El Post-American world, los claroscuros, los monstruos y la complejidad

El caos en el que Donald Trump parece estar enterrando al mundo que conocimos hasta ayer, necesita ser explicado, porque solamente lo que tiene explicación nos tranquiliza. Necesitamos saber por qué -y sobre todo para qué-, sucede. Entender qué hará el poder con esto que nos hace. Cómo habrá de usar nuestro temor, nuestra pobreza, o nuestro sufrimiento. Qué y cuánto pretenden ganar con lo poco o mucho que nos quitan. .

 

Por eso es que buscamos que alguien nos diga si las políticas arancelarias del trumpismo están pensadas para provocar una estanflación nunca antes vista que licúe en un plazo breve y por arte de magia el déficit de balanza comercial de un país que desde hace seis décadas gasta más de lo que produce y además ha sembrado el mundo con peligrosas y carísimas bases militares. Que nos aclaren si está diseñada para provocar un reordenamiento económico y geostratégico que afirme la hegemonía estadounidense y ponga en su lugar a China, si tiene como fin destruir la soberanía y la independencia de sus propios aliados para asegurarse que serán serviles con USA para siempre, o si aspira a conseguir ambas cosas simultáneamente. Si se trata de una técnica de negociación propia de un bruto, o está pensada, simplemente como una descomunal aspiradora de activos que durante algunos meses, mientras se negocia, succionará dinero que presumiblemente irá a engrosar las ya cuantiosas fortunas de la oligarquía tecno-feudal que se ha hecho con el poder del Estado para desmontarlo y dar inicio a una nueva era de deshumanización extrema.

En síntesis, necesitamos que nos convenzan de que todo esto forma parte de un plan medianamente racional -por retorcido y perverso que sea. Que no nos dejen caer en la tentación de sospechar que lo que está sucediendo es el fruto puro y duro de la maldad y de la ya provervial estupidez «americana».

No les falta razón a quienes como Ishaan Thadoor en su columna para el Washington Post del 9 de abril, Trump’s tariffs make the «post-American world» a reality avizoran un mundo post-americano -libre de ellos mismos. Y tampoco parecían equivocarse quienes en la misma jornada titulaban en el New York Times: An experiment in recklessness. Trump as global disrupter.

Pero vale que nos preguntemos si la insistencia en culpar a Donald Trump de todos los males habidos y por haber, no busca esconder responsabilidades más amplias y por cierto compartidas por sus más agudos críticos. Porque nada empezó ayer.

Los claroscuros y los monstruos

Mientras las bolsas se desploman con estrépito o se disparan al alza, mientras los inversores no saben si irse de donde están o quedarse donde estaban, mientras el Gran Negociador se ufana de que los líderes del mundo le besan el culo y acuden como penitentes a rogarle piedad, mientras asegura que no habrá prórrogas pero como un buen samaritano se desdice horas después y pospone por 90 días los aranceles con los que America debería ser Great Again, la vida sigue.

Siguen asesinando gente en Gaza para tocar con la vara mágica el infierno y transformarlo en un balneario, Rusia mira hacia Odesa y aquellos bravos marineros del Potemkin parecen asomarse por la borda, Zelensky tirita, en Taiwan comienzan a desear que desde la mainland crucen el estrecho y les tiendan los brazos, en el Sahel le niegan a Francia la posibilidad de seguir robando uranio, Javier Milei presiente la llegada de su hora, América Latina se prepara para ser una mina a cielo abierto, en Canadá todavía dudan si creer o no que han sido traicionados, ser migrante comienza a ser pecado, y el Ártico se deshiela y se abre al comercio y a la guerra.

Por eso, porque todo parece demasiado anómalo o monstruoso para ser cierto, se nos ocurre que no será una pérdida de tiempo recordar una frase que se repite en entrevistas, notas de prensa y análisis de la realidad, como un mantra alarmado pero esperanzador.

«El viejo mundo se muere. El nuevo demora en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos».

Una traducción bienintencionada

Una búsqueda rápida en internet nos muestra que se ha producido en los últimos años y en particular en los últimos meses, un fuerte aumento en la frecuencia con la que se utiliza esa frase que se atribuye, erróneamente según quienes han estudiado su obra, a Antonio Gramsci.

Nunca escribió Gramsci tal cosa. No debería asombrarnos porque también se le atribuyen a Umberto Eco, a Jorge Luis Borges o a Cervantes, a los profetas de Israel e incluso a Mafalda, sentencias ingeniosas de las que no son responsables. Sin embargo, saberlo nos puede acercar al costado del mundo donde se acurrucan las esperanzas y anidan los monstruos.

Veamos, antes de seguir adelante, la frase original, tal como se la lee en el tercero de los  treinta y tres «Cuadernos de la Cárcel», escritos por Gramsci en la prisión de la pequeña ciudad de Turi en donde estuvo recluído entre 1929 y 1935.

“La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados”.

La versión popularizada, por cierto, es más clara, visualmente más potente y efectiva, y sin dudas más bonita. Y quizás es por eso que se la utiliza con tanta asiduidad a pesar de que, evidentemente, no se trata de una traducción errada sino de una alteración -bienintencionada, como siempre ocurre- de sentido.

Que lo viejo muera, que lo nuevo se demore, y que lo que media entre una situación y la otra se nos describa como un claroscuro, remite inmeditamente a la imagen del amanecer; una ensoñación cara a todas las izquierdas. Y como bien sabemos, el amanecer podrá demorarse más o menos pero termina de ocurrir siempre. No hay nada que sea capaz de detenerlo. Ni siquiera esos seres terribles que pueden surgir en la semioscuridad, pero que, precisamente por ser monstruos, son una anomalía. Maligna, es cierto, pero necesariamente pasajera.

Bien mirada, la frase que se le atribuye a quien hizo de su vida un canto al «pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad«, exuda optimismo.

En la frase original, en cambio, lo que nace no «se demora» sino que «no puede nacer«. No hay un «claroscuro» que sabemos que inevitablemente habrá de finalizar, sino un «interregno«, es decir un período sin una duración determinada. Y no se nos habla de la aparición de monstruos -anómalos y por lo tanto extraños a nosotros, sino que se dice «se verifican -a nuestro alrededor y entre nosotros- los fenómenos morbosos (es decir enfermizos) más variados«.

La frase del Gramsci popularizado, repetida como un slogan de marca, es un acierto esperanzador ¿qué duda cabe?

La frase del Gramsci de los Quaderni del carcere, nos coloca, sin cubiertas edulcoradas, delante de la complejidad de la crisis que él vivía. Delante de la crisis que él podía percibir desde detrás de los barrotes de su celda y cuando el fascismo llevaba 8 años en el poder en Italia. Cuando en el mundo se dejaban oir los ecos de la debacle de 1929 que llevarían al mundo a la locura militarista y a la guerra. Cuando Palmiro Togliatti comenzaba a enfrentarse a las tesis de Stalin y proponía una alianza con los sectores democráticos de la sociedad italiana.

Conocer cómo percibió él aquella, «su» crisis, que parece tener con la que nosotros enfrentamos algunas aristas comunes, seguramente pueda ayudarnos a orientarnos. Pero deberíamos abstenernos de deformar lo efectivamente dicho para ajustarlo a nuestras expectativas.

No estamos frente a uno, dos o tres monstruos (aunque Donald Trump podría afirmar que como él no hay nadie). Hay todo un sistema enfermo y en descomposción acelerada que amenaza con desplomarse sobre tirios y troyanos. Y en el desplome, este es un dato a considerar, posiblemente nos aplaste.

No hay un plan sino seguramente muchos. La mayor parte de ellos torpes y contradictorios entre sí, pero capaces de hacer volar todo por los aires.

Si ahora han dado marcha atrás por 90 días porque son como una empresa de demolición que aún no sabe qué hacer con los escombros, nada nos asegura que mañana no se les ocurra una salida peor.

Lo que sí sabemos es que lo nuevo -llámese Post-American World o simplemente mundo en relativa paz- no está simplemente «demorado». Está obliterado. Impedido de nacer.

No hay delante nuestro un amanecer que habrá de ocurrir inevitablemente. Que lo que deseamos ver nazca alguna vez (y no sabemos cuándo) depende de mil factores fuera de nuestro alcance, entre ellos la suerte. En alguna medida -como diría Gramsci- también depende de la voluntad que en nuestros diferentes campos de acción seamos capaces de poner en juego… y de la inteligencia que tengamos para no ser optimistas.

 

 

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador preocupado por los derechos humanos, la justicia social y el desarrollo sostenible. Diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online