Un año después en Chile: ¿corrimiento anunciado o desplome hacia el centro?

A un año de la llegada de Gabriel Boric al gobierno, se puede decir que las cosas no le han sido fáciles. Pero el manejo que él y su equipo han hecho de su escasa fortuna, no ha sido de gran ayuda. .

 

Anotábamos en Diálogos hace un año, cuando celebrábamos el inicio esperanzador de la presidencia de Gabriel Boric en el Chile post-estallido y post-pandemia, que ni el caudal de votos que la coalición Apruebo Dignidad había alcanzado en la primera vuelta electoral (apenas un 26%), ni el haberse impuesto en segunda vuelta con un magro 56% de apoyos frente a un candidato salido de los recovecos más oscuros de la ultraderecha pinochetista, eran una buena señal. Y no sólo porque el nuevo gobierno asumía sin mayorías parlamentarias, sino por lo que dejaba traslucir con nitidez: el clima social que vivía Chile a principios de 2022 ya no era el que tantos, dentro y fuera del país, habíamos creído percibir.

Por un lado, el carecer de mayorías parlamentarias, habría de traducirse en dificultades del nuevo gobierno a la hora de desarrollar las políticas públicas anunciadas durante la campaña electoral -con más wishful thinking que con sentido de la realidad-. Por otro, la normalización de una derecha reaccionaria como pocas, que podía presumir de un apoyo electoral del 44%, pautaba un escenario de polarización para el que el equipo recién ingresado no parecía preparado. Nada más alejado de la realidad que aquel optimismo de comic con superhéroe adolescente que se reflejaba, por ejemplo, en la pieza publicitaria que ilustra esta nota.

Que en aquellas circunstancias Gabriel Boric y su gabinete ministerial hubieran optado por postergar la aplicación de su programa de gobierno a la espera de los resultados del proceso de reforma constitucional que estaba en curso, pudo parecer, hasta cierto punto, razonable. Las políticas que se pretendían implementar requerían, al parecer, un nuevo marco constitucional. Pero que durante los 6 meses transcurridos desde el 11 de marzo hasta el 4 de septiembre se desatendieran las encuestas que anunciaban -al principio tímidamente y a partir de junio de modo descarnado- que la reforma constitucional podía ser rechazada, marcó un pico de ingenuidad preocupante y significó un parteaguas que cambió drásticamente todo lo que se hubiera proyectado (que, cabe sospechar, no era mucho).

Los costos del optimismo y el dejarse estar

En aquella espera se habían desperdiciado los primeros seis meses de gestión, precisamente el período en que los nuevos gobiernos gozan de una popularidad que facilita sus posibilidades de acción, sin haber planteado políticas de cambio sustantivas. Pero el daño no se detuvo ahí. No sólo no hubo nueva constitución, sino que el grado del rechazo cosechado por la propuesta fue tal que puso en entredicho la legitimidad del nuevo gobierno ante la opinión pública haciendo necesaria la incorporación al equipo ministerial de figuras provenientes del llamado «socialismo democrático» -que habían sido blanco de críticas durante muchos años por parte de los mismos que ahora las convocaban-.

Pero además, posibilitó que los partidos de derecha (tanto los presuntamente moderados como los abiertamente extremos) recuperaran protagonismo, reflotaran el «sentido común» neoliberal (la rápida aprobación del TPP11 en octubre de 2022 es sólo un ejemplo), e impusieran nuevos mecanismos de reforma constitucional que están en las antípodas conceptuales de la experiencia fallida.

Por supuesto, el balance de este primer año de gobierno no está exento de algunos aciertos, como por ejemplo las iniciativas que buscan moderar el impacto de la inflación en los sectores más vulnerables, o las implementadas para recuperar el nivel de inversiones que la economía del país necesita. Pero se compartan o no esas medidas, se las juzgue como avances o como renuncias, se las reconozca como parte de una estrategia que eventualmente conduzca hacia algún lado o se las vea apenas como paliativos a la espera de que ocurra un milagro, lo cierto es que no parecen suficientes y, como veremos más adelante, no han ayudado a estabilizar niveles de aprobación en franco descenso.

¿Corrimiento o dejarse caer?

La incorporación al equipo de gobierno, tras el trago amargo del 6 de septiembre, de figuras de la centro-izquierda tradicional como Carolina Tohá o Ana Lía Uriarte, con más edad y con un mayor bagaje de experiencia política es, si se lo mira desde una perspectiva «reparadora», la contribución que un equipo demasiado joven e inexperiente parecía estar necesitando. Y significó además una merecida lección de humildad a quienes se habían visto a sí mismos como la generación llamada a inaugurar una «nueva política», ajena a la entrega de banderas y a la corrupción que, según la óptica de los recién llegados, había caracterizado a las generaciones anteriores.

«No son 30 pesos; son 30 años», había sido una explicación del estallido cargada de justicia poética, que incluía, entre los responsables de las muchas desigualdades que aquejaban a Chile, a los gobiernos de la Concertación. Pero tras el 6 de septiembre pareció claro que había llegado la hora de dejar de lado el adanismo demasiado disfuncional que la consigna llevaba implícito. Para bien o para mal, los demonizados estaban ahí y eran necesarios.

En ese sentido y si no miráramos más allá del cambio de figuras ministeriales, estaríamos frente a uno de los típicos «corrimientos hacia el centro» que se producen cuando las izquierdas son capaces de reconocer que carecen de los apoyos suficientes como para impulsar sus propuestas durante una campaña electoral, o para aplicar sus propias políticas una vez que están en el gobierno.

Pero lo que enrarece esa interpretación -sin llegar a invalidarla- es que cuando se producen esos corrimientos hacia el centro, se dan como parte de un proceso de acumulación de fuerzas. De suma. No de resta. Por el contrario, si se atienden las cifras que veremos a continuación, que muestran un auténtico desplome del gobierno en las encuestas, cabe que nos preguntemos si estamos frente a un corrimiento del gobierno de Gabriel Boric o si, en realidad, estamos ante un «dejarse caer hacia el centro». Lo que obviamente, no es lo mismo.

De acuerdo a los sondeos de opinión publicados por la empresa Cadem con motivo del primer aniversario del nuevo gobierno,

  • La aprobación promedio de Gabriel Boric ha sido la más baja en el primer año de presidencia de un mandatario desde el regreso a la democracia (35%). Hasta ahora, las aprobaciones más bajas en el primer año habían sido la de Ricardo Lagos y la del segundo gobierno de Michelle Bachelet (45% en ambos casos), mientras que la más alta correspondió al primer año de Patricio Aylwin: 67%.
  • Gabriel Boric cuenta con una nota de 3,6 para el primer año de gobierno, por debajo de la del último gobierno de Sebastián Piñera, 4,4.
  • El presidente obtiene 12 puntos menos de aprobación que Piñera y 10 puntos menos que Bachelet en el primer año de sus respectivos segundos mandatos.
  • Un 50% de los encuestados cree que Chile retrocedió respecto a 2022, mientras que sólo un 23% cree que se experimentaron progresos.
  • Un 70% siente que el Presidente no ha cumplido con las expectativas que se tenían de él. En este contexto, sólo un 12% cree que tiene experiencia para gobernar, siendo ese su atributo peor evaluado, además de ser la principal razón de desaprobación (56%).
  • En cuanto a la medición semanal, se registra una caída de la aprobación de Gabriel Boric desde el 35% de los primeros días de marzo (que había resultado la mayor cifra desde septiembre) a un 32%. A su vez, la desaprobación subió de 60% a 62%.

El show de las sillas y el después

Pocos días antes del 11 de marzo se produjo un nuevo e inesperado revés que da cuenta de las dificultades y los desafíos que enfrentará el equipo de gobierno de Gabriel Boric en el año que se inicia.

El rechazo inesperado de una reforma tributaria que hasta minutos antes de la votación contaba con los votos necesarios para ser aprobada, pero que llegado el momento no los tuvo, ha puesto en entredicho la viabilidad de algunas políticas que el gobierno ha presentado como buques insignia de su gestión, la reforma previsional y la reforma de la salud, cuya financiación ahora deberá ser pactada con los partidos que se oponen a ellas.

Pero además, quedó cuestionada la capacidad del ejecutivo para lograr acuerdos que se habían dado por descontados, lo que aumenta aún más su fragilidad.

Tres días después, el gobierno celebraba su primer año con un nuevo cambio ministerial que reforzó las posiciones del socialismo democrático de centroizquierda dentro de la coalición -llevando, vale tenerlo en cuenta, a 52 la edad promedio del equipo-. Pero aún en esa instancia, un «show de las sillas» en el que durante varias horas existió una incertidumbre casi total acerca de quiénes y cuántos serían los o las ministras cesadas, marcó otro pico de inseguridad e improvisación que la opinión pública buscará castigar de alguna manera.

Afortunadamente, siempre hay un después y en el después de este primer aniversario, quedan todavía tres años de gestión. Mucha agua correrá bajo los puentes y deberíamos cruzar los dedos. En el mes de mayo se celebrarán las elecciones que definirán la composición del Consejo Constitucional que debatirá y le dará forma al nuevo proyecto de reforma constitucional que se votará en diciembre. Serán dos instancias que nos permitirán comprobar si el corrimiento hacia el centro del gobierno de Gabriel Boric da los resultados esperados en términos de respaldo electoral, o si el «dejarse caer» lo arrastra.

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador, activista por los derechos humanos,y el desarrollo sostenible, y diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online