Oppenheimer, Truman, Joe Biden, el Bhagavad Gita y la Destrucción del mundo

Joe Biden, al asumir como presidente de los EEUU, introdujo el busto de Harry Truman en el Salón Oval. Pocos meses después se supo que Universal Pictures  y Christopher Nolan recrearían la vida del físico nuclear Robert Oppenheimer. El film se estrena mientras el mundo tiembla ante la posibilidad cierta de que se desate una guerra nuclear. Son hechos seguramente desconectados, pero un hilo invisible, quizás, los une. .

 

Comencemos, para entrar en el tema de esta nota, escuchando a este hombre, Robert Oppenheimer, narrar lo que sintió en el momento en que se realizó, con éxito, la primera prueba de una bomba nuclear (la suya), el 10 de julio de 1945.

El sorprendente rol model de un presidente

Mientras las gentes bienpensantes del mundo no podían sino celebrar la salida inceremoniosa de Donald Trump de la Casa Blanca aquel ya lejano 20 de enero de 2021, los encargados de montar el escenario en el que Joe Biden ejercería su nuevo rol, quitaban apresuradamente del Salón Oval las pinturas o los bustos de los personajes históricos preferidos de quien se iba, y colocaban en su lugar los elegidos por quien en ese mismo momento, a pocos metros de allí, asumía la presidencia y anunciaba urbi et orbi «America is Back».

El acondicionamiento de los espacios para lo que se presenta como una nueva realidad, la utilización de unos símbolos y no de otros como anuncios de lo que vendrá, no son decisiones que se tomen porque sí, y en cuatro notas que le dedicamos en Diálogos al tema en aquel momento, analizamos los mensajes que había detrás de la celebrada presencia de los bustos de César Chávez o de Rosa Parks por primera vez en la Casa Blanca, pero nos detuvimos muy especialmente en una sorpresa que pasó casi desapercibida: entre los personajes que a partir de ese día estarían allí, en un sitial de reconocimiento y como ejemplos a seguir, estaba también el responsable de haber arrojado las dos primeras bombas atómicas sobre poblaciones civiles indefensas: Harry Truman.

Analizamos la reaparición de ese ser estremecedor en la cuarta nota de nuestra serie: Historia, símbolos y cultura en «La batalla por el alma de América».

Truman, hasta su llegada accidental a la presidencia de los EEUU el 12 de abril de 1945, no se había destacado en nada. Mientras fue vicepresidente de Franklin D. Roosevelt sólo fue recibido por éste dos veces, que con buen tino lo mantuvo alejado de la toma de decisiones importantes… hasta el día de su muerte.

El fallecimiento de FDR colocó a aquel personaje menor en un sitial de poder con el que jamás había soñado y así, apenas 4 meses después de asumir su cargo, y creyendo que el destino lo había elegido para que iniciara una nueva era, llevó adelante, sin la más mínima prueba posterior de arrepentimiento, la mayor matanza de personas inocentes que recuerda la historia. Porque sí. Para demostrarle al mundo quién sería en adelante quien mandara.

Si el 20 de enero de 2021 pudo parecer extraño que Joe Biden instalara el busto de un personaje de la calaña de Harry Truman en su espacio de trabajo, hay que tener en cuenta que en el momento de perpetrarse aquella matanza, siendo él apenas un niño, sus responsables fueron celebrados como héroes y la bomba se transformó en un ícono de la cultura popular de la America triunfante.

Durante los años de gobierno de Truman y al calor de aquella bomba que había dejado al mundo perplejo, los EEUU le dieron forma a las instituciones militares, políticas y económicas que aseguraron su poder extraterritorial, consolidaron su influencia directriz en especial sobre Europa y América Latina y tomaron la delantera en la carrera armamentista iniciándose así el largo perídodo conocido como Guerra Fría, que marcó el ritmo del mundo hasta la caída del bloque soviético en lo que pareció ser el inicio del «siglo americano». Esa hegemonía avasallante que hoy está en crisis. Esa unilateralidad que Joe Biden, tan irreflexivamente como su viejo mentor, hoy trata de mantener vigente a costa de lo que sea.

La genialidad, la conciencia y el arrepentimiento

Cuentan que Robert Oppeinheimer, el brillante físico nuclear que había estado al frente del Proyecto Manhattan, que dio a luz aquel artefacto cuya potencia destructiva parecía estar más allá de todo lo imaginado hasta entonces, al momento de presenciar la primera prueba, realizada en el desierto Jornada del Muerto de Nuevo México el 10 de julio de 1945, recordó unas viejas palabras del Bhagavad Gita, un texto sagrado del hinduismo: «Me he transformado en la Muerte. En el destructor de mundos».

Nadie que esté interesado en la fragilidad humana y en lo que los dioses, el destino o la estupidez pueden hacer con ella debería dejar de sumergirse en la tremenda, densa e intrincada «biopic» de Oppenheimer guionada y dirigida por Christopher Nolan que acaba de estrenarse, por lo que no tendría sentido tratar de abordar aquí todo lo que sucede en esas tres horas de inmersión en la genialidad de un científico excepcional y en la angustia culpable de un hombre decepcionado consigo mismo cuando apenas un mes después de aquella primera prueba el fruto de sus esfuerzos y su sabiduría destrozó y arruinó las vidas de cientos de miles de personas inocentes para mayor gloria de un personaje despreciable y de un sociedad frívola que festejó y disfrutó con aquella destrucción llevada al paroxismo.

El arrepentimiento de Robert Oppenheimer y sus esfuerzos para que se prohibieran las armas nucleares que él mismo había ayudado a desarrollar llegó tarde, por supuesto, y haber sido el «padre de la bomba» no lo liberó de que se lo acusara de comunista cuando intentó detener ese infierno que él mismo había construído. Hoy y tal como están las cosas con el nuevo «macartismo soft» de la prensa occidental, no le hubiera ido mejor.

Por esa razón y aunque se trate de hechos no directamente conectados entre si, vale visibilizar el hilo de Ariadna que discurre entre Oppenheimer, el creador de aquella bomba que, perfecccionada y multiplicada hoy nos amenaza más que nunca, Harry Truman, el personaje alcohólico y menor que creció hasta transformarse en un monstruo negándose a tener piedad, Joe Biden, que por alguna razón quizás enraizada en su niñez y en la «americanidad profunda» hizo colocar en su oficina la imagen de bronce de un criminal de guerra, y el antiquísimo texto sagrado que advierte, desde la profundidad de la historia, que tenemos la potencialidad de transformarnos, sin saberlo, en lo peor.

 

 

 

 

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador, activista por los derechos humanos,y el desarrollo sostenible, y diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online