lo único que se ve con total nitidez, destacado en rojo, son los territorios (Crimea, Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia) ya conquistados por el enemigo. El enemigo que odian o finjen odiar pero que ninguno de ellos desea enfrentar directamente.
La imagen en si misma es una lección. Preconfigura una advertencia para toda Europa.
Es imposible saber si quien haya tenido la idea de montar esa escena se inspiró en aquella icónica ilustración de Puck Magazine que en las vísperas del nuevo siglo mostraba la mecánica con la que los EEUU construirían su imperio, «civilizando» por la fuerza a sus nuevas colonias de gentuza empobrecida y oscura.
Pero que el montaje se haya realizado para ser difundido urbi et orbi, y que en él no hayan sonrisas -ni reales ni fingidas-, sino seriedad resignada ante lo que parece inevitable, lo dice todo. Serán ellos, los europeos, quienes quedarán a cargo de la guerra, y pagarán sus costos como mejor puedan.
Si fueron en tropel calculando que podrían re-involucrar a los EEUU de lleno en la guerra, posiblemente se equivocaron. A Donald Trump no lo guían los deseos de paz ni la simpatía que pueda sentir por Vladimir Putin, sino la necesidad imperiosa de que sean ellos quienes se hagan responsables de lo que tarde o temprano -si de verdad lo intentan- será un nuevo desastre.
Europa, con la voracidad colonial inagotable alimentada durante siglos, soñó hasta hace muy poco, junto a su gran aliado, que la guerra de Ucrania traería la debacle económica de Rusia, posibiltaría un cambio de régimen, la partición de su inmenso territorio, y el libre acceso a sus recursos.
Hoy, despojada de fuentes de energía barata, dependiente del petróleo y el gas que la metrópoli le obliga a comprar, a punto de perder toda posibilidad de retener para si los activos rusos congelados al inicio de la guerra, destinada a que sus capitales fluyan hacia la economía central, y arancelada como no lo estuvo nunca, sabiéndolo o no, va camino a ser la primera colonia blanca de America.