Desde antes aún del 24 de febrero nos hemos referido a los costos de una guerra en la que se nos dice que hay valores en juego, cuando lo único que parece importar es la ganancia que obtendrán quienes arman y azuzan irresponsablemente a una Ucrania que les duele muy poco, mientras empobrecen al mundo y hacen todo lo posible para impedir cualquier tipo de acuerdo. .
Esta vez, nos ha parecido pertinente recoger algunos párrafos de dos notas muy diferentes. Una de ellas, La paz y la guerra se han vuelto sinónimos, del Doctor en Historia del Pensamiento Económico Roberto Lampa fue publicada en estos días en la revista argentina Anfibia y cuantifica, entre otras cosas, los niveles de endeudamiento y pauperización que arrastrará la sociedad ucraniana durante los próximos años.
La otra es Why the US must press for a ceasefire in Ukraine, del académico y ex-embajador de los EEUU en la Unión Soviética, Jack F. Matlock, Jr., aparecida hace menos de una semana en la revista especializada Responsible Statecraft del Quincy Institute. En ella se analiza la pérdida territorial que deberá afrontar Ucrania cuando el costo de sostenerla resulte demasiado onersoso para Occidente.
Vayamos entonces a cada una de esas notas, que nos permiten visualizar mejor dos aspectos fundamentales de la guerra que suelen estar ausentes de lo que la prensa nos trasmite.
1 – Por fuera del caos interpretativo
Roberto Lampa es Doctor en Historia del Pensamiento Económico (Università di Macerata, Italia), Investigador de Conicet (2014-2022) y Profesor Adjunto MDE-Idaes UNSAM (2014-21), actualmente Profesor Asociado (in probation) de la Università di Macerata, Italia, y docente del Doctorado en Economía Política UNSAM.
(…) Si queremos evitar caer en lecturas caricaturizadas del conflicto es indispensable introducir elementos de realidad en el debate en desarrollo que nos permitan salir del circo mediático-cloacal que nos bombardea cada día.
La primera dimensión del conflicto para considerar es local: en este ámbito, Ucrania se encuentra en una situación mucho más crítica. En abril, el Banco Mundial elaboró algunos pronósticos sobre la evolución de su economía durante los próximos tres años. El informe estaba basado sobre un supuesto optimista: el fin de la guerra para septiembre. Aún si sabemos que este pronóstico no se ha cumplido (…), es interesante leer los números vaticinados por los economistas de Washington. Para 2022, se preveía una caída del PIB de un 45,1% (…) Sumando 2023 y 2024, podría haber un crecimiento del 7%. Es decir, siendo optimistas sobre la duración del conflicto y suponiendo un plan de ayudas robusto e implementado eficientemente y sin corrupción, al principio de 2025 el PIB ucraniano todavía sería inferior de un tercio al producto preguerra. En consecuencia, el porcentaje de población que vivía por debajo de la línea de pobreza (con 3,2 dólares por día) se dispararía del 16% de 2021 a un 70% en 2022, quedando por encima del 60% en 2025. La población en condición de fragilidad (es decir, con un ingreso inferior a los 5,5 dólares por día) subiría a un 19,8% (registraba el 1,8% en 2021). Dicho de otra forma, si la guerra terminara hoy, para fines de 2022 un 90% de los 40 millones de ucranianos viviría en condiciones de fuerte fragilidad o pobreza. Sumados a los destrozos, el stress bélico y el posible black-out eléctrico de la casi totalidad del país durante el invierno (dado que los rusos controlan la central nuclear de Zaporizhia) semejante proceso de empobrecimiento representa la principal amenaza para el frente interno ucraniano.
Otro aspecto de preocupación está representado por la completa dependencia ucraniana del financiamiento externo, un hecho no novedoso que empezó en 2014, cuando el FMI le otorgó al país un stand-by agreement de unos 17 mil millones de dólares que se convirtió en un extended facilities de unos 17,5 mil millones de dólares el año siguiente, por la incapacidad ucraniana de respetar las metas del acuerdo. A pesar de estos acuerdos, Ucrania tuvo que firmar otros dos stand-by agreements en 2018 (3,75 mil millones de dólares) y 2020 (4,8 mil millones de dólares). Después de la guerra, la situación ha empeorado: Ucrania se ha quedado sin reservas internacionales en un breve lapso de tiempo.
A partir de ahí, el FMI y los acreedores internacionales (Club de París más BlackRock Inc., Fidelity International Ltd., Amia Capital LLP y Gemsstock Ltd.) han acordado congelar unos 20 mil millones de dólares de pagos e intereses a lo largo de los próximos dos años. Por otro lado, EE.UU. y sus aliados han prestado unos 15 mil millones de dólares para evitar la parálisis de la máquina estatal ucraniana. Sin embargo, el pedido ucraniano más importante, es decir un posterior préstamo del FMI, no ha sido aceptado hasta el momento. Si bien hay una clara voluntad política de otorgar al país toda la ayuda posible, el estatuto del Fondo prohíbe prestar a países que no presenten un plan detallado y creíble de pago. En este sentido, está claro que hasta que siga la invasión rusa no hay plan posible y, por ende, préstamo. Lo que más preocupa, de todas formas, son las acciones en el ámbito económico del gobierno ucraniano: para lograr convencer al Fondo, los legisladores del partido de Zelensky (Servir al Pueblo) han votado una reforma laboral que, sin ánimo de exagerar, reintroduce condiciones del siglo XIX, entre otras cosas llevando la semana laboral a 100 horas. Si consideramos que según la OIT Ucrania es el país con los sueldos y las jubilaciones promedio más bajas de Europa (420 y 110 dólares por mes, respectivamente), es fácil entender que un futuro de austeridad brutal y explotación salvaje espera a los trabajadores ucranianos.
2 – Hacia el desmembramiento de un «aliado» insostenible
Jack F. Matlock, Jr. is a career diplomat who served as U.S. Ambassador to the Soviet Union from 1987-1991. He was Kennan Professor at the Institute for Advanced Study and has written numerous articles and three books about the negotiations that ended the Cold War, the disintegration of the Soviet Union, and U.S. foreign policy following the end of the Cold War.
The war might have been prevented — probably would have been prevented — if Ukraine had been willing to abide by the Minsk agreement, recognize the Donbas as an autonomous entity within Ukraine, avoid NATO military advisors, and pledge not to enter NATO. Nevertheless, what was possible even as late as January 2022 may not be possible now. The Russian annexation of additional territory raises the stakes. But the longer the war continues the harder it is going to be to avoid the utter destruction of Ukraine.
America’s Security
We Americans can only admire the valiant resistance Ukrainians have mounted to the Russian invasion and should be proud that we have been able to support their defense. Everything possible should be done to make sure that Ukraine survives as an independent state. But that does not mean that Ukraine has to recover all the territory it inherited in 1991. In fact, given all the passions aroused by the war and what preceded it (the violent change of government in 2014 that many Russians considered a coup d’etat organized by the United States), the population in some areas is likely to resist a return to Kyiv’s control.
Some will argue that the United States has a moral obligation to support whatever the Ukrainian leaders demand since “they know best.” No, they do not know best what is in the security interests of the American people, and that should be the primary concern of any American government. They also, under the stress of war, may not be the best judges of their own ultimate security interests. (…)
Effect on the World
The fighting in Ukraine continues and intensifies while the world is still struggling with the covid-19 pandemic and remains vulnerable to mutations and new pathogens, while global warming is producing ever more destructive effects. Meanwhile, migrations caused by famine, flood, war, and misgovernment are overwhelming the capacity of even the richest countries to absorb the afflicted. And to all of that one must add the threat of Armageddon, a nuclear holocaust — something no rational leader would risk. But rationality cannot be assumed in either domestic or international politics today. (…)
What all the parties to the conflict in Ukraine seem to have forgotten is that the future of mankind will not be determined by where international borders are drawn — these have never been static in history and doubtless will continue to change from time to time. The future of mankind will be determined by whether nations learn to settle their differences peacefully.
Is There a Way to Stop the War?
There may not be, given the passions aroused by the conflict. Both Ukraine and Russia have lost enough blood that their populations are likely to oppose any effort to give the other side any portion of what it wants. Their presidents hate each other and see any concession as a personal defeat. But the more the war continues, the more Ukrainian lives will be lost, property destroyed, and the probability of a wider conflict increased.
The only practical way to stop the actual fighting would be to agree on a ceasefire. This is difficult for the Ukrainians since they are liberating some of the occupied territories, but the reality is that if the war continues Russia is capable of damaging Ukraine more than Ukraine can damage Russia without risking a wider war.
As principal arms supplier to Ukraine, the U.S. should encourage the Ukrainians to agree to a ceasefire. As the sponsor of the most punitive sanctions on Russia, the U.S. should use its leverage to induce Russia to agree to genuine negotiations during a ceasefire.
Nuestro rechazo a los belicistas
Roberto Lamba y Jack Matlock, desde circunstancias muy alejadas la una de la otra, desde disciplinas diferentes, y desde ópticas muy distintas, son capaces de ver y mostrar la realidad de esta guerra de un modo diametralmente opuesto al que la vocinglería armamentista, en especial en los países «centrales», nos tiene acostumbrados.
En Diálogos vamos a continuar en la línea que nos hemos trazado desde antes del inicio del conflicto, argumentando que la única alternativa a la guerra es la paz. Y que el belicismo puro y duro -en especial el que empuja a que sean otros los que pongan el sufrimiento y los muertos-, cuando se ampara en la defensa de valores superiores para esconder la avaricia y el afan de dominio, no es menos repugnante, ni merecedor de menos rechazo que los traficantes de personas o de armas. Y que los pueblos son también responsables de lo que permiten que sus gobernantes hagan en su nombre.