Los debates en torno a si es posible o no tener opiniones críticas respecto al papel de «occidente» en la guerra de Ucrania, o la aceptación de cuasi-ficciones como la del «programa chino de globos espías», muestran hasta qué punto la credulidad y la intolerancia de los «halcones» se ha posicionado en nuestras sociedades. Y sus peligrosas consecuencias. .
Alexander Hill, profesor de Historia Militar en la Universidad de Calgary, y especialista en cuestiones militares de Rusia y la Unión Soviética, reflexiona acerca de los riesgos que tienen los enfoques que asumen que Occidente debe tratar de imponer sus valores como si fueran los únicos aceptables.
Desde el comienzo de la guerra de Ucrania, muchos líderes occidentales han actuado atropelladamente en un intento por hacer ver que están haciendo más que sus pares para apoyar a Ucrania en su guerra contra Rusia. El reciente golpe publicitario del gobierno del Reino Unido al lograr que el líder ucraniano Volodymyr Zelensky visitara Gran Bretaña 24 horas antes que a sus socios europeos, se presentó en la prensa británica como una gran victoria política, que resaltaba la voluntad del Reino Unido de subir la apuesta en el suministro de armas a Ucrania, adelantando una aparente promesa de enviar aviones de combate en el futuro.
Muchos políticos occidentales parecen priorizar la demostración de su virtud política en la lucha contra lo que se considera una tiranía y en la promoción de la democracia liberal occidental, por sobre las evaluaciones realistas de los costos y beneficios de sus acciones.
Esta actitud no se limita a la guerra de Rusia con Ucrania. El reciente incidente del globo chino en los Estados Unidos provocó lo que casi podría describirse como histeria política a ambos lados de la grieta política que en casi todos los temas los divide.
Sin duda, China, junto con Rusia, Irán y Corea del Norte, se encuentra directamente en la mira política de Estados Unidos y está etiquetada como una amenaza para el sistema internacional occidental.
La furia que se está levantando contra esos países en los círculos políticos occidentales y en la prensa que a ellos responde ciertamente justifica el temor de que Occidente se haya embarcado en un frenesí de celo cruzado. Los argumentos ofrecidos por los gobiernos de esos países, que apuntan a que sus acciones no difieren de acciones que los gobiernos occidentales asumen como naturales, son simplemente rechazados por un liderazgo que, además, parece estar dispuesto a ignorar el hecho de que Rusia y China, en particular, son potencias con capacidades militares convencionales significativas, un potencial nuclear nada menor.
Ese espíritu de cruzados está presente en figuras públicas prominentes. Por ejemplo, el historiador Timothy Snyder y la periodista Anne Appelbaum están al frente de la actual cruzada de Occidente contra Rusia en nombre de la democracia liberal occidental. Al mismo tiempo, la prensa maintream parece no estar dispuesta a ofrecer material que desafíe esta visión del mundo por temor a ser acusada de ser una apologista de las acciones de los estados que son non gratae.
A medida que nos precipitamos hacia el aumento de los conflictos de Occidente con gran parte del resto del mundo, lo que sin duda falta más que nunca en el debate actual de la política exterior occidental es la capacidad de, al menos, intentar ver las cosas desde un punto de vista alternativo. Me atrevo a decirlo, aunque en lo que respecta a la política exterior «realismo» se ha convertido en una mala palabra: necesitamos un poco más de realismo en nuestros tratos con Rusia y esos otros países que hemos definido como los malos en la política internacional.
En el mundo en blanco y negro de las relaciones internacionales occidentales de hoy, sugerir un enfoque más realista de la política exterior significa que usted es simplemente un títere de un adversario extranjero, como asegura John Mearsheimer. Pero si continuamos ignorando la idea de que otros actores estatales podrían tener preocupaciones legítimas, que además están respaldadas por un poder militar significativo, corremos el riesgo de precipitarnos hacia un conflicto global que solo puede terminar mal.
Aunque los teóricos del realismo en el ámbito geopolítico obtuvieron cierta exposición en los medios al principio de la guerra de Rusia contra Ucrania, el relativismo cultural, o lo que alternativamente podríamos llamar tolerancia cultural, ha brillado por su ausencia. En este contexto, el relativismo cultural implica el intento de comprender las acciones de otro eEstado desde la perspectiva de las normas y supuestos culturales de esa sociedad, y no los de la nuestra. Difiere de lo que habitualmente se critica como relativismo moral en que no implica que debamos estar de acuerdo con los puntos de vista del otro, simplemente debemos tratar de comprenderlos y apreciar en qué medida es posible conciliarlos con los nuestros.
Si tratamos de tener en cuenta al menos eso, existirá una mayor probabilidad de un compromiso significativo que incluso podría conducir a pequeños pasos en la dirección deseada.
Un enfoque realista apoyado en el relativismo cultural no supone que Occidente se abstenga de promover aquellos valores que le son consustanciales, sino aceptar que la diplomacia no es un juego de suma cero en el que el ganador es quien arrasa con todo.
Lamentablemente, sin embargo, un enfoque realista y culturalmente tolerante de los problemas internacionales que nos agobian hoy, no sería útil a los egos e intereses de muchos políticos que se han arrinconado a sí mismos en posturas maximalistas. Tampoco sería conveniente un cambio de rumbo -en particular sobre Rusia y Ucrania- para las empresas energéticas occidentales o para el complejo militar-industrial estadounidense que es uno de los principales beneficiarios de la guerra en Ucrania. Sin embargo, este tipo de compromiso realista será, en última instancia, la única forma de salvar las muchas vidas que, de lo contrario, se perderán en el tipo de choque de civilizaciones que ha traído tanta miseria humana durante los pocos milenios que los humanos han podido documentar sus locuras.
No importa cuánto lo deseen algunos, es poco probable que la guerra de Rusia en Ucrania conduzca a algún tipo de aplastante derrota rusa en el campo de batalla, y tarde o temprano tendrán que llevarse a cabo negociaciones. Para que las negociaciones futuras sean significativas, ambas partes tendrán que ceder terreno y hacer algún intento de comprender el punto de vista de la otra parte.
Solo podemos esperar que suficientes líderes políticos entren en razón y traten de reconocer al menos cierta credibilidad en la posición del otro lado antes de que los costos locales y globales de la guerra en Ucrania y la creciente fricción con países como China aumenten demasiado.
Nota aparecida en Responsible Statecraft – Traducción Latin@s en Toronto.