Recientemente, activistas de Just Stop Oil lanzaron sopa de tomate a Los girasoles de Van Gogh en la National Gallery de Londres. Esa acción y otras similares que le sucedieron desencadenaron una vez más el debate sobre qué tipo de protesta es más eficaz. .
Poco dará que hablar la COP27 en momentos en que la guerra ha consumido todos los fondos -y la voluntad- que los países desarrollados habían prometido dedicar a solucionar el aumento insostenible de las temperaturas del planeta.
Entre quienes asistirán a la cumbre en Egipto con las manos vacías, quienes ni siquiera se harán presentes porque están ocupados en cuestiones aparentemente mucho más importantes que el cambio climático -como el Primer Ministro de Canadá, sin ir más lejos- o quienes como Greta Thunberg, se sienten estafadas y utilizadas, todo apunta a que ésta será una nueva oportunidad perdida.
Mientras tanto y aunque ya ha quedado claro que en el último año las emisiones de CO2 no han disminuído sino que han aumentado más allá de todo lo temido, la atención del público cuando de temas climáticos se trata, parece despertar de su letargo sólo cuando dos adolescentes arrojan sopa enlatada contra una obra de Vincent Van Gogh en Londres o cuando otras dos adhieren sus manos al marco de la Maja Desnuda en Madrid.
En Diálogos ya hemos expresado que dado que ninguna de esas acciones afecta las obras de arte en cuestión (que están protegidas por placas de vidrio blindado) y teniendo en cuenta que no representan un peligro para nadie, nos resultan formas de llamar la atención sobre una situación catastrófica, absolutamente válidas. Y que son dignas de ser respetadas las personas, por lo general muy jóvenees, que se atreven a llevarlas adelante.
Sin embargo, cuando de ese tipo de protestas se trata, existe un tema de difícil dilucidación: ¿son beneficiosas o contraproducentes para la causa que se busca defender?
El siguiete artículo del investigador británico Colin Davis aborda precisamente esa pregunta y propone una respuesta interesante.
Recientemente, activistas de Just Stop Oil lanzaron sopa de tomate a Los girasoles de Van Gogh en la National Gallery de Londres. La acción desencadenó una vez más el debate sobre qué tipo de protesta es más eficaz.
– Catedratico de Psicología Cognitiva de la Universidad de Bristol y activista de Extinction Rebellion
Tras una rápida limpieza del cristal que proteje este tipo de obra de arte en todos los museos del mundo, el cuadro volvió a exponerse. Sin embargo, los críticos argumentaron que el verdadero daño consistía en alejar al público de la propia causa (la exigencia de que el gobierno del Reino Unido revirtiera su apoyo a la apertura de nuevos yacimientos de petróleo y gas en el Mar del Norte).
Los partidarios de formas de protesta más activas suelen señalar ejemplos históricos como el de las sufragistas. En contraste con la acción de Just Stop Oil, cuando la sufragista Mary Richardson fue a la National Gallery para atacar un cuadro llamado La Venus de Rokeby, acuchilló el lienzo, causando importantes daños a la obra.
Sin embargo, muchos historiadores sostienen que la contribución de las sufragistas para que las mujeres obtuvieran el voto fue insignificante o incluso contraproducente. Estas discusiones parecen basarse a menudo en los sentimientos viscerales de la gente sobre el impacto de la protesta y de los medios a traves de los cuales la protesta se expresa. Pero como profesor de psicología cognitiva sé que no tenemos que confiar en la intuición: se trata de hipótesis que pueden y deben ponerse a prueba.
El dilema del activista
Durante una serie de experimentos llevados a cabo recientemente en la Universidad de Toronto, los investigadores presentaron ante algunas personas diferentes descripciones de protestas y luego midieron su apoyo a los manifestantes y a la causa. Algunos participantes leyeron artículos que describían protestas moderadas, como marchas pacíficas. Otros leyeron artículos que describían protestas más extremas y a veces violentas, por ejemplo una acción ficticia en la que los activistas por los derechos de los animales drogaban a un guardia de seguridad para poder entrar en un laboratorio y rescatar animales utilizados para experimentación.
De acuerdo a ese estudio, los manifestantes que llevaban a cabo acciones extremas fueron percibidos negativamente, y los participantes informaron de menores niveles de conexión emocional e identificación social con estos activistas “extremos”. Los efectos que este tipo de acciones tuvieron sobre el apoyo a la causa, en cambio, fueron mixtos (y los efectos negativos fueron específicos y estaban relacionados a las acciones que incluían amenazas de violencia).
En general, estos resultados reflejan el llamado «Dilema del activista»: los activistas deben elegir entre acciones moderadas que por lo general pasan desapercibidas, y acciones más extremas que consiguen llamar más la atención. La última opción puede llegar a ser contraproducentes para sus objetivos, ya que tiende a hacer que la gente piense peor sobre los propios activistas.
Sin embargo, los propios activistas tienden a ofrecer una perspectiva diferente, ya que, sostienen, aceptar la impopularidad personal es simplemente el precio a pagar por recibir la atención que esperan por parte de los medios de comunicación. El objetivo, sería “hacer avanzar la conversación” y ganar apoyo público para su reivindicación; no para ellos mismos. Pero ¿es éste el enfoque correcto? ¿Perjudican o no este tipo de activistas su propia causa?
El rechazo a los manifestantes no se traslada a su causa
He realizado varios estudios para responder a estas preguntas, a menudo en colaboración con estudiantes de la Universidad de Bristol. En ellos analizamos las diferencias, incluso sutiles, que se dan en la percepción de las acciones de protesta de acuerdo a cómo se recibe la información, que a menudo está dirigida a deslegitimar la protesta.
Por ejemplo, el artículo del Daily Mail que informaba sobre la protesta que involucró la pintura de Van Gogh se refería a la acción como una “estratagema” que formaba parte de una “campaña de caos” de “ecologistas rebeldes”. El artículo no mencionaba la demanda de los manifestantes.
Nuestras experiencias utilizaron este tipo de información sesgada para comprobar la relación entre las actitudes que había hacia los propios manifestantes y hacia su causa. Si el apoyo del público a una causa depende de cómo se siente con respecto a los manifestantes, entonces un enfoque negativo –que lleva a actitudes menos positivas hacia los manifestantes– debería resultar en niveles más bajos de apoyo a las demandas.
Pero eso no es lo que encontramos. De hecho, las manipulaciones experimentales que reducían el apoyo a los manifestantes no tuvieron ningún impacto en el apoyo a las demandas de esos manifestantes.
Hemos replicado este hallazgo en relación a diferentes protestas no violentas, incluidas las protestas sobre la justicia racial, el derecho al aborto, y el cambio climático, con participantes británicos, estadounidenses y polacos y estamos preparando la publicación del informe. Y nuestros hallazgos indican que cuando los ciudadanos dicen algo como “estoy de acuerdo con vuestra causa pero no me gustan vuestros métodos”, están manifestando algo a lo que deberíamos prestar más atención
Disminuir el grado de identificación del público definitivamente no es útil para construir un movimiento de masas. Pero las acciones con mucha publicidad pueden ser en realidad una forma muy eficaz de atraer personas hacia una causa, si tenemos en cuenta que por regla geeneral relativamente pocas personas se convierten en activistas.
Pero además, la existencia de un flanco radical parece aumentar el apoyo a las facciones más moderadas de un movimiento social, porque las destaca frente al público como menos extremas.
La protesta puede marcar la agenda
Otra preocupación puede ser que la mayor parte de la atención obtenida por las acciones radicales no recaiga en el tema sino en lo que hicieron los manifestantes. Sin embargo, incluso en los casos en los que esto es cierto, la conversación pública abre el espacio para un cierto debate sobre el tema en sí.
La protesta desempeña un papel en el posicionamiento respecto a los objetivos de los activistas. No dice necesariamente a la gente lo que tiene que pensar sino que influye en lo que piensa. Las protestas de Insulate Britain –una escisión de Extinction Rebellion que hace foco en el aislamiento térmico de las viviendas como forma esencial de lucha contra el cambio climático– son un buen ejemplo. En los meses posteriores al inicio de las protestas, el 13 de septiembre de 2021, el número de menciones de la palabra “insulation” en la prensa escrita del Reino Unido se duplicó.
Algunas personas no son proclives a ahondar en los detalles específicos de un tema, pero la atención de los medios de comunicación puede, sin embargo, posicionarlo en su mente. Una encuesta de YouGov publicada a principios de junio de 2019 mostró que el “medio ambiente” se encontraba por primera vez entre los tres temas más importantes para el público.
Las empresas encuestadoras (en el Reino Unido) concluyeron que el “repentino aumento de la preocupación por el medio ambiente está indudablemente impulsado por la publicidad suscitada por las protestas radicales de Extinction Rebellion” (que recientemente había ocupado lugares céntricos y de mucho tránsito en el centro de Londres durante dos semanas). También hay pruebas de que el aislamiento térmico de los hogares ha ganado posiciones en la agenda política a partir de las protestas radicales de Insulate Britain.
Las protestas dramáticas no van a desaparecer. Los protagonistas seguirán siendo objeto de una atención mediática (en su mayoría) negativa, lo que provocará la desaprobación generalizada del gran público. Pero si observamos el apoyo a las demandas de los manifestantes, no hay ninguna prueba convincente de que la protesta no violenta sea contraproducente. Posiblemente la gente “dispare al mensajero”, pero escuchará el mensaje.
Colin Davis, Chair in Cognitive Psychology, University of Bristol
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.