Guerra, hipocresía, juego y espectáculo. Un año crítico de Diálogos contigo

A un año de comenzada la guerra en Ucrania es cada día más difícil distinguir la realidad de la apariencia. Percibir lo que se esconde detrás de lo que el pensamiento único nos dicta y nos impone. Separar ese espectáculo enfermizo y malactuado que tantos aplauden, de lo que debería seguir siendo lisa y llanamente insoportable. .

 

En Diálogos lo hemos hecho a lo largo de estos doce meses y en este editorial intentamos recapitular por qué y como. Haber remado a contracorriente no nos surge de alguna extraña vocación por clamar en el desierto (lo que no estaría necesariamente mal), sino que es, en un estado de derecho, un derecho irrenunciable. Y no es fácil. Nadie nos regala nada.

No ayuda, por supuesto, que la visión oficial y todavía mayoritaria en los países del Norte Global no vaya mucho más allá de la lógica de los videojuegos, en los que todo conflicto debe ser resuelto a través de una escalada de destrucción y muerte que sólo finaliza cuando el adversario (el mal y sus ejes) ha sido eliminado y destruído para siempre del modo que sea. De ahí que todavía, cuando se intentan justificar los cuasi demenciales envios de armas y de dinero a un país del que cuando esto termine quedará muy poco, se siga empleando, como un mantra, ese oscuro y fastidioso «as long as it takes».

Tampoco contribuye a una mayor comprensión de lo que pasa ese obligado peregrinaje que emprenden casi a diario Presidentes o Primeros Ministros para caminar a través de algunas calles de Kiev convenientemente transformadas en pasarelas de la guerra, como si estuvieran enfrentando algún tipo de peligro en nuestro nombre. El espectáculo continuado, la voracidad por aparecer allí donde todos van como si estuvieran de verdad siendo partícipes de la guerra, no sólo les aporta un brillo que naturalmente no tienen, sino que, como en un pase de magia, nos hace olvidar que la verdad, lo que importa, lo que realmente define los si y los no de este desastre, es lo que ocurre tras bambalinas. Las miserias disfrazadas de valores y principios; los negocios y tejemanejes que no vemos.

Mientras todo eso pasa

Mientras todo eso pasa una y otra vez como si a los guionistas no se les ocurriera otra cosa, mientras Joe Biden va de Ucrania a Polonia como un cowboy de gafas oscuras encantado con los honores imperiales que recibe y desentendiéndose de los problemas insolubles que nos crea, mientras Volodimir Zelenski recibe a las visitas con sus discursos vacíos y su apariencia de gladiador moderno, les agradece emocionado lo que le han dado, y les recuerda que deberían darle mucho más si no quieren que mañana sean sus hijos los que mueran, la guerra sigue y seguirá seguramente varios meses más. Y la guerra no es toda esa vacuidad altisonante de gente poderosa y malacostumbrada.

«In a town to the west of the city, we meet Oleksandra Havrylko, a 30-year-old police major who has recently spent time in Bakhmut and the surrounding villages with the White Angels, trying to persuade those caring for the last few dozen children to let them be evacuated. It is a search that has led to rumours that police are taking children from parents who refuse to leave, which has prompted some families to hide their sons and daughters, inexplicable as that might seem», así nos presenta The Guardian un aspecto al parecer menor y anecdótico de la guerra, en la misma edición dominical en la que denuncia que decenas de miles de niños evacuados por el ejército Ruso en similares circunstancias han sido «secuestrados».

La guerra es eso. La guerra son familias que no saben si entregar o esconder a sus niños, en el caso de que por milagro hayan escapado a la muerte o no tengan su psique lastimada para siempre. La guerra son mujeres y hombres que huyen con los pies hundiéndose en el barro helado. Es el no saber qué hacer con la harina recibida después de hacer quién sabe qué para conseguirla porque no hay modo de preparar nada con ella.

«Videos from Bakhmut in the past week show many buildings charred, collapsed or without windows. The few thousand civilians still living in the town have been confined to living in basements for months with no running water, electricity or gas.»

La guerra es que estés ahí, obligado a avanzar en plena nevisca con los ojos semicerrados hasta que una bala te atraviese, que tiembles de miedo en una trinchera esperando que caiga el próximo obús y todo se transforme en oscuridad y carnes desgarradas, sin sospechar siquiera que en los salones en donde se decide tu suerte ya se está hablando de cuáles serán los territorios que Ucrania deberá ceder para que esta locura, que jamás debió haber comenzado, se termine sin ninguna gloria. La guerra es criaturas de 16 años y viejos de sesenta enviados al frente, después de ser cazados como perros en los centros en los que se les promete cobijo y abrigo.

La guerra es el desbarajuste demográfico que sobrevendrá cuando se note la falta de los -hasta ahora- más de cien mil muertos y quizás cinco millones de refugiadas (en su mayor parte mujeres jóvenes con hijos) que si le dan algún valor a su futuro difícilmente querrán volver. Y es la penuria que caerá sobre los que permanezcan en el territorio devastado cuando sea necesario que alguien ¿quién? se haga cargo de los miles de mutilados o dañados mentalmente.

La guerra es también, por supuesto, la carga de odio y resentimiento que no se irán nunca. Es la deuda contraída por quienes reclaman armas cada día más potentes y viven de lo que se les tira mientras Occidente los usa y simula que los ama. Y que si todo sigue como hasta ahora dejarán, cuando desaparezcan de nuestras pantallas, una sociedad que no sabrá cómo fue que sucedió todo, en un país desmembrado y transformado en la última colonia británica, el primer protectorado polaco, o lo que sea… Lo que a los bancos y a las empresas que se harán cargo de la «reconstrucción» se les ocurra.

De nada sirva ahora recordar que si Alemania y Francia, co-signatarios de los acuerdos de Minsk, hubieran presionado para que Ucrania los cumpliera, y si los EEUU y la OTAN no hubieran hecho todo lo necesario para que eso no ocurriera, esa pobre gente no habría pasado a través de este infierno, -que no se detendrá cuando cese el fuego, porque llegado el momento, todos querrán cobrar a precio de oro hasta la última tanqueta destartalada y oxidada que hayan ofrecido.

Nosotros, tú y la guerra

Eso es lo que desde Diálogos nos hemos empeñado en mostrar a lo largo de este primer año de la guerra. Dimos los primeros pasos en esta línea, antes aún de la invasión de la Federación Rusa a Ucrania, el 4 y el 11 de febrero de 2021, con dos notas tituladas Imperios preparándose para el combate ¿ajedrez o parchín? y «Para entender una guerra que deberíamos evitar» En la primera de ellas Rafael Poch comenzaba diciendo:

«Esto no es una inteligente jugada de ajedrez: es una vulgar y cutre partida de parchís entre truhanes de la más baja categoría, con el riesgo de que alguno de ellos le dé una patada al tablero y desenfunde la pistola nuclear.»

En esa sintonía, a lo largo de este año hemos publicado notas y presentado videos y conferencias de analistas de primer nivel de todo el mundo (Alemania, India, Canadá, EEUU, España, Rusia, Portugal y América Latina) que no se hacen eco de las versiones al uso en el llamado Occidente como si fueran las únicas, sino que las cuestionan. Desde puntos de vista diferentes -y esto es lo importante- no necesariamente coincidentes:

Kishori Mahbubani, Tarik Ali, Jeffrey Sachs, Seymour Hersh, Juan Antonio Zorrilla, Álvaro García Linera, Rick Salutin, Noam Chomsky, Boaventura de Sousa Santos, Rafael Poch, Sevin Dagdelen, Jone Sierra, Pablo Iglesias, Ina Afinogenova, Tomas Ireland, Alejandro Bercovich, Ezequiel Bistoletti, Dimitri Laskaris, Alexander Hill, Craig Martin, Davidd McNair, David Carret.

Mostrar y hablar de la otra cara de una guerra que personajes como Joseph Borrell, Ursula Von der Lyen, Chrysta Freeland, o Boris Johnson se esmeran en reducir a una lucha sin cuartel y sin alternativas entre democracias y autocracias, no significa estar del lado de uno de los bandos, sino reconocer, como lo hacen los gobiernos del Sur Global y en especial los de América Latina -así como porcentajes crecientes de la población de todo el mundo-, que esta guerra se ha estado incubando y alentando desde hace décadas, y que la responsabilidad por lo que en ella sucede y por una escalada nuclear que no podemos descartar, es compartida.

Y que lo que más deberá preocuparnos en este segundo año de esta guerra es que, por lo que hasta ahora sabemos, es apenas la preparación de otra mayor.

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador, activista por los derechos humanos,y el desarrollo sostenible, y diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online