Canada’s Indo-Pacific Strategy. Cómo intoxicar tu futuro con nostalgia colonial

Mucho se hablará a lo largo de 2023 sobre la recientemente lanzada Canada’s Indo-Pacific Strategy, y en los próximos meses tendremos tiempo y oportunidad de preguntarnos cuál podría ser el beneficio que le aportará al país una política exterior aparentemente obsesionada con la mediatización de liderazgos altisonantes, y centrada en la confrontación y el belicismo. .

 

La definición de una estrategia no es un asunto baladí, ni puede surgir a partir de las necesidades que tenga un gobierno en minoría de afirmar su popularidad interna. Es la explicitación, en negro sobre blanco, de las visiones que se tienen acerca del futuro. Implica no sólo expresiones de deseos, sino la asunción adulta de compromisos y riesgos. Y finalizado un año en el que las tensiones geopolíticas han sido las mayores de las que se tenga recuerdo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, no podemos sino abordar el tema, a cuenta, por supuesto, de mayor cantidad.

Días atrás, en un artículo del Hill-Times de Ottawa, el periodista especializado en temas de gobierno David Crane se planteaba una duda que debería estar por delante de cualquier análisis que se haga de la nueva Strategy, presentada el 27 de noviembre por la Ministra de Foreign Affairs Melanie Joly: “Is Canada trying to match or outdo American hostility to China?» (¿Canadá, trata de estar a la altura o de superar la hostilidad americana hacia China?).

Del análisis de Crane se desprende que lo que se propondría el gobierno de Justin Trudeau es el «outdo«, la superación, el ir más allá, de lo que parece haber sido la posición del gobierno de Joe Biden respecto a China durante la Cumbre del G20. Y si nos atenemos a la gestualidad del propio Primer Ministro, a sus intervenciones públicas, a sus coincidencias con lo expresado po su colega británico Rishi Sunak durante la misma conferencia, y a la forma desdeñosa y tajante en que fue tratado luego por el Presidente chino Xi Jinping en un video que la prensa se encargó de viralizar por todo el mundo, caben pocas dudas.

Como decíamos antes, los próximos meses nos mostrarán si el espíritu que refleja la Strategy se corporiza y se traduce en hechos (el envío de más buques de guerra para que se paseen por el estrecho que separa la China continental de la isla de Taiwán parecen anunciar que sí) o si el apetito por una nueva guerra (caliente o fría) se modera.

Mientras tanto y para finalizar el año podemos preguntarnos algo más… ¿Esa aparente vocación por estar por delante de quien en los hechos manda (en este caso los EEUU) ¿es nueva? ¿puede sorprendernos? ¿podría ser diferente? y dada la complejidad del tema nos ha parecido interesante cancelar momentáneamente el análisis racional y abrir la puerta a las imágenes, que con frecuencian nos permiten acceder a otros planos de la realidad.

Propaganda, imágenes e identidad

En el sitio web del War Museum, bajo la etiqueta Symbols of Empire, podemos apreciar este viejo y famoso poster, To Victory, creado por el publicista Charles Rich Wilcox en 1940, para respaldar, frente a la opinión pública, la participación de tropas canadienses en la Segunda Guerra Mundial (por entonces bastante resistida y no suficientemente comprendida).

To Victory – Poster de propaganda bélica – 1940

Se trata de propaganda de guerra no demasiado diferente a otras formas de propaganda, en las que se transmite, a través de un lenguaje simbólico, un mensaje elemental e inmediatamente comprensible con el que el espectador pueda sentirse identificado emocionalmente, pero vale la pena que nos detengamos en algunas de sus características que diferencian muchísimo esta pieza de lo que han sido o son los esfuerzos propagandísticos similares en cualquier otro país.

Lo básico y elemental en la propaganda de guerra (independientemente del país o del tipo de sociedad que se trate) es la potenciación y la exaltación del valor, la voluntad, las armas, la determinación, los valores que defienden, e incluso la belleza, de las fuerzas propias. La representación siempre incluye, sea a través del volumen o de los lugares que ocupan los diferentes personajes representados, la idea de que se es «mejor» que los enemigos, e incluso que las fuerzas aliadas. Y lo primero que se percibe en esta pieza es que (aparentemente) nada de eso ha sido tenido en cuenta.

Aunque la elección de un león para representar al Imperio Británico y un castor para representar a Canadá puede parecer inevitable dado que se trata de los animales heráldicos de ambos países, y aunque dotar al león con atributos reales podría parecer obvio, lo interesante (e inusual) radica en los tamaños relativos de cada uno de los personajes, y sobre  todo en la relación de jerarquía/subordinación de uno en relación al otro.

El castor/soldado raso, ha dejado de ser el símbolo de la timidez y la laboriosidad refugiada en lo profundo de los bosques, y se ha alistado para un nuevo rol. Con aspecto fiero y decidido y con atavíos propios de la guerra de trincheras, ocupa un lugar que al mismo tiempo lo destaca y lo subordina, lo potencia y lo coloca «en su lugar», por delante del Rey León, que pese a todo su poder y determinación (el puro remite inmediatamente al «blood, toil, tears and sweat» del famoso discurso de Winston Churchill de mayo de ese mismo año), debe ser protegido por el más débil, por quien a pesar de acompañarlo a la guerra, lo hace cumpliendo funciones de adhesión, centinela, y vasallaje.

Para entender todo lo anterio y colocarlo en contexto, vale hacer notar que nueve años antes, en 1931, el Parlamento británico, a través del Statute of Westminster le había concedido a Canadá el manejo de su política exterior, por lo que el país estaba en condiciones de incorporarse a la Segunda Guerra Mundial no como una fuerza subordinada al Imperio sino de motu proprio. Hacía ya una década que no existía aquel vínculo.

Sin embargo, ni el ánimo de los personajes representados en el poster, ni la realidad anímica del país, ni la de su gobierno de entonces, se dejaban guiar por el nuevo status independiente. La colonialidad estaba profundamente impregnada en la razón de ser misma de un país que aún dispuesto a entrar en una guerra, se resistía a verse en posiciones de igualdad y autonomía real.

La nueva Strategy como tributo a la vieja colonia

Cuando hoy tratamos de comprender el rol que Canadá se atribuye a si mismo en la Canada’s Indo-Pacific Strategy: un rol de vigilancia belicosa y de mayordomía diligente, o cuando vemos que un analista habituado a transitar los pasillos del poder como David Cranese se cuestiona si Canadá está tratando de ponerse a la altura de la animosidad de Washington respecto a China, o si pretende ir un paso más allá y superarla, es inevitable preguntarse si el espíritu que le dio forma y que puso en sus lugares respectivos a los personajes de aquel viejo poster no pervive aún. Si esa pléyade de personajes que van desde quienes editorializan un día si y el otro también acerca de la necesidad de mostrar dureza en el terreno que sea, hasta una ministra de Foreign Affairs de aspecto angélico para quien la diplomacia es un dis-valor y la conflictividad parece ser el único camino, no estarán rindiendo tributo, sin saberlo, a la toxicidad propia de un pasado colonial que deberá ser algún día revisado.

En ese sentido es inevitable compartir los temores expresados por John Price en su nota para Rabble «Canada`s Indo-Pacifc Strategy: from UN peacekeeper to US sentinel state»:

We are not just going to engage the Indo-Pacific, we are going to lead,” stated Joly in her opening remarks. In this case, leadership seems to imply being tougher on China than anyone else. In its two-page assessment, the CIPS lists a litany of China’s alleged misdeeds and that, it would seem, is all there is to say. Not a word about its impressive economic achievements; nor that China is Canada’s second largest trading partner; nor about lifting 800 million people out of poverty, as recognized by the UN; not a peep about its development of solar power generation, documented in a Lancet study. Frankly, any teacher would be compelled to give a failing grade to the Canadian government’s assessment of China because of the obvious bias.

“We will challenge China whenever necessary, and cooperate if we must,” is the government’s new mantra. Frankly, the CIPS is an embarrassment, a strident polemic, not diplomacy. If implemented it will definitively end any possibility of substantive Canada-China cooperation on the environment, an imperative in the face of the global climate emergency. It also increases the possibility of war and the use of nuclear weapons, the other existential crisis of this era.»

 

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador, activista por los derechos humanos,y el desarrollo sostenible, y diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online