Europa bajo el yugo y un encuentro en Alaska ¿El revival o el ocaso del imperio?

Hay humillaciones que definen un antes y un después, y parecen diseñadas para provocar un daño irreparable. Es el caso del episodio de sumisión protagonizado por la Presidenta de la Comisión Europea frente a Donald Trump hace pocos días. Pero la vida sigue su curso aceleradamente. Ahora deberemos preocuparnos por adivinar quiénes serán los humillados en Alaska.  .

 

Que Von der Leyen entregara frente a cámaras la soberanía política, económica y militar de Europa (o lo poco que de ella quedaba) a cambio de nada, y que lo haya hecho casi sin articular palabra y con la mirada perdida en el vacío, sorprendió al mundo. Y frente a la magnitud de ese desastre, que Urusula haya acentuado su indignidad trasladándose al complejo de golf de su anfitrión en Turnberry, Escocia, fue, si cabe, apenas un detalle.

Un arancel del 15% a todas las exportaciones con excepción de las impuestas al acero, que continuarán siendo del 50%, parecía un justo castigo si tenemos en cuenta cuánto molesta en los EEUU que sus socios tengan un mejor estandar de vida que ellos mismos. El compromiso de que los países europeos realicen compras en los EEUU por 750.000 millones de dólares en productos vinculados a la energía en 3 años, o que inviertan otros 600.000 millones en revitalizar la economía de quien así los trata, parecía demasiado. Pero que el arancel del 10% que pagaban hasta ahora en Europa las exportaciones estadounidenses se haya reducido a 0, fue demasiado.

No puede extrañar entonces que muchos analistas y medios de prensa en todo el mundo se hayan preguntado si esto es el fin de la Unión Europea como entidad independiente, o que se haya comparado esta deshonra con lo ocurrido hace exactamente 2346 años en un recódito paraje del sur de Italia conocido como Horcas Caudinas.

Los ecos aún audibles de una vieja historia

En aquel episodio de las conocidas hoy como Guerras Samnitas, ocurrido en el año 321 AC, dos legiones romanas tras haber sido emboscadas y vencidas, fueron sometidas a la «sub-yugación», una ceremonia degradante consistente en que cada legionario, tras entregar sus armas pasara, semidesnudo y casi de rodillas, por debajo de un yugo, asumiendo de ese modo, frente a los dioses y frente a sus vencedores, la identidad simbólica de buey.

Eran tiempos indudablemente más civilizados que los que hoy corren y a los samnitas no se les ocurrió hacerle a sus enemigos más daño que ese.

Sin embargo la vergüenza por aquella humillación fue tal, y la mancha de haber pasado por debajo del yugo fue tan indeleble, que perdura en nuestro lenguaje como una representación de la deshonra. Casi dos milenios y medio después, cuando se recuerdan las «Horcas Caudinas» en referencia a von der Leyen, todos -en Occidente al menos- entendemos de qué hablamos.

Europa y el despertar a no ser nadie

La diferencia esencial entre esta nueva y posiblemente definitiva claudicación de Europa y aquella vejación a la que fueron sometidos los legionarios romanos hace 24 siglos, es que hoy no estamos frente a una imposición posterior a una derrota, sino ante un acuerdo. Un acto indigno, ¿qué duda cabe? pero voluntariamente consensuado.

El acuerdo alcanzado, tal como lo conocemos y a pesar de que su implementación efectiva deberá atravesar mútiples escollos, no busca el beneficio de los estadounidenses (sólo ellos podrían creerlo) sino el empobrecimiento puro y duro de sus socios (sólo ellos pueden esperar otra cosa).

Dejarán de vivir en la fantasía del bienestar y la molicie europeísta. Deberán comprar lo que el imperio venda al precio que les imponga. Tendrán que despedirse de las energías limpias y las becas Erasmus. Y cuando se asuman como pobres, porque lo serán, estarán dispuestos a pelear en las guerras del amo cuándo y como se les diga, como infelices ucranianos de una segunda horneada. Así, les eneña «America», se forjan los hombres.

Como bien muestra Juan Torres -economista y catedrático del Departamento de Análisis Económico y Economía Política de la Universidad de Sevilla- en «La indignidad europea frente a la encerrona trumpista»:

«Lo que verdaderamente busca Estados Unidos con los «acuerdos» comerciales no es eliminar los desequilibrios mediante aranceles. El objetivo real es extraer rentas de los demás países, obligándoles a realizar compras a los oligopolios y monopolios que dominan sus sectores energético y militar y, por añadidura, humillarlos y someterlos (…)

En el «acuerdo» con la Unión Europea (como en todos los demás), lo relevante ni siquiera son las cantidades que se han hecho públicas. Los aranceles son una excusa, un señuelo, el arma que posibilita el chantaje. Lo que de verdad le importa a Trump (…) es la coacción, el sometimiento y el monopolio de su voluntad».

Europa, entonces, deberá despertar a la nueva realidad de no ser lo que fue durante los últimos 5 siglos, mientras desde la otra orilla del Atlántico le extraen lo que queda de todo lo que ha robado. Y será cosa de ver qué hacen los europeos -y junto con ellos los países de la anglosfera y los vasallos fieles como Japón (que acaba de conmemorar el 80 aniversario de haber sido la víctima del más terrible acto de terrorismo de la historia) si de verdad les importa su propio futuro.

El renacer o el ocaso del imperio

Lo que no podemos saber aún es si aquellos países que de diversas formas y con énfasis distintos se resisten a pasar por debajo del yugo (por ejemplo India, Brasil, China; con alguna tibieza México, e incluso Canadá) serán capaces de estructurar un nuevo multilateralismo «por las buenas», refrenando las ínfulas trumpistas, o si la «América» del Destino Manifiesto y el tecnofeudalismo galopante tendrá tiempo de recuperar parte del poder perdido, desatando una nueva pesadilla global.

Svyastoslav Kaspe, doctor en Ciencias Políticas por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Moscú, en la revista especializada Russia in Global Affairs, en un largo artículo titulado «A Self-Repaying Empire: What Trump Is Doing to American Power. And What He Isn’t», expresa esas dudas de este modo:

«No importa con qué palabras califiquemos a Trump —egomaníaco, narcisista, cínico, ingenuo o cualquier otra—, esto no nos acercará a comprender lo que le está haciendo al poder estadounidense. (…)

Que Trump sea un presidente excepcional, para bien o para mal, se aclarará con el tiempo. Gran parte de su poder político actual proviene de la mayoría republicana en ambas cámaras del Congreso, pero un tercio del Senado y la totalidad de la Cámara de Representantes se disputarán en las elecciones intermedias de noviembre de 2026. Es imposible predecir ahora hasta qué punto se desatará la ira de los oponentes de Trump, enfurecidos por cada cosa que dice o hace, ni cuánto se fortalecerán los suyos; pero los riesgos para él son grandes y crecen cada día.

Trump solo hará lo que tenga tiempo de hacer. Por eso tiene tanta prisa por recortar el gasto, la deuda pública, el déficit presupuestario, los desequilibrios comerciales y la burocracia; impulsar la economía y el complejo militar-industrial; restaurar la imagen de fuerza y masculinidad de las fuerzas armadas; reprimir el narcotráfico; etc. No tendrá éxito en todo; uno nunca lo tiene. Pero algo le saldrá bien (quizás mucho), porque no se puede fracasar en todos los frentes.

Y entonces el imperio estadounidense buscará recomponer sus fuerzas, con independencia del partido que esté en el poder. No se trata de partidos en absoluto, sino de algo mucho más profundo y esencial. Algo que no se puede reformatear fácil y rápidamente, ya que implica revisar radicalmente (aunque no necesariamente abolir por completo) el marco fundamental de la acción política, sus escenarios, lo que se considera legítimo, las estrategias y las tácticas que tuvieron sentido hasta hoy. Esto, a su vez, requerirá destruir o quitarle sentido a la independencia de los tribunales, los derechos de los estados, la capacidad de los medios de prensa para expresar oposición. Poner todo en consideración, incluyendo la propia Constitución. Y quizás incluso ganar una guerra civil. Para que una empresa de ese porte tenga éxito, Trump no alcanza. Y tampoco bastará su derrota para impedir que intenten seguir ese camino.

Si le prestamos atención a lo que ocurre en este mismo momento, nadie —ni los opositores del imperio estadounidense ni sus defensores o sus socios— debería retorcerse las manos con desesperación, ni tampoco regocijarse. Es necesario prepararse para lo que viene y estar listos.»

Ese, a ojos de los analistas rusos -que algo saben de estos temas-, es el panorama de tensa incertidumbre que enfrentará el mundo cuando dentro de algunos días, del lado norteamericano de la frontera que comparten Rusia y los Estados Unidos en el Ártico, se encuentren Vladimir Putin y Donald Trump en lo que intentará ser una primera elucidación de si el imperio se las ingenia para negociar su renacimiento o si está frente a su ocaso.

Líneas punteadas sobre un mapa vivo

Los Presidentes de la Federación Rusa y de los EEUU intentarán en Alaska (sería deseable) alcanzar un acuerdo sobre cómo podría ponerse un punto final (aunque sólo sea provisorio) a la guerra de Ucrania.

El lugar elegido está cargado de significados históricos y gepolíticos en los que no podemos ahondar ahora, pero para valorar la trascendencia que tendrá los que allí se acuerde (o los desacuerdos que queden en evidencia), vale tomar nota del análisis de Edgar Mamedov, del Quincy Institute, en la revista especializada Responsible Statecraft:

Geopolitically, Trump’s simultaneous pressure on both China and India risks driving them closer together. After several decades of carefully courting India — especially under Prime Minister Modi most recently — as a counterbalance to China, Washington risks a major strategic setback if the two Asian giants find common cause in resisting the U.S. The consequences are already visible: Modi plans his first visit to China in seven years amid growing U.S. tensions.

Even more significantly, both Beijing and Delhi now appear to be moving toward Moscow — witness Putin’s high-level reception of Modi’s national security adviser the day after the U.S. tariff announcement. Completing this geopolitical realignment, Brazil’s President Lula has proposed that BRICS nations discuss a common position against the U.S. tariff measures.

Faced with this dilemma, engaging Moscow may offer Trump an escape from his self-inflicted predicament: enforcing his tariff threats would trigger damaging economic consequences and geopolitical realignments, including India’s drift from Washington and BRICS consolidation, while backing down on either tariffs or the Ukraine ultimatum to Putin would severely undermine his credibility.

To secure Putin’s genuine cooperation — rather than mere stalling tactics —Trump would need to address Russia’s key war demands: formal recognition of its territorial gains, guarantees of Ukrainian neutrality (excluding NATO membership), and the reduction of Ukraine’s military to levels Moscow considers non-threatening.

Lo que ha empujado a Donald Trump a ensayar esta vía no podía estar más claro. Es mucho lo que está en juego y seguramente por eso, al tiempo que se anunciaba este primer encuentro, ya se mencionaba la posibilidad de una segunda cita que quizás tenga lugar en territorio ruso.

De algo podemos estar seguros, y no es poco: ambos se cuidarán muy bien de que el otro no se vea sometido el tipo de claudicación que debió aceptar von der Leyen hace menos de una semana. Quienes podrían sentirse humillados esta vez, ni siquiera han sido invitados.

Claro… podría suceder que ni Zelensky ni quienes más lo animan a continuar la guerra se negaran a aceptar lo que se acuerde en Alaska. Pero en ese caso ¿qué le impediría al ejército ruso cruzar el Dnieper, hacerse con Odessa y tomar el control de todo el litoral norte del Mar Negro? ¿Inglaterra? ¿Francia? Alguien deberá poner un poco de sensatez en Europa y explicarles lo que durante más de tres años no han querido entender. No estamos en el Siglo XIX.

En definitiva… Rusia y los EEUU esta vez no se repartirán el mundo como en Yalta porque ninguno de los dos está en condiciones de hacerlo, pero trazarán algunas líneas punteadas sobre el planisferio (y no sólo sobre el mapa de Ucrania) mientras China observa y toma nota.

No deberíamos apresurarnos a anticipar nada. Nos queda por el momento la duda de si estamos frente a un revival improbable del imperio, o si nos ha tocado en suerte presenciar su ocaso.

 

 

 

 

 

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador preocupado por los derechos humanos, la justicia social y el desarrollo sostenible. Diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online