Al borde del abismo: la vulgaridad y la desidia ¿Qué ha venido a ser la democracia?

Mientras un idiota fanatizado con la salvación de Ucrania intentaba -o dicen que intentaba- asesinar a Trump, mientras Kamala no acertaba a encontrar el camino hacia la presidencia y reía de sus propias gracias, y mientras Antony Bilnken corría desde Ucrania hacia Londres y desde allí hacia Tel Aviv contribuyendo al malestar global como nadie, los EEUU y sus aliados parecen acercarse al abismo. .

 

Inocentes asesinos y guerras pintorescas

Será difícil encontrar -si miramos hacia atrás- semanas tan plagadas de noticias absurdas o anuncios apocalípticos como las que septiembre nos ha dado. Y todavía nos queda por conocer lo que nos espera antes de que en los EEUU la campaña electoral menos razonable de la historia haya concluído.

En tiempos normales, que Donald Trump hubiera sufrido un segundo intento de asesinato en plena campaña y a sólo dos meses del primero, habría dado pie a mil conjeturas acerca de quién o quiénes estaban detrás del hecho, en especial si tenemos en cuenta la personalidad del potencial asesino, y sus antecedentes como héroe voluntario de una guerra en la que no participó. Hubieran corrido, y con razón, ríos de tinta.

Hoy, su nuevo intento por pasar a la fama ha quedado opacado por una realidad que día a día renueva la dosis de espanto que nos tiene reservada, y ya nadie habla de él. Pero vale que nos detengamos un segundo en este hombre, Ryan Wesley Routh, que fue sorprendido a principios de septiembre mientras agazapado detrás de unos arbustos buscaba liberar al mundo de un golfista en quien la muerte, evidentemente, aún no está interesada. Como el mismo Trump ha dicho: «Perhaps it’s God wanting me to be president, to save this country. Nobody knows».

Ese hombre, Ryan Wesley, al que hoy nos describen como un trastornado -y sin duda lo es-, formó parte hace apenas dos años y medio de aquella pléyade de personajes, muchas veces inverosímiles, que fueron atraídos por la guerra en Ucrania, y a quienes la prensa occidental -pensemos en The Guardian, por ejemplo- nos presentaba un día sí y el otro también, como ejemplos de compromiso con el mundo libre y con una realidad geopolítica -luego lo supimos- de la que no tenían demasiada idea.

Desde enfermeros que eran en realidad ex paramilitares colombianos recién expulsados de Haití, hasta rescatistas de mascotas, pasando por emprendedores canadienses que soñaban con gestionar un café literario en Kyev, en aquellos primeros días de una Ucrania imaginada como tumba del imperialismo neosoviético y hogar de los hombres libres, hubo de todo.

Hoy, cuando todo parece encaminarse a una deliberada nuclearización del conflicto y a lo que reconocidos expertos como Jeffrey Sachs definen como una tragedia de escala planetaria, conviene no olvidar la frivolidad con la que en Occidente se nos vendió «aquella» guerra, popular y pintoresca, con jóvenes reclutas que partían hacia el frente despedidos por encantadoras jóvenes rubias con ramos de girasoles en sus brazos. Diferente, por cierto, a la que vemos con horror hoy.

La realidad, hoy

Verá qué hace Trump con la insistencia con la que trastornados poco preparados o mal pagos intentan asesinarlo. Verá qué hace su país con todos esos pobres desgraciados que piensan que matando al prójimo se ganan la notoriedad o se garantizan el cielo. Es un problema típicamente estadounidense y deberán seguir lidiando con él.

Pero lo cierto es que hoy, lo que realmente importa, es que un presidente estadounidense que notoriamente no está en sus cabales, una vicepresidenta a la que nadie en el gobierno parece consultar, un Primer Ministro inglés que piensa -como sus antecesores- que la guerra es el estado ideal de un británico que se precie, la cabeza visible de la OTAN, varios gobernantes europeos ansiosos de recibir fondos, y 405 europarlamentarios cuya opinión no cuenta pero importa, pujan por invitar a otros para que crucen las fronteras de Rusia, como tantos hicieron antes, sin medir bien las consecuencias.

Como apunta en Responsible Statecraf el diplomático y analista Goerge Beebe -¡que fuera asesor en temas militares del Vicepresidente Dick Chiney durante la administración Bush!!-:

«La lógica militar para poner a prueba la resolución de Rusia en este asunto no está clara. Hay pocas razones para creer que el uso de misiles de crucero lanzados desde el aire aumentará significativamente las posibilidades de Ucrania de ganar lo que se ha convertido en una guerra de desgaste, en la que los rusos tienen enormes ventajas sobre Ucrania en población y capacidad militar. Los rusos están debilitando la capacidad de los ucranianos para poner en combate fuerzas bien entrenadas y bien equipadas, y los misiles de crucero no cambiarán eso (..) Rusia seguirá destruyendo a Ucrania, dejándola en un estado de disfunción tal que no podrá reconstruirse ni aliarse con nadie. Lo que Ucrania necesita desesperadamente en este momento no son armas de largo alcance, sino un plan viable para lograr un fin negociado de esta guerra que le dé una oportunidad realista de reconstruirse y prosperar».

La gallina degollada

Sabido es que cuando a una gallina se la ha privado de su cabeza, corre desesperadamente durante algunos segundos hacia cualquier parte. No porque esté viva -que no lo está- sino porque ha sido descerebrada.

Y ese hecho, el descerebramiento, parece ser lo que faltando pocas semanas para que se sepa quién será elegido/a como 47º presidente/a de los EEUU, mejor define la política exterior de un país que se sigue viendo a si mismo como el faro del mundo, aunque se niega a asumir los posibles costos de los conflictos que provoca y alienta y en los que aparece envuelto cada día más directamente.

 

Durante el Town Hall organizado por Oprah Winfrey y en el que participaron celebridades del mundo del espectáculo como Jennifer Lopez, Julia Roberts o Meryl Streep, la candidata demócrata desplegó todo su arsenal de obviedades -compartibles unas, decididamente imposibles de comprender o aceptar las otras- y hasta encontró tiempo para reirse encantada de cosas que, admitió también entre risas, no debía haber dicho. “I’m a gun owner, and if somebody breaks into my house they’re getting shot.”

Lució liviana en exceso, pero ninguna de sus afirmaciones se acerca siquiera a la vulgaridad racista y xenófoba a la que Donald Trump nos tiene acostumbrados, ni el empeño que pone en parecer una niña aplicada se puede equiparar al endiosamiento que él hace de su propia persona.

«We believe in what can be» o»Freedom to be who you are and just be to love who you love openly and with pride. Freedom to just be!» o su concepción del patriotismo, no se destacan por ser perlas discursivas, pero no son ni por asomo tan absurdas como el culpabilizar a los inmigrantes haitianos por comerse las mascotas de los vecinos de Springfield.

Pero que Kamala Harris no haya aludido a lo que en ese mismo momento sucedía en Gaza o en el Líbano, o que no hubiera tomado nota de que se mismo día en las Naciones Unidas se estaban condenando los Crímenes de Guerra del principal aliado de su país en Medio Oriente, o que ninguno de los asistentes haya considerado interesante consultarla acerca de qué pensaba del ya inocultable involucramiento directo de los EEUU y del Reino Unido en una guerra que amenaza involucrar a toda Europa, son evidencias, si alguna nos faltaba, de que si alguien está a cargo de toda esta desidia y este desastre, no se está postulando a cargos electivos.

No es Joe Biden quien está al mando y quizás jamás lo fue. Tampoco parecen serlo personajes ubicuos aunque de segundo orden como Antony Blinken o Jake Sullivan. Y no será ella -si accede a la presidencia- quien tenga algún poder -y posiblemente tampoco la voluntad- para desfacer este entuerto en el que se han metido.

Lo que nos pone delante de las grandes preguntas de nuestra época:

Si ya no son las personas a las que el pueblo elige las que realmente gobiernan y si el poder ha logrado nuevamente quedar al margen de todo escrutinio y toda regla ¿qué ha venido a ser la democracia?

O lo que es lo mismo: El Deep State que denuncian John J. Mearsheimer o el propio Sachs una y otra vez, ¿es la entidad que decide por nosotros? ¿El tecnofeudalismo del que nos advierten autores como el ex ministro de economía de Grecia Yanis Varoufakis ¿es ya una realidad?

¿Qué quedará de todo este edificio que pensamos nos cobija, cuando los cimientos, ya resquebrajados, cedan?

 

 

 

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador, activista por los derechos humanos,y el desarrollo sostenible, y diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online