De dinamitar el techo a horadar el piso. Cómo caer en el Mercado

Una constelación infrecuente de gentes de toda índole se prepara, muchos con una ilusión ramplona más digna de una telenovela que de la vida real, otros con una peligrosidad propia de serpientes, a darle el puntapié inicial a un experimento social inédito. Necio y cruel por partes iguales. .

 

Quienes imaginaban -por jóvenes o por carecer de dos dedos de frente- estar dinamitando el techo que les impedía trepar, acabaron resquebrajando el único piso que todavía los sostiene y todo hace pensar que muchos caerán al fango del Mercado Libre si antes no les sucede un milagro.

Quienes eligieron a un economista que les propuso «que la economía estalle», miran ahora con estupor lo que tienen entre manos. Quienes miraban hacia abajo con desprecio comienzan a sospechar que sobre ellos pende lo peor, se corren para que el golpe caiga sobre el de al lado, y buscan el modo de entender lo que hicieron.

La Argentina, porque de la Argentina hablamos, se está transformando, a lo largo de las últimas semanas en una versión pésima de lo que ya posiblemente era. En el resultado de lo que seguramente ya sucedía y era inevitable. En un botín en disputa por el que se pide y se oferta cada día menos. Y en una muestra desgarradora y desgarrada de lo que de un modo u otro nos puede suceder a todos, estemos donde estemos. Porque la degradación social viene en oleadas y sube como la marea, porque los frutos de la degradación de la política no pueden ser sino más degradación y hastío democratizado, y porque nadie está libre de quedar, el día menos pensado, enredado en una trampa para idiotas.

Cuando veas las bardas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo, se ha dicho desde siempre y es por esa razón que en Diálogos hemos puesto tanto énfasis en observar el proceso argentino. Podría ser menos excepcional de lo que nos gustaría creer. Podría ser la antesala de algo que mas temprano que tarde nos manche.

La banalización de la torpeza

Hubo quienes lo anunciaron, por supuesto, -con la misma eficacia con la que se ara en el mar-. Se podía adivinar. Flotaba en el aire y se traslucía en el ánimo de los mismos que le festejaban las gracias, las excentricidades, las groserías, la falta de apego a lo cierto y hasta la ignorancia al extraño personaje que mientras se convertía al judaísmo en una de sus vertientes más ultraconservadoras y ortodoxas o clonaba a su perro para que lo conectara con «el Uno», les prometía a sus votantes que habría sufrimiento pero que sufrirían otros. Un Nirvana de oportunidades y dólares a manos llenas al que se llegaría arañando al que tuviera la desgracia de estar cerca. La Libertad.

Habrá en cambio -y ahora son él mismo y la caótica y variopinta pléyade de apóstoles que se apiñan a su alrededor, quienes lo anuncian-: angustia e inseguridad multiplicadas como si de peces y de panes se tratara. Estanflación como si la que ya hay no alcanzara. Desprotección como si cupiera más. Un antimilagro quizás merecido -porque los pueblos deberían saber lo que hacen cuando cada cuatro años los dejan votar-, pero decididamente injusto y torpe.

Les mintieron, es cierto, pero también lo es que les gustó creer. No se vota con la razón sino fundamentalmente con las emociones y había mucho enojo con la ineptitud de gobiernos anteriores, es cierto, pero también lo es que cada quien debería hacerse responsable de lo que le sale de la tripa. Querían un cambio y ahora lo tienen, es cierto, pero también lo es que lo que pasó da pena. Los Trump, Bolsonaro, Abascal, Kast, Orbán, Milei o Wilders no aparecen de la nada porque sí. La gente los trae o no es capaz de evitar que se apersonen.

Lucía Aisicoff, periodista de la Revista Panamá, que se ha dedicado a seguir las idas y venidas de la extraña troupe de políticos arribistas, adolescentes feroces, y nostálgicos de la dictadura que pulula alrededor del nuevo mesías, imagina así en su nota El orgullo de ser libertario, el día en que Javer Milei será ungido.

«Los argentinos de bien se movilizarán el 10 de diciembre para celebrar el Día del Orgullo Libertario. Una fiesta nacional interclasista en la que los Rappi confluirán con los Benegas Lynch, los pañuelos celestes avanzarán junto a las motosierras de cotillón y los cosplayers inundarán las calles al ritmo de Dragon Ball Z. Victoria Villarruel marchará por Diagonal Norte con los coroneles del subsuelo de la patria sublevados, mientras los saludan con los dedos en la sien Bolsonaro y Bukele. Adentro de la Rosada esperarán las primeras damas: Karina Milei, de blanco, con un mechón rubio cayéndole sobre la cara, y Fátima Florez, con un collar de perlas y los ojos cargados de rimmel en homenaje a Cristina Kirchner. Cuando suene al palo el tema del león, Javier caminará entre el gentío hasta alcanzar su destino».

La construcción de lo improbable

El humor de Lucía Aisicoff, destila amargura y conmiseración y no es para menos. Que el nuevo presidente parezca más un fenómeno de TikTok que un estadista, que haya anunciado que se recluirá en su casa y que gobernará desde allí sin que nadie lo vea, que haya elegido como Ministro de Economía a alguien que nadie duda que es un irresponsable, que la nueva Canciller advierta que si el Parlamento no aprueba las leyes que se le envíen, el reyezuelo gobernará por decreto, que se hable de la formación de comandos de «jóvenes de bien» que se encargarán de reducir a los «orcos» que se opongan al nuevo gobierno, no ayuda a generar esperanzas.

Pero lo que viene (es de esperar) no tendrá el malolor a desbarajuste geoestratégico que nos llega desde Ucrania. Ni será bestial e inhumano como lo que viven en Gaza quienes tienen la suerte de no quedar debajo de los escombros de una ciudad maldita.

Argentina aún tiene suficiente riqueza potencial y acumulada como para no caer al abismo simplemente porque una mayoría decidió votar en contra de sí misma. Goza de una densidad cultural envidiable, está habitado por gente preciosa, y hay detrás suyo un pasado digno -y digno de ser rescatado en cuanto haya la menor posibilidad de hacerlo

Sucedió simplemente que una parte no menor de una población desengañada, enojada con razón y descreída sin remedio se dejó llevar hasta aquí y aquí estamos. Como recordaba en estos días otro periodista argentino, Tomás Borovinsky en una nota titulada La Ira pública, la ira es un elemento tan primordial en nuestra historia que la Ilíada, la primera obra literaria de Occidente, comienza diciendo «Canta, ¡oh Diosa!, la ira de Aquiles». Y la ira ciega hasta que pasa.

Aquello de que con la democracia se come, se educa y se cura resultó no ser tan cierto y gentes airadas decidieron sacar para afuera y exhibir lo peor que tenían, lo más frívolo, lo más guarro, lo más indecente. Y jugar con fuego. La diversión recién comienza, y habrá quemaduras y habrá cicatrices.

Habrá «caídos», como el nuevo presidente llama a quienes quedarán en los márgenes de una sociedad para la cual, por un tiempo, la palabra solidaridad, será un concepto anticuado, «meado» y hueco.

Porque de eso se trata. La prosperidad soñada tiene como prerrequisito que una multitud caiga. De si sobreviven o no, nos ocuparemos después.

Habrá más gente precarizada, mal cuidadada y más desesperanzada. Que resitirá con lo mínimo que le tiren o pueda conseguir. Más personas que verán sus vidas y las vidas de sus hijos informalizadas y que por lógica extensión provocarán una mayor informalización de la economía, de los intercambios interpersonales, de las redes sociales de contensión y del Estado.

El 19 de noviembre comenzó el futuro en la Argentina. El 10 de diciembre debería comenzar, paralelamente a la disgregación anunciada, la improbable y esforzada construcción de otra cosa.

 

Dedicado a mi madre, que nunca quiso volver.

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador, activista por los derechos humanos,y el desarrollo sostenible, y diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online