Brutalidad, miedo, infelicidad aprendida y fascismo residual en el Siglo XXI

Fue a pleno sol; semanas o meses antes de lo que podíamos haber imaginado -porque se sabía que en algún momento, tarde o temprano, alguien lo intentaría. En un paroxismo patriótico/tropical, en vivo y en directo, se desarrolló frente a nosotros la más absurda remake imaginable de aquella no menos absurda toma del Congreso estadounidense de la cual todavía se escuchan ecos. ¿Error revisitado o apenas indicio de los tiempos que vendrán? .

 

Esta vez corregida y aumentada, en el marco de la grandiosidad modernista de la Praça dos Três Poderes, pero afortunadamente sin las víctimas fatales que le esencia norteamericana del trumpismo hizo inevitables dos años atrás en el Capitolio, la renovada prueba del enfermizo amor entre Jair Bolsonaro y los idiotas de siempre, nos sorprendió, nos alarmó durante apenas 4 horas, y pareció deshilacharse y diluirse en la nada, como un fantasma de mala calidad.

Apenas las primeras bombas lacrimógenas enrojecieron sus ojos, los enviados de Cristo que habían salido de sus cuevas dispuestos a salvar la patria, ahítos ya de destrozar, orinar o defecar lo que encontraban a su paso, decidieron que ya era hora de volverse a rezar a casa. No apareció esa tarde ningún ex-coronel con ánimo de ponerse con sus tropas al frente de la fiesta, ni se presentó ningún mesías vociferante a sacarles las castañas del fuego a quienes habían calculado mal sus fuerzas y así, casi sin resistencias, un millar y medio de incautos fueron conducidos a prisiones improvisadas, en donde pudieron continuar con su orgía de selfies, asombrados de que colapso institucional que les habían prometido no se hubiera producido, y reclamando, de paso, que les dieran de comer en hora.

Vistas las cosas de ese modo, es posible respirar con alivio y, en efecto, hay quien lo hace, aunque las semejanzas y sobre todo las diferencias entre ambos episodios dan cuenta de una realidad demasiado compleja y novedosa como para creer que se la superará sin esfuerzo, tensiones o desgarros.

La infelicidad y el fascismo del Siglo XXI

La semejanza entre Washington 2020 y Brasilia 2022 son demasiado claras como para que nos esmeremos demasiado en recordarlas. Tenemos en primer lugar el desconocimiento de los resultados electorales aún antes de que las elecciones se produzcan, pero sobre todo, y esto es aún más importante, la creación de un estado de desconfianza y negación que abarca todo. Desde la crisis climática hasta la pandemia. Desde la esfericidad de la tierra hasta la idea de que libertad equivale al derecho a no repetar nada.

En ambos casos nos encontramos frente a una recua de lo peor que se pude reclutar a través de las redes: ex-militares o policías aburridos y nostálgicos de los años de plomo, fundamentalistas evangélicos que se tatúan coronas de espinas en el pecho, influencers anticomunistas que hacen sus primeras armas en la arena política y encuentran que el odio vende y reditúa, pero sobre todo gentes simples, de toda laya y profesión, sin nada que hacer, con demasiado resentimiento acumulado, y una avidez extraordinaria por registar en sus teléfonos móviles cada tontería que se les ocurre. Lo mejor de cada casa, como ironizaba Joan Manuel Serrat, pero en la era de Instagram y en el universo de las comunicaciones instantáneas.

Son idiotas en el sentido griego y literal del término, apolíticos fervorosos y crédulos, ansiosos por rechazar todo lo que no entienden (que es casi todo), pero convencidos de que ha existido una confabulación gigantesca de los poderes del mundo para quitar del medio al hombre que la Providencia había destinado para devolverles lo que se les quitó y lo que el cielo -o un golpe militar, que para el caso es lo mismo- habrá de restituirles.

En ese don que se les arrebató y que ahora reclaman pueden confluir la pretendida grandeza de su nación o una superioridad de algún tipo que sienten propia, el orgullo de ser lo que quizás nunca fueron, una enfermiza defensa de sus propios privilegios (reales o no), el temor y el rechazo a la pobreza, a las pieles oscuras, a las diferencias, a pasar a formar parte de la tribu de los y las descartables y que otros lleguen a ocupar tu lugar.

Son fascistas del Siglo XXI. Residuales porque ni siquiera tienen una ideología que los anime, pero azuzados a golpes de algoritmos, que les dan de mamar a diario la misma leche agria. Con una infelicidad aprendida, un rencor asordinado, y una inseguridad en si mismos digna de lástima. Y por eso mismo, prepotentes, agresivos, ridículos, y más peligrosos de lo que puede parecer a simple vista.

En adelante, ¿lo peor?

Lula, vale celebrarlo aunque echar las campanas al vuelo sea prematuro, no ha sido y no es un hueso fácil de roer. En contraste con lo que sucedió con quienes atacaron el Capitolio y con ese inacabable sainete que en los EEUU se ha montado para que nadie de cierta importancia sea juzgado, en pocas horas comenzaron a evidenciarse las complicidades de las «fuerzas del orden» -que arroparon y dejaron a la turba hacer y deshacer a sus anchas durante horas- y de algunos de quienes desde el anterior gobierno, el sistema político y el mundo empresarial, financiaron, programaron o le dieron alas a ese levantamiento que parece haber sido más que una amenaza cierta, un globo sonda. Pero ni caerán todos, ni ha desaparecido la amenaza, porque la debilidad del nuevo gobierno lo colocará, una y otra vez, contra las cuerdas.

Como anotan José Ignacio Scasserra y Amanda Marton Ramaciotti en su nota «Las señales estaban ahí», el bolsonarismo (al igual que el trumpismo), va más allá de las personalidades enfermizas de sus líderes. Se trata de culturas reactivas que ya han hundido sus raíces hondamente en sociedades ya lastimadas pero que en ocasiones como ésta parecen estar a punto de quebrarse.

Lo vemos con claridad en la necesidad del Partido Republicano de los EEUU (y de buena parte del Partido Demócrata) por reproducir el legado malsano que recibieron, y que hoy hacen suyo como si las alternativas no existieran.

Desde las políticas migratorias hasta el America First y la globalización de la guerra, poco parece haber cambiado durante la administración Biden que no transforme las sonrisas prometidas en muecas grotescas. Y para completar el panorama de reinstalación del conservadurismo extremo, las elecciones de medio término y los tejes y manejes cuasi mafiosos de la designación de Kevin McCarthy como nuevo speaker del Congreso, auguran que, como advierte The Guardian, lo peor está por verse.

En Brasil, mientras intenta instrumentar políticas de promoción de la justicia social y el desarrollo como las que caracterizaron sus gobiernos durante la primera década del siglo, Lula deberá enfrentar la multiplicación y el afianzamiento del daño, y la diseminación de la ofuscación y la infelicidad radical producidas durante los 4 últimos años de desprestigio y desastre. Será un proceso largo, difícil y duro, que de una u otra manera nos concierne a todos.

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