Hot Cargo (1) – Memorias de solidaridad y convicción cuando todo era diferente

Herencia no es sólo lo que recibimos de nuestros mayores sino, esencialmente, lo que dejamos para provecho de los que vienen. No es sólo trajes coloridos, música que nos recuerda la tierra que dejamos, o comidas típicas que nos hacen agua la boca. Herencia es también lo que habrá de recordarse de nosotros. Por esa razón este mes «de la herencia» abordaremos, en dos notas especiales, una de las historias más conmovedoras que nuestra comunidad haya protagonizado en Canadá. . Para homenajear a sus protagonistas, para conocer mejor su tiempo, pero sobre todo para recordar que con convicción y esfuerzo, lo improbable puede ser posible.

 

Lo improbable y lo inpensado

Cuando en 1975 Beatriz Munarriz, Alejandro Esteverena, y Beatriz y Enrique Tabak, -intuyendo que muy pronto se quebraría el orden institucional en Argentina- conformaron en Toronto el Group for the Defence of Civil Rights in Argentina, no parecía probable que su actividad pudiera ir mucho más allá de denunciar lo que ocurría en el Cono Sur, o promover que los asesinatos y desapariciones que ya se estaban produciendo en su país, ocuparan un lugar en la prensa, que por el momento las ignoraba o las negaba. Y si eso hubiera sido todo, habría sido suficiente.

Sin embargo, en 1978, surgió una oportunidad única de transformar la denuncia y la protesta en una acción de otro tipo. Con otros alcances, con otras exigencias, y con otros riesgos. Una de esas oportunidades que, por lo general, la gente sensata (es decir la mayoría) deja pasar.

Enrique Tabak y su amigo Don Lee habían comenzado a considerar la posibilidad de vincular la defensa de los Derechos Humanos en Argentina con otros temas que también podían afectar negativamente a la dictadura militar instalada allí dos años antes. Golpeándola en uno de los lugares en donde más dolía.

Así, un pequeño grupo de inmigrantes y exiliados argentinos acompañados por un puñado de activistas sindicales, artistas, periodistas y pacifistas canadienses-, comenzaron a darle forma a lo que luego fue una campaña destinada a cuestionar no sólo a quienes se habían adueñado del poder en la Argentina, sino también a quienes por acción u omisión, en Canadá, podían estar colaborando con ellos.

Por supuesto, también era improbable que una idea de ese tipo tuviera algún éxito. La realidad Latinoamericana no estaba entre las prioridades del mundo anglosajón, y la militarización de toda la zona era acogida con un aval tácito cuando no con simpatía por quienes tomaban las decisiones en Canadá y también por una buena parte del público. Los gobiernos que prometían terminar con el “desorden” aunque para ello tuvieran que tirar abajo las instituciones democráticas o matar a algunas personas que profesaban ideas inconvenientes, no estaban mal vistos si eso sucedía “allá”, y si el «business environment» se veía favorecido.

Por esa razón, cuando aquel grupo de ilusos se reunió por primera vez en Toronto en septiembre de 1978, nadie podría haber pensado que menos de un año después, el 3 de julio de 1979, en un lejano puerto de New Brunswick del que nunca habían oído hablar, le asestarían, a la por entonces todopoderosa dictadura militar que gobernaba la Argentina, un golpe que dejó al desnudo algunas de sus mayores debilidades, puso en entredicho algunos de sus objetivos geopolíticos más ambiciosos, y salvó de una muerte segura a catorce de sus víctimas.

Aquel puerto, aquella mañana

Para hacer comprensibles aquellos episodios podríamos comenzar por delinear las realidades políticas y sociales de Canadá y del Cono Sur de nuestra América en aquellos años de Guerra Fría y violencia generalizada, porque ese será el complejo telón de fondo de nuestra historia… pero quizás sea mejor ubicarnos en la ribera oeste de la bahía de Saint John, frente a Nova Scotia, y más precisamente en el puerto del mismo nombre, aquella madrugada del 3 de julio de 1979.

A las 4 am de aquella mañana y si bien era verano, las calles cercanas al puerto estaban todavía oscuras, frías y húmedas, y la niebla no dejaba ver más allá de algunas decenas de metros. Como bien lo reflejó la canción que la cantante folk canadiense Nancy White compuso para celebrar aquella jornada: «The morning fog rolled in to the port of old Saint John and the ship from Argentina rolled in too.»

Enrique, según ha contado años después, no había dormido la noche anterior, ocupado con sus compañeros en los últimos detalles de lo que deberían hacer y decir en apenas dos horas más. Y a medida que el pequeño grupo se aproximaba a la zona de los muelles iba encontrándose con hombres y mujeres que los saludaban tan expectantes y nerviosos como ellos, mientras apuraban el paso para llegar antes del alba al lugar en el que erguía su silueta blanca y desafiante el carguero de la flota mercante argentina Entre Ríos.

Aquella no era la primera noche en vela de ninguno de ellos, ni habrá sido el único momento en que sintieran un nudo en la boca del estómago al pensar que si el resultado de lo que se habían propuesto no era el esperado, todo aquel esfuerzo de meses podría desvanecerse, transformado en un mal recuerdo y en una decepción más que cargar en sus espaldas.

Jugando con fuego

Mientras se aproximaban a los muelles, el Entre Ríos II dejaba de ser sólo una silueta amenazante y se limitaba a ser lo que era: un carguero amarrado mecido apenas por el rumor del agua, en el que la tripulación comenzaba a realizar, casi en silencio, los trabajos de rutina. El de ese día, recibir los tanques de agua pesada por valor de 120.000.000 de dólares (dólares de los de entonces) que permitirían poner en funcionamiento la Central Nuclear de Río Tercero, en Córdoba, cuyo proceso de construcción, comenzado en 1973, acababa de finalizar.

Para el gobierno canadiense, para la Atomic Energy of Canada Limited y para la Canadian General Electric aquello no era más que otro excelente negocio que anunciaba otros igualmente buenos. A partir de su colaboración con el Proyecto Manhattan –que en 1943 inició la construcción de las bombas que luego caerían sobre Hiroshima y Nagaski e inaugurarían el sentimiento de inseguridad global que hoy conocemos bien, Canadá se había especializado en el diseño de reactores nucleares para la generación de energía eléctrica del tipo CANDU (Canada Deuterium Uranium) y era además el mayor productor de agua pesada, que resultaba esencial para el enfriamiento de sus reactores.

Argentina no había firmado aún el tratado de no proliferación de armas nucleares de 1970 (algo que hizo recién en 1995) y se sospechaba que el gobierno militar de la época estaba interesado en utilizar la tecnología CANDU para la generación de una bomba propia (como efectivamente hizo Pakistán en aquellos mismos años). Sin embargo, eso no había representado ningún obstáculo para la construcción de la Central de Río Tercero y tampoco lo era para la concreción de un acuerdo similar por más de mil millones de dólares que en 1979 estaba a punto de firmarse entre Canadá y un gobierno que desde 1976 estaba demostrando ser un peligro para toda la región. Sin embargo, como uno de los directivos de la AECL le dijo a la delegación que había concurrido a ponerlo al tanto de la situación que se vivía en Argentina, “deberían entender de una vez por todas que los derechos humanos son una cosa y los negocios son otra”. Como veremos en la segunda parte de esta nota, estaban jugando con fuego.

Pero todo eso, si bien había estado en el centro de la preocupación de los miembros del grupo y de algunos miembros de la New Brunswick Federation of Labour, como Larry Hanley y Barbara Hunter, que los acompañaban aquella mañana en el Puerto de St. John, pasaba ahora a formar parte del telón de fondo de un drama más apremiante.

Porque con las primeras luces del día tiñendo de rosado los tejados de las casas de Saint John, caminando apresuradamente por las calles que bajan hacia el puerto o levantándose, somnolientos todavía, de la mesa de alguna de las cafeterías cercanas, los estibadores que ese 3 de julio de 1979 deberían trasladar los tanques de agua pesada a las bodegas del Entre Ríos, se aprestaban a comenzar un día más de trabajo.

Ahora, lo que importaba sobre todas las cosas, era hablar y persuadir. Utilizar los escasos minutos que aquellos hombres podrían concederles antes de entrar a puerto, para convencerlos de que no lo hicieran. Los estibadores del puerto de St. John tenían un sindicato fuerte y una larga historia de lucha en defensa de sus propios derechos, pero la pregunta que restaba responder era ¿estarán dispuestos a poner en riesgo sus trabajos y el bienestar de sus hogares para respaldar una acción de solidaridad con personas que no conocen y que viven del otro lado del mundo?

Que en 2010, 30 años después, el gobierno de la República Argentina le haya a los estibadores de St. John la Orden de Mayo, la mayor condecoración que concede el país a ciudadanos extranjeros, reponde esa pregunta.

Pero por esta semana los dejaremos allí… los estibadores aproximándose al piquete y quienes habían trazado la picket line, esperándolos en una tensa calma. Esta historia, que ha sido definida con razón como “the single most dramatic example of Canadian trade union solidarity with workers in the Third World” continúa y valdrá la pena que volvamos a ella en nuestra próxima edición.


 

La cantante y compositora folk Nancy White, escribió una canción inspirada en aquel día:

 

Hot Cargo

The morning fog rolled in
to the port of old Saint John
and the ship from Argentina rolled in too.
Come to pick up some heavy water
to keep the Junta ticking,
but for one long day that cargo couldn’t get through.
Because a picket line was forming at the harbour gate
with a message for two governments that couldn’t wait
and the longshoremen who came to work to start there shift at nine
not one crossed that picket line,

Chorus

They said, “We don’t care about our wages
and we don’t care about the boss.
When your brothers and sisters are dying,
there’s lines you just don’t cross.”
No Hot Cargo for Argentina!
No Hot Cargo for Argentina!
No Hot Cargo for Argentina!

Well, they’d heard that in Argentina
the unions had been crippled,
no right to strike and their soldiers in control.
And leaders like Piccinini
are locked away in prison,
and each day the torture chambers take their toll.
And the government of Canada just shuts its eyes,
and says, “There’s business deals we’ve got to finalize.
There’s a market for reactors and we long to see it grow.”
But for one long day the Saint John people said, “No!”

Chorus

Well, a list of 17 prisoners
was sent to Buenos Aires,
with demands for their release immediately.
And it looked like Argentina
needed heavy water badly
cause three days passed and seven were set free.
And the fishermen and the railway clerks, who walked that picket line
should have our heartfelt thanks for giving Ottawa the sign
that although our glorious leaders may be morally thread-bear
some workers in this country really care,

Chorus

Source: Nancy White. Recorded from Sort of Political (1980)

HORACIO TEJERA
HORACIO TEJERA
Comunicador, activista por los derechos humanos,y el desarrollo sostenible, y diseñador gráfico - Editor de Diálogos.online