Si es difícil seguir la realidad, tratar de entenderla e interpretarla, bucear en un mar de informaciones -repetitivas hasta el hartazgo o sorpresivas y apabullantes-, abrirse paso entre los tropezones seniles de los líderes mundiales y las novelerías inconsistentes de los enviados especiales, más difícil aún es reconocer lo cierto, lo creíble o lo digno de crédito. La crisis de la verdad nos explota en la cara. .
ChatGPT -y los disparates que produce con total naturalidad y dudosa sapiencia- ha sido apenas un síntoma de lo que ya sabíamos y un anuncio tardío de lo que ya estaba entre nosotros. Hoy parecen no importar ni al medio ni el mensaje. Da igual la relación que exista entre lo real y lo que se diga. Importa sólo enunciar -correctamente en el caso de las Inteligencias Artificiales o torpemente y a los tropezones en el caso de una legión de periodistas/propagandistas dispuestos a enfangarse- lo que el público admite. Lo que un anónimo amasijo de humanidad enfermizamente desconfiada pero inocentemente crédula, «libertariamente» adiestrada y apática, acepte como «pan nuestro de cada día».
La expresión post-verdad fue tendencia hace ya varios años. Una hoy olvidada Kellyanne Conway saltó a la fama cuando propuso la existencia de «alternative facts» desde la sala de prensa de la Casa Blanca, y luego desapareció de la escena como una tormenta de verano. Mentir -no cabe escandalizarse- ha sido una característica humana desde el inicio de los tiempos. Y disfrazar la verdad con ropajes almibarados podría ser, en algunos casos, un mal necesario. Pero lo que sucede hoy parece ser notablemente diferente. Hemos dado un salto no sólo en la cantidad, sino en la calidad de lo incierto.
La pregunta que surge inevitablemente es: ¿podrían los personajes que tomaremos como ejemplo -y tantos otros- faltar a la verdad del modo que lo hacen si no tuvieran la seguridad de que haciéndolo despiertan más adhesiones -y más férreas- que rechazo?
Parece existir un público que sólo acepta que se le mienta. Que reclama esas «realidades alternativas» porque la verdad de verdad, la realidad tal cual es, la comprobación de que sus frustraciones se originan en circunstancias complejas y no en la malignidad de otro al que sólo cabe eliminar, lo dejaría inerme, tembloroso y desnudo. Ese público parece disfrutar cuando ve que sus líderes no se ven atados a la verdad, constreñidos por lo cierto, sino que son libres de decir lo que deseen por absurdo, maligno, o estúpido que sea.
Desvaríos y torpezas a galope tendido
Patricia Bullrich, a pesar de su condición de alcohólica y quizas gracias a pertenecer a una de las «mejores familias» de la oligarquía terrateniente de su país, supo navegar la política argentina desde la ¿ultraizquierda? montonera de los años ’70 hasta la ultraderecha neomacrista y xenófoba de hoy. Y podría ser, si los dioses no se lo impiden, la que gobierne uno de los 3 principales polos del desarrollo económico, cultural y político de América Latina a partir de 2024. Una auténtica calamidad a escala continental.
Hace muy pocos días, en una conferencia virtual organizada por VOX (la fuerza en ascenso indetenible del franquismo católico español con ramificaciones semipúblicas en la casi totalidad de los países hispanohablantes) Patricia Bullrich batió, en un lenguaje cascado, salpicado de torpezas y anacronismos, lo que será un record difícil de igualar, 10 falsedades o «errores» en 50 segundos. Rrematadas con una horrorizada diatriba en contra de un supuesto adoctrinamiento en la aulas, y una apología emocionada de lo colonial y de la conquista.
Vale la pena escuchar el análisis que el periodista Ernesto Tenenbaum (que podría estar entre sus votantes) hace de sus palabras, aunque lo que quizás sea más importe es que esa sarta de inconguencias, desvarío y odio asordinado, lejos de ser obstáculos en su galopante carrera hacia la presidencia, le ganan el favor de un público que necesita escucharla no a pesar de lo que dice sino porque disfruta emocionalmente oyéndola mentir.
Ella expresa, por decirlo rápido y bien, una parte del «sentir popular» por abyecto que sea.
Antony Blinken, un abanderado itinerante
Pasar de un personaje que a pesar de su peligrosidad no trasciende más allá de lo regional o lo apenas hemisférico, como Patricia Bullrich, a uno como Antony Blinken, que desde la ausunción de Joe Biden a la presidencia de los EEUU se ha transformado en el paradigma del abanderado itinerante en múltiples guerras, reales o virtuales, económicas o tecnológicas, en curso o inmimentes, limitadas a un entorno determinado o expansivas hasta el paroxismo, y anunciadas siempre en nombre de la libertad, la democracia y unos valores que nuca se especifican bien, no es obvio.
Pero pasamos de ella a él porque a pesar -o quizás a favor de su altísima investidura- es un ejemplo más de lo poco que importa hoy la verdad.A él, a sus mandantes, a sus voceros, y sobre todo al público.
Si analizamos sus definiciones, sus anuncios, o incluso lo que podrían ser sus principios, todo se nubla. Nada que tenga que ver con el Secretario de Estado más beligerante que se recuerde desde la era Truman queda fuera de una bruma de palabras altisonantes en la que el mantra: «as long as it takes» nunca está referido al conteo de vidas que se pierden porque nunca es la suya la que se pone en riesgo. Una neblina de afirmaciones arrogantes suspendidas de la nada, en la que se puede aplazar sine die una visita a China por la súbita aparición de un globo en el cielo para rogar ser recibido apenas dos meses después, en la que un día se triunfa en una contraofensiva que aún no se ha iniciado y al siguiente se advierte que los avances podrían no ser los esperados porque nada ha ocurrido como estaba previsto.
En una reciente nota titulada Prigozhin’s Folly, Seymour Hersh muestra su sorpresa acerca del modo en que, sin necesidad alguna, el hombre supuestamente mejor informado del globo se enredó hace una semana en una serie de interpretaciones fallidas -y por supuesto falsas- acerca de lo que estaba ocurriendo en Rusia.
«Secretary of State Antony Blinken—the administration’s go-to wartime flack, who weeks ago spoke proudly of his commitment not to seek a ceasefire in Ukraine—appeared on CBS’s Face the Nation with his own version of reality: “Sixteen months ago, Russian forces were . . . thinking they would erase Ukraine from the map as an independent country,” Blinken said. “Now, over the weekend they’ve had to defend Moscow, Russia’s capital, against mercenaries of Putin’s own making. . . . It was a direct challenge to Putin’s authority. . . . It shows real cracks.”
Blinken, unchallenged by his interviewer, Margaret Brennan, as he knew he would not be—why else would he appear on the show?—went on to suggest that the defection of the crazed Wagner leader would be a boon for Ukraine’s forces, whose slaughter by Russian troops was ongoing as he spoke. “To the extent that it presents a real distraction for Putin, and for Russian authorities, that they have to look at—sort of mind their rear as they’re trying to deal with the counter offensive in Ukraine, I think that creates even greater openings for the Ukrainians to do well on the ground.”
At this point was Blinken speaking for Joe Biden? Are we to understand that this is what the man in charge believes?
No podemos responder esas preguntas, por supuesto y tampoco lo hace Hersh por nosotros. Pero podemos ir un paso más allá y preguntarnos hasta qué punto esa necesidad de Antony Blinken de batir los parches de la guerra cada vez que abre la boca no forma parte de un esfuerzo -más vasto y más profundo- por construir un público adicto a lo falso y a la violencia vicaria.
Ray McGovern, que antes de ser un activista por la paz y el desarme fue funcionario de alta jerarquía en la CIA y asesor de al menos seis presidentes estadounidenses sabe más que nosotros de esos temas. En las últimas semanas ha dado una serie de entrevistas y conferencias centradas en la desinformación y el manejo de información falsa y de una de ellas extraemos aquí algunos minutos.
La necesidad de crear un «ellos» maligno
Como nos recordaba Chris Edges desde una nota que en Diálogos publicamos hace pocas semanas, They Lied About Afghanistan. They Lied About Iraq. And They Are Lying About Ukraine, la continuada connivencia entre medios de prensa financiados por la industria armamentística y personajes oscuros como Blinken, que van de aquí para allá, incesantemente, entorpeciendo toda propuesta de paz y avivando los fuegos de la guerra, delata no sólo la necesidad de los líderes de presentar escenarios fantasiosos, sino la apetencia del público (el occidental en este caso, nuestro caso) por sumergirse en una continuada fantasía de superioridad y vanagloria puesta en peligro, una y otra vez, por «otros», en general amarillos, oscuros, o disonantes.
Las diferencias entre los escenarios en los cuales Patricia Bullrich o Antony Blinken despliegan sus dotes de embaucadores vocacionales son notorias. Alguien podría decir: abismales. Pero hemos centrado esta reflexión editorial en ellos a modo de provocación. Para que cada uno de nuestros lectores incorpore otros a su propia lista de falseadores insignes o públicos deseosos de que se los tranquilice y se los duerma. Y porque hay algo que seguramente aparecerá quien quiera sea el personaje elegido: siempre habrá un «nosotros» a proteger de un «ellos» amenazante y maligno. En esa grieta vive el monstruo. Desde ese bajofondo nos mira.