Si algo podemos hacer con la desazón y la alarma que dejaron tras de si los resultados de los dos últimos procesos electorales en Chile, es tratar de entender qué los produjo… y hacia dónde llevan. .
Por supuesto, serán las chilenas y los chilenos del arco progresista quienes deban lidiar con esa realidad adversa (adversa sobre todo si tenemos en cuenta que no hace mucho el optimismo era una constante casi obligada). Y son sus referentes políticos quienes están llamados a hacer los mea culpa de rigor (si los hubiere). Pero como nadie es una isla y nada de lo que suceda en Chile será muy diferente a lo que sucede en el resto de Latinoamérica, bueno es que también nosotros nos ocupemos, con las limitaciones del caso, de repasar lo que ha conducido a este desastre.
Para comenzar, es imprescindible tener en cuenta que el 7 de mayo se repitieron casi con exactitud los porcentajes del 4 de septiembre, y que se trata de las dos primeras experiencias electorales con voto obligatorio desde 2010. Recordar que en ambas ocasiones casi se duplicó el número de votantes que lo hacía con anterioridad no es baladí.
Como ocurre habitualmente en todos los países en los que el voto no es obligatorio, quienes en Chile eran más proclives a abstenerse eran los sectores jóvenes, los menos instruídos y los de menores ingresos, por lo que la izquierda imaginó, antes de la sorpresa de septiembre, que la afluencia de esos nuevos votantes la favorecería.
Que no hubiera sido así no era un dato menor, pero que los resultados se hayan repetido el 7 de mayo parece confirmar que la derecha, hoy, tienen -al menos coyunturalmente- una mayor capacidad para capitalizar el descontento o la frustración.
De rechazos y paradojas crueles
La votación por el Rechazo que hizo naufragar el proyecto de una nueva Constitución hace 9 meses (62%), fue casi idéntico al porcentaje de apoyo a los candidatos presentados por la oposición para integrar el Consejo Constitucional que se ocupará de redactar la que habrá de plebiscitarse a fines de este mismo año. Y esa coincidencia ya no puede achacarse sólo al manejo que los medios de prensa hegemónicos hacen de la información, distorsionándola o falseándola. Eso, si bien es verdad, no lo explica todo.
Resultados idénticos evidencian un estado de ánimo social de tinte conservador cuando no reaccionario, que podrá no ser definitivo, pero que podría no ser efímero.
El 4 de septiembre, a pocos meses de asumido el nuevo gobierno, el rechazo categórico a un proyecto constitucional progresista pero que incluía propuestas que no supieron tener en cuenta las complejidades del país real, supuso no sólo una frustración en ese plano, sino la postergación sine die de muchas de las políticas públicas que el gobierno de Gabriel Boric se había comprometido a implementar. Como habíamos anticipado en Diálogos en aquel momento
«Decir “derrota autoinfligida” no describe bien lo que le sucedió a la hoy perpleja izquierda chilena el domingo 4 de septiembre. Reconocer que el bofetón recibido por quienes esperaban que se aprobara el proyecto de nueva constitución fue de proporciones épicas, tampoco es útil, ya que aún no conocemos bien a quienes se encargaron de propinar el golpe. Creer que el bofetón es sólo la obra de ese 62% de chilenas y chilenas que rechazaron con entusiasmo digno de mejor causa el cambio que se les propuso, minimizaría el abismo que hoy se abrió entre la autocomplacencia de levedad cool de los primeros 6 meses de gobierno de Gabriel Boric, y el malestar opaco y profundo de las nuevas mayorías».
Hoy el panorama es peor si cabe, y la incertidumbre es mayor, ya que el apoyo del 35% que obtuvo la ultraderecha neo-pinochetista y los 23 representantes de 50 que tendrá en el Consejo Constitucional, sumados al 21% y los 11 representantes de la derecha tradicional, le permitirán darle al nuevo proyecto, si lo quisieran, un cariz tan o más neoliberal y retardatario que el que el bueno de Jaime Guzmán Irrazúriz ideó en 1980 para prolongar los efectos de la dictadura a través de tiempo.
Chile queda inmerso en la paradoja, cruel para nosotros pero exquisita para los amantes de lo grotesco y lo inesperado, de que serán precisamente quienes más reacios eran a una reforma constitucional que terminara definitivamente con la herencia ideológica del dictador, quienes quedan ahora, cuando se cumplen 50 años del Golpe de Estado ¡y por mandato popular!, a cargo de reformularla y darle nueva vida.
RESULTADOS FINALES DE LA ELECCIÓN DE MIEMBROS DEL CONSEJO CONSTITUCIONAL (7 DE MAYO DE 2023)
Como puede verse, el casi 29% que obtuvo Unidad por Chile, la coalición de izquierda que hoy gobierna y sus 16 representantes en el Consejo Constitucional, no bastarán para vetar aquello que a los progresistas les resulte inaceptable. El gráfico con los resultados es elocuente y podríamos dejar el análisis sin agregar nada más, pero acá nos importará hacer foco en dos de los resultados que, aunque puedan parecer marginales, más deberían captar nuestra atención.
De desplomes y nuevos votantes
Uno de las situaiones en las que vale la pena fijar la atención, es el desplome del centro político, que decidió no alinearse con la izquierda, y que estuvo representado por lo que queda en pie de la Democracia Cristiana y el PPD del otrora gran estratega de la centralidad, el ex-presidente Lagos. El escaso apoyo recogido por los candidatos de la mini-coalición Todo por Chile, como se ve en el gráfico, no les reportó ningún representante en el Consejo Constitucional.
Esa misma votación, si se hubiera dado en el contexto de una alianza de la centro-izquierda, le habría permitido, quizás, a esa hipotética coalición (que no está tan lejos de la realidad ya que la ministra del Interior Carolina Tohá, del PPD, es una de las principales figuras del actual gobierno y lo seguirá siendo) alcanzar el número de representantes necesarios para ejercer el poder de veto que ahora ninguno de ellos tiene.
La otra situación que no debería pasarnos desapercibida es ese casi 22% de votos en blanco o anulados, que han querido expresar ¿desinterés puro y duro? ¿descontento con la mecánica tecnocrática y poco participativa acordada para la redacción de la nueva Constitución? ¿muestra de desconfianza radical hacia un sistema político del que algunos descreen o al que ven como traidor a sus intereses? ¿un intento desde lo que queda de la llamada «nueva política» por castigar a Gabriel Boric por sus compromisos -ya difíciles de maquillar- con el status quo? Es imposible saberlo.
Basta esa enumeración de probables razones que podrían explicar la anulación del voto y el voto en blanco, para ver que 1) todas y cada una de ellas son posibles, separada o simultáneamente, 2) puede haber otras, y 3) quienes eligen ese camino se condenan a que ni siquiera pueda saberse cuáles eran sus razones. Ofrecen y obtienen incertidumbre.
Porque además y dado que la nueva constitución parece importarle a poca gente, la campaña se centró en aquellos temas con los que las ultraderechas de todo el mundo hacen su agosto. Como hacen notar Tomás Leighton y José Acevedo en «Los abismos chilenos«, en la revista Nueva Sociedad:
«Desde que Boric salió elegido en 2022, el contexto económico, la crisis migratoria y la crisis de seguridad (particularmente, con el fuerte crecimiento de delitos de alta repercusión social) no solo han dado lugar a una reacción contra el gobierno, sino que además han vigorizado discursos como el de los republicanos, que se las arreglan para ser percibidos como outsiders que vienen a desplegar la «mano dura» contra la delincuencia. En efecto, toda la campaña electoral para el nuevo Consejo Constitucional estuvo marcada por mensajes sobre el descontrol de la seguridad que poco tenían que ver con la Constitución y le sirvieron al PR para antagonizar con el oficialismo».
Un oficialismo que si se mostró poco hábil para manejar los aspectos problemáticos del proyecto constitucional rechazado en septiembre, pareció paralizado a la hora de contrarrestar la distorsión de la campaña de la ultraderecha hoy.
Así las cosas…
Así las cosas, la ultraderecha y la derecha tienen la posibilidad de redactar la nueva constitución tal como les plazca. Si mantienen el cerno del «sentido común» pinochetista (estado subsidiario, sujeción al mundo empresarial, privatización de todo aquello que resulte rentable, y fomento del individualismo y el egoismo social) y si son capaces de adornar el resultado con algunas palabras bonitas que recuerden lo que se conoce como wellfare state (términos como sectores vulnerables, preocupación por los que menos tienen, equidad, educación en valores, libertad de elección), habrán sido inteligentes. En diciembre se aprobará el proyecto, Gabriel Boric verá desvaneceerse toda esperanza de cumplir algo de lo que propuso, y el Partido Republicano tendrá casi garantizado el próximo período de gobierno.
Si por el contrario, el deseo de la derecha por demostrar su poderío los lleva a elaborar un proyecto constitucional demasiado extremo, éste será rechazado y el país volverá a empantanarse en sensaciones de fragilidad e impotencia en las que difícilmente la izquierda encuentre dónde hacer pie.
Queda como enseñanza -y a eso nos referíamos al comienzo de esta nota-, que en el mundo de hoy, signado por la embestida y el salto hacia adelante de nuevas derechas que han entendido cómo hacerse con la voluntad de amplios sectores de gente descreída, desvalida y frustrada, las coaliciones que aspiren a no sólo llegar al gobierno sino a poder gobernar y llevar adelante agendas de progreso, deben incluir todo lo que ocupe el espectro político desde el centro hacia la izquierda, sin que quede nada fuera.
Esa enseñanza no sólo debería ser aprovechada en Chile. Porque basta observar lo que en este mismo momento sucede en contextos tan aparentemente diferentes como Argentina, Bolivia, o España, para entender que sí; que lamentablemente se ha estado perdiendo el tiempo y sí: como en los viejos cuentos infantiles, viene el lobo.
Adenda: El enigma del núcleo inamovible y el lobo interior
Jugar con los números en los largos plazos y pedirles que desentrañen sus misterios es una tentación siempre presente, pero aún a sabiendas de que pueden resultar engañosos, vale la pena intentarlo aunque más no sea como un ejercicio de insolencia.
El 21 de noviembre de 2021, cuando todavía se respiraba el aire vivificante post-estallido, la coalición de izquierda Apruebo Dignidad obtuvo un 26% de los votos en primera vuelta. Sumando a ese porcentaje la magra votación que tuvieron los socialistas que concurrieron a las urnas en alianza con la Democracia Cristiana y los votos de Enríquez-Ominami, nos ubicamos en el entorno del 36-40%.
En el frustrante plebiscito de salida del 4 de septiembre de 2022, el Apruebo recogió el 38% de los votos, y en la elección de los miembros del Consejo Constitucional de mayo de 2023 que estamos analizando aquí, si se suman los votos de las opciones de izquierda nítida (Unidad por Chile) y de izquierda moderada (Todo por Chile), el resultado es apenas superior al 37%.
Si dejamos por un momento lo coyuntural y nos remontamos a lo sucedido aquel mítico 4 de septiembre de 1970 cuando el mundo contuvo el aliento y Salvador Allende resultó vencedor en unas elecciones que parecían destinadas a darle un vuelco a todo la historia latinoamericana, nos encontramos con que había obtenido un apoyo de apenas el 36.6%.
Se trata de 4 procesos en los que se votaron cosas muy distintas, con votación obligatoria unos y con asistencia a las urnas voluntaria en otros, con demografías y contextos sociales y geopolíticos totalmente diferentes, pero esa permanencia de un apoyo a la izquierda que roza el 40% sin alcanzarlo, podría estar dándonos una señal. Quizás el lobo nos habita.