Lo último que Haití necesita es una nueva intervención militar. Mientras en uno de los países más empobrecidos del mundo la situación se sale de control, la ONU y los EEUU se proponen enviar ‘peacekeepers’. Pero como se ha demostrado antes, ese es el camino al desastre. .
Daniel Larison es co-editor de Antiwar.com y ex editor en jefe de The American Conservative. Ph.D. en Historia por la Universidad de Chicago.
Estados Unidos redactó una propuesta de resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que exige el envío de una fuerza armada multinacional al país caribeño a pesar de la oposición expresa de la mayoría de los haitianos y la mayor parte de la sociedad civil haitiana.
Las autoridades haitianas y el primer ministro interino Ariel Henry -no electo y ampliamente despreciado- han pedido fuerzas externas para restaurar el orden, pero el pueblo de Haití ha expresado, lo más claramente que le es posible, que Henry y sus aliados no les representan y que su solicitud carece de legitimidad. Estados Unidos se ha entrometido con demasiada frecuencia y ha causado demasiado daño a Haití durante décadas, y es hora de que nuestro gobierno renuncie a su hábito de interferencia funesta y permita que el pueblo de Haití siga su propio curso.
La larga historia de interferencia externa fallida y destructiva en los asuntos haitianos muestra que ni Estados Unidos ni la ONU tienen la solución a los problemas políticos de Haití. Cada vez que fuerzas externas se han entrometido excusándose en «ayudar a Haití», sólo han conseguido qu la situación del país empore. La crisis actual es en sí misma el producto de la continua interferencia por parte del gobierno de los EE. UU., que respaldó al ex presidente Jovenel Moïse cuando estaba vivo y ha sido fundamental para mantener a Henry en el poder a pesar de su falta de legitimidad democrática y la amplia coalición de haitianos que se oponen a la ontinuidad de su gobierno.
Se trata de la continuación de un patrón destructivo de respaldo estadounidense a las dictaduras que han asolado al país que se remonta a la Guerra Fría, pero que responde a una tradición aún más larga de dominación, que se remonta a siglos.
Estados Unidos y otras potencias externas se han negado sistemáticamente a dejar que los haitianos decidan su propio futuro político, y ahora proponen enviar tropas una vez más, con total prescindencia de lo que manifiesta la población.
Es cierto que Haití ha estado sufriendo un deterioro de la situación de seguridad que ha empeorado desde el asesinato de Moïse en 2021, pero enviar tropas extranjeras no es la respuesta.
La última misión de la ONU en Haití fue una debacle marcada por extensos abusos contra los derechos humanos, incluida la agresión sexual a mujeres jóvenes y niñas, y la propagación del cólera. En su libro, “The Big Truck That Went By”, el periodista Jonathan Katz resumió el legado del esfuerzo internacional de socorro después del terremoto de 2010 de esta manera:
“Después de haber anunciado que estaban allí para prevenir disturbios, garantizar la estabilidad, y prevenir enfermedades, los socorristas contribuyeron al desencadenamiento nuevos disturbios, socavaron la poca estabilidad que aún existía y, de acuerdo a todas las evidencias, provocaron una epidemia”.
Es comprensible que esas horribles experiencias haya prevnido a la mayoría de los haitianos en contra de la repetición de intervenciones extranjeras. Como dijo Chantal Ismé de Maison d’Haïti, una organización comunitaria haitiana sin fines de lucro con sede en Montreal, «¿Por qué razón deberíamos confiara hora confiaríamos en esta gente?»
Los intervencionistas no tienen buenas respuestas para esta pregunta.
Los líderes de la sociedad civil haitiana han sido inequívocos en cuanto a que la intervención extranjera no es necesaria ni deseada. Una coalición paraguas de organizaciones haitianas, la Comisión para una Solución Haitiana a la Crisis, también conocida como el Acuerdo de Montana, rechazó el pedido del gobierno de asistencia militar externa, y otras organizaciones haitianas se han unido a ellos en su oposición a una solución impuesta desde afuera. El respeto por la soberanía y la independencia haitianas requiere que Estados Unidos y sus socios internacionales se atengan a los deseos del pueblo haitiano sin importar lo que quieran sus actuales líderes de facto no electos.
Los intervencionistas de Washington han estado alentando incesantemente el envío de fuerzas extranjeras al país desde que el último presidente fue asesinado. The Washington Post ha estado liderando las propuestas de intervención externa, y los editores del periódico recibieron con beneplácito la noticia de que la administración estaba aceptando su punto de vista. No se debe permitir que continúe esta deriva hacia la interferencia imprudente. Es hora de que los miembros del Congreso y el público se expresen y digan claramente que Estados Unidos no debe apoyar ni participar en una intervención militar en Haití, porque no sería benéfico para ninguno de los dos países. Como escribieron Mario Joseph y Brian Concannon a principios de este año, “los haitianos insisten, con la historia y el conocimiento local de su parte, en que otra misión militar extranjera sería un fracaso costoso y brutal”.
Los defensores de la intervención externa pasan por alto la profunda hostilidad popular hacia otra misión internacional y están subestimando seriamente los peligros de enviar soldados extranjeros sin preparación a una situación política tan explosiva como esta. El ex enviado especial de EE. UU. a Haití, Daniel Foote, ha estado advirtiendo insistentemente que la intervención externa corre el riesgo de una catástrofe. Foote renunció a su cargo el año pasado por su decepción con la política de Estados Unidos, incluidas las deportaciones de haitianos en la frontera de Estados Unidos. En declaraciones a Ryan Grim de The Interceptm maifestó que la intervención militar no es una solución en absoluto:
“La razón principal por la que renuncié es haber visto que la política estadounidense se movía exactamente en la direción de la intervención. Como dijo Einstein, y lo parafrasearé, «intentar lo mismo una y otra vez y esperar un resultado diferente es una locura». Y en Haití, cada vez que la comunidad internacional ha intervenido sin el apoyo popular, la situación se estabiliza temporalmente pero inevitablemente empeora con el tiempo”.
Hay buenas razones para temer que el ingreso de tropas extranjeras en Haití exacerbaría los problemas de seguridad del país a largo plazo en lugar de controlarlos. Existe una gran posibilidad de que las bandas armadas de Haití resistan una presencia militar extranjera, pero más allá de eso existe el peligro de provocar un levantamiento popular contra fuerzas externas indeseadas allí. Si se considera que las fuerzas extranjeras apoyan a un gobierno odiado por la mayoría de la gente, naturalmente se convertirán en el blanco de la ira de la población. No será posible que una posible fuerza de estabilización mantenga el orden si se impone una ocupación ilegítima para mantener en el poder a autoridades también ilegítimas.
La intervención militar sería una propuesta arriesgada incluso si gozara de un amplio apoyo popular, pero apostar a ella cuando hay tanta oposición dentro del país es de una arrogancia inexcusable. Como Foote le dijo a The Intercept, “Es casi imposible de entender que la población haitiana esté clamando por una solución diferente, y que sin embargo los EE. UU., la ONU y las [instituciones] internacionales sigan respaldando ciegamente a Ariel Henry”.
No es demasiado tarde para que la administración Biden cambie de rumbo y evite cometer un terrible error, pero para hacerlo debe abandonar esta idea de respaldar una fuerza multinacional y comenzar a escuchar lo que dice la mayoría de los haitianos sobre cómo abordar la crisis de su país.
El curso de acción correcto es retirar el respaldo de Estados Unidos a un gobierno de facto que no tiene legitimidad, ayudar a determinar quién fue responsable del asesinato de Moïse, y apoyar a las organizaciones de la sociedad civil haitiana mientras preparan el camino para nuevas elecciones en un calendario que ellas mismas determinen. Eso será solo el comienzo, y no resolverá rápida ni fácilmente los problemas de Haití, pero tendrá la ventaja de no empeorar las cosas.