En el análisis de imágenes importa tanto lo que se nos muestra explícitamente como lo que se busca que veamos. Interesa desentrañar las palabras que quien ha elegido colocar frente a nuestros ojos una imagen y no otra, nos grita a la cara o nos susurra al oído. . Desentrañar, por ejemplo -y aunque parezca absurdo-, el rol que las fotografías de rescatistas de gatos pueden jugar en una guerra. Y su mensaje.
En Diálogos insistimos desde el encabezamiento de cada edición en que «No te contamos lo que ya sabes. Pensamos contigo». Y si esa propuesta ha sido válida hasta hoy, lo será aún más en el año que se inicia.
En 2024, si no ocurre un milago, el belicismo post-pandemia y las apuestas a la violencia deshumanizada irán in crescendo, la problemática ambiental tendrá menos probabilidades de ser abordada con la seriedad que merece, las guerras culturales se cobrarán como víctimas muchos de nuestos presupuestos más queridos, como la libertad o la democracia, y la política se volverá una maraña que en ocasiones nos parecerá inextricable.
En consecuencia analizar lo que se nos muestra, dudar de lo que se nos dice, mirar críticamente lo que se nos ofrece como verdad única, y pensar juntos, será más necesario que nunca.
Por esa razón y a modo de ejercicio en este nuevo año en el que tanto estará en risgo, se nos ha ocurrido prestarle atención a un detalle que puede parecer nimio: la similitud entre la arquitectura compositiva de una fotografía tomada en el escenario de una guerra y una de las obras icónicas del Renacimiento; La Piedad, de Miguel Ángel.
La fotografía que encabeza esta nota está tomada de The Guardian, fue portada durante todo el día 3 de enero en la sección en que se informa sobre la guerra de Ucrania en vivo, y en su descripción se leía: A cat is carried away from a destroyed residential building in Kyiv. Photograph: Svet Jacqueline/Zuma/Rex/
A La Piedad, la conocemos. Y no es necesario decir que se trata de una imagen tan potente y tan reproducida que hasta quienes no se interesan en el arte pueden reconocerla e interpretarla. Se sintetizan en ella valores que consideramos esenciales: la piedad, la templanza, el amor, la capacidad de resitir la adversidad y sobreponerse al daño que injustamente se nos hace. La humanidad, en suma. Todo eso que nos hace mejores, en muda pero explícita contraposición a lo que representan quienes están enfrentados a nosotros y nos han hecho un daño irreparable.
La iconografía y «nuestra» humanidad
La atribución de la foto que nos ocupa revela que pertenece a un banco de imágenes (Zuma-Shutterstock) y que por lo tanto fue tomada en una fecha indeterminada pero seguramente anterior a los hechos que se comentaban en la edición del 3 de enero. Eso es apenas un detalle, que podría parecernos anecdótico, pero ese detalle nos genera otra interrogante. ¿Por qué se eligió precisamente esa fotografía para encabezar el live stream de esa jornada y no una de las muchas que mostraban lo que en verdad había sucedido horas antes?
A lo largo de las primeras 48 horas del año se habían producido bombardeos sobre diversas instalaciones militares en Kiev que dejaron como saldo 32 personas muertas y decenas de heridos, por lo que es lícito que nos preguntemos ¿Qué hay en la imagen de la amorosa rescatista que la hizo más importante, desde el punto de vista de la comunicación, que los edificios derruídos o los cadáveres de las personas realmente fallecidas?
Y la respuesta obvia es: su valor iconográfico. Su validez como símbolo. La propaganda de guerra no sólo debe mostrar lo que el enemigo nos hace. Muchas veces puede ser contraproducente hacerlo. Lo esencial es mostrar que somos mejores. Que nada puede detener nuestra capacidad para ser más humanos.
Quien en The Guardian seleccionó esa fotografía de archivo como principal imagen de ese día de comienzos de un nuevo año de la guerra ¿habrá sido conciente de su similitud sorprendente con la figura más dolorosa, dulce y virginal de toda la historia del arte? Posiblemente no, porque los editorialistas suelen tener pocos conocimientos de cultura general. Pero captó la potencia discursiva del mensaje que trasmite.
Quien le pidió a su modelo que se detuviera, que sostuviera al gato rescatado y lo mirara dolorida pero serena y con su cabeza apenas inclinada ¿habrá sido conciente de que la fotografía reproducía casi especularmente una de las imágenes más determinantes de nuestra cultura? Dada su profesión, es posible que si. Y en principio no está mal que lo haya hecho. (*)
La humanidad propia y el salvajismo del «otro»
Antes de seguir adelante, no podemos evitar un spoiler de lo que será la continuación de esta nota en nuestra próxima edición. Los y las lectoras habrán advertido que mientras que la guerra de Ucrania, desde sus inicios, nos ha dado una colección variadísima de fotografías de mascotas rescatadas de entre los escombros, no ocurre lo mismo cuando se nos presentan imágenes de lo que sucede en Palestina.
Si nos atenemos a lo que se nos muestra en la prensa mainstream, no parece que hubiera en la Franja de Gaza gatos atrapados entre las ruinas de los edificios arrasados hasta los cimientos, ni personas que se detengan a posar para las cámaras cuando los rescatan. Los hay, por supuesto, y volveremos sobre esto. Pero ahora sigamos con Ucrania y con su guerra.
La profusión de imágenes conmovedoras que muestran el cuidado que se le brinda allí a los animales en peligro, es un complemento inseparable de la lectura cuasi-obligada del conflicto que se ha impuesto en Occidente desde sus inicios y que puede sintetizarse de este modo:
«Seres humanos con los cuales nos identificamos con apenas verlos, sacrificados y heroicos, que comparten nuestras mismas creencias y valores, resisten con hidalguía y un valor a toda prueba, sin perder jamás un ápice de humanidad, el asalto injustificado de tropas invasoras que obedecen a un autócrata desalmado al que no aman pero temen, que no respeta el orden internacional basado en reglas, que nos odia sin motivos, y que representa un peligro global al que hay que detener a toda costa».
Esas personas, nuestros iguales, en sus ciudades asediadas, son capaces de arriesgar sus vidas para auxiliar a un gato indefenso. Nosotros, por nuestra parte, para estar a su altura, no podemos hacer otra cosa que auxiliarlos «as much as it takes, for as long as it takes», para usar las palabras entusiastas del Primer Ministro Justin Trudeau.
No hace falta demasiada suspicacia para sospechar que la profusión de registros gráficos que durante más de dos años han dado cuenta del rescate de pequeñas mascotas -y la publicada el 3 de enero no es más que un ejemplo paradigmático de ello- apunta a retroalimentar el apoyo del público a una guerra «incómoda», cada día más inasumible aunque sean los hijos de otros los que mueren. Una de las mil formas que adopta la propaganda de guerra para que nomalicemos y aceptemos con satisfacción participar de la barbarie.
La de Ucrania es una guerra que ya parece estar definida y no hace falta demasiada imaginación para prever una partición de su territorio cuando todo lo que se le dio se haya perdido y la piedad y la templanza se agoten sin remedio. Pero difícilmente la OTAN y los EEUU admitan una derrota o un alto al fuego que les sea adverso sin antes desatar un nuevo conflicto en otro punto del globo que estimen de su interés, es decir en cualquier parte. Y las fotografías que en 2024 nos toque ver y que nos conmuevan (con o sin gatos), serán muchas veces parte de ese esfuerzo.
De cómo las imágenes son herramientas formidables en la guerra por el alma del mundo nos proponemos seguir charlando con ustedes en nuestra próxima edición.