Que a mediados de mayo Antony Blinken haya complementado una sorpresiva visita a Kyiv cantando en un bar Rockin-n in the free world o que una semana después Israel bombardeara un campamento de refugiados desmembrando y reduciendo a carne carbonizada el cuerpo de decenas de mujeres y niños, no son hechos desconectados. Y sobre todo no son situaciones ajenas a tí o a mí . Estás ahí, entre las balas, te guste o no. .
Keep on rockin’
El Secretario de Estado cantando en la capital de un país en guerra rodeado de hombres jóvenes que obviamente no estaban en el frente ni habían muerto en las trincheras, no pasó de ser una anécdota vil. Que si algo muestra es la frivolidad hueca y la falta de conexión con la realidad que exhiben personajes -aquí van los nombres que tu quieras-, que ya no saben cómo hacer para mostrar el lado pretendidamente cool de las guerras en las que America y sus socios están sumiendo al mundo. Hay, detrás de lo sucedido esa noche de cervezas y rock’n’roll, toda una cultura de soberbia supremacista que no por caduca y falsa es menos peligrosa.
Blinken había llevado ese día a Ucrania una nueva promesa de dinero y armas -que ahora el gobierno de Zelensky deberá resignarse a compartir con Israel y Taiwan. Las armas se utilizarán para que una Ucrania ya vencida y arruinada prolongue su sacrificio mientras Francia e Inglaterra se deciden a intervenir directamente en la guerra, lo que a su vez provocará una respuesta rusa que implicaría, casi con seguridad, la internacionalización e incluso la nuclearización del conflicto. El dinero, volverá, como siempre vuelve, en forma de contratos, Letras del Tesoro e intereses, a sus legítimos dueños. Para eso están las guerras.
De todos modos, sería interesante saber qué pasa por la mente de un Secretario de Estado cuando elige una canción con la que imagina demostrar la capacidad de su país para liderar al mundo. Porque basta una de las tres estrofas con las que Neil Young describió la sociedad estadounidense de su tiempo en Rockin’ in the free world para concluir en que quizás Blinken, al elegirla, no pensó nada o no le importó demasiado el mundo «libre» que en ella se describe.
I see a woman in the night
With a baby in her hand
There’s an old street light
Near a garbage can
Now she puts the kid away, and she’s gone to get a hit
She hates her life and what she’s done to it
There’s one more kid, that will never go to school
Never get to fall in love, never get to be cool.
Keep on rockin’ in the free world
El genocidio continúa
Si muchas fueron las visitas de Antony Blinken a Kyiv desde el comienzo de la guerra, de las cuales sólo la última incluyó cervezas y rock’n’roll -por lo que cabe suponer que las anteriores habrán sido más consideradas para con el país al que su «mundo libre» embarcó en un sacrificio inútil y sangriento-, fueron ya siete las que realizó a Israel desde octubre de 2023, asegurando, en cada una de ellas, que su país pedía, reclamaba, o incluso exigía terminar con la política de tierra arrasada y matanza indiscriminada de inocentes.
Sin embargo, a la vista están los resultados. Que los EEUU se hayan negado una y otra vez a respaldar los reclamos de la ONU de un alto el fuego o haya dinamitado toda posibilidad de condenas o sanciones solicitadas ante los organismos internacionales por la casi totalidad de las naciones del mundo, ha llevado a que el genocidio -ya reconocido, ya incontestable- continúe.
El Holocausto de las Tiendas de Campaña- descripción de lo sucedido en el campo de refugiados Block 2371 la noche del 27 de mayo, del escritor palestino Seraj Assi -publicada en esta misma edición-, evidencia el grado al que ha llegado la barbarie, pero además no permite albergar esperanzas sobre lo que seguirá sucediendo en los meses por venir.
«La imágenes muestran una noche de horror indescriptible: cuerpos reducidos a cenizas, carbonizados y ennegrecidos hasta quedar irreconocibles; niños decapitados y destrozados por las bombas estadounidenses; padres que abrazaban a sus hijos muertos y quemados y gritaban horrorizados; rescatistas sacando de las tiendas de campaña en llamas restos carbonizados y víctimas con heridas espantosas».
Fue un «infierno en la tierra» y «el crimen de los crímenes», en palabras de autoridades de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados.
Están doblando por tí
Haber alentado y armado durante años al regimen de Kyiv surgido del Golpe de Estado de 2014 en aquella «Colour Revolution» de la Plaza del Maidan que tanto complació a las almas bellas de las democracias occidentales; haber contribuido a la inevitabilidad del conflicto final enviando asesores, financiando propagandistas, adulando a viejos criminales de guerra y anunciando victorias ineluctables; haber empujado las fronteras de la OTAN hacia el este como si nada pudiera detener a los dueños del mundo; y haber entregado cientos de miles de toneladas de armamento de todo tipo a un país que se ofreció para ser la punta de lanza de toda esa locura, nos trajo hasta hoy. Al borde mismo de un nuevo conflicto más amplio y del que difícilmente, una vez desatado, podamos quedar fuera.
Yo no son sólo Polonia o los países bálticos los que anuncian su deseo de envolver a toda Europa en la guerra, sino que Rishi Sunak o Emmanuel Macron se muestran, un día sí y el otro también, dispuestos a traspasar las líneas rojas que no deben. Y lo harán ¿qué duda cabe? también en nombre de las alianzas de las que somos parte. No sólo nos hemos negado a ser parte de la solución sino que nos hemos empeñado en ser parte del problema.
Haber respaldado el despojo y el aparheid en Palestina durante décadas al extremo de negar aún hoy la entrada de un ya casi inexistente Estado Palestino en Naciones Unidas, ha sido no sólo una ruindad (que ya es bastante) sino un gravísimo error que nos coloca, geopolíticamente hablando, en la periferia orgullosa pero decadente -y peligrosa- del mundo. No se mira hacia el costado cuando se produce un crimen sin que llegue el día de rendir cuentas.
Y no será precisamente el envío periódico de algún acorazado para que juegue irrresponsablemente a la guerra en el Estrecho de Taiwan lo que nos coloque en el bando cada día más imprescindible de las gentes de paz.
Las guerras que alentamos activamente o las que con nuestra pasividad permitimos que se lleven adelante en nuestro nombre, nos tienen como protagonistas -a tí, a mí, a nosotros-, queramos o no.
Cuando Ernest Hemingway tituló su novela Por quién doblan las campanas, se inspiró en los últimos versos de un antiguo poema del pastor y escritor inglés John Donne, que jamás deberían ser olvidadas:
«¿Quién puede evitar mirar al sol cuando atardece? / ¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla? / ¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
(…)
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque soy una parte de la humanidad. Por eso, cuando escuches el tañido de las campanas, nunca preguntes por quién doblan; están doblando por ti».