Si algo sorprendió en el duelo desigual en el que Kamala Harris arrinconó a Donald Trump reduciéndolo a su mínima expresión, no fue lo dicho sino el modo en que se dijo: las expresiones faciales, el uso de las manos, las miradas… Detengámonos en eso, en el lenguaje corporal como arma devastadora. Ya tendremos tiempo después de preocuparnos por la guerra. .
Cinco pasos en el ruedo
Donald Trump y Joe Biden no se habían dado la mano al comienzo de aquel inolvidable encuentro que dio como resultado la caída en desgracia de un presidente tambaleante y confuso, que no daba más de sí. Esta vez, sin embargo, se equivocaron quienes pensaron que el hecho se repetiría, porque Kamala Harris apareció desde el primer minuto dispuesta a que nada de aquel primer debate quedara en pie.
Fueron diez segundos premonitorios.
Donald Trump entra reacio, adusto, y cabizbajo. Su actitud es la de un toro que sale al ruedo/laberinto con el temor de que esa tarde sea la última, y parece buscar la protección de su atril.
Kamala Harris se le adelanta, camina delante del suyo 5 pasos, sobria, eficiente, apropiándose de la escena como si todo le fuera natural, la da la mano, se presenta con su nombre y apellido ¡como si él no la conociera! (aunque pudo haber dicho «buenas noches, soy Teseo» y vuelve a su lugar. Desde allí, ya dueña de la situación, mira hacia la cámara y sonríe satisfecha. Ya está. Ha clavado su primera banderilla en el Minotauro decadente que se dispone a desangrar.
Un apretón de manos en esas circunstancias es infinitamente más que un simple saludo destinado a comunicar cortesía, civilidad y un nivel básico de respeto hacia la otra persona y hacia el público. Fue, en este caso, acercarse a la fiera y demostrarle -y seguramente demostrarse a si misma- que no hay nada que temer.
La tensión, el descuido y la mirada que huye
Sin embargo y a pesar de ese primer gesto de decisión y poder, los primeros minutos mostraron a una Kamala Harris con los músculos de su garganta visiblemente tensionados, tragando saliva con cierta dificultad y evidenciando, aún para un ojo no entrenado, el esfuerzo que hacía por encontrar el equilibrio necesario.
En contraste, Donald Trump lucía en esos momentos más sereno y parecía más dueño de sí. La tetosterona tiene eso: da valor, induce a ir hacia adelante, pero extrema la confianza. Y esa confianza, a medida que el debate tomaba calor, lo llevó rápidamente al descuido. Y con el descuido, a no poder evitar ser él mismo.
Kamala Harris, pese a las horas de entrenamiento que cada una de sus palabras y cada uno de sus gestos haya requerido -ý han de haber sido muchas-, quizás no hubiera podido llevar adelante una faena tan limpia de no haber tenido la ayuda de un pobre alucinado que una vez tocado en su amor propio, afirmaba que hay mujeres que abortan después de los 9 meses, que los haitianos se comen las mascotas en Ohio y «all over the country», que es el político más exitoso de la historia, que nunca le interesó saber si Kamala Harris era negra o no, o que la criminalidad ha desaparecido en Venezuela porque envía a sus criminales y a sus enfermos psiquiátricos para que destruyan America.
Para colmo, por la razón que fuere -y se han dado muchas, desde el desprecio hasta el miedo-, Donsald Trump no fue capaz de mirar a Kamala Harris a los ojos una sola vez en la hora y media que duró su agonía -con lo que se perdió un espectáculo que hasta sus propios partidarios han de haber disfrutado.
No se ve todos los días a un «hombre fuerte» tan humillado. No le dicen todos los días a alguien que se cree genial, que es una desgracia… o que los líderes del mundo contienen la risa y se burlan de él a sus espaldas.
Fue simplemente bochornoso. Y si en el equipo de asesores de Trump queda alguien con dos dedos de frente, no habrá otro debate. Quien no haya podido disfrutar éste, deberá cuestionarse cuáles son sus prioridades.
La barbilla, la incredulidad, los parpadeos y la risa
Probablemente no haya habido en la historia de los debates alguien capaz de desmontar los dichos de su oponente colocándose la mano en la barbilla, parpadeando repetidamente, y sonriendo con incredulidad, picardía, o conmiseración. Todo, en el breve lapso que el aspirante a ser por segunda vez el presidente de su país dejaba pasar entre barbaridad y barbaridad.
Ocurrió ostensiblemente en el momento en que Donald Trump se refería al padre de Kamala Harris acusándolo de maxista, pero se repitió con variantes a lo largo de todo el debate, y mostró algo que quedará como enseñanza para quienes debatan en el futuro: el uso de las manos, la risa, el parpadeo incrédulo y la mirada, ahorran segundos preciosos que se malgastarían si se argumenta. «Entrar» en una línea argumentativa absurda propuesta por alguien que se caracteriza por ser un fabulador compulsivo, no lleva a ningún lado.
Usar el lenguaje no verbal para dejar en evidencia que lo que alguien dice es falso o ridículo es más efectivo que arguir y explicar por qué. Y en este caso y frente a la catarata de tonterías con las que Trump ensuciaba cada una de sus intervenciones, la amplia sonrisa de Kamala Harris -que él mismo calificó tantas veces de «risa de loca»- y el modo en que lo miraba mientras él fruncía los labios mostrando la impotencia de su propio enojo, fue la transformación de la gestualidad en arma.
Fue el moderador el que se vio obligado a señalarle a Donald Trump que no existían evidencias de que los inmigrantes haitianos se hayan comido a los perros y a los gatos de los pobres vecinos de Ohio, mientras él insistía «They’re eating the dogs!» «The people that came in, they’re eating the cats! They’re eating the pets of the people that live there«, o acusaba a Harris de ser la culpable de que las mascotas estuvieran desapareciendo mientras los expulsados de Venezuela destruyen el país.
Kamala Harris sólo se ocupó de dejarlo en ridículo mostrándose alternativamente apenada o divertida y dio por concluído el punto sin perder siquiera un segundo, con sólo tres palabras cargadas de desprecio: «Talk about extreme!«.
La «sonrisa de Duchenne»
Una de los elemenos discursivos no verbales que diferencian más a Kamala Harris de Donald Trump es que a ella se le da con mucha facilidad la llamada «sonrisa de Duchenne» y a él no.
El médico e investigador francés Guillaume Duchenne, diferenció el tipo de sonrisa espontánea que hoy lleva su nombre, de la sonrisa que es fruto de la voluntad y que por lo tanto puede ser fingida.
En la primera se produce la contracción de varios músculos faciales que elevan las mejillas y producen arrugas alrededor de los ojos. La segunda, por el contrario tiene su origen en zonas del cerebro que no involucran los mismos músculos, por lo que la arrugas en los ojos no se producen o se consiguen sólo a partir del entrenamiento. Y eso es lo que hace que aún para el observador desprevenido una sonrisa resulte franca y otra parezca falsa.
La sonrisa de Kamala Harris tiene la virtud de ser casi en todo momento la típica de sonrisa de Duchenne, mientras que en las pocas ocasiones en que Donald Trump sonríe, se huele fácilmente el sarcasmo, la amenaza apenas velada, la inquina o la falsedad.
Sin embargo, como también pudimos ver, ambos candidatos -aún dentro de determinados márgenes de diferenciación- se parecen cuando dejan de sonreir, entornan los ojos, y hablan -hipócritamente- de la guerra.
La guerra
Es facil aceptar que Kamala Harris no sólo es diferente a su evejentado mentor sino que no se parece en nada a su avejentado oponente, algo que se ocupó de resaltar diciendo «I am not Joe Biden and I am certainly not Donald Trump».
Durante la mayor parte del debate manifestó ideas y valores que a grandes razgos se pueden compartir, es una mujer joven, educada y con una experiencia «de color» que genera empatía, sonríe de una forma franca y abierta que llama a la confianza, mientras que tuvo enfrente suyo a un contendor que expresa todo lo contrario y del peor modo. Es uno de los personajes más odiosos de la política contemporánea.
Sin embargo, enfrentados al tema de la guerra, no han resultado ser demasiado diferentes y la frivolidad con la que ambos hablan de los varios conflictos -reales y potenciales- en los que su país está involucrado, es su peor debilidad.
Donald Trump poco dijo acerca de la Gurra de Ucrania fuera de lo que ha repetido una y otra vez: que si él hubiera sido presidente Putin no se habría atrevido a iniciarla y que si él ganara la elecciones se ocupará de que la guerra finalice en 24 horas, aún antes de haber asumido. No explica cómo, tema que para sus partidarios entusiasmados con el Make America Great Again puede ser secundario, pero para el resto del mundo no.
Kamala Harris, por su parte, siguió ofreciendo armas y dinero para que la guerra se prolongue en el tiempo todo lo que los estrategas que la alentaron consideren conveniente. Y enfatizó con orgullo algo que ya estuvo presente en su discurso ante la Convención Demócrata: que durante los 4 años años de la presidencia de Joe Biden no ha muerto un sólo soldado americano luchando en conflictos fuera de su país. Curiosa forma de celebrar la muerte ajena cuando quienes mueren son tus supuestos aliados y se los sacrifica en tu beneficio.
Las diferencias fueron aún menores cuando le llegó el turno a Gaza y para ese momento las caras de ambos mostraban la incomodidad que les causaba tener que hablar de esas cosas.
Donald Trump se mostró alarmado por el futuro de Israel si Kamala Harris accede a la presidencia porque no accedió a reunirse con Benjamín Nethaniahu en su última visita. Kamala afirmó haber sido amiga de Israel a lo largo de toda su vida y toda su carrera y enfatizó dos veces su compromiso con el derecho de Israel seguir «defendiéndose». (Algo, dicho sea de paso, que no tiene diferencia alguna con la postura canadiense, descrita en esta edición de Diálogos por Harshia Walia en su nota Canada/Gaza: colonialism, racism and Eurocentric ethnonationalism).
La hasta ahora vicepresidenta reconoció la necesidad de un alto al fuego y aceptó la conveniencia de que alguna vez exista un Estado palestino pero, en la misma línea de Joe Biden y todo el staff neo-con, no se comprometió a que su aliado lo acepte antes de haber terminado de destruir todo. Y cuando no pudo evitar referirse a las decenas de miles de víctimas inocentes «that have beeen killed«, no se molestó en explicitar quién las mata.
Y eso -además de las infaltables advertencias acerca del peligro que China representa para la economía de los EEUU, para la industria de los microprocesadores y los automóviles eleléctricos, y para el mundo libre-, fue lo que le puso el punto final al debate. Ya sin bravatas de viejo buey ni ironías de vicepresidenta cool. Sin sonrisas de Duchenne, ni de las otras.
De todas formas, mientras ellos hablaban ante las cámaras, Antony Blinken informaba que su país y el Reino Unido estudian autorizar a Ucrania para que utilice misiles de largo alcance suministrados por la OTAN para golpear en profundidad dentro del territorio ruso. Que eso pueda implicar la nuclearización del conflicto y el caos en Europa no parece preocuparlos. Y pocas horas después, Palestina ocupaba el asiento que tiene asignado en la Asamblea General de la ONU, a pesar de la negativa de Israel y de los EEUU, a reconocer su soberanía. Estar indisolublemente ligados al colonialismo más feroz y al genocidio tampoco los desvela.
La periodista Catleen Johnston ha definido la situación actual en 10 palabras: “Genocide in the foreground, world war looming in the background”, y la vocera del gobierno ruso, María Zajarova, ha advertido que los EEUU están «a 15 minutos del iceberg», pero nada de eso empañó lo divertido del debate.
Miguel Loaches-Garrido, en una nota publicada hace algunas semanas por Diálogos: «Una explicación científica a por qué mentimos», explicaba que, aislado y escondido en la cavidad craneal, a salvo de todo, nuestro cerebro no busca verdades sino convencimiento. Y para eso, para convencer -y no para buscar o encontrar alguna verdad- son los debates. Pronto sabremos quién convenció a quiénes y a cuántos.
Porque aún cuando Kamala Harris obtenga una mayoría de votos a su favor, algo que pocos analistas discuten sobre todo después de su perfomance en el debate, la situación en los «swing states«, que definirán la contienda, sigue siendo incierta.