La guerra en Ucrania parece estar llegando a su fin de la única forma posible. Estirando unos las hostilidades más allá de todos los límites razonables porque Joe Biden no podría sobrevivir a una rendición de Kiev antes de octubre. Sopesando los otros cómo responder si una Europa incapaz de reconocer su propia decadencia, decide embarcarse, una vez más, en una aventura expansionista. .
Sobre el final de una guerra siempre es mucho lo que sigue en juego -si dejamos de lado la enormidad de lo que ya se haya perdido. Mientras los ojos del mundo están comprensiblemente fijos en el horror genocida desatado en Gaza, Rusia avanza esta primavera desde el este hacia las orillas del Dnieper, y si a eso se le sumara una toma de Odesa antes del otoño -algo que nadie podría descartar- Ucrania habría perdido -para mayor gloria de quienes la azuzaron, la armaron hasta los dientes, y la condujeron a empellones hasta aquí´- un 30% de su territorio y quedaría sin costas sobre el Mar Negro. Más de medio millón de muertos en vano. Una catástrofe anunciada y evitable. Todo por nada.
El después de los irresponsables
En nuestra nota anterior sobre el tema, realizamos un repaso somero de las varias oportunidades en las que el territorio ruso, en los últimos siglos, fue invadido desde lo que hoy conocemos como Occidente, y no lo hicimos como un mero ejercicio historigráfico sino para poner el foco en una realidad que con frecuencia no tomamos en consideración. El sufrimiento experimentado por el pueblo ruso a lo largo de esas intervenciones, y en particular los 20.000.000 de muertos que ´les costó detener y derrotar a la Alemania hitleriana, colocan a su país en una situación límite. Geopolítica y emocionalmente. No se ha perdido tanto para luego olvidar.
Cuando Emmanuel Macron, Olaf Scholz, Donal Tusk, Rishi Sunak, Antony Blinken, Jens Stoltenberg, Ursula von der Leyen o el locuaz Joseph Borrell se entusiasman un día sí y el otro también con la posibilidad de un conflicto directo entre Europa y Rusia en los próximos años (o en el caso de Macron en los próximos meses y de ser posible mañana mismo), no parecen tener en cuenta lo que esas declaraciones provocan en el país con el que, en realidad, ya están en guerra.
Pero lo cierto es que están apostando irresponsablemente a que la mayor potencia nuclear del mundo no se atreverá a responder a esa escalada de amenazas constantes de un modo drástico y feroz.
En nuestra nota Europa y el síndrome del miembro amputado. ¿Estamos frente al infierno tan temido?, decíamos que no es posible tener cabal conciencia del momento al que podríamos estar aproximándonos, si no nos tomamos la molestia de escuchar lo que se dice detrás de la cortina informativa que nos aísla de la voz del otro. Por esa razón, porque no es posible pensar al otro sin escuchar lo que nos dice por incómodo que sea, recogemos aquí el trabajo publicado hace pocos días en Russia in Global Affairs por el investigador y experto en Relaciones Internacionales ruso Dmitry V. Trenin.
Para quienes hemos asumido desde el principio del conflicto de Ucrania una visión radicalmente pacifista pero al mismo tiempo crítica con la OTAN y con el uso cruel y despiadado que se ha hecho de ese país y de su gente, colocar sobre la mesa de nuestros DIÁLOGOS este tipo de abordaje es -vale reconocerlo desde ya- una responsabilidad no exenta de amargura.
¿Llegó la hora de que Rusia le recuerde a Occidente su poder nuclear?
Dmitry V. Trenin: National Research University–Higher School of Economics, Moscow, Russia – Faculty of World Economy and International Affairs Research Professor
La estabilidad estratégica suele entenderse como la ausencia de incentivos para que una potencia con armas nucleares lance un primer ataque masivo. Por lo general, se ve principalmente en términos técnico-militares. Generalmente no se tienen en cuenta los motivos por los que se puede contemplar un ataque.
Esta idea surgió a mediados del siglo pasado, cuando la URSS había alcanzado la paridad militar-estratégica con Estados Unidos y la Guerra Fría entre ellos había entrado en una fase “madura” de confrontación limitada y cierta previsibilidad. La solución al problema de la estabilidad estratégica se vio entonces en el mantenimiento constante de contactos entre los dirigentes políticos de las dos superpotencias. Lo que condujo al control de armas y a la transparencia en la disposición de sus respectivos arsenales.
Sin embargo, el primer cuarto del siglo XXI está terminando en condiciones muy diferentes de la relativa estabilidad política internacional de los años setenta. El orden mundial centrado en Estados Unidos establecido tras el fin de la Guerra Fría está siendo seriamente cuestionado y sus cimientos están visiblemente sacudidos. La hegemonía global de Washington y la posición del Occidente colectivo en su conjunto se están debilitando, mientras que el poder económico, militar, científico y tecnológico y la importancia política de los países no occidentales –principalmente China, pero también India– están creciendo. Esto está provocando un deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y otros centros de poder.
Las dos mayores potencias nucleares, Rusia y Estados Unidos, se encuentran en un estado de conflicto armado semidirecto. Esta confrontación se considera oficialmente en Rusia como una amenaza existencial. Esta situación ha sido posible como resultado del fracaso de la disuasión estratégica (en su dimensión geopolítica) en un área donde los intereses vitales de Rusia están presentes. Cabe señalar que la causa principal del conflicto es el desprecio consciente por parte de Washington –desde hace ya tres décadas– de los intereses de seguridad expresados clara y explícitamente por Moscú.
Además, en el conflicto de Ucrania, los dirigentes militares y políticos de Estados Unidos no sólo han articulado, sino que han expresado públicamente, la misión de utilizar su poder para infligir una derrota militar estratégica a Rusia, a pesar de su estatus nuclear.
Se trata de una empresa compleja en la que la capacidad colectiva económica, política, militar, técnico-militar, de inteligencia e informativa de Occidente se integra con las acciones de las fuerzas armadas ucranianas en combate directo contra el ejército ruso. En otras palabras, Estados Unidos está tratando de derrotar a Rusia no sólo sin utilizar armas nucleares, sino incluso sin involucrarse formalmente en hostilidades.
En este contexto, la declaración de las cinco potencias nucleares el 3 de enero de 2022 de que “no se debe librar una guerra nuclear” y que “no puede haber ganadores” parece una reliquia del pasado. Ya está en marcha una guerra por poderes entre las potencias nucleares; además, en el transcurso de este conflicto se están eliminando cada vez más restricciones, tanto en términos de los sistemas de armas utilizados y de la participación de tropas occidentales, como de los límites geográficos del teatro de guerra. Es posible pretender que se mantiene una cierta «estabilidad estratégica», pero sólo si, como Estados Unidos en este caso, un jugador se propone la tarea de infligir una derrota estratégica al enemigo a manos de su estado cliente y espera que el enemigo no se atreva a defenderse utilizando armas nucleares.
Así, el concepto de estabilidad estratégica en su forma original –la creación y mantenimiento de condiciones técnico-militares para prevenir un ataque nuclear masivo repentino– conserva sólo parcialmente su significado en las condiciones actuales.
Fortalecer la disuasión nuclear podría ser la solución al problema real de restaurar la estabilidad estratégica, que se ha visto gravemente perturbada por el conflicto actual y que los líderes europeos parecen deseosos de escalar. Para empezar, vale la pena repensar el concepto de disuasión y, en el proceso, cambiar su nombre.
Por ejemplo, en lugar de una forma pasiva, deberíamos hablar de una forma activa. El adversario no debe quedarse en un estado de comodidad, creyendo que la guerra que libra con la ayuda de otro país no le afectará en modo alguno. En otras palabras, es necesario devolver el miedo a las mentes y los corazones de los líderes enemigos. Vale la pena destacar ese tipo de «miedo beneficioso».
También hay que reconocer que los límites de la intervención puramente verbal se han agotado en esta etapa del conflicto ucraniano. Los canales de comunicación deben permanecer abiertos las 24 horas del día, pero los mensajes más importantes en esta etapa deben enviarse a través de pasos concretos: cambios doctrinales; ejercicios militares para ponerlos a prueba; patrullas submarinas y aéreas a lo largo de las costas del probable enemigo; advertencias sobre los preparativos para pruebas nucleares y las pruebas mismas; la imposición de zonas de exclusión aérea en parte del Mar Negro, etc. El objetivo de estas acciones no es sólo demostrar determinación y disposición para utilizar las capacidades disponibles para proteger los intereses vitales de Rusia, sino –lo más importante– detener al enemigo y alentarlo a entablar un diálogo adulto y serio.
Y la repuesta a la escalada del conflicto no debería quedar limitada a eso. A las medidas preparatorias técnico-militares pueden seguir actos reales, sobre los cuales ya hemos advertido: por ejemplo, ataques a bases aéreas y centros de suministros en el territorio de los países de la OTAN, etc. De momento, quizás no sea necesario ir más lejos.
Simplemente necesitamos comprender, y ayudar al enemigo a comprender, que la «estabilidad estratégica», la disuasión en sentido estricto, no es compatible con un conflicto armado entre potencias nucleares, ni siquiera si (como hasta ahora) se libra indirectamente. El uso de terceros ya llegó al límite de lo posible y esperemos que sean capaces de comprenderlo
Es poco probable que el enemigo acepte fácil e inmediatamente esta situación. Pero tendrán que darse cuenta de que ésta es nuestra posición y esforzarce en sacar las conclusiones adecuadas.
Publicado originalmente en Russia in Global Affairs