¡Lula!! Alivio, alegría, advertencia, y lo que no deberíamos olvidar

Si me encarcelan harán de mi un héroe, si me matan me transformaré en un mártir, y si me dejan en libertad seré el próximo Presidente, había dicho Lula, proféticamente, antes de entrar en prisión, en un ya lejano 2018, en lo que fue al mismo tiempo farsa y tragedia. .

 

Como cumpliendo aquella profecía, el domingo 30 de octubre, cuando finalmente y de modo agónico pero incontestable fue elegido presidente del país más determinante de América Latina (nada menos que la tercera parte de la economía regional), ese hombre de 77 años le dio a su país, a nuestro continente y al mundo, un mensaje ejemplar.

 

En ese mensaje, leído cuidadosamente a pesar de que son reconocidas las dotes oratorias de Lula, y mientras en las calles se expresaba casi catárticamente el alivio y la alegría de quienes (sobre todo jóvenes) festejaban su triunfo, se privilegian la búsqueda de la paz y la recuperación de una democracia en peligro, la reunificación de una sociedad nunca antes tan dividida y enfrentada, la lucha contra la pobreza,  y la integración y cooperación con el resto de los países latinoamericanos.

Pero toda esa algarabía y la esperanza, que también son nuestras, nos llegan acompañadas con un convidado de piedra. Una advertencia. Tanto el hecho de que Jair Bolsonaro haya estado a un sólo 2% de ser reelegido, como su desparpajo y necedad trumpista al negarse a reconocer el triunfo de su adversario, hacen evidente que en Brasil lo peor está aún vivo, y que allí también las nuevas derechas de corte fascista (porque esa es la palabra correcta para definirlas) son una realidad que es preciso comprender y con la que es necesario aprender a lidiar.

La alegría no es sólo brasilera

Yo quiero ver muchos más delirantes por ahíBailando en una calle cualquieraEn Buenos Aires se ve que ya no hay tiempo de másLa alegría no es solo brasilera (no, mi amor),

De esa alegría hablaba Charly García en la canción que mejor reflejó, en un mítico 1983, el retorno a la democracia después de la última dictadura militar argentina. Y no es extraño que esa frase haya sido, en estos días, el título de muchas notas de prensa en todo el mundo de habla castellana.

La alegía no es esta vez sólo brasilera porque el regreso de Lula a la presidencia de su país refuerza todo lo que significa y todo lo que promete la llegada de Gustavo Petro al gobierno de Colombia. Le da aliento nuevo a una Argentina en la que las fuerzas más retardatarias podrían retornar al poder en 2023. Le marcan un rumbo posible a un Gabriel Boric que en Chile parece no ser del todo conciente de su propia debilidad. Apuntalan la democracia en Bolivia. Y serán un respaldo a los esfuerzos de López Obrador para aliviar la dependencia de México respecto a sus vecinos del norte.

Se puede decir que el resurgir de las izquierdas en América Latina y la posibilidad de que ese resurgimiento no se frustre depende, en buena medida, de lo que desde Brasil se haga para unir al continente.

Y no se agota esa oleada de alegría en nuestra América. La satisfacción que han expresado gobiernos como el de España, Francia o Noruega, enfatizando el compromiso de Lula con la conservación de la Amazonia, el destaque que China acaba de hacer de sus políticas de cooperación Sur-Sur, el hecho de que Brasil, como pilar fundamental de los BRICS, esté en condiciones de colaborar en la creación de herramientas financieras que independicen (algún día) la economía golobal del dolar, o que el mundo se haya liberado de que todo el continente americano quedara como rehén, a partir de 2024, de los caprichos de un eje Trump-Bolsonaro, son motivo suficiente para celebrar.

Incluso en los EEUU se escuchan vocas que le advierten a Joe Biden, cuya adicción a equivocarse está resultando proverbial, que la actitud de su gobierno respecto a Lula deberá ser más inteligente de lo que fue durante la administración Obama. Como remarca Andre Pagliarini en su nota para Responsible Statecraft With Lula, Biden has path to repairing relations with Brazil:

Instead of bristling at Brazil’s attempts to foster diplomatic solutions in Latin America and beyond, as the Obama administration did (…) the Biden administration should recognize Lula as a serious democratic partner able to address thorny diplomatic issues from a different angle than the United States.(…) The United States has often acknowledged this even as, historically, it has undermined Brazil’s ability to govern itself. A new Lula administration will bring a host of challenges but also opportunities, including a fresh diplomatic start rooted in mutual respect, restraint, and cooperation. 

Por último, tampoco hay que olvidar, si contablizamos satisfacciones, que con este triunfo Lula le propina otro duro golpe a las dotes adivinatorias de Mario Vargas Llosa -el ícono cultural de las nuevas derechas-, que auguró que Bolsonaro se alzaría con la victoria con el mismo desgraciado olor a azufre con que había augurado antes el éxito electoral de Keiko Fujimori, Mauricio Macri, José Antonio Kast, o el de los aspirantes a suceder a Ivan Duke y Jeanine Añez.

El huevo de la serpiente

Sin embargo, por sobre las muchedumbres que festejaban el triunfo, en Río, San Pablo, o Bahía, y en el aire que respiramos los latinoamericanos estemos donde estemos, ha quedado flotando la advertencia.

La sociedad brasileña no sólo está dividida en mitades casi perfectas en cuanto a las cifras, sino que esa división tajante y radical se da también en su geografía social y política, entre un Norte siempre postergado y un Sur que ve a la mitad del país como una carga y quisiera tenerla hasta el fin de los días a su servicio. Está dividida entre evangélicos que estarían dispuestos a implantar una teocracia ultracristiana y mesiánica, y personas que se niegan a vivir en un neo-medioevo sin derechos ni ciencia. Pero está dividida además, hoy como nunca antes, entre quienes entienden la democracia como un instrumentos para buscar el progreso y la felicidad común, y quienes la toleran sólo como un mecanismo para afirmar privilegios, excluir a los indeseables, o simplemente negar la humanidad de los demás.

Y, lo sabemos ya bien, ese no es sólo un desafío que enfrenta Brasil, sino que es el gran desafío de nuestra época. Una época en la que el neoliberalismo que se niega a ser deconstruido y utiliza como carne de cañón a quienes han sido sus propias víctimas, la post-pandemia y el malestar social y el empobrecimiento generalizado que dejó en los países que ya lo eran, los jinetes del Apocalipsis que inevitablemente desatará y ya está desatando la guerra, sumados al desbarajuste climático que ya poco parece importarle a los poderosos y a los necios del mundo, son el caldero en el que el huevo de la serpiente madura y espera su momento.

Como en los años que sucedieron a la crisis de 1929, quien golpea a nuestra puerta y a la puerta de nuestros hijos, parece no ser el progreso social que esperábamos, sino el fascismo.

Lula y nuestra alegría

Después de aquellos 580 días tras las rejas, que le impidieron participar de las elecciones que llevaron en 2018 al gobierno a Jair Bolsonaro, después de haber vivido desde la prisión la muerte de su esposa y de su pequeño nieto, y por si todo eso fuera poco, con un cáncer a cuestas, Lula, a sus 77 años, le ha dado a su gente otra alegría. Inmensa. Y ya eso debería ser suficiente para justificar la nuestra.

Pero no hay comentaristas que no coincidan en que sin él este triunfo no habría sido posible. Y las preguntas ineludibles entonces son: ¿y si este hombre providencial no hubiera estado, qué hubiera pasado? Y ahora que ha llegado al gobierno, ¿qué se espera que haga?

Lo que suele denominarse «período de gracia» o «luna de miel» de los nuevos gobiernos es cada vez menor, porque son cada día más urgentes y más imperiosas las necesidades de sectores de la población crecientemente amplios y diversos. Lula, por lo tanto, deberá hacer acuerdos con un parlamento cuyas mayorías le son hostiles -o al menos adversas-, y con gobernadores estaduales que no lo respaldan.

Los mismos problemas de gobernabilidad que llevaron a que su partido debiera realizar acuerdos parlamentarios que bordearon muchas veces la ilegalidad están allí, agravados y multiplicados después de 4 años en que Jair Bolsonaro se dedicó en cuerpo y alma a fragmentar, emponzoñar y fanatizar todo lo que cayó en sus manos. Por eso es tan importante que después de celebrar este resultado ajustado nos preguntemos ¿qué esperamos que haga este hombre al que Brasil ha hecho responsable de muchas de las que podrían ser sus futuras alegrías?

Como intentábamos poner de manifiesto cuando en Diálogos repasábamos los resultados de primera vuelta, «Lula fue y sigue siendo una excepción formidable. Pero no está bien que tanta responsabilidad pese sobre los hombros de alquien que ya cargó tanto.» La responsabilidad por el mundo que nos espera, por la paz, la igualdad sustantiva, y la calidad democrática de nuestras sociedades, debe pesar sobre espaldas maduras pero más jóvenes (y sobre partidos políticos menos dependientes del heroísmo, la mística personal, o la suerte).

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