Aliviado y al borde del abismo, Joe Biden sonríe, calcula, y tiembla

El partido Demócrata de los EEUU podrá echar las campanas al vuelo y celebrar que su derrota en las elecciones de medio término ha sido menor a la esperada Y les asiste razón porque todo pudo ser peor. Sin embargo, tanto a ellos como a su país les esperan dos años duros y un futuro incierto. Y al mundo también. Comencemos a ver por qué, aunque la información aún es insuficiente. .

 

Por el momento, habiendo pasado ya casi una semana de celebradas las elecciones de medio término, conocemos o podemos prever algunos de los principales resultados, pero queda mucha tela por cortar.

Podemos anticipar casi con total seguridad que los republicanos recuperarán el control de la cámara baja del Congreso, ya que la Red Wave que todos los analistas preveían, no se produjo.

Sabemos que, confirmado ya el triunfo de los demócratas en Arizona, y si se mantuviera la tendencia que le da una muy mínima ventaja a los republicanos en Nevada, el control del Senado dependerá del resultado de una segunda vuelta de las elecciones de Georgia que se celebrarán en diciembre. Sin embargo esa mínima diferencia  a favor de los republicanos en Nevada va camino a desaparecer, lo que podría asegurar una mayoría demócrata y le permitiría a los vencidos desenpolvar y agitar la idea de un fraude.

Ha quedado claro que los grandes derrotados de la jornada son precisamente quienes todas las encuestas auguraban que se alzarían con en triunfo (Donald Trump y sus troupe de negacionistas y extremistas de toda índole), y sabemos que si los demócratas han podido escapar al peor de los escenarios planteados, se debe sólo a que esta vez la asistencia a las urnas ha sido excepcionalmente alta, sobre todo en las franjas de votantes de menor edad. Y este es un dato que siempre importa.

De acuerdo a lo que estima el Center for Information & Research on Civic Learning and Engagement, estamos frente a la segunda mayor votación en elecciones de medio término desde 1940. Aproximadamente el 47% del total de personas habilitadas para votar lo hizo, sólo por detrás del resultado de 2018 (en las midterms correspondientes al caótico período de gobierno de Donald Trump), cuando ese porcentaje había alcanzado un excepcional 50%.

Esta vez, se registró además otra cifra excepcional: el mayor porcentaje de asistencia a las urnas de los últimos 30 años del sector de la población comprendido entre los 18 y 29 años. Un 27%, sólo inferior al 31% correspondiente a 2018.

¿Cifras para celebrar?

Estas cifras, cuando son interpretadas desde la particular óptica que America tiene para mirarse a sí misma, permiten que el establishment demócrata las celebre como un logro y las viva como un cuasi-triunfo: Nationally, young voters supported Democratic House candidates by a wide margin: 62% to 35%. In several key Senate and gubernatorial elections, youth support for Democratic candidates was even higher, as youth helped hold back a “red wave” even as control of the House and Senate remained undecided Wednesday with races yet to be called.

Por supuesto, no se puede olvidar que por regla general los demócratas sufren pérdidas considerables cuando siendo gobierno deben enfrentar elecciones de medio término, y esta vez no ha ocurrido la debacle prevista. De ahí las caras de alivio y que se quiera leer la zozobra en el senado y la pérdida de la cámara baja del Congreso como un triunfo.

Pero  debemos tomar en consideración que estamos hablando de elecciones cruciales en un país dividido como nunca antes -si exceptuamos la Guerra Civil-. Estamos hablando de elecciones en un país en el que se ha pregonado hasta el hartazgo -desde la oposición hasta la propia presidencia- que las ideas mismas de democracia y libertad estaban en juego. Un país, además, que se encuentra atascado en un estado de conflicto permanente por la hegemonía global, que se ha dedicado durante los últimos dos años a sumergir al mundo una nueva Guerra Fría, que enfrenta la peor inflación registrada en décadas, que se encuentra al borde de una posible recesión que hasta ahora ha sido apenas contenida, y cuya sociedad, para colmo, está jaqueada por una Corte Suprema empeñada en cuerpo y alma en barrer derechos elementales de las mujeres y las minorías.

Frente a ese estado de cosas, cabría hacer preguntas obvias que sin embargo no parecen preocupar a la prensa de los EEUU: ¿cómo puede celebrarse como un logro que haya votado el 47% de las personas habilitadas, si eso siginfica que más de la mitad de quienes podrían haberse expresado a través del acto democrático por excelencia, ni siquiera se han tomado el trabajo de caminar hacia un centro de votación o colocar un sobre en el correo?, o peor aún ¿cómo no suenan todas las alarmas en America cuando se hace evidente que ha votado apenas el 27% -es decir menos de la tercera parte- de los jóvenes que podrían -y deberían tener interés- en hacerlo.

Poco entusiasmo demuestran cuando se encogen de hombros. Poca confianza y poco apego a un sistema que sin embargo se vende hacia afuera como sustentado en valores absolutos y compartidos. Poca vergüenza de lo que las cifras desnudan y lo que el abstensionismo revela: los EEUU no logran siquiera que un 50% de la población crea que lo que hacen sus gobiernantes merezca que se elija cuál de ellos podría ser peor que el otro.

Y esto no es una exageración en absoluto. De acuerdo a los análisis de FiveThirtyEight las cifras de desaprobación de Joe Biden cuando transcurren poco más de 660 días de su mandato son las mayores registradas por los últimos presidentes estadounidenses -con la sóla exceepción de Donal Trump, con quien está en un virtual empate.

Un nuevo escenario para viejos problemas

Si alguien asomara ahora desde detrás de las bambalinas y gritara, dirigiéndose al público, ¡¡cuidado con el techo de deuda!! es posible que nosotros, los espectadores, nos preguntáramos de qué se nos habla. Y por qué se nos distrae con tonterías si estamos tan entretenidos con el espectáculo de un Joe Biden sonriente y tembloroso dispuesto a seguir adelante con lo suyo.

Estamos cómodamente instalados en nuestras butacas, mientras asistimos atentos a cómo DeSantis parece preparar la trampa en la que Donald Trump podría despeñarse para acabar con sus huesos en la cárcel o al menos en un encierrro de lujo en Mar-a lago, sin detenernos a pensar si el hoy popular gobernador de Florida no carga sobre sus espaldas un saldo de muertos durante la pandemia en todo similar al de su ex-mentor y jefe. Estamos absortos mirando a Nancy Pelosi, cabizbaja y encorvada, retirándose como la bruja perversa de una fábula infantil que no comprende cómo el destino le paga tan mezquinamente sus afanes y sus bravuconerías taiwanesas, sin que sepamos todavía qué nuevo espectro la sustituirá como speaker en el Congreso. Estamos preguntándonos si el resultado inesperado de las midterms, ni demasiado malo ni demasiado bueno -ni chicha ni limonada-, le dará a Vladimir Zelensky algunos meses más de popularidad y tapas de revistas, o a Olaf Scholz un poco de coraje para defender lo que quedará de la economía de su país después de que Joe Biden y su equipo de guerreros proxy hayan terminado su tarea.

Sin embargo, quien nos haya aguado la fiesta recordándonos eso del «techo de deuda» no está haciendo más que recordarnos lo que ya nos había advertido Platón hace 2400 años en su alegoría de la Caverna. Lo que vemos en el escenario son sombras. Apenas una manifestación, muchas veces simplificada y casi siempre engañosa, de la realidad.

En esa realidad, habrá que ver si Joe Biden, que deberá enfrentar en esta segunda etapa de su gobierno un congreso en el que su partido será minoría, sigue autosujetándose a compromisos similares a los que ya le habían atado las manos durante los dos primeros años. En ese sentido, ni la posibilidad de que la nueva mayoría reviva las acusaciones que pesan sobre su hijo por presuntos actos de corrupción en Ucrania (¿cuándo no, verdad?), ni el inexorable ajuste de cuentas por la ominosa y torpe retirada de Afghanistán, ni la casi seguridad de que los republicanos volverán a utilizar el techo de deuda, como lo hicieron en 2011, para imposibilitarle desarrollar políticas módicamente progresistas, son descartables… ni están desconectadas. Mucho daño pueden hacerle los republicanos y aunque Biden tendrá el derecho a vetar iniciativas encaminadas a torpedearlo, no podemos asegurar que se atreva a usarlo.

Como advertía para Democracy Now! Robert Reich, ex Secretario de Trabajo de la Casa Blanca, la noche misma de las elecciones mientras se conocían los primeros resultados:

What I expect, the first thing we are likely to get if Republicans control the House is an attempt to use the raising of the debt ceiling as a way of forcing the administration’s hand to do a lot of things that the Republican Party would like to do for its patrons in corporate America and in the moneyed interest class, such as reducing taxes further, such as providing even more rollbacks of regulations. 

El extremismo y su inocultable encanto

Donald Trump no obtuvo lo esperado y en varios casos en que las candidaturas demócratas parecían débiles y a punto de sufrir una derrota, el aumento en la participación y el favor del voto de algunos jóvenes fue suficiente como para desmentir lo que auguraban las encuestas. Y eso es bueno a pesar de lo que comentábamos al principio acerca del poco apego de los estadounidenses a su extaña y alicaída democracia.

Sin embargo, sería querer tapar el cielo con las manos dejar de reconocer que millones de personas le dieron su voto a candidatos y candidatas que, triunfantes o no, han respaldado abiertamente el intento de asalto al Congreso del 6 de enero de 2020, y a energúmenos que todavía sostienen que en las elecciones de 2019 se realizó un fraude de proporciones épicas en contra de Donald Trump, en el que estuvieron comprometidos los servicios de inteligencia, el ejército, los jueces, y cofradías secretas de pedófilos y adoradores del demonio que traman sus maldades en los sótanos del Congreso.

Pero sin irnos a ese extremo representado por lo que se empieza a conocer como «fascismo evangélico» o «nacionalismo cristiano», que ha demostrado tener dentro y fuera de los EEUU un encanto asqueante, muchos de los congresistas, senadores y gobernadores republicanos electos han sabido demostrar, algunos con mayor entusiasmo que otros, una desconfianza hacia la ciencia acorde con un fanatismo religioso casi perverso. Han negado la existencia de una pandemia, la efectividad de las vacunas, y el cambio climático. Abominan de las agendas que impulsan el reconocimiento de derechos de nueva generación, reacomodan distritos electorales para que el voto de los pobres no cuente, y son genuinos representantes de gente dispuesta a desarrollar formas de violencia que ¡oh casualidad! afectan siempre a quienes son más débiles.

El viejo Joe y su mejor sonrisa

Quedan dos años por delante. Hay una guerra ya iniciada y otra que se anuncia un día sí y el otro también. Hay una crisis energética y política auto-impuesta en la Unión Europea, y otra muy diferente pero peor que está afectando ya la seguridad alimentaria en los países de Africa y América Latina. Se rompen y se rehacen alianzas y cadenas de suministros a nivel global al ritmo de amenazas de un conflicto nuclear que nos podría dejar sin mundo. Y mientras todo eso sucede, ninguno de los acuerdos de la COP 26 ha sido respetado como para que en la actual cumbre del clima que languidece en Egipto haya habido el menor optimismo en relación a lo que nos espera.

Sin embargo, apenas tres días después de su tenue revival electoral, y cuando la mayoría de los pocos jefes de Estado que asistieron ya había retornado a sus países, Joe Biden se hizo presente en una COP27 que no ha dejado más que insatisfacción, greenwashing, y amargura. Allí aseguró, con su mejor sonrisa, que «We’re proving a good climate policy is a good economic policy,” y permaneció en silencio algunos segundos, a la espera de los aplausos. Quienes todavía estaban en el lugar, ya semivacío, se habrán preguntado seguramente qué estarán pensando respecto a eso los republicanos negacionistas que a partir de ahora controlarán su agenda.

Qué puedan hacer Joe Biden y su partido para superar ese y el resto de los enormes retos que enfrentarán a partir de estos modestísimos resultados que la prensa que les es fiel destaca con tanto alivio, es un misterio que sólo el devenir de los meses irá develando. Dentro de dos semanas, en la cumbre del G20, tendremos algunos adelantos, acompañados seguramente de la misma confiada y engañosa sonrisa.

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador, activista por los derechos humanos,y el desarrollo sostenible, y diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online