«El país se liberó por fin del gobierno más despreciable que se recuerde. Los alcanzó la venganza del pueblo y fueron derribados por su ciega arrogancia. No es ésta una época de revoluciones y sólo por eso no perderán sus cabezas».
No se leen ni escuchan palabras como éstas a diario, y menos aún cuando de las elecciones británicas se trata, por lo que vale le pena prestarles atención. .
«¡Aleluya y hosanna! (Si no es ahora, ¿cuándo?) Al filo de las 10 pm, el país supo que se había liberado por fin del gobierno más despreciable que se recuerde. Los matones, saboteadores dañinos, incompetentes sicarios y groseros egoístas se han ido. El Reino del Error ha terminado. Los alcanzó la venganza del pueblo y cayeron derribados por su ciega arrogancia. No estamos en una época de levantamientos o revoluciones y sólo por eso no perderán su cabezas».
Es extraordinaria la alegría y la sensación de alivio y rabia contenida en este primer párrafo de la nota de Polly Toynbee Celebrate. An unbearably rare moment of pure political joy publicada por The Guardian pocas horas después de que se conocieran los resultados de las elecciones del 4 de julio.
Todo lo que ella dice en ese primer párrafo y reafirma en el resto de su nota está justificado, por supuesto.
Another one bites de dust, se decían unos a otros quienes seguían con atención el conteo de votos, y casi podía sentirse la presencia del viejo Freddy Mercury, celebrando con alegría y encono cómo caían derrotados en sus propios distritos los principales responsables de tanta decadencia y tanto dolor sin sentido.
Morder el polvo
Mordió el polvo la tremenda Liz Truss, por ejemplo, cuyo breve gobierno «libertario» de 45 días destruyó en 2022 toda presunción de idoneidad dentro de las filas de su partido, y que después de presentarse hace dos meses en el CPAC de Donald Trump como «la salvadora del futuro de Occidente», no pudo revalidar su representación en South West Norfolk, un tradicional bastión de la derecha rural británica en donde los conservadores habían triunfado con comodidad, siempre.
Y como ella, muchos otros han mordido el polvo, incluídos Liam Booth-Smith y Oliver Dowden que recibieron días antes de la elección títulos nobiliarios en retribución -posiblemente- a otros favores oportunamente concedidos quién sabe a quién o a quiénes. Porque nada escapó, durante la Gran Fiesta, al largo brazo de la corrupción londinense.
La derrota sufrida por el Partido Conservador tuvo una contundencia inédita que lo deja reducido a una expresión mínima en toda su historia. En los años transcurridos desde 2010 se crearon las condiciones para la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, se produjo el Brexit, y se viven sus consecuencias. La deuda pública aumentó en un 88% del PBI con intereses mensuales de 10 mil millones de libras, los salarios están estancados, es cada día más difícil acceder a una vivienda, aumentaron la pobreza y la desigualdad, se desfinanció y se colocó al borde de la quiebra al sistema de salud, (la institución más valorada por los británicos), y sucede lo inaudito: hay escasez de agua potable en algunas zonas del país. En 14 años hubo cinco primeros ministros, siete ministros de finanzas y ocho ministros del interior sin que ninguno de ellos haya dejado tras de si algo rescatable.
Vale la pena volver a la nota de Polly Toynbee que habíamos comenzado a compartir porque nos permite, por un lado, disfrutar con ella su alegría. Y eso es bueno en los tiempos inciertos que corren.
Pero además, porque nos da pie para preguntarnos hasta qué punto su optimismo está justificado o, incluso, si a través suyo, aquella «Pérfida Albión» que medró en el mundo durante siglos, no estará intentando esconder su propia decadencia.
«Today marks the final stake through the heart of Thatcherism, killed off by the consequences of rail, mail, water and energy privatisations. Here ends austerity ideology, after the bankers’ crash, Covid and the cost of living crisis left people needing more, not less, from the state. No Conservatives will be electable again until they understand a country whose instincts have turned social democratic.
Time enough tomorrow and ever after to contemplate the dire legacy of this shameful government, its scorched earth and landmines visible in unpaid debts and bursting prisons. Time later to worry about what remedies will be adequate. National pessimism over a broken country, with people fearful that little can be done, is the grimmest mood pollsters have known. But at least Labour inherits the lowest of expectations and the lowest of bars to rise above. The threatening rise of Reform UK can only be challenged by a bold government that improves people’s lives.»
¿Sabes quién viene a cenar?
Es interesante detenernos en las dos últimas frases de la nota de Toynbee, porque desnudan la situación que el entusiasmo de la cronista enmascara. En primer lugar, no se puede pasar por alto esa especie de suspiro de alivio al constatar que las expectativas son bajas. No parece un buen auspicio.
Porque esas bajas expectativas no se deben sólo a que el punto de partida no podría ser peor, sino sobre todo a que la votación del 4 de julio está entre las más bajas de la historia reciente. Sólo el 60 % de los habilitados pensó que votar le sería de alguna utilidad para mejorar su vida. Una cifra que iguala la del momento de menor asistencia a las urnas, en 2001. Esas «lowest expectations» deberían hacer sonar todas las alarmas y la situación se expresa a la perfección en la caricatura de Ben Jennings con que ilustramos esta nota.
Pero además, merced a la no proporcionalidad del sistema electoral británico, el 63% de los escaños que obtuvo el Partido Laborista (412 de un total de 752) representan apenas el 34% de los votos totales, que constituyen, a su vez, la menor votación del partido en los últimos años. La de Sir Keir Rodney Starmer, el poco carismático lider del partido fue, en su propio distrito, la mitad de la que él mismo obtuvo en 2019.
Se trata entonces de un gobierno fuerte en cuanto a representación parlamentaria, pero débil en cuanto a respaldo y credibilidad.
Porque a su vez, y en esto radica la excepcionalidad de lo ocurrido, buena parte de la sangría experimentada por el conservadurismo, se debe a un traslado inédito de votos hacia la opción de derecha extrema expresada por el Reform UK, que entra por primera vez al Parlamento tras haber obtenido una votación cercana al 15%. Para que se entienda bien: es cerca de la mitad de la votación laborista. No ha podido por el momento transformar esa votación en representación real, pero es sólo una cuestón de tiempo.
Ellos son los nuevos invitados a la cena parlamentaria. Sabemos, por lo que es la experiencia en otros países (desde Alemania, Francia, España o Austria hasta la República Argentina) qué sucede una vez que se sientan a la mesa. No por mera balandronada su principal figura, el desagradable Nigel Farage, manifestó ya en sus primeras declaraciones a la prensa que, a partir de ahora, su objetivo son los votos laboristas.
La decadente Albión ¿va a la guerra?
Se equivoca entonces la columnista de The Gaurdian al suponer que las bajas expectativas con las que se inicia su gobierno posibilitarán que el campo se le haga orégano a Keir Starmer, no sólo por lo que apuntábamos antes sino porque en su nota destaca una carencia llamativa y esencial.
No es enteramente responsabilidad suya. Es necesario consignarlo ya que es posible constatar la misma ausencia en las muchas notas que la prensa inglesa le dedica a los desafíos que enfrenta el nuevo gobierno.
No se habla -por pudor, por temor o por lisa y llana vocación de negar lo evidente-, de la guerra.
Esa guerra de la que Boris Johnson supo hacerse alegre responsable. Esa guerra que no perturbó los delirios libertario-occidentalistas de la malhadada Lizz Truss. Esa guerra con la que Sunak se embanderó como si no tuviera nada mejor en qué ocupar su tiempo.
Esa guerra, la que se libera en suelo de Ucrania para mayor tranquilidad de sus instigadores pero amenaza con extenderse e incendiar toda Europa, contó en todo momento y desde antes de su inicio con el apoyo decidido y expreso de Starmer y la casi totalidad de su partido, por lo que cabe pensar que sus ímpetus guerreros no serán menores a los de sus antecesores.
Y que tampoco será muy diferente su visión acerca de lo que sucede en estos momentos en Gaza, o sobre lo que podría suceder en cualquier momento en el Mar de la China.
Albión, esa dama de dientes afilados y convencida siempre de que algo más se le puede quitar al mundo, no parece ser conciente -ni siquiera bajo liderazgos laboristas- de los peligros a los que la expone su propia decadencia. Y es casi imposible adivinar cuál podría ser su próximo error.
De poco serviría que dentro de fronteras los peores muerdan el polvo, si quienes los sustituyen guardan hacia el afuera la misma ignorancia, la misma soberbia y la misma vieja codicia.