Julian Assange: el prisionero que escapó de entre los dientes del imperio

Entre las enseñanzas a extraer del affair Assange, una -se nos ocurre-, es esencial: llamar a las cosas por su nombre. Julian Assange no fue «liberado». Encontró sabia y pacientemente, con la ayuda de muchísimas personas en el mundo entero, la forma de escapar cuando sus captores debieron, por razones meramente coyunturales, renunciar a retenerlo para siempre y/o quitarle la vida. .

 

La prensa mainstream y en general quienes tienen a su cargo la creación y el sostén de una opinión pública que no descrea del sistema, cuidan muy bien el vocabulario que usan. No eligen unos giros de lenguaje sobre otros porque sí. Y en estos días, cuando se informaba acerca de la liberación del fundador de Wikileaks, se utilizaron una y otra vez enunciados como el que sigue, extraído de una de las primeras notas publicaddas por The Guardian acerca del tema: Julian Assange is on the verge of being set free after the WikiLeaks founder and US authorities have agreed to a surprising plea deal.

Being set free, «ser liberado», «fue puesto en libertad», pueden parecer, para una mirada ingenua, forrmas razonables de describir lo sucedido, pero tienen un defecto sustancial: de modo casi imperceptible, presentan al liberado como receptor de una decisión, y coloca el origen de esa decisión precisamente en aquellos que durante años hicieron todo lo que estaba a su alcance para que el detenido continuara en prisión y fuera finalmente condenado. No dan cuenta de la realidad con la honestidad debida.

Liberarse o ser liberado

El Tribunal Superior de Londres habilitó la posibilidad de que Julian Assange saliera el 24 de junio por la puerta de la prisión de alta seguridad de Belmarsh en la que llevaba más de 5 años de reclusión en condiciones inhumanas e ilegales.

Por supuesto, al sistema judicial y carcelario inglés no se le ocurrió súbitamente darle al mundo una muestra de piedad y amor por la justicia. No le otorgaron a Julian Assange la libertad que le habían quitado hacía 5 años, cuando lo sacaron como un fardo, sucio y a punto de enloquecer, de la embajada de Ecuador en Londres, en la que había recibido asilo 7 años antes.

Aquella vez no ocultaron su regocijo cuando la traición de Lenin Moreno -que lo vendió a cambio de la aprobación de un crédito blando del FMI-, se los entregó, atado de pies y manos. Y esta vez, no disimularon que dejarlo ir no los hace felices, porque siempre esperaron otra cosa. No le «dieron » la libertad. Se les escapó de entre los dientes.

A continuación, el breve paso de Assange por las paradisíacas Islas Marianas anunciado con sólo veinticuatro horas de antelación, fue otra muestra de que no se le «concedía» la libertad. El lugar había sido elegido por el propio prisionero para evitar que alguien decidiera a último momento terminar con esa desagradable historia terminando con la vida de su protagonista y afortunadamente todo lo que allí sucedió se atuvo al guión previamente acordado.

La potencia omnipotente que lo reclamaba con la intención de condenarlo a 175 años de prisión o en su defecto someterlo a la pena de muerte, le ofreció abreviar la condena haciéndola coincidir con los 1901 días que había permanecido en la prisión inglesa a cambio de que admitiera su culpabilidad en uno de los cargos por los que se lo acusaba.

El reo accedió, como habría hecho cualquiera de nosotros de haber estado en su lugar, se firmaron las actas respectivas, y eso fue todo. No le «dieron » la libertad. Se les escapó de entre los dientes.

Las razones de una renuncia

El «incidente» al parecer, ha concluído.

Finalizaron 14 años de persecución, vilezas, manipulaciones de prensa, acusaciones de todo tipo, abusos de poder, falsedades, clandestinidad, asilo, traición y cárcel que comenzaron en 2010 tras la publicación, a través de la plataforma Wikileaks de varios cientos de miles de documentos, grabaciones secretas y material fílmico que desnudaron, a los ojos del público, algunos de los crímenes de guerra más aberrantes que los EEUU -no siempre en soledad- estaban cometiendo o habían cometido en Irak, Afghanistán, Haití, la cárcel de Guantánamo o en cualquier otro lugar del ancho mundo en que los derechos humanos, la vida ajena, la paz, o la llevada y traída libertad de prensa, molestaran.

También habían quedado expuestas en aquellas y posteriores filtraciones de Wikileaks inconductas de Hillary Clintton y el espionaje que las agencias de inteligencia de los EEUU realizaban sobre las principales figuras de gobierno de sus propios aliados, como Alemania y Francia, pero eso, por alguna razón, no provocó demasiado escándalo. La por entonces candidata demócrata fue desapareciendo de la escena por sus propios deméritos, y los gobernantes extranjeros espiados recibieron la noticia con cierto disgusto pero sin asombro.

«Si la mentira y el ocultamiento llevan a la guerra» -había dicho Julian Assange en una conferencia de prensa al presentar los materiales filtrados a la prensa internacional en 2010-, «la verdad podría conducirnos a la paz» pero ha resultado evidente que no era la paz lo que sus perseguidores y sus captores buscaban. Ni entonces ni ahora, ya que si lo que sucedía hace 14 años avergonzaba al mundo, lo que ocurre hoy lo ha colocado al borde mismo de la destrucción.

El involucramiento de los EEUU en una guerra como la de Ucrania -que alentó y provocó hasta hacerla inevitable-, la posibilidad de que esa guerra se extienda por todo el continente europeo en breve plazo y se transforme de buenas a primeras en un holocausto nuclear que se lleve al planeta consigo, el genocidio que las fuerzas armadas de Israel están perpetrando en Gaza ante su complicidad tácita, la posibilidad latente de un conflicto generalizado en el Asia-Pacífico, la total incapacidad demostrada para contener el cambio climático, la política ambigua y cruel respecto a quienes intentan atravesar sus fronteras, y la consecuencia obvia de todo ello: el descenso de la popularidad de Joe Biden en sectores que tradicionalmente apoyaban a su partido, son posiblemente los factores que han llevado a que el imperio esta vez se resignara a soltar la presa.

Trevor Timm Director Ejecutivo de la Freedom of the Press Foundation y autor de la nota de The Guardian antes mencionada, alertaba sobre el procupante precedentee que el caso Assange tiene para los periodistas de todo el mundo, que saben ahora que cualquier gobernante estadounidense se sabrá con derecho a exigir su prisión y extradición estén donde estén cada vez que estimen que la Espionage Act de su país no ha sido respetada. Pero admitía que:

«The deal is undoubtedly good for Assange, who has been holed up in Belmarsh prison suffering from serious medical problems for the past five years, and stuck in the Ecuadorian embassy in London for seven years prior to that. It’s good for the Biden administration, which avoids the embarrassment of potentially losing its extradition case in the UK high court, but more importantly avoids the Assange case becoming a polarising issue in the election».

Y allí está el quid de la cuestión. Un presidente octogenario pero beligerante y frío, con cada día menos chances de ser reelecto, cuya incapacidad para gestionar a su país parece evidente, inmerso en un proceso de generación de conflictos internacionales inédito, y que en reiteradas oportunidades, a lo largo de tres años, se había negado a considerar la libertad de Julian Assange, se vio obligado por las circunstancias a renunciar a su presa. Tarde, a regañadientes y mal, como mucho de lo que hace.

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