Cuando una persona sufre la amputación de una extremidad, durante mucho tiempo su cerebro, en lugar de aceptar lo que ha pasado, continúa percibiendo la pierna o el brazo que ya no están. Así, siente cosquilleos, experimenta dolor, o puede disfrutar de una caricia inexistente en el miembro perdido. Lo mismo podría estar sucediendo en este momento con Europa frente al final -previsible- de la guerra en Ucrania. . ¿Qué consecuencias podría tener ese fallo perceptivo para el mundo?
Ubiquémonos en el corazón de un problema que podría alterar dramáticamente nuestras vidas. Algo que la mayor parte de la prensa mainstream se empeña en mirar a través de una lente distorsionada y favorecedora, y que los liderazgos occidentales no están siendo capaces de reconocer como problema.
Dos años de dolor, destrucción y desvergüenza
Hace dos años, a pocas semanas de iniciada la intervención armada rusa, Ucrania estuvo dispuesta a llevar adelante negociaciones de paz y los acuerdos alcanzados entre ambos países en Turquía parecían capaces de ponerle un alto quizás definitivo a un conflicto que si bien había alcanzado una fase crítica aquel 22 de febrero de triste recuerdo, llevaba años de desarrollo asordinado.
La intervención de Boris Johnson, en aquel momento Primer Ministro británico ya caído en desgracia en su propio país, pero avalado por la OTAN y por el gobierno de los EEUU, convenció a un Volodimir Zelensky demasiado cándido o enfermizamente obtuso, de que la victoria estaba al alcance de su mano ya que recibiría todo el apoyo que necesitara, durante todo el tiempo que fuera necesario.
As long as it takes fue el mantra entre histérico y festivo de aquel momento. Y se lo repitió desvergonzadamente durante casi dos años en foros internacionales, notas periodísticas, ferias de ventas de armas, cumbres presidenciales de todo calibre y en encuentros de parlamentarios, hombres de negocios y banqueros.
Finalmente, transcurridos ya 24 meses de destrucción y muerte, con un país arruinado económica y demográficamente, una dirigencia decadente, asustada y diezmada por las purgas internas, aliados que comienzan a retacear la ayuda, y un ejército agotado, mal armado y en franca retirada, parecía llegado el momento de abrirle el paso a la diplomacia y la política.
Ya está -pudo haber pensado cualquier observador racional y atento-. Termina por fin esta locura. Se han mostrado incapaces de producir armamento y municiones en las cantidades requeridas; sus tanques presentados como invencibles arden cuando deben arder; la mayor parte del dinero generosamente ofrecido a Ucrania nunca salió de los países que pagaban con esos fondos las armas -nuevas o viejas- que le vendían; las sanciones económicas que los expertos aseguraron que harían caer a Rusia de rodillas no han hecho sino revincularla más y mejor al mundo; China no se ha movido un ápice de su sitio y el bloque de los BRICS se ha ampliado y supera en todos los rubros al G7; las oportunas voladuras de gasoductos o el sabotaje de cada intento de mediación, sólo han perjudicado a Europa… y sucederá lo que siempre sucede en estos casos, porque para eso sirven las guerras: el perdedor cede.
Para ese supuesto observador racional y atento no sería extraño que una vez concluída la guerra -y sobre todo si continuara por algunos meses más- Rusia integre a su federación las provincias del Donbas incorporándoles quizas el territorio al sudeste del Rio Dnieper, retenga la península de Crimea, y se haga con una Odesa que ha sido tradicionalmente suya, con lo que Ucrania perdería el acceso al Mar Negro y Rusia pasaría a controlar la producción y la comercialización del 30% del trigo que se consume en el mundo.
Sin embargo, y para sorpresa de nuestro observador imaginario, parece estar sucediendo exactamente lo contrario.
Lo que Europa ha deseado a través de la historia
Mientras en la capital del mundo todos se preparan para buscar un reemplazo al anciano que ha jugado todo su capital político a una guerra que ha perdido, el liderazgo europeo ha comenzado en los últimos días a planificar y reconocer entre declaraciones altisonantes y filtraciones misteriosas, que comienza a ver con interés y entusiasmo la posibilidad de que la OTAN intervenga, ahora sí directamente y con tropas propias, en el conflicto.
Y aunque ese entusiasmo -del que Emmanuel Macron ha sido el mejor ejemplo aunque no el único- pueda parecer digno de un lunático, no podemos ignorar que la vocación expansionista de Europa no es nueva ni puede sorprender. Conocemos las consecuencias que esa ambición desbocada ha tenido en Asia, África y América Latina, pero somos menos concientes de lo que ha estado sucediendo durante siglos en Europa misma.
Breve repaso a una obsesión
Las primeras luces del 1 de enero de 1708 vieron a las tropas del emperador Carlos XII de Suecia cruzar con sigilo el río Vístula al amparo de la niebla y emprender la marcha hacia Moscú. Sin embargo, lo que se pensó que sería una victoria fulminante sobre las fuerzas del Zar Perdro I, finalizó recién el 8 de julio del año siguiente en una batalla sangrienta liberada en las cercanías de la pequeña ciudad de Poltava, en territorio de lo que hoy es Ucrania -a poca distancia de la línea del frente del actual conflicto. Aquella derrota estrepitosa significó el principio del final del poder imperial sueco, Carlos XII se vio obligado a asilarse en Moldavia, por entonces territorio otomano, y el zarato de Rusia comenzó a consolidarse como una potencia de importancia en el escenario europeo. Pese a ello Gustavo III de Suecia, que no había escarmentado, lo volvió a intentar en 1788, esta vez desde Finlandia y a través del Báltico, con idéntico resultado. En agosto de 1790 Gustavo debió firmar la paz con Catalina la Grande, dejando las finanzas de su país en ruinas y una Europa geopolítcamente inestable.
Antes de las dos invasiones suecas del Siglo XVIII ya lo había intentado la Mancomunidad Lituano/polaca en 1605, sin ningún éxito, pero lo que más nos importa recordar aquí son los intentos fallidos de los siglos XIX y XX:
1) La invasión de Rusia por los hasta entonces invencibles ejércitos napoleónicos de 1812, que a la postre echaría por tierra toda la ilusión del Emperador de Francia por dominar el mundo.
2) La intervención de las potencias occidentales (Inglaterra, Francia y los EEUU entre otras) en la Guerra Civil rusa posterior a la caída del zarismo.
3) El ataque de la Alemania nazi de 1941-1942 que se cobró más de 20.000.000 de vidas rusas: un desastre militar y una tragedia inconcebible que debilitó al nazismo e hizo posible luego su derrota.
4) El paulatino avance de la OTAN hacia el este a partir de la implosión de la Unión Soviética. Un avance que ha significado una amenaza constante y creciente y parece haber entrado en su fase decisiva (¿y terminal?) en 2022 en Ucrania.
Todos esos intentos han sido en cierta forma calcos más o menos brutales de una misma necesidad. Hay en esa inmensa Llanura Europea que se extiende a través de Rusia y Ucrania hasta los Montes Urales, y hay más allá, en la enormidad siberiana que se extiende hasta el Océano Pacífico y el Océano Ártico, todo lo que Europa necesita y no tiene -o tuvo y ya ha agotado. Espacio, tierras fértiles, carbón, minerales, gas, petróleo, el control de las rutas que unen Occidente y Oriente, una población que no olvida el sufrimiento que le han causado, y paciencia. Por no mencionar el arsenal nuclear más potente del globo.
British soldiers on the ground
Podría ser el título de una canción de Patti Smith, pero es el preocupado títular de una nota periodística del 4 de marzo. British soldiers ‘on the ground’ in Ukraine, says German military leak, nos anunciaba The Guardian, una semana después de que el mundo conociera esas filtraciones.
«British soldiers are “on the ground” in Ukraine helping Kyiv’s forces fire long-range Storm Shadow missiles, according to a leak in Russian media of a top-secret call involving German air force officers.
The Kremlin said the leak demonstrated the direct involvement of the “collective west” in the war in Ukraine – while former British defence ministers expressed frustration with the German military in response to the revelations.
Released on Friday by the editor of the Kremlin-controlled news channel RT, Margarita Simonyan, the audio recording – confirmed as authentic by Germany – captures Luftwaffe officers discussing how Berlin’s Taurus missiles could be used to try to blow up the Kerch Bridge connecting Russia with occupied Crimea.
During the conversation, Lt Gen Ingo Gerhartz, the head of the Luftwaffe, describes how Britain works with Ukraine on deploying Storm Shadow missiles against targets up to 150 miles behind Russian lines.»
Que Inglaterra (venida a menos pero aún peligrosa heredera de sí misma) y Alemania (que ha pasado en estos dos últimos años todos los limites razonables de la obsecuencia) ya tengan «soldiers on the ground» destinados a llevar adelante ataques directos contra Rusia no puede sorprender. Ya se sabía. Que Francia lo anuncie poco menos que a voz en cuello, -si se tiene en cuenta cierta inclinación de Macron hacia lo teatral-, tampoco. Y que Rusia sugiera que si su territorio es atacado por las fuerzas combinadas de los 31 países integrantes de la OTAN -Canadá entre ellos- responderá con su arsenal nuclear táctico, resulta, a esta altura de los acontecimientos, casi obvio.
Y como los acontecimientos se desarrollan a un ritmo extenuante, el hundimiento de un buque de guerra ruso en las cercanías del puente Kerch al día siguiente de que The Guardian reconociera que las filtraciones recogían información confiable, despeja toda duda. Equivale a anunciar por todo lo alto: «estamos aquí».
¿Y ahora qué?
Lo que vale tener en cuenta entonces es, en primer lugar, que Europa y las esferas de poder angloamericanas quizás padezcan del Síndrome del Miembro Amputado y sus órganos de análisis y decisión sencillamente no son capaces de percibir que el poderío europeo de otrora ha menguado. Que no tiene sentido seguir autoengañándose creyendo que lo que se fue «está todavía ahí».
Como dice el periodista español David Torres en una reciente nota de Público en la que hace referencia a los intentos de Macron por emular a Napoleón:
«Al igual que Borrell y Ursula von der Leyen, Macron representa el espíritu de esa Europa mendaz y decadente que no es más que un cónclave de banqueros y fabricantes de armas; la misma Europa somnolienta que no movió un dedo para detener las matanzas balcánicas y que se sigue creyendo el ombligo del mundo cuando ya no es más que un museo de antigüedades o, en todo caso, un parque temático. Esta es una Europa póstuma y cadavérica, sin fuerza ni principios, que no sirve ni de marioneta de los Estados Unidos ni de juguete roto de la OTAN».
Pero en segundo lugar, vale la pena prestarle atención a lo que se dice y se debate en Rusia acerca de esta situación que enfrenta, al filo mismo de la guerra nuclear.
¿Tiene Rusia una obsesión por invadir Europa, como se cree o se simula creer en Occidente? ¿Tiene interés en continuar siendo «parte de Europa» como lo fue durante los últimos 3 siglos o le sería de mayor utilidad volcarse hacia Asia y «deseuropeizarse» para siempre? ¿Valdrá la pena, una vez finalizada la guerra, que Rusia continúe alimentando con gas, petróleo y cereales a países que una y otra vez le hacen la guerra como si fuera un cuerpo extraño? Y sobre todo ¿qué pasaría -qué nos pasaría a todos- si a partir de una intervención directa de la OTAN, Rusia realizara un ataque nuclear preventivo sobre Europa?
En nuestra próxima edición intentaremos responder estas preguntas a partir de lo que se debate hoy en los círculos especializados rusos. Será duro. Queda uno con un nudo en la garganta. Pero vale la pena conocer las cosas de primera mano. Porque como dice nuestro slogan: No te contamos lo que ya sabes. Pensamos contigo.