Cuando publicamos esta nota de Cristina Fallarás todavía no se había completado el escrutinio de las elecciones españolas, pero se respiraba cierto alivio. Un día después, ya está claro: la ultraderecha tropezó. Habrá gobierno de coalición entre las centro-izquierdas y las fuerzas nacionalistas (escenario más probable) o deberán repetirse las elecciones si no se alcanzan los acuerdos necesarios. .
El «Perro» Sánchez (para utilizar el meme que se popularizó en las últimas semanas de campaña) reeditó el domingo 23 de julio aquella remontada que en 2017 lo llevó desde el ostracismo definitivo a ser el líder indiscutido del Partido Socialista Obrero Español y desde allí al gobierno de España. Siempre logra ese tipo de éxito inesperado navegando por izquierda, aunque después hace lo posible por olvidarlo. Pero ese es otro tema. El PSOE es un partido político centenario y no pueden sorprender esos virajes.
Lo cierto es que contra todo pronóstico, a pesar de lo que indicaban todos los sondeos de opinión, remando en contra de lo que se promovía desde todos los medios de prensa hegemónicos, y con el lastre que significa que las fuerzas que se ubican a la izquierda de su partido no hayan alcanzado una unidad creíble y verdadera, parece probable que, en coalición con éstas y con las fuerzas nacionalistas vascas, catalanas y gallegas, logre formar gobierno.
Bastará (la palabra «bastará» es irónica como veremos enseguida) que se alcancen acuerdos de gobierno no sólo con el Sumar de Yolanda Díaz -que no es ya aquel Podemos de sus orígenes sino una fuerza mucho más maleable y condescendiente. Ese será solo el comienzo ya que el apoyo de Sumar se dá por descontado. Pedro Sánchez deberá además asegurar nuevamente el «sí» de una mermada Ezquerra Republicana de Catalunya, de BH Bildu, que alcanzó en el País Vasco el mejor resultado de su historia, del Partido Nacionalista Vasco, y de la pequeña fuerza nacionalista gallega BNG.
De ese modo, la coalición de centro-izquierda habrá alcanzado 172 escaños en un Congreso cuya mayoría absoluta requiere de 176, lo que si bien frustrará el primer intento de Pedro Sánchez de alcanzar la investidura que le permita formar gobierno, lo dejará a un sólo paso de lograrlo en la segunda ronda de votaciones -en la que sólo necesitará tener más votos a favor que votos en contra.
Llegada esa instancia, será necesario que Junts per Catalunya, una fuerza nacionalista catalana de ubicación política sinuosa, caprichosa e impredecible, que cuenta con 7 diputados en el Congreso, se abstenga. Y eso es lo «único» que separa ahora a la izquierda de la reedición de la única (hasta ahora) experiencia de gobierno de coalición de toda la historia de la España post-franquista. Lo contrario implicará un nuevo llamado a elecciones, lo que, de acuerdo a la experiencia de los últimos años, es un escenario que debería evittarse -a no ser que el «Perro» Sánchez decida sacarse un nuevo y arriesgadísimo as de la manga.
Cómo se llegó a una situación en la que todo en EspañaÑ las políticas económicas y de protección a los trabajadores, las políticas que aseguran los derechos de las minorías, o las políticas culturales y medioambientales quedan en riesgo de ser anuladas por una reacción sedienta de «normalidad» y pendientes de la pobre capacidad negociadora de un partido casi marginal, es una muestra de que el tropiezo de la derecha no puede ser considerado una caída.
VOX posiblemente no se recuperará y todo hace pensar que haya comenzado su camino hacia cierta intrascendencia, pero ha logrado re-insuflar en la derecha tradicional del PP una esencia fascista que habrá de quedar allí enquistada por mucho tiempo. La «derechita cobarde» como la bautizara Santiago Abascal, pretendió ser una derecha moderada durante décadas, pero jamás pudo renunciar del todo a sus orígenes en la Guerra Civil y en una dictadura que se soñó eterna.
Casi el 50% de quienes votaron son sensibles a ese aullido y si no se alzaron con una mayoría absoluta no se debe a virtudes particulares de la izquierda durante la campaña sino a que la amenaza de que el fascismo llegara al gobierno «sacó» votos de la abstención, que podrían volver a ella en cualquier momento.
Llegados hasta aquí, sólo cabe esperar que en las próximas semanas Alberto Feijóo, del Partido Popular -junto a Vox- intente formar gobierno y no lo consiga ya que contará, en el mejor de los casos, con 171 diputados. Al mismo tiempo la izquierda deberá negociar como debe, sin dejarse llevar por vedetismos o intransigencias que hoy no son del interés de nadie.
El avance de la derecha y la ultraderecha identificadas la una con la otra es innegable. Quedaron a 5 escaños de la mayoría absoluta y esta vez fueron detendidas porque las izquierdas contaron con el voto de personas que habitualmente se abstienen
Mientras espermos que eso suceda, en Diálogos compartimos la exclente nota que la periodista de Público Cristina Fallarás publicó el día antes de las elecciones. Porque los sentimientos, la emoción, y las experiencias que no deben repetirse juegan en todo esto un rol principal.
¡Que viene el lobo!
La mayor parte del tiempo me olvido de que soy madre. Sencillamente soy. Ser madre debe de resultar agotador y por eso no pienso en ello. Pero no es lo mismo ser madre que no serlo. Yo, sin ir más lejos, si no tuviera hijos estaría muerta. Sin drama lo digo, mis familias lo saben. También podría estar lejísimos o haberme dado al opio, una nunca sabe, los caminos de la pulsión son inescrutables.
No es lo mismo ser madre que ejercer de madre, hacer de madre que trabajar de ello. Existen tantas formas de maternidad como madres madres hay. Lo de la maternidad es una vivencia íntima, histórica y orgánica. Jamás pensé que escribiría sobre este asunto, la verdad. Ni malas madres, ni buenas, ni mediopensionistas: mujeres con hijas, con hijos. (No se me pongan bravos los padres, que seguramente tienen lo suyo, pero yo no lo conozco).
Esta semana, la directora de Público, Virginia Alonso, nos preguntó durante el debate electoral de este periódico si «había o no había partido» para las izquierdas. Y de pronto, sin haberlo pensado, declaré que había posibilidades de que hicieran un buen papel porque yo confío en las madres. ¡Toma! Vine a decir a continuación que las madres, incluidas las modorras, las ausentes, las conservadoras, las mariposeras, las intermitentes, nos ponemos en marcha cuando se trata de nuestras criaturas. Leona soy.
Hablo poco de la maternidad porque no estoy atenta al asunto y también por pudor, pero está visto que ahí palpita, agazapada, dispuesta a sacar la cabeza cuando las cosas se ponen magras. Y vive dios que magras vienen. El PP gusta a las madres que gusta, que son muchas, siempre demasiadas a mi modo de ver. Sin embargo, el PP con VOX ya es otra cosa. Que no, que no me convencen a mí de que una madre vaya a votar a estas gentes. Al menos no así, en general y con la alegría con la que han votado toda la vida al PP.
Incluso las madres que se declaran antifeministas y afirman sin pudor que la violencia machista no existe, incluso las que creen que los violadores andan sueltos por las calles –o más que nadie ellas–, saben que sí, que existe, que es habitual, que la conocen bien. Lo saben íntimamente, aunque no lo digan, han temblado todas ellas las primeras noches de fiesta de las hijas, mirando el reloj cada cinco minutos, aguzando el oído, apretando los dientes con cada sonido desde el ascensor.
Esas madres, también las conservadoras, sí, no soportan que un macho bravo de camisa abierta les cuelgue una lona que da miedo a sus crías, no mires, cariño, no mires arriba. No soportan, cómo van a hacerlo, al partido que lleva en sus listas y sentará en el Congreso al diputado Carlos Flores, que martirizó y ejerció violencia psicológica contra su mujer habitualmente. Habitualmente, insisto. Ellas saben de qué se trata, porque todas lo sabemos. Repasan los matrimonios de sus amigas, de las amigas de sus madres, de sus madres mismas, de sus familiares. Está en todas partes. Y quieren a estos hombres, a los machos de VOX, lejos de sus criaturas.
El bosque está ahí, avisa la madre a Caperucita. En el bosque hay un lobo, le insiste a la niña. Cuidado con el lobo, no te acerques, no se te ocurra entrar en el bosque. Ay, los cuentos. Ay, lo que la madre narra. Ay, lo que todas sabemos.
Toda madre sabe por experiencia (propia o de sus allegadas) que a una la vida se le puede torcer en violencias. En casa, en el curro o por la calle. No van a faltar bosques, y en cada uno el mal. Lo que no va a hacer es abrir la puerta de casa al lobo, invitarle a pasar, darle facilidades. En cuanto a mí, siento que mi maternidad me pide incluso más. No sé, algo así como salir a deslobar, que no quede ni uno, limpiar de bestias la espesura.