Mientras continúa la inestabilidad política y económica creada a partir de lo que ocurre al sur de la frontera, es hora de que recordemos cómo llegamos a esta coyuntura.
También es hora de reconocer que, a pesar de la creencia común, nunca ha habido realmente un comercio “libre” con los Estados Unidos. . Hubo sí una serie de medidas que han fomentado la integración malsana de nuestra economía a la de nuestros vecinos del sur, con el consiguiente enriquecimiento y concentración de la riqueza en manos de gigantes corporativos transnacionales.
A partir de los llamados acuerdos de libre comercio (TLC, ALCA, TLCAN, T-MEC), los Estados Unidos han presentado contínuamente quejas por prácticas comerciales desleales que han dado lugar a largas y onerosas disputas comerciales internacionales. Canadá ha gastado cantidades incalculables de energía tratando de defenderse y resolver estos problemas. Lo mismo puede decirse de México, otro de los socios de estos «acuerdos». Buen ejemplo de ello es el reciente fallo que lo obliga a aceptar el maíz transgénico proveniente de los EEUU. (Por cierto, Canadá se colocó en contra de México en esa disputa. ¡Qué vergüenza!)
También es hora de reconocer que el acercamiento a Estados Unidos y la integración demasiado estrecha de ambas economías nos han llevado a un callejón sin salida. ¿Por qué pondrías la mayoría de tus huevos en una sola canasta? A fines de los años 80 hubo enormes protestas que advertían contra el libre comercio, y el tiempo no ha hecho sino darles la razón a quienes anunciaban el peligro. En esta columna recordábamos recientemente los hitos principales de esa larga historia.
Los llamados acuerdos de libre comercio con Estados Unidos iniciados en 1988 solo han servido para engañar a los canadienses y hacerles creer que todo está bien. Los temores que se han desatado ahora a propósito de los aranceles y las guerras comerciales son un duro recordatorio de lo que puede suceder cuando tu economía está demasiado integrada con un solo país. También es un duro recordatorio de cómo a los matones les gusta tratar de hacer temblar a los demás. Me atrevería a decir que cuanto más te acercas a la economía estadounidense, más dura es la caída. Los expertos y estrategas se desesperan ahora tratando de determinar la ubicación exacta de los puntos críticos de nuestra economía en caso de que se desate una guerra comercial.
Cuba fue en su día un estado vasallo de los EE. UU., hasta que obtuvo su verdadera independencia mediante una revolución. Aquella marcha sobre La Habana de enero de 1959 indignó y desconcertó tanto a las siguientes administraciones estadounidenses que, más de 60 años después, Estados Unidos sigue con su embargo económico, a pesar de que, por décadas las Naciones Unidas han votado casi unánimemente a favor de que se le ponga fin. Lo que estamos viviendo ahora en términos de problemas arancelarios con los EE. UU. dista mucho de lo que Cuba ha estado viviendo y reviviendo durante todo ese período, pero el embargo estadounidense ofrece una visión de lo que puede ocurrir incluso en ausencia de amenazas a la soberanía o la economía de Estados Unidos.
Es hora de tomar nota y forjar una estrategia que diversifique nuestra canasta de bienes y fomente el comercio con otros países del planeta. Mis naranjas son de Sudáfrica. Mis lechugas y aguacates son de México. Mis manzanas y patatas son de Ontario. Los tomates son de invernadero; de Canadá… Y mi congelador está lleno de moras que cosecho yo misma, de los arbustos que tengo en el jardín. Nuestra familia ha estado comprando productos canadienses desde siempre. Mucho antes de que Trump y sus compinches llegaran a escena. No necesitamos ni a Amazon ni a Costco.
Con pocas excepciones, compramos en comercios canadienses, productos de Canadá o de otros países que no sean Estados Unidos. Lo mismo ocurre con las bebidas. Lo hacemos desde hace décadas. Siempre que podemos, compramos productos locales. Comprar productos canadienses no es algo nuevo para nosotros. También aprendí hace mucho tiempo a comprar frutas y verduras de temporada. Y para nosotros, y por muchas razones de principios, los productos de Estados Unidos nunca han estado de temporada. Por supuesto, sabemos que tenemos la suerte de vivir en un entorno urbano que ofrece esas opciones, que no están a disposición de todos.
Los acontecimientos recientes también son un recordatorio de que incluso el comercio diversificado nunca debe sacrificar la independencia de nuestra propia economía interna. Deberíamos producir lo que podamos para nuestras propias comunidades y exportar nuestros excedentes, en particular cuando se trata de productos básicos como los alimentos.
Tal como están las cosas, vamos a tener que hacer ajustes a nuestras prioridades y nuestro lugar en el mundo, a medida que avancemos en los próximos cuatro años y, con suerte, podamos independizar nuestra economía. ¡Esto es imprescindible! El dolor de ahora nos será de gran utilidad en el futuro.
Por supuesto, habrá un impacto. Pero espero que la mayoría de nosotros se de cuenta de que esa es la única opción verdadera. Desenredémonos del matón de al lado. Desafortunadamente para nuestros vecinos estadounidenses, la suya es una sociedad en decadencia; la única pregunta es con qué rapidez se desarrollará ese proceso, y a quiénes y a qué se llevará consigo la espiral descendente.
Pero no creo que haya vuelta atrás. En general, me gusta encontrar el lado positivo de las cosas, y esta llamada de atención ofrece una oportunidad. Como cantó Leonard Cohen en “Anthem”: “Hay una grieta, una grieta en todo… así es como entra la luz”.
En lo que respecta a los alimentos, debemos pensar en poner en marcha políticas agrícolas que se han retrasado mucho.
Necesitamos políticas que:
- fomenten la transferencia intergeneracional de las granjas familiares;
- proporcionen a la próxima generación de agricultores acceso a tierras asequibles y financiación operativa para la agricultura;
- limiten el tamaño de las tierras y garanticen que tengamos más agricultores, no menos;
- garanticen que la especulación sobre las tierras agrícolas esté fuertemente gravada;
- protejan la gestión de la oferta y renueven los sistemas de comercialización ordenados que se perdieron durante los años del libre comercio.
- alienten a los agricultores a abastecer los mercados locales, ya sea a nivel municipal, regional o nacional, según el producto que se cultive o críe y en qué zona de Canadá;
- apoyen la expansión de proyectos alimentarios urbanos, como la jardinería en los tejados y los huertos comunitarios;
- garanticen que las nuevas estrategias de seguridad alimentaria incorporen prácticas sostenibles que tengan en cuenta las prácticas que mitiguen el cambio climático.
¿Es esta una tarea difícil? Puede parecerlo… pero esta hoja de ruta ha sido impulsada por muchas organizaciones que desde hace mucho tiempo abogan por los agricultores familiares, la seguridad alimentaria y las prácticas agrícolas sostenibles y respetuosas con el clima. Esta columna sobre ese amplio movimiento, su historia y sus fracasos y sus logros ofrece material para la reflexión.
Y una última pregunta: ¿todo esto será indoloro? ¡Por supuesto que no! Pero ya no hay ninguna razón para no impulsar un Canadá realmente independiente.
En 2017, cuando Donald amenazó con cancelar el libre comercio, tal vez deberíamos haberle tomado la palabra y haberlo intentado. Esta columna recuerda esas discusiones anteriores. Titulada “For farmers and working people, cancelling NAFTA could be the best way forward”, parecía audaz en su momento. Vale la pena volver a leerla.
La cuestión de los aranceles ha puesto de relieve las desigualdades del libre comercio, y eso, por supuesto, afecta a la agricultura. Pero es igualmente importante, si no más, que se haya permitido que la concentración corporativa en la industria alimentaria canadiense se haya procesado sin regulación.
Este informe, publicado por el Canadian Anti-monopoly Project en el otoño 2024 y titulado «“From Plow to Pantry: Monopoly in the Canadian Food System”«, describe con gran detalle hasta qué extremos está concentrada nuestra industria alimentaria. En esta intensa concentración corporativa a todos los niveles de la cadena alimentaria y en el inescrupuloso juego de importación y exportación que ha enriquecido aún más a los actores transnacionales, está la raíz de las vulnerabilidades de nuestro sistema alimentario.
Junto con este informe, el Centro Canadiense de Alternativas Políticas (CCPA) publicó un número temático de The Monitor en enero sobre cuestiones alimentarias. De particular interés son los artículos sobre el cambio climático en las praderas, los mercados locales públicos y una economía agrícola más inclusiva.
Estos temas hacen que la amenaza de los aranceles sobre los alimentos, en comparación, palidezca. Y si los políticos canadienses estuvieran realmente interesados en desafiar las maquinaciones del presidente Trump, podrían darle cabida a las políticas agrícolas progresistas que respalden una agricultura y una economía alimentaria descentralizadas.
Sin duda habrá ajustes debido a la amenaza de aranceles y otras medidas, y eso ocurrirá en ambos lados de la frontera.
Pero también debemos reconocer las oportunidades que tenemos a la mano. De hecho, es posible que tengamos mucho más a nuestro favor de lo que creemos en lo que respecta a la seguridad alimentaria y a la alimentación de nuestro propio mercado en primer lugar, si trabajamos para renovar nuestras políticas agrícolas y de distribución de alimentos ya mismo.
Y como se dice habitualmente, no hay mejor momento que el presente para poner en marcha lo que debió haberse hecho antes.
¡Agradezcamos a Donald Trump por despertarnos de esta profunda modorra!