En estos días, quienes mandan en el mundo hacen cálculos acerca de cuánto nos separa de un «Armagedón nuclear» . Al mismo tiempo, se cumplen 60 años de la Crisis de los Misiles. En aquel momento Nikita Jrushchev le anticipó a John F. Kennedy cuál sería el futuro de ambos si no llegaban a un acuerdo: «Mañana usted y yo nos estrecharemos la mano en el infierno». .
Pensándolo bien… ¿cuáles son las siete diferencias entre aquel ayer y el hoy que nos abruma? .
Los antecedentes de una crisis
Una brevísima síntesis de aquellos 13 días que conmovieron al mundo se hace indispensable, pero nuestra intención no es describir lo que sucedió entonces sino tratar de dilucidar qué diferencias tiene con lo que se desarrolla ante nuestros ojos hoy.
Durante la Guerra Fría, a partir de 1945, la Unión Soviética y Estados Unidos evitaron una confrontación armada directa en su disputa por la supremacía ideológica, territorial, militar, económica y propagandística, favoreciendo o desencadenando la ocurrencia de conflictos en terceros países y nuestra América, por supuesto, no quedó al margen.
Al triunfar la Revolución cubana en 1959, e iniciarse un proceso de nacionalizaciones y reforma agraria, los intereses estadounidenses en la isla -casi una colonia norteamericana desde 1898 y particularmente desde la Enmienda Platt de 1902-, se vieron seriamente afectados.
La reacción de Washington fue inmediata: Rompió relaciones con Cuba en 1961, le impuso un bloqueo, presionó para que se la excluyera de la Organización de Estados Americanos, y la Agencia Central de Inteligencia organizó y financió una fallida invasión de mercenarios anticastristas en Bahía de Cochinos en abril de 1961. Mientras eso sucedía y como reacción al aislalmiento político-económico, el gobierno de Fidel Castro se acercó al bloque soviético y radicalizó notoriamente su posicionamiento.
Tras la derrota de Bahía de Cochinos y tras haber incorporado al ejéricito estadounidense a los pocos sobrevivientes, el gobierno de John F. Kennedy comenzó a preparar una intervención en toda regla conocida luego como Operación Mangosta, coordinada desde la Fiscalía de los EEUU por el propio hermano del presidente, Robert Kennedy, que se desarrolló durante 14 meses -precisamente hasta octubre de 1962-, período durante el cual se registraron 716 sabotajes de envergadura contra objetivos económicos, civiles y militares de la isla.
Ante la amenaza de una inminente invasión Cuba solicitó que la URSS se comprometiera públicamente a intervenir militarmentee si los EEUU penetraban en su territorio, pero el entonces gobernante soviético Nikita Kruschev, siguiendo la línea de no confrontación directa propia de la Guerra Fría, le indicó que sería preferible instalar en Cuba misiles de alcance medio con ojivas nucleares capaces de alcanzar Washington o Nueva York, que compensarían las que meses antes Estados Unidos había instalado en Turquía y en Italia y que eran capaces de alcanzar ciudades rusas como Moscú o San petersburgo. Se trataba de dar un paso más en lo que ya por entonces se conocía como «disuasión» o MAD (Destrucción Mutua Asegurada).
Cuba accedió a la sugerencia, se comenzaron a construir las instalaciones necesarias, pero el 14 de octubre de 1962 un avión de reconocimiento U2 descubrió las rampas de lanzamiento y a partir de entonces comenzó lo que el mundo conoce como Crisis de los Misiles… y de cuya gestión hoy los lideragos de Rusia, los EEUU y la Unión Europea deberían aprender. Algo al menos.
Los 13 días que conmovieron al mundo
Una vez descubieras las instalaciones que la URSS estaba construyendo en Cuba y a pesar de que tanto el Pentágono como los servicios de Inteligencia lo urgian a desencadenar una invasión a la isla capaz de hacerla escarmentar para siempre, John Kennedy, aconsejado por un grupo de expertos, intelectuales, y académicos de su confianza, que eran a su vez despreciados públicamente por los militares de carrera, decidió presionar a las autoridades soviéticas pero sin excluir los canales diplomáticos.
Como lo expresó el Secretario de Defensa Robert McNamara en una de las febriles reuniones de aquel comité de expertos: ¿Qué cambia con la introducción de esas armas en Cuba en la situación de superioridad militar de los Estados Unidos frente a la URSS? Un misil es sólo un misil. ¿Estamos dispuestos, para librarnos de esos misiles, a pagar un precio demasiado alto? El problema no es militar, es político.
Hubo incontables reuniones en aquellas horas. Theodore Sorensen lo cuenta de este modo en una biografía de JFK: “Mis recuerdos de las noventa y seis horas que siguieron al anuncio de la existencia de aquellos misiles son una película confusa de sesiones y conferencias secretas a todas horas: por la mañana, por la tarde, y aun por la noche (…). En ningún otro período, estando al servicio de la Casa Blanca, me llegué a despertar, como entonces me ocurría, a media noche, revisando las deliberaciones de la tarde anterior y tratando de ensamblar entre las opiniones divergentes una línea de acción coherente. (…) Esta era la primera confrontación nuclear, diferente a todo lo acontecido en la historia de nuestro planeta”.
Se trabajaba bajo el supuesto de que en ese momento había unas pocas ojivas en suelo cubano, pero la percepción norteamericana estaba equivocada, ya que efectivamente en ese momento los soviéticos tenían ya 162 ojivas nucleares allí.
Gracias a los documentos que 50 años después fueron desclasificados, hoy sabemos que cuando se le sugirió al Presidente invadir Cuba de inmediato porque eso era lo que el público esperaba, éste respondió: En Estados Unidos siempre habrá gente que dirá ‘vamos, bombardeemos’; pero soltaremos esas bombas allá y se borrarán quince ciudades del mapa aquí. Recién entonces considerarán que estaban equivocados.
Porque además, entre los muchos cálculos que se hicieron en esos días, estaba la seguridad de que un ataque contra Cuba en aquel momento desataría como respuesta el avance soviético sobre Berlín, algo que nadie en su sano juicio deseaba.
Así, el dia 22, en un hoy famoso discurso televisado de 17 minutos, aparentemente duro pero que sin embargo dejaba entrabiertas con franqueza las puertas de la diplomacia, Kennedy anunció un bloqueo total a la isla y dirigió un ultimátum a la Unión Soviética demandando que detuviera los navíos y submarinos que en ese momento se dirgían a la isla, bajo amenaza de emprender represalias masivas, pero dando tiempo a que su equipo estableciera los contactos pertinentes que posibilitaran una desescalada del conflicto.
Nikita Jrushchev, por su parte, y siguiendo la máxima de que son las autoridades políticas y no los generales del ejército quienes deben tomar las decisiones estratégicas, respondió que de ninguna forma las naves soviéticas se detendrían, pero secretamente impartió instrucciones para que aminoraran su marcha, lo que dio tiempo para establecer negociaciones.
Las negociaciones y el teléfono rojo
En aquellos días, afortunadamente, todo tembló. El Secretario de las Naciones Unidas U-Thant hizo un llamado a los EEUU para que cesaran el bloqueo, el Papa Juan XXIII llamó a la responsabilidad de los gobernantes de ambos países, la OTAN vio con horror que si se desataba un conflicto nuclear el segundo y seguro escenario de destrucción sería la propia Europa, y De Gaulle (Francia por entonces se negaba a ser parte de la alianza atlántica) jugó cuidadosamente las cartas de la semi-neutralidad.
Gracias a ese clima y al establecimiento de la línea de comunicación directa en lo que luego se llamó «Teléfono Rojo» (aunque era blanco), y sin que las autoridades cubanas participaran de las negociaciones (lo que para quien escribe esta nota fue un gran acierto), el 26 de octubre el lider soviético informó que aceptaría retirar los misiles de Cuba si Washington se comprometía a no invadir el país, y pronunció las palabras de advertencia del título: «Mañana usted y yo nos estrecharemos la mano en el infierno».
Al día siguiente, antes de que Kennedy aceptara la propuesta, y luego de que dos aviones espías estadounidenses fueran derribados -uno por no respetar el espacio aéreo cubano y el otro sobre Siberia- Jrushchev sumó una nueva demanda la retirada de los misiles balísticos instalados en Turquía. El 28 de octubre, y a pesar de que el derribo de los aviones debilitó su postura frente a la del Pentágino, que clamaba por venganza y guerra, Kennedy aceptó la oferta, solicitando que, por el momento, la promesa de retirar los misiles de Turquía permaneciera como cláusula secreta.
Así Nikita Jrushchev, que dijo en la ocasión «cualquier idiota puede comenzar una guerra pero ni el más sabio de los hombres es capaz de evitarla una vez que se ha desatado» retiró sus misiles nucleares de la isla, la opinión pública del mundo respiró aliviada, y seis meses después fueron retirados, casi en silencio, los misiles asentados en Turquía. Las amenazas estadounidenses sobre Cuba continuaron de muchas formas hasta hoy, pero la promesa de que no habría una nueva intervención directa, al menos en lo formal, se cumplió.
Se inició así, a cambio de que quedaran maltrechos algunos egos -como bien se dice en el final del documental anterior-, un nuevo período de distensión que no evitó que la Guerra Fría continuara -tan cruenta y sin sentido como siempre- pero posibilitó que los desaguisados imperiales se vivieran sin alarmas nucleares, hasta 1989.
Aquel año, la implosión de la URSS prometió en vano innaugurar una era en la que la unipolaridad de los veencedores acabaría con la Historia y sus conflictos. Lo sucedido desde entonces es otra historia y esa otra historia parece estar teniendo una continuación inevitable, siniestra y aterradora en Ucrania.
Detectar las diferencias
Dos años después de aquel éxito de la diplomacia y la política por sobre la guerra y la pulsión de muerte, en octubre de 1964, Nikita Jrushchev se vio obligado a abandonar su cargo al frente Partido Comunista de la URSS. Había sido más aperturista y contemporizador de lo que se esperaba.
Un año antes, el viernes 22 de noviembre de 1963, en Dallas, a las 12:30 p. m. Kennedy fue baleado mortalmente mientras circulaba en el coche presidencial. Se le reprochaba no haber sido suficientemente duro durante la Crisis de los Misiles y defender con demasiado énfasis los derechos de la gente que no los tenía. Y unos años después, la madrugada del miércoles 5 de junio de 1968 en Los Ángeles, California, Robert F. Kennedy, otro de los protagonistas de aquellos 13 días febriles que evitaron el holocausto nuclear, fue asesinado durante las celebraciones de su exitosa campaña en las primarias de California en su intento de obtener la nominación demócrata para la presidencia. Hubo quienes pensaron, quizás, que su pasado y el ser hermano de quien se había mostrado débil, lo hacía poco apto para la tarea.
Esas también son otras historias, porque ¿quién podría asegurar que el hecho de que esos tres hombres hubieran evitado una guerra devastadora haya tenido algo que ver con sus alejamientos forzados del poder o con sus muertes prematuras?
Lo que sí podría importar hoy -y este es nuestro desafío si has llegado hasta aquí-, es detectar las diferencias entre aquella crisis y la actual. Y el abismo que separa a aquellos que demostraron el valor, la lucidez, y la inteligencia de desandar el camino hacia el infierno, de los que hoy juran defender unos valores en los que no creen mientras juegan, ciegamente, al todo o nada.